“El capitalismo ha fracasado. Viva, pues, el socialismo”. “No existe una tercera vía entre el capitalismo y el socialismo. Debo hacer una autocrítica: nosotros mismos intentamos esa supuesta tercera vía y debemos decir que no existe. Es un desastre, peor aún, una farsa”. Estas frases, pronunciadas por el presidente venezolano Chávez, y su propuesta de que la revolución venezolana avance hacia el socialismo, un nuevo socialismo “del siglo XXI”, abriendo un debate en el seno del propio movimiento revolucionario sobre las características concretas que debe tener ese socialismo y los medios para construirlo, está electrizando y movilizando a centenares de miles de jóvenes, trabajadores y campesinos venezolanos. Por primera vez en mucho tiempo, el socialismo no aparece ante los ojos de las masas como una utopía sino como una posibilidad real por la que luchar.

 

Desde la victoria en el referéndum del 15 de agosto, cuando un 60% de los votantes, casi 9 millones de venezolanos, —el mayor número de votos, con muchísima diferencia, que haya recibido nunca presidente alguno de este país— decidieron ratificar a Hugo Chávez en la jefatura del Estado. Las principales características que definen la situación en Venezuela se pueden resumir en una creciente radicalización e incremento de la organización y participación de las masas, el debilitamiento acelerado de las fuerzas de la oposición contrarrevolucionaria y el fortalecimiento innegable del apoyo al proceso revolucionario y al propio Chávez.

Tras la nueva victoria arrolladora en las elecciones a alcaldes y gobernadores del 31 de octubre pasado (que puso al frente de 21 de los 23 estados del país a gobernadores que se declaran chavistas, y un porcentaje similar en las alcaldías) los últimos sondeos realizados hace un par de semanas por la encuestadora privada Datanálisis, cuyos vínculos con la oposición son notorios, otorgan a Chávez un nivel récord de apoyo: el 70%.

Avance en la conciencia y organización de las masas

La victoria en el referéndum no fue el resultado de una mera movilización electoral de las masas sino la culminación de un proceso consciente, masivo y organizado de participación de los trabajadores, los campesinos y los pobres de las ciudades. Más de tres millones de personas que nunca se habían inscrito en el censo porque no se sentían representados por ningún partido se inscribieron para ratificar a Chávez. El ambiente extraordinariamente crítico con muchos dirigentes locales, regionales y nacionales que se declaran revolucionarios pero han hecho lo contrario de lo que las masas esperaban (y el propio Chávez defiende), no se convirtió en decepción y frustración, sino que empujó a las bases revolucionarias a tomar ellas mismas en sus manos la tarea de organizar la batalla para ganar el referéndum.

Cientos de miles de personas se organizaron en patrullas en cada manzana, bloque y empresa, etc. Estas patrullas a su vez se organizaban en Unidades de Batalla Electoral (UBE) en cada parroquia (barrio). A pesar del intento de los sectores reformistas —los que quieren que la revolución no sobrepase los límites del capitalismo— y burocráticos de la dirección por coartar la participación desde abajo y controlar las UBEs, en muchas de ellas las bases impusieron sus decisiones desde abajo. Después del referéndum, muchas UBEs no se han disuelto sino que se han convertido en Unidades de Batalla Social para luchar por reivindicaciones concretas en cada barrio. El intento de los sectores reformistas y burocráticos de la dirección por controlarlas y limitar su autonomía sólo ha tenido éxito parcialmente puesto que en bastantes casos, ya sea como UBES ya como Asambleas populares, muchas siguen funcionando y planteando la profundización de la revolución. Para millones de venezolanos el 15 de agosto no fue el final de la lucha sino el principio. Esta idea se resume en la consigna lanzada por el propio Chávez de hacer “la revolución dentro de la revolución”.

La revolución debe llegar hasta el final

Para las masas esto significa que la revolución debe abordar una transformación económica definitiva del país, sustituir el aparato burocrático estatal, las estructuras del estado burgués, por un nuevo aparato surgido de abajo y basado en el control de las asambleas sobre los representantes y resolver así los problemas concretos que siguen existiendo: acabar con el desempleo y la economía informal, erradicar el déficit habitacional (1,8 millones de personas sin vivienda o con viviendas de baja calidad), seguir adelante con los planes sociales, las Misiones, que por primera vez han llevado sanidad y educación a millones de venezolanos que nunca habían tenido acceso a ella.

Las Misiones constituyen uno de los principales logros hasta ahora del proceso revolucionario. El ingreso del estado, sobre todo de la petrolera estatal PDVSA, se destina directamente a financiar las Misiones pero éstas se han organizado en la gran mayoría de casos al margen de la estructura del estado, mediante la participación de las propias comunidades, el voluntariado y el sacrificio militante de las bases revolucionarias. La Misión Barrio Adentro ha instalado más de 15.000 médicos cubanos en las zonas más empobrecidas, abriendo miles de consultorios y clínicas populares en zonas donde antes no existía ningún tipo de asistencia sanitaria. Las Misiones Robinson I y Robinson II han alfabetizado a más de un millón y medio de personas y tienen como objetivo que, en breve, Venezuela se convierta en la segunda nación latinoamericana, tras Cuba, que logre erradicar el analfabetismo. La Misión Ribas ha abierto el acceso a la educación secundaria a centenares de miles de personas, sobre todo adultos que abandonaron sus estudios y la Misión Sucre está permitiendo el acceso a la educación superior a los sectores más pobres, tradicionalmente excluidos de la misma. