La caída Adolfo Suárez puso de relieve, de una forma extraordinariamente dramática, la crisis del principal partido de la burguesía española.En un momento dado, Suárez llegó a afirmar que estaría ciento siete años del poder. Pero Suárez ni siquiera duró ciento siete meses y el nuevo gobierno de Calvo Sotelo será incluso más inestable que el anterior.

¿Cómo explicar la caída repentina y aparentemente inexplicable de Suárez? ¿Qué fuerzas están detrás de la crisis permanente de la UCD?

Si miramos hacia atrás, el ascenso de Suárez parecía un proceso irresistible. En torno a la persona de este funcionario, prácticamente desconocido para las grandes masas antes de 1976, se ha creado una auténtica mitología, atribuyéndole poderes casi super-humanos, como “el hombre que trajo la democracia”.

El marxismo no niega el papel del individuo en la historia. A veces, una persona puede incidir de una forma decisiva en el proceso histórico si es capaz de expresar ciertas tendencias arraigadas en los intereses de una clase social en un momento determinante.

No obstante, en la persona de este burócrata franquista, mediocre y provinciano, resulta imposible percibir las grandes cualidades intelectuales o morales que justificarían el papel de “superhombre” que le atribuyó en su día la prensa burguesa.

Los éxitos políticos de Adolfo Suárez no hay que buscarlos en sus cualidades personales, sino en la evolución peculiar de las relaciones entre las clases, en el turbulento período que siguió a la muerte de franco.

El poder del proletariado

El crecimiento explosivo de la industria española durante las dos últimas décadas del franquismo sirvió para minar totalmente las bases sociales de la dictadura. La clase obrera se convirtió en la mayoría decisiva de la población, desplazando y absorbiendo a las capas medias, en primer lugar al campesinado, quien en el pasado había representado las reservas sociales de la relación.

Las impresionantes olas de huelgas que hicieron tambalear la dictadura, pusieron de relieve el enorme poder del joven proletariado que se había recuperado totalmente de la derrota de 1939. La lucha de la clase obrera fue la fuerza motriz de todo el proceso de cambio, provocando crisis y divisiones en el seno de la clase dominante.

Las capas medias y los liberales burgueses, jugaron un papel insignificante en comparación con este movimiento de la clase obrera, que no tiene paralelo en la historia de ningún otro régimen dictatorial. Si los autodenominados políticos “democráticos” burgueses todavía conservan alguna pequeña influencia en la vida política del país, esto es debido únicamente al hecho de que los dirigentes de los principales partidos obreros les habían incluido en una serie de “frentes” fantasmas, como la Junta Democrática y, después, la Plataforma Democrática, impulsadas por el PCE y el PSOE respectivamente.

En los meses posteriores a la muerte de Franco, la sociedad española estaba convulsionada. Huelga general tras huelga general sacudió el país. Las bases de la clase media se sintieron plenamente identificadas con las luchas obreras. El régimen estaba abiertamente dividido. Inclusión en el ejército aparecían grietas.

Lo único que faltaba era una dirección suficientemente audaz para plantear la generalización de las luchas y la creación de comités de huelga ampliados, como el de Vitoria, generalizados y vinculados a nivel de todo el Estado. Los dirigentes, concretamente del PCE, hicieron todo lo posible para evitar una generalización de las luchas convocando las huelgas por separado.

Durante estos momentos, el destino de la sociedad descansaba en manos de la clase obrera. Pero la conciencia de las masas estaba por detrás de sus acciones. Tenía la posibilidad de cambiar la sociedad, pero no eran conscientes del poder que tenían en sus manos.

Los dirigentes que tenían que haberles explicado la situación, se dedicaban a convencer a los obreros de que tenían que buscar una “ruptura pactada”. El problema fue, ¿con quién? Los grupúsculos burgueses absurdos, que estaban en la “Platajunta”, no representaban nada ni a nadie. El gobierno Arias Navarro y Fraga, estaba intentando contener el movimiento basándose en los palos. Las actuaciones de los “demócratas” en esta situación eran toda una imagen de impotencia.

No obstante, las movilizaciones de las masas, culminando en la heroica huelga general de Vitoria, sirvieron para agudizar los conflictos en el seno de la burguesía que decidió eliminar al gobierno Arias-Fraga mediante un golpe palacio. Temiendo una explosión social, la clase dominante encargó a Suárez la tarea de llegar a un entendimiento con los dirigentes obreros.

A través de Suárez, la burguesía logró basarse en el apoyo de los dirigentes obreros para restablecer el “orden”. La reforma Suárez aceptada como moneda por los dirigentes del PSOE y del PCE fue un gigantesco fraude, cuyo objetivo central consistía en el mantenimiento de todos los aspectos más fundamentales del viejo régimen bajo una fachada de “democracia” formal.

Estos “demócratas” de última hora, juraron lealtad a la democracia pero su corazón permaneció fiel a los métodos que habían aprendido durante los últimos cuarenta años, desconfiando, totalmente, en la democracia en general y en los derechos democráticos de la clase obrera en particular.

La aceptación de esta maniobra por parte de los dirigentes obreros, indudablemente sorprendió a la burguesía que apenas podía creer en su buena suerte. Teníamos una situación irónica. Los obreros, que tenían el poder al alcance de su mano, confiaban en sus dirigentes. Éstos, a su vez, confiaban, ya no en los liberales y demócratas pequeño burgueses (que ni pinchaban ni cortaban), sino en los “fascistas de ayer” que, a su vez, dependían directamente de las juntas de administración de la gran banca.

De esta manera, nació el extraño aborto de la “transición”. Un engendro híbrido apoyado en sinfín de ambigüedades, ilusiones y mentiras, nutrido por una amplia papilla insípida de fórmulas engañosas y encubierto por el manto raído de “pactos” y “consenso”.

En el mundo gris de la “ruptura pactada”, los dirigentes obreros y los políticos burgueses intentaron desesperadamente reconciliar lo irreconciliable. Los obreros, sobre todo los activistas, desconfiaban de los demócratas de última hora de la burguesía. Pero sus dudas fueron acalladas por el coro unánime de sus dirigentes, alabando la conversión milagrosa del ex - .secretario general del Movimiento. Por su parte, los banqueros y los capitalistas, que habían apoyado y mantenido la dictadura durante cuarenta años, se ocultaron detrás de la bandera de la “reforma”, depositando su confianza en la capacidad de Suárez, hábil manipulador y político maquiavélico, para engañar a los dirigentes obreros, quienes imaginaban, seriamente, que los poderes persuasivos de este funcionario provinciano eran el factor vital que impedía un golpe de estado y una "involución".

Un equilibrio inestable

En realidad, la oligarquía sólo había hecho estas concesiones bajo la presión del movimiento de las masas. Y solamente estaba dispuesta a seguir haciendo concesiones en la medida que se sentía amenazada. Mientras Carrillo y Felipe González miraban hacia arriba, profundamente impresionados por el supuesto poder de la clase dominante, los estrategas del capital estaban mirando hacia abajo, a los movimientos en las fábricas, en la calle y los barrios obreros.

De esta manera, las dos fuerzas principales de la sociedad quedaban en una situación de equilibrio inestable. La clase dominante, llena de pánico, desorientada y dividida, no era capaz de seguir dominando con los métodos de antes, mientras que la clase obrera estaba paralizada por la actuación miope de sus direcciones. Y en medio de este equilibrio, se levantó una tercera “fuerza”: el centro.

La Unión de Centro Democrático no surgió como consecuencia de una necesidad imperiosa, de grandes acontecimientos o del renacimiento de viejas tradiciones. Fue un matrimonio de conveniencia, apresuradamente pactado, entre los viejos políticos franquistas, buscando credenciales democráticas, y los nuevos políticos liberales, buscando un lugar en el sol.

Uno de los puntos más débiles de la burguesía española en todo el período de la transición ha sido la inexistencia de un partido sólido y estable, capaz de defender los intereses de la clase dominante. En un momento de apuro, la burguesía se agarró a UCD esta coalición raquítica de antiguos franquistas y vulgares activistas “democráticas” y la hizo suya.

Aterrorizada por el peligro de una polarización entre las clases, la oligarquía se vio obligada a ocultar sus intereses y opiniones, detrás de la máscara grotesca del “centro”, ese puente imaginario en el aspecto político en el que todos los colores quedan reducidos a un gris impasible y vacío. Este hecho, de por sí, fue una admisión explícita de su impotencia.

Pero una vez montada esta estructura artificial sin raíces, sin historia y sin tradicionesempezó a adquirir una cierta base. Este hecho es sólo explicable por la propia dinámica del proceso de la toma de conciencia de la clase obrera.

Trotsky explicó una vez, que si la revolución es la fuerza motriz de la historia, el fascismo es un gigantesco freno. Tras cuarenta años de dictadura, las masas, sobre todo las masas de la clase media, tenían enormes ilusiones en la democracia burguesa.

En los primeros meses de 1976, las capas medias miraban con esperanza hacia el movimiento de la clase obrera. Pero cuando las luchas obreras no resultaron en un cambio fundamental de la sociedad, buscaron una salida por el “camino de menor resistencia”.

Tras un largo período de dictadura, es inevitable que las ilusiones en la democracia burguesa ganasen terreno entre las masas. Con una política socialista audaz, los dirigentes obreros podían haber reducido esta fase al mínimo, facilitando la transición de la clase media hacia el socialismo, mediante una crítica implacable a UCD y a la “reforma Suárez”, combinándolo con una defensa seria de las reivindicaciones democráticas más avanzadas.

Pero los dirigentes del PSOE y del PCE, hipnotizados por la idea de la ruptura pactada, lejos de combatir la política Suárez y del “centro”, se identificaron con ella, potenciando con su propia autoridad la imagen “democrática” de Suárez y del “centro”. Las masas de la pequeña burguesía y los sectores más atrasados de la clase obrera, amas de casa, gente mayor, etcétera... sacaron sus conclusiones y votaron a Suárez en las elecciones generales de 1977 y nuevamente en las de 1979.

No obstante, nada más coger la fruta del poder en sus manos, ésta se convirtió cenizas. Todas las contradicciones acumuladas de la sociedad española salieron a la superficie. El paro, el problema nacional, el terrorismo... una a una, fueron presentando las facturas impagadas de la historia.

A lo largo de su mandato, el gobierno Suárez ha sido totalmente incapaz de solucionar ni uno solo de los problemas más urgentes de la sociedad. Las masas hicieron un balance de la experiencia de la democracia burguesa y sacó un cero. Se trata un pequeño malentendido entre las masas de la clase obrera, las capas medias y los políticos de la “democracia”. Para éstos, la democracia se reduce a un escaño en el parlamento, una cartera ministerial, apariciones en televisión y, sobre todo, un buen sueldo.

Para la clase obrera y las masas de la pequeña burguesía, la democracia es algo infinitamente más concreto. Desde luego significa todo los derechos democráticos: el derecho de huelga, asamblea, expresión, asociación... pero significa también otros derechos: el derecho a un puesto de trabajo, a tener una vivienda digna y un salario decente, una educación para sus hijos, una jubilación decente...

Cinco años de “democracia”

Tras cinco años de “democracia”, las masas se preguntan: “¿Qué ha cambiado realmente?” El fraude descarado de la “reforma Suárez” queda cada vez más patente. En el fondo, todo sigue igual que antes: los mismos capitalistas, los mismos burócratas, los mismos policías, los mismos carceleros... y, encima, el azote del paro, los cierres de empresas, la inflación...

El desánimo y la desilusión de las masas, está en proporción a las exageradas ilusiones que tenían antes. El colapso de las luchas democráticas, se traduce, como una primera reacción, en una tendencia generalizada hacia la abstención: se produce un descenso brutal de la militancia en los partidos y sindicatos, empezando por la juventud. Hay menos participación en las elecciones, menos asistencia a asambleas...

Al sentimiento generalizado de desánimo y frustración, se añade el látigo del paro, que hace dudar a los obreros de su propia fuerza. Se produce también un descenso en el número de huelgas.

Una política realista

Durante todo este período, los dirigentes del PSOE y del PCE, imaginaban que estaban “consolidando la democracia”. Creían que su comportamiento “moderado” y su política “realista”, eran factores fundamentales para evitar una “involución” y lograr una democracia estable.

Los éxitos del “centro” y de Suárez, no dependían de la fuerza de la burguesía como imaginaban Felipe González y Santiago carrillo, sino de la debilidad y las vacilaciones de los dirigentes del PSOE y del PC”. Sin el apoyo de estos dirigentes el gobierno Suárez no habría durado hasta ahora.

