Una vez más las costas de Galicia están de luto. El ceremonial de la muerte vuelve a impregnar de nuevo las aguas gallegas, llevando consigo la ruina para los hombres y mujeres de la mar. En las tierras de la emigración llueve sobre mojado. No es lap Una vez más las costas de Galicia están de luto. El ceremonial de la muerte vuelve a impregnar de nuevo las aguas gallegas, llevando consigo la ruina para los hombres y mujeres de la mar. En las tierras de la emigración llueve sobre mojado. No es la primera vez, y seguramente no será la última, que la marea negra azote el corazón de la riqueza de nuestro pueblo. Galicia, como casi siempre, sufre las consecuencias más nocivas de una industrialización de la que sólo recibimos migajas. Lejos quedan las grandes proclamas de los políticos de turno después de todos y cada uno de los desastres ecológicos ocurridos hasta el día de hoy (Urquiola, Mar Egeo, Cason...).

La información acerca de la catástrofe dista mucho de ser objetiva por parte de las autoridades. De hecho, la cobertura que del suceso están dando la radio y la televisión públicas, intentando minimizar las consecuencias del vertido, manipulando a conciencia las noticias, se asemeja cada día más al NO-DO franquista. Esta es la línea informativa que interesa al gobierno del PP, y que les llevó no hace mucho a negar el éxito de la última huelga general en el Estado español, así como a rebajar escandalosamente el número de participantes en las manifestaciones. Pero negar la realidad tiene su precio y el PP empieza a pagarlo. Si alguna cosa está clara, es la total falta de medios, tanto técnicos como humanos, para hacer frente a la tragedia.

‘Todo controlado’

Desde el primer momento los responsables políticos hicieron mutis por el foro: el ministro Cañete, en una gran muestra de cinismo político, aseguró que todo estaba controlado y que aquello era un simple vertido, y Loyola de Palacio echaba balones fuera culpando a Gibraltar, mientras que Fraga no daba muestras de vida hasta más de una semana después (pasó el fin de semana cazando). Y con toda esta improvisación, el fuel va llegando a la costa en sucesivas oleadas, a caballo de las mareas. Según algunos expertos el vertido sobrepasa las 20.000 toneladas, aunque el gobierno sólo reconoce 10.000, y parece que la herida sigue abierta, pues técnicos portugueses y franceses dicen haber observado manchas de fuel justo en el punto donde el Prestige se hundió, lo cual, de confirmarse, vendría a echar por tierra las teorías de todos los que negaban esa posibilidad, con el gobierno a la cabeza.

Es increíble que el Prestige estuviese varias horas a la deriva y luego se paseara por todo el litoral gallego vertiendo el crudo, por la negligencia del Gobierno —algunos especialistas defienden que la mejor solución era la de acercar el Prestige hasta una ensenada, para una vez allí intentar traspasar el fuel a otro petrolero— y por los intereses privados de la empresa armadora dueña del buque y de las empresas de rescate, enfrascados todos en un macabro regateo.

Es escandaloso, por otro lado, la falta total de barcos especializados en tareas de remolque y de anticontaminación (no hay ninguno en todo el Estado), sobre todo teniendo en cuenta que de los once importantes desastres marítimos ocurridos en Europa en los últimos 30 años, siete de ellos (el 65%) han tenido lugar frente a las costas gallegas y que los derrames que asolaron el litoral de Galicia suman 300.000 toneladas de crudo, casi tantas como las vertidas en toda Europa (datos de La Voz de Galicia).

Los únicos que se salvan de esta mediocridad son las gentes del mar que con la ayuda de otros sectores de la población civil (estudiantes, ecologistas...) han estado siempre en primera línea de playa, anteponiendo sus ganas de hacer a la casi nula ayuda de la Administración.

Para las gentes que viven del mar toda esa situación es más de lo mismo. Acostumbrados como están a luchar contra las mareas negras, fueron los primeros en responder al desastre, ante la manifiesta incapacidad de las autoridades, que en ningún momento llegaron a estar a la altura de lo ocurrido. En pueblos como Laxe llegó un destacamento de la Marina con sólo una pala excavadora y sin apenas medios materiales con los que recoger el fuel, por no hablar de los dieciocho kilómetros de barreras para los más de cuatrocientos kilómetros de costa afectados.

