La Primera Guerra Mundial significó un punto de inflexión sangriento en el desarrollo capitalista mundial: décadas de desarrollo de los monopolios, expansión colonial y militarismo sentaron las bases para una guerra abierta entre las grandes potencias europeas. El motivo de la contienda no era otro que el reparto de los mercados, las colonias y las esferas de influencia entre los dos bandos imperialistas enfrentados, igualmente reaccionarios. La guerra, como la revolución, conmueve a la sociedad capitalista hasta sus cimientos y pone al descubierto todas las contradicciones largo tiempo ocultas. Ante la prueba de la guerra todas las tendencias políticas del movimiento obrero tuvieron que abandonar las viejas formas diplomáticas y formulaciones ambiguas y se vieron obligadas a ponerse a un lado u otro de la barricada.

La primera víctima colateral de la Gran Guerra fue la Segunda Internacional que colapsó como un castillo de naipes ante el primer desafío serio a su internacionalismo. Con la honrosa excepción de los socialdemócratas serbios y rusos, todos los partidos de la Internacional votaron a favor de los créditos de guerra e ignorando las resoluciones de los congresos de Stuttgart (1907) y Basilea (1912) se unieron entusiastamente a la carnicería imperialista. La oleada de chovinismo que recorría Europa lo arrastraba todo a su paso. Incluso los izquierdistas del SPD, plegándose a la disciplina de partido, votaron por los créditos de guerra en el Reichstag, mientras que los sindicalistas revolucionarios franceses abandonaron rápidamente su demagógico llamamiento a la huelga general contra la guerra para unirse al gobierno de la Unión Sagrada.

La actitud ante la guerra de las diferentes tendencias de la socialdemocracia internacional no era más que una continuación de las políticas seguidas durante la época de paz, aunque exacerbadas al máximo por la situación bélica. Así, aquellos socialistas que habían sucumbido al oportunismo en el periodo precedente y se habían garantizado una vida cómoda al abrigo del Estado burgués, utilizaron toda su autoridad para encadenar a la clase obrera a su propia burguesía e imponer así la paz social durante la contienda. Junto a ellos se encontraban los supuestos izquierdistas o centristas, que, como Kautsky en Alemania, trataban de contemporizar entre las diversas fuerzas en conflicto y usaban una fraseología pacifista sin atreverse a romper con los socialchovinistas. A esta tendencia dedicó Lenin la mayor parte de su artillería dialéctica ya que justamente la consideraba la más nociva para la vanguardia proletaria, pues eran, según él, “de izquierdas en palabras y de derechas en los actos”.

En cuanto a la izquierda internacionalista, ésta quedó reducida al principio de la guerra a pequeños núcleos aislados de las masas, confusos y desorientados por la magnitud de la bancarrota de la Segunda Internacional. El propio Lenin no podía creer que la portada de Vorwärts del 4 de agosto de 1914, donde se daba cuenta de la aprobación de los créditos de guerra, fuese auténtica, y la achacaba a una falsificación del Estado Mayor alemán. Sin embargo, será de estos primeros núcleos de internacionalistas desperdigados por un continente desgarrado por la guerra, de donde surgirán los futuros partidos de la Internacional Comunista.

La misma división que se había dado en el conjunto de la socialdemocracia europea se traslado al POSDR, aunque en Rusia las posturas internacionalistas tuvieron mayor predicamento debido a la influencia del ala bolchevique revolucionaria. Los mencheviques acusaron su debilidad ideológica y se fracturaron en multitud de tendencias enfrentadas: desde las posturas abiertamente reaccionarias y defensistas de Plejanov, el antiguo teórico revolucionario, al internacionalismo de Mártov, quien por un periodo pareció acercarse a los bolcheviques.

Por su parte Trotsky permanecía al margen de ambas fracciones socialdemócratas y ponía en marcha desde Francia el periódico internacionalista Nashe Slovo (Nuestra Palabra) donde daba muestras de sus extraordinarias dotes como publicista. Los años de la guerra fueron también importantes para el acercamiento a los bolcheviques de diversos grupos internacionalistas, como el comité interdistritos de Petrogrado, al que pertenecía Trotsky, muy activo en este periodo, y que habrían de jugar un papel destacado durante la Revolución Rusa.

La posición de Lenin

Existe una gran confusión acerca de cual era la verdadera postura de Lenin hacia la guerra imperialista, el llamado derrotismo revolucionario, precisamente porque no se comprende la situación de Lenin durante los años de la Guerra Mundial. La principal obsesión de Lenin durante este periodo es construir una nueva Internacional revolucionaria que rompiera definitivamente con los oportunistas y toda la ralea socialchovinista. De ahí que la labor de clarificación ideológica, necesaria para superar el shock en que se encontraban las dispersas fuerzas internacionalistas al principio de la guerra, adquiriera en manos de Lenin la forma de exageración polémica, a fin de desterrar toda ambigüedad y establecer así la indispensable intransigencia en los principios. Por otro lado, consignas como “convertir la guerra imperialista en guerra civil” o “la derrota de Rusia es el mal menor” no estaban dirigidas a las masas de obreros y campesinos rusos, sino a los cuadros del partido bolchevique, que eran los únicos a los que Lenin podía llegar en los años de la guerra. El “defensismo revolucionario” no tiene nada que ver con propiciar la victoria del imperialismo alemán, como sostienen algunos críticos poco escrupulosos de Lenin, sino en defender una política de independencia de clase y oponerse a la paz social, también durante la guerra.