Los dirigentes reformistas, esperaban que con el ala “liberal” de la burguesía en el poder, iban a conseguir un régimen democrático estable, sin conflictos y sangre. Lo único que han conseguido es preparar el camino para convulsiones más violentas y sangrientas en el futuro.

La política “reformista” de Suárez, fue solamente una maniobra de las Cien Familiar, en un momento en que éstas se sentían amenazadas por las huelgas y movilizaciones de los trabajadores. Los banqueros y los capitalistas se apoyaban en Suárez y éste se apoyaba en los dirigentes obreros, quienes le dieron las gracias desmovilizando a la clase obrera, primero mediante los Pactos de la Moncloa y, más tarde, con el AMI.

Pero la política “realista” de Carrillo y Felipe no ha logrado convencer a burguesía, que comprende perfectamente que, detrás estos dirigentes, están millones de trabajadores que no ven las cosas exactamente con los mismos ojos que sus dirigentes.

Incluso la persona de Suárez, era contemplada por un sector importante de la oligarquía con recelo y sospecha. En los cuarteles, en la Comisión Permanente del Episcopado y, más importante, los consejos de administración de la banca, el desafortunado presidente era considerado como demasiado radical en sus innovaciones: autonomías, divorcio, la ley de autonomía universitaria, la reforma fiscal. “¿Acaso tenemos que ir tan lejos?” La burguesía echaba pestes contra la debilidad de Suárez y su gobierno.

Sin embargo, estas maldiciones, inconscientemente, iban dirigidas contra su propia impotencia de cara a la clase obrera. La dependencia de Suárez de acuerdos y pactos con los partidos obreros, no era otra cosa que una expresión parlamentaria de la actual correlación de fuerzas de clase.

En la naturaleza contradictoria de la política del “consenso”, yacía el germen de su propia destrucción. Mientras Felipe y Carrillo se esforzaban por llegar a acuerdos con un imaginario sector “progresista” de la burguesía, agarrándose a fantasmas legales (parlamento, construcción...), el auténtico poder seguía en manos de la oligarquía y sus seguidores.

Los banqueros y los capitalistas, dejaron a los políticos las apariencias del poder, mientras ellos se contentaban con mover los hilos desde la sombra del anonimato. Todo el truco salió claramente a la luz con la caída de Suárez. Desde el primer momento hasta el último, esta nueva “revolución palaciega” se desarrollaba totalmente margen del parlamento y los mecanismos de la “democracia”.

Felipe y Carrillo protestaron contra esta lamentable falta de consideración para el parlamentarismo. Pero la verdad es que en este régimen una auténtica caricatura del parlamentarismo burgués el parlamento es simplemente la cáscara vacía, un adorno inútil, mientras que todas las decisiones importantes son tomadas en otros lugares: en las juntas administración de la banca, las comisiones de obispos y en las reuniones privadas de los altos mandos del ejército. Esta situación es normal en todos los países de democracia burguesa. La única diferencia es que aquí como en otros tantos terrenos la burguesía española se limita a imitar los productos de sus rivales europeos y siempre con peor calidad. El fraude existe en todos los países, pero en el Estado español, para no romper la tradición, se practica abiertamente y con toda la cara del mundo. En vez de lamentar la forma de la dimisión (mejor dicho la destitución) de Suárez, los dirigentes obreros tenían que haber denunciado el auténtico contenido, desenmascarando el auténtico mecanismo de la política en este país. Vinculándolo con el escandaloso caso Arregui, los dirigentes del PSOE y del PCE, podrían haber forzado la convocatoria de elecciones anticipadas, que, en estas circunstancias, hubieran significado una derrota total para UCD.

Podrían haberlo hecho. Pero no lo hicieron. Nuevamente, los dirigentes del PSOE y del PCE, han preferido la imagen de “respetabilidad”, “moderación” y “realismo”.

Pero ¿cuáles han sido las consecuencias de esta política “realista” a lo largo de los últimos años? Ellos mismos lo han dicho. Un proceso cada vez más claro de “derechización” de UCD. Una actitud cada vez más intransigente por parte de los empresarios. Un desprecio abierto hacia la democracia por parte de los altos mandos de la policía y el ejército y un claro triunfo del sector más “integrista” de iglesia.

