El pasado 1 de julio, los cerca de 150 trabajadores de la empresa Nervión Montajes —la totalidad de la plantilla que trabaja habitualmente en la factoría ferrolana de Navantia— recibieron cartas de despido con fecha efectiva para el domingo 16 de julEl pasado 1 de julio, los cerca de 150 trabajadores de la empresa Nervión Montajes —la totalidad de la plantilla que trabaja habitualmente en la factoría ferrolana de Navantia— recibieron cartas de despido con fecha efectiva para el domingo 16 de julio. Estas fechas no fueron casualidad porque el día 14 salían de vacaciones las plantillas de la principal y de un buen número de auxiliares.

¿Por qué ahora,

si hay carga de trabajo?

El motivo que aduce la dirección de Nervión es que Navantia no le ha subcontratado ningún trabajo en Ferrol. Pero sí lo tiene en la factoría vecina de Navantia-Fene, donde las condiciones laborales de los trabajadores de Nervión son peores que en Ferrol. El despido de la plantilla de Ferrol es un intento descarado de la dirección de Nervión —con la complicidad de la principal— de forzar a esos compañeros a irse a trabajar a Fene con un contrato inferior y perdiendo conquistas colectivas, como la bolsa de trabajo.

En la selva laboral que es actualmente Navantia-Ferrol, con más de 120 empresas auxiliares presentes, Nervión es un mal ejemplo. Es una de las empresas más veteranas (más de treinta años en el astillero), llegó a tener en ocasiones hasta 500 trabajadores en plantilla, tiene un comité de empresa de 13 delegados (el más grande de toda la industria auxiliar), un porcentaje de fijos muy por encima de la media y unas condiciones laborales relativamente dignas. Por eso está en el punto de mira y estos despidos son un mensaje para el conjunto de los trabajadores: hay que tragar con todo o a la puta calle.

¡Tarde, mal… y a rastras!

A pesar de las fechas, el comité de empresa de la principal —las federaciones del metal están desaparecidas, y no precisamente en combate— pide un margen para llevar a cabo diversas gestiones, por supuesto infructuosas, y no convoca una asamblea general (principal y auxiliares) hasta el lunes 10 de julio. La propuesta de movilización consiste en salir en manifestación y plantea que, de no haber ningún avance, el 12 de julio nos pondríamos en huelga indefinida. Llegado el día, sin cambio alguno, la propuesta mayoritaria del comité de empresa es no ir a la huelga. En un ambiente muy tenso, la asamblea aprobó la huelga. Los dirigentes sindicales encajaron mal la decisión, lo que aún provocó más tensión. El viernes 14, todo el comité, con la excusa del inicio de las vacaciones, planteó la desconvocatoria de la huelga en la principal, lo que fue aprobado. Y el lunes 17, en una asamblea realizada en las inmediaciones de la factoría —la empresa cerró las puertas a la hora de la asamblea para impedir la entrada a los despedidos— culminó la jugada y consiguió desconvocar la huelga en compañías, presentando como alternativa el confiar en las gestiones con directivos de Navantia y Nervión. Tras la asamblea, aquellos trabajadores que no estaban de vacaciones entraron a trabajar. Eso sí: a pie, de uno en uno y con el pase en la boca, ante la pasividad del comité.

Ahora, 92 de los despedidos están pendientes de juicio contra su empresa. Un buen número de ellos mantiene una presencia cotidiana en las puertas de la factoría, para no ser olvidados.

Nada por inventar

Aunque es positivo buscar la solidaridad en el conjunto de los trabajadores de la comarca, lo primero es “hacer en casa los deberes”. No se puede afrontar seriamente un conflicto laboral sin afectar a la producción, que es lo que más interesa a los empresarios, por no decir lo único. Durante este conflicto —como en otros anteriores— no se han cortado decididamente las horas extras, justificando que se han negociado con el comité; se han negociado servicios mínimos no solo para mantenimiento, sino incluso para ¡reparaciones! (lógicamente, lo que más urge a la empresa); y ni siquiera se han organizado piquetes para garantizar que los paros fuesen respetados.

La única forma de conseguir pararles los pies a los empresarios es afrontando de una vez la situación de precariedad creciente con una visión de clase. Hay que combatir la enfermedad en sus causas, y no los síntomas que van apareciendo una y otra vez. Una vez más se ha hecho patente la necesidad de organizar y coordinar a los trabajadores de las diferentes auxiliares junto con los de la principal. En la medida que muchas de estas empresas ni siquiera tienen representación sindical, es imprescindible que de forma asamblearia se elijan representantes, revocables por la misma asamblea, que se puedan coordinar junto a los delegados sindicales para formar comités de huelga realmente operativos. Solo así podremos afrontar en condiciones las tareas que tenemos por delante: cumplimiento de las normas de prevención, limitación del número de empresas auxiliares, subrogación en caso de cambio de empresa subcontratista, imponer un porcentaje de trabajadores fijos, unificar condiciones laborales, etc. La subcontratación masiva y la precariedad son una realidad cotidiana, pero esto no implica tener que resignarse. El movimiento obrero siempre avanzó precisamente por negarse a aceptar la realidad que nos imponen y luchando por cambiarla.

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