La mayoría de los jóvenes hoy en día estamos condenados a la contratación precaria, los sueldos basura y unas condiciones laborales que las viejas generaciones creían ya desterradas. Con la crisis económica los empresarios han exprimido todavía más esta situación, los mileuristas ya no son quienes se encuentran en la peor situación: el paro masivo entre menores de 35 años, los EREs, los contratos por obra injustificados, la reducción de jornada, las horas "extras" no cotizadas que a veces doblan e incluso triplican el contrato... Todo esto y mucho más es el presente de los jóvenes trabajadores.
La mayoría de los jóvenes hoy en día estamos condenados a la contratación precaria, los sueldos basura y unas condiciones laborales que las viejas generaciones creían ya desterradas. Con la crisis económica los empresarios han exprimido todavía más esta situación, los mileuristas ya no son quienes se encuentran en la peor situación: el paro masivo entre menores de 35 años, los EREs, los contratos por obra injustificados, la reducción de jornada, las horas "extras" no cotizadas que a veces doblan e incluso triplican el contrato... Todo esto y mucho más es el presente de los jóvenes trabajadores.

Hace un par de meses abrió en Santiago de Compostela el restaurante de comida italiana Cambalache, las condiciones en que se encuentra la plantilla reflejan el panorama laboral de un modo nítido. Quien esto escribe fue contratado por la empresa Externa Servicios para realizar el reparto a domicilio de dicho establecimiento, como suele suceder en las subcontratas, nuestra situación empeoraba la de la plantilla principal, siendo ya la de ésta no precisamente para tirar cohetes.
Empecemos por el principio: el día que nos dieron los contratos se nos presentaron unos horarios de trabajo de 20 a 40 horas para que cada cual escogiera el más conveniente; esto no sería raro si no fuese porque todos ellos eran de media jornada. Es decir, que quien tenía un horario de 40 horas semanales, que en la práctica se convertirían en 45 o 50, en realidad estaba cotizando tan sólo 20. Para que aceptásemos firmarlo se nos aseguró que lo que se nos presentaba era un borrador, pero que días más tarde ya nos traerían los contratos con el horario ajustado; por supuesto era mentira. Así las cosas, dos compañeros se vieron obligados a hacer turnos que doblaban su jornada.

Trabajadores de usar y tirar

Si esto no fuera poco, se nos sometía a un período de prueba límite de dos meses, ideal para tener durante un buen tiempo a los trabajadores con la cabeza gacha por miedo a ser despedidos sin indemnización. Como nos temíamos, las irregularidades no terminaron aquí: se nos penalizaría si no devolvíamos el uniforme en perfecto estado una vez acabada la relación laboral, también se nos obligaba a pagar de nuestro bolsillo los productos que nos fuesen robados durante el reparto. Además, como no pertenecíamos a la plantilla principal, no teníamos derecho a comer o cenar en el restaurante, es más la comida sobrante se iba a la basura delante de nuestras narices, no se nos facilitaba ninguna taquilla ni vestuario, pero, eso sí,  cuando se nos requiriese deberíamos realizar tareas de cocina a pesar de no figurar en el contrato dichas obligaciones, ni tener carné de manipulador de alimentos... Es lo que sucede cuando se trabaja por el sueldo mínimo y sin convenio. Hablar de las nóminas, en las que nuestras horas complementarias son ocultadas bajo el insultante concepto de gratificación voluntaria para no adquirir antigüedad, sin pluses de nocturnidad ni peligrosidad, daría para otro artículo igual de extenso.
Pero lo peor estaba por llegar: una compañera, que había trabajado con un esguince en el brazo por miedo a ser despedida si se cogía la baja, cosa que sucedió unas semanas antes con un compañero de la plantilla del restaurante, y otro compañero, fueron literalmente zapateados sin la menor explicación ni previo aviso a menos de una semana de terminar el período de prueba y obligados a firmar el finiquito bajo repugnantes amenazas.
En definitiva, estos son los cambalaches del capitalismo en su fase más degenerada: mientras unos amasan dinero a costa de nuestra sangre, nosotros los trabajadores acumulamos explotación, sueldos de miseria y tratos degradantes... Hasta que un día digamos ¡BASTA!

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