¿Cómo se explica este repentino e esperado fenómeno de “derechización”? Los amigos de los pactos y el “consenso”, se rascan la cabeza: “Hemos sido tan moderados y realistas... ¡Y así es como nos recompensan!” Los “realistas” imaginaban que la política es algo como un juego de ajedrez, en que cada jugador muestra siempre el más absoluto respeto por “las reglas del juego”.

Desgraciadamente, la política no es un juego, sino un reflejo de la lucha de clases y el resultado de la lucha de clases no está determinado por “reglas”, ni parlamentos, ni constituciones, sino por la fuerza.

Por mucho que lamentemos que la sociedad todavía no ha sabido apartarse de estos métodos "primitivos" y por mucho que quisiéramos un sistema más "racional" para solucionar nuestros problemas, ahí están los hechos y los hechos admiten dudas.

El proceso de "derechización" de UCD y la caída de Suárez, no ha sorprendido a la intendencia marxista del PSOE, representada por Nuevo Claridad. Lo preveíamos hace mucho tiempo y tiene una explicación muy simple.

La burguesía española solamente hizo ciertas concesiones a la “democracia” cuando se vio amenazada por el movimiento de la clase obrera. En la medida en que esta amenaza se iba reduciendo (gracias una determinada política "realista" y "moderada", claro está), los banqueros y monopolistas, recuperaban su confianza y, finalmente, decidieron que ya era hora de proclamar el "fin de la transición" y empezar a dar marcha atrás.

“La razón se convierte en sinrazón”, dice Hegel. Y así ha sido. El fruto de la "moderación" en temas salariales, ha sido un creciente ambiente extremista en los círculos empresariales (véanse las negociaciones del AMI). El “realismo” sobre la Constitución ha dejado al aparato estatal en manos de los torturadores fascistas (caso Arregui). La política de “consenso” ha logrado una polarización, cada vez más evidente, de la vida política del país, fruto de la agresividad de los banqueros y capitalistas, cuya expresión más clara fue el discurso de Leopoldo Calvo Sotelo representante por excelencia de la oligarquía española en el discurso de investidura.

Todo los obreros socialistas y comunistas, todo los militantes sindicalistas, deben meditar profundamente sobre estos hechos. El giro de la política de la burguesía no es casualidad, sino una consecuencia inevitable de toda la política anterior de pactos y “consenso”. En vez de conseguir “paz social”, “estabilidad” la “consenso de la democracia”, esta política ha preparado un nuevo período de luchas y convulsiones, con un alto precio para la clase obrera.

A través de su experiencia, las masas de la clase obrera, empezando con sus sectores más avanzados los activistas de UGT, CCOO, PSOE y PCE llegarán a la conclusión de la imposibilidad de pactos y acuerdos con los capitalistas. Necesitamos una política audaz y agresiva en defensa de nuestros puestos de trabajo y nuestro poder adquisitivo. Necesitamos la unidad en la acción de toda la clase obrera contra la CEO y la UCD. Sobre todo, necesitamos una campaña seria, organizada por los dirigentes del PSOE y del PCE, contra este gobierno reaccionario del gran capital.

Los intentos de Calvo Sotelo de atacar el nivel de vida y restringir los derechos de la clase obrera, provocarán una ola de resistencia. Sus ataques contra el derecho al divorcio y la autonomía de los estudiantes, conducirán a la radicalización de amplias capas de la clase media, de las mujeres y de la juventud. El intento de entrar en la OTAN y la política irresponsable hacia la construcción de centrales nucleares, tendrán el mismo resultado.

Hemos entrado en un nuevo y turbulento período en la historia del Estado español. Marx explicó que las ideas se convierten en una fuerza material cuando penetran en las mentes de las masas. En los acontecimientos que se avecinan, amplios sectores de la clase obrera y la juventud comprenderán que la única salida para la sociedad, es la aceptación, por parte de las organizaciones obreras mayoritarias PSOE, PCE, UGT y CCOO de un programa marxista revolucionario, el único programa capaz de conducirnos hacia la conquista del poder y la transformación socialista de la sociedad.

23 de febrero de 1981

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