En cualquier caso, la clase obrera rusa nunca fue partidaria de la guerra mundial. Instintivamente comprendía la naturaleza reaccionaria de la misma e inició un movimiento espontáneo contra la guerra en las ciudades rusas cuando el conflicto bélico estalló. Sin embargo, este incipiente movimiento de oposición de los trabajadores fue ahogado por la movilización masiva de la vanguardia proletaria que era llevada a los frentes de guerra, mientras sus puestos en las fábricas eran ocupados por mujeres, jóvenes y elementos atrasados del campo. Por otro lado la pequeña burguesía urbana, presa de la histeria bélica, se convertía en ariete de la reacción y ayudaba a aislar a los elementos revolucionarios de las ciudades. En el ejército propiamente dicho predominaba el campesinado, que habría de sufrir los horrores de la guerra imperialista en sus carnes para llegar a odiar al régimen zarista que les había arrojado a semejante locura.

En estas circunstancias todo el peso de la represión cayó sobre los bolcheviques. Como en los peores tiempos de la reacción de Stolypin el acoso de la policía y los agentes provocadores llevó a la disgregación del partido que quedó reducido a núcleos locales sin apenas conexión entre sí. Durante algún tiempo la actividad bolchevique se centró en la fracción de la Duma, pero incluso ésta fue disuelta a principios de noviembre de 1914 y sus miembros arrestados.

Desde el exilio Lenin y un pequeño grupo de colaboradores (Zinoviev, Krúpskaya y Shlyápnikov, el encargado de mantener el difícil contacto con el interior) lanzaron un nuevo periódico, el Sotsial Demokrat, del que se publican 26 números entre octubre de 1914 y enero de 1917, todo un éxito si se tiene en cuenta el cierre de fronteras y el completo aislamiento del grupo de Lenin durante la guerra. Aunque pudiera parecer que el partido estaba diezmado y desarticulado, las tradiciones del bolchevismo seguían viviendo en las fábricas y en las trincheras, en el corazón y la mente de los trabajadores conscientes que habían sido ganados a las ideas bolcheviques durante el periodo de auge de 1912 a 1914.

El cambio de marea

La debacle del ejército ruso en el frente, como resultado de la ineptitud y la corrupción de los oficiales zaristas, acabó con el entusiasmo de los primeros meses. Entre la tropa y especialmente entre los suboficiales aumentó el ambiente de rechazo a la guerra y el recelo a los mandos. Los agitadores bolcheviques en el ejército encuentraron un auditorio más receptivo con cada nueva derrota zarista. A partir de la segunda mitad de 1915 el número de huelgas aumenta y con ellas la militancia y el número de organizaciones del partido. Especialmente sólida era la organización de los bolcheviques en la marina, el sector de las fuerzas armadas más fuertemente proletarizado. Cada uno de los grandes buques de la flota del Báltico tenía una célula socialdemócrata formada autónomamente. Estas células expresaban el descontento de la marinería por la mala comida y el despotismo de los oficiales, y aunque los bolcheviques intentaron detener las explosiones aisladas de rabia, los motines en la Marina comenzaron tan pronto como en 1915.

Tan electrizante era el ambiente entre las masas que un discurso en la Duma del liberal Miliukov, en el que atacaba al régimen con el único objetivo de conseguir de éste concesiones con las que poder aplacar a las masas, fue copiado y distribuido entre los trabajadores que lo utilizaron en su agitación contra la guerra y la autocracia. En 1916 el número de obreros en huelga superó al de 1905, mientras en el frente se empezaban a dar los primeros casos de confraternización con el enemigo y las tropas, incluidos los cosacos, eran cada vez más reticentes a la hora de reprimir a la población.

La crisis terminal del zarismo quedó en evidencia con el asesinato de Rasputín, el odiado consejero del zar y la zarina, a manos de otra fracción de la camarilla cortesana. Estas maniobras palaciegas sólo servían para escenificar la división y la impotencia de la clase dominante ante la profunda crisis social y política que había traído la guerra. En estas circunstancias las organizaciones bolcheviques acrecentaron enormemente su campaña de agitación clandestina y galvanizaron a las masas con las ideas de la revolución.

Mientras, en el exterior, Lenin continuaba con su batalla por la construcción de una nueva Internacional revolucionaria, para lo cual recomendó a los bolcheviques en el extranjero que trabajaran en las corrientes de izquierdas de los partidos socialistas de sus países de acogida. Estos esfuerzos tuvieron como resultado las conferencias internacionalistas de Zimmerwald en septiembre de 1915 y Kienthal en mayo de 1916. A pesar de que en estas conferencias predominaba el ala centrista y las posiciones de Lenin quedaron en minoría, de la entonces izquierda internacionalista de Zimmerwald estaban llamadas a surgir en el futuro, una vez que los acontecimientos de Rusia en 1917 demostrasen que la única vía para acabar con la guerra imperialista era la revolución socialista, las jóvenes fuerzas de la Tercera Internacional.

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