Promesas y tensión social

Los efectos económicos y sociales de la marea negra pueden ser catastróficos en Galicia, amenazando los 120.000 puestos de trabajo en sectores que dependen directa o indirectamente del mar en toda la comunidad. Según cifras oficiales, en algunas localidades de la Costa da Morte afectadas por el vertido cerca del 40% del empleo está directamente relacionado con la pesca, el marisqueo y la acuicultura. En Fisterra un marinero declaraba a un periodista de El País (29-11-02): “Le voy a decir una cosa que todavía no le habrá dicho nadie, aquí ya se están comiendo muchos bocadillos. ¿Entiende lo que le digo? Pues que aquí se vive el día, y que van para quince los días que los barcos no se hacen a la mar”. La indignación era patente cuando luego añadía: “si esto sigue así, si el día 15 no llega el dinero de las subvenciones, si los de la Xunta se siguen riendo de nosotros como si fuéramos imbéciles, yo busco un pasamontañas y... y... y qué sé yo”. Un patrón mayor reconocía que si no llegan a tiempo las subvenciones “tendrán que venir los antidisturbios de Madrid”. En el caso del siniestro del Mar Egeo los afectados están recibiendo ahora el dinero, diez años después del accidente.

Se habla de treinta euros por cada afectado que dará la Xunta, a los que se sumarán otros diez de la administración central durante un período de seis meses, ayuda del todo insuficiente si tenemos en cuenta que la mayor parte de los damnificados, como las mariscadoras, percebeiros, etc., sacan en la época de Navidad una buena parte de sus ingresos del año. Si a esto añadimos que la recuperación de las zonas castigadas por la marea negra se va a demorar bastante más de los seis meses de ayudas prometidas, el panorama para esta gente es desolador. Tampoco faltarán, como es lógico, los llamamientos por parte de ministros y otros responsables a poner fin a estos desastres y nos dirán, por activa y por pasiva, todo lo que se disponen a hacer en un futuro próximo para remediar tanto sufrimiento.

Lo mismo que prometen año tras año organismos internacionales como la ONU o el FMI cuando abordan el tema del hambre en el mundo, todo son buenas intenciones, pero en la práctica cada año que pasa la diferencia entre ricos y pobres sigue aumentando y los niños siguen muriéndose de hambre mientras que sus gobiernos continúan pagando la deuda externa al Banco Mundial.

El capitalismo no se detiene ante la miseria humana ni ante los desastres ecológicos, pues en el fondo todas son ramas de un mismo tronco: el beneficio. En una época de recesión económica a escala mundial y de caída de los beneficios de las empresas, los magnates del petróleo, con la connivencia de gobiernos y organismos internacionales, no dejarán de recortar costes, tanto materiales como humanos, para subir su tasa de beneficios, aunque se llenen la boca de buenas palabras y se aprueben normativas que en la práctica nunca se van a cumplir.

En una sociedad capitalista el dinero es el que manda. Algunos datos ilustrativos de esa realidad: sólo uno de cada cinco petroleros que navega en el mundo está dotado de doble casco, característica considerada fundamental para la seguridad. La edad media de los 7.030 petroleros que hay en el planeta es de 18 años, y un 41% del total tiene más de 20 años, como el Prestige. La utilización de banderas de conveniencia, que permite una mayor relajación en las condiciones de seguridad del barco y peores condiciones laborales, es una práctica general. Mientras que a mediados de los años 50 sólo el 2% de los mercantes utilizaban banderas de conveniencia, a mediados de los años 90 la cifra se elevaba a más del 50%. De los 323 buques mercantes que hay en el Estado español sólo 18 (el 5%) están inscritos en el registro ordinario.

Por las costas gallegas pasan 1.200 petroleros al año, la mayoría en las condiciones arriba descritas. Resulta vergonzoso que las autoridades gallegas y centrales se comporten como si eso nunca pasara, como si fuera impensable una catástrofe como esta, declarando que “hicimos lo que estaba en nuestras manos” o que “contra una cosa de esas no se puede hacer más”. Los políticos de la derecha que ahora se llevan las manos a la cabeza en realidad defienden los mismos intereses sociales que las mafias del transporte marítimo y de las petroleras.

La incapacidad de la que hace gala el gobierno para gestionar la crisis es la constatación más evidente de que algo falla en la sala de máquinas del PP, que amenaza con seguir su singladura política a pesar de las grandes vías de agua abiertas en la sociedad española, aun a riesgo de llevar a pique a los sectores más desfavorecidos de la misma. Esta catástrofe será un revulsivo en las conciencias de amplios sectores de la sociedad y dará más fuerza a la idea de que es necesario empezar a cambiar las cosas de una vez por todas. Hay que poner fin a la dictadura del mercado, que sólo entiende de beneficios, dejando en la cuneta de la marginación a zonas enteras del planeta, sin más futuro que esperar un milagro que nunca llegará.

A Coruña, 29 de noviembre de 2002

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