El próximo domingo 21 de mayo se celebrarán las cruciales primarias del PSOE, y los militantes socialistas decidirán el rumbo de su partido para los próximos tiempos. La votación se va a celebrar en un contexto de crisis interna muy aguda y máxima polarización. Por un lado, la burguesía y sus medios de comunicación, con El País a la cabeza, han hecho una campaña contundente a favor de la candidata de la Gestora golpista Susana Díaz. Por otro, Pedro Sánchez ha realizado decenas de mítines con una participación de miles de afiliados, ante los que ha insistido en recuperar al PSOE para un “proyecto de izquierdas y autónomo del PP”, denunciando frontalmente la abstención de los parlamentarios socialistas que permitió entregar a Rajoy el gobierno en bandeja.

La fractura interna, sin duda, refleja presiones de clases antagónicas. Detrás de Susana Díaz hay un proyecto claro que quiere seguir manteniendo al PSOE como parte sustantiva de la gobernabilidad capitalista y férreamente controlado por la burguesía. Es el mismo modelo que ha llevado al Partido Socialista Francés o al PASOK griego a una crisis profunda y a la irrelevancia política. Las fuerzas que impulsan la candidatura de Pedro Sánchez —una gran cantidad de cuadros intermedios, concejales y alcaldes, y detrás de ellos una mayoría de la militancia activa— acusan la fuerte presión de la lucha de clases de estos últimos años y, sobre todo, el giro a la izquierda de millones de trabajadores y jóvenes que han roto con las políticas derechistas de la socialdemocracia propiciando la irrupción de Podemos.

En el enfrentamiento entre Díaz y Sánchez y en estas primarias, se ha puesto de manifiesto no sólo la degradación interna que corroe al PSOE desde hace varios años, también los procesos que caracterizan la fase actual del capitalismo, acelerados dramáticamente a raíz de la crisis de 2007 y que está dinamitando la estabilidad social y política construida durante las cuatro décadas que siguieron a la Segunda Guerra Mundial.

Crisis general de la socialdemocracia europea

La crisis del PSOE no es un hecho aislado. Al contrario, la tendencia general de la socialdemocracia europea apunta a una crisis agónica que puede, en determinados países, conducir incluso a su desaparición. El 6% obtenido por el Partido Socialista Francés en las recientes elecciones presidenciales, el colapso de la socialdemocracia holandesa en las elecciones legislativas de marzo, la práctica desaparición de la socialdemocracia griega, por no hablar de la brutal crisis abierta en el laborismo británico, expresan un problema de enorme calado. El continuo giro a la derecha de los dirigentes socialdemócratas, iniciado en los años 80 y profundizado después del hundimiento de la URSS, ha acabado por pasarles factura. Lentamente se ha ido abriendo una grieta, que hoy es ya un abismo prácticamente insalvable, entre la base tradicional de la socialdemocracia, formada por trabajadores y por sectores de las capas medias, y su aparato dirigente, entregado en cuerpo y alma a la defensa del orden capitalista.

El giro a la derecha que ha marcado el rumbo de la socialdemocracia desde los años 90 ha sido un factor imprescindible para garantizar la gobernabilidad capitalista y la paz social. Gradualmente, los gobiernos socialdemócratas se encargaron de destruir las conquistas del llamado “Estado del Bienestar”. Siguiendo el ejemplo de Tony Blair, continuador de las políticas thatcheristas en el Reino Unido, y de Gerhard Schröder que liquidó el llamado “modelo social alemán”, los partidos socialdemócratas europeos asumieron la tarea de disciplinar al movimiento obrero organizado y de neutralizar el malestar social conduciéndolo hacia la ciénaga del parlamentarismo y las maniobras de la política burguesa. Durante los últimos años los trabajadores europeos, sin entusiasmo alguno, pero con resignación y a veces tapándose la nariz, votaron repetidamente a candidatos socialdemócratas que ganaban las elecciones prometiendo una defensa de los intereses de la mayoría social, para, una vez instalados en el gobierno, entregarse abiertamente al mundo empresarial y realizar una política completamente opuesta a sus propuestas electorales.

Esta situación era claramente insostenible. La crisis de legitimidad del sistema capitalista que recorre el mundo acabó por afectar de lleno a los partidos socialdemócratas. Cuando el dominio del gran capital está siendo puesto en cuestión ¿cómo era posible esperar que partidos que plantean como límite infranqueable de sus políticas la salvaguarda de los intereses y privilegios de los capitalistas fueran a mantenerse indemnes?

Desesperación de la burguesía y sus propagandistas

La profunda crisis de la socialdemocracia y su creciente incapacidad para seguir actuando como muro de contención del malestar social no pasan desapercibidos a los ojos de la burguesía. La clase dominante contempla con horror como uno de sus más firmes puntos de apoyo se desmorona, e intuye que el hundimiento de la socialdemocracia anticipa la ruina de la otra pata en la que se ha asentado durante estos últimos años su dominio: la política de paz social practicada por los dirigentes de los grandes sindicatos.

La desesperación de la clase dominante ha tenido su mejor reflejo en las páginas de El País que, sin la menor vergüenza y sin el menor respeto a la inteligencia de sus lectores, ha dedicado varios editoriales a proclamar que la mejor opción para que el PSOE vuelva a ser la poderosa fuerza que fue en 1982 es el apoyo incondicional a Rajoy, cerrando los ojos ante los recortes y ante el lodazal de corrupción sin fin que ha resultado ser el PP.

Sin recato alguno El País insulta abiertamente a las bases socialistas cuando, en un infame artículo publicado el 13 de mayo, explica que el gran inconveniente de la participación democrática de los militantes en las decisiones que afectan al PSOE es que se dejan guiar por “las pasiones”. Cuando los militantes socialistas pueden expresar una opinión contraria a los intereses de El País, y de los capitalistas, la democracia se convierte entonces en un serio problema.

Según El País este desbordamiento de la irracionalidad de las bases explica que “frente a la sugerencia de que la estabilidad institucional del sistema democrático estaba por encima de los intereses del PSOE, de que abocar a los españoles a terceras elecciones en 2016 era no tomarles en serio, moviliza mucho más las tripas y los corazones la idea de que la derecha, Rajoy, el PP, la corrupción y los recortes sociales sigan en el poder.” Para desgracia de los editorialistas de El País, a la mayoría social que sufre las políticas de recortes, a los millones de trabajadores precarios, a ese 29% de la población del Estado español en riesgo de pobreza, y a muchos más, la tan cacareada “estabilidad institucional del sistema democrático” nos parece la excusa perfecta para llevar a cabo ataques salvaje a nuestros derechos.

¿Que significaría la victoria de Pedro Sánchez?

La campaña de odio desatado contra Pedro Sánchez no significa en modo alguno que sus propuestas supongan una alternativa socialista coherente para romper con la lógica del capitalismo. Lo que propone Sánchez es resucitar una socialdemocracia con políticas redistributivas que proporcionen cierto grado de protección social, similares a las que se pudieron realizar en los países más avanzados de Europa occidental en los años de expansión económica de la postguerra. Pero esta idea es irrealizable en un momento en el que las contradicciones del sistema —atenazado por una gran recesión de la que no sale— han conducido a una marcada reducción de la inversión productiva, de recortes sociales salvajes, de aumento de la explotación de la fuerza de trabajo, de salarios miserables y una extensión de la precariedad a niveles desconocidos. La crisis del capitalismo es también la crisis del modelo reformista de la socialdemocracia tradicional.

La razón real del odio contra Sánchez no es por el contenido revolucionario de sus ideas. El auténtico miedo de la burguesía es que una victoria de Sánchez desate el entusiasmo de las bases socialistas, liquide a la Gestora golpista y haga inviable la continuidad del apoyo del PSOE al gobierno de Rajoy. Fuesen las que fuesen las razones de Sánchez para mantener su negativa a la investidura de Rajoy, la realidad es que su postura fue recibida con profundo apoyo en las filas del PSOE y consiguió reagrupar a una mayoría de militantes hartos de de ser engañados.

La posibilidad de una victoria de Pedro Sánchez es completamente real. Todas las voces histéricas que estos días se han levantado desde cualquier rincón mediático contra él, son la mejor prueba de que puede derrotar a la Gestora golpista. Y una victoria de su parte pondría en cuestión la legitimidad de toda esa casta de barones regionales, personajes de una corte sumisa con los poderosos y arrogantes con los militantes socialistas, los trabajadores y la gente corriente.

La victoria de Pedro Sánchez es posible pero no está asegurada. De hecho, en las últimas semanas ha cometido errores de bulto, como oponerse a la moción de censura de Unidos Podemos y atacar a Pablo Iglesias. Sus asesores y él pueden pensar que así arañan una parte del voto más influenciado por el discurso de Susana Díaz cuando en realidad es todo lo contrario: con esas ideas sólo arrojan agua a su molino. La mayor amenaza para Sánchez reside en sus propias vacilaciones y en sus constantes cambios de opinión. Sólo una postura firme de oposición al Gobierno del PP, solo un inequívoco compromiso de que la caída de Rajoy es su prioridad, y un llamamiento a un frente único con Unidos Podemos, puede asegurar el clima de entusiasmo entre las bases socialistas imprescindible para asegurar la victoria.

Esta necesidad de poner por delante de cualquier otro interés la defensa de los derechos de los trabajadores y la juventud, de todos los sectores oprimidos por el PP y traicionados por la Gestora golpista, es aún más importante cuando ha quedado claro en estas semanas que el sector del PSOE fusionado con la burguesía ya ha tomado la decisión de romper el partido en caso de victoria de Sánchez. En las páginas de El País Carlos Solchaga, el ministro de las reconversiones industriales salvajes, en medio de grandilocuentes alusiones a las divisiones del PSOE en los años 30 lo manifiesta con claridad: “el riesgo de escisión no es en absoluto despreciable sino francamente elevado”.

La escisión del PSOE puede ser la carta que juegue la burguesía no sólo en el caso de que vean amenazada su frágil mayoría parlamentaria, sino también de que Sánchez pase de las palabras a los hechos e intente llevar a cabo una oposición por la izquierda al PP. Para prepararse ante esta eventualidad, Sánchez debe basarse en las mejores tradiciones de la militancia socialista, que no son las de Felipe González sino las de Largo Caballero, y agrupar a esa gran mayoría de las bases que rechazan ver al Partido convertido en un apéndice del PP. Solo armado con un auténtico programa socialista podrá Pedro Sánchez garantizar un futuro para el PSOE.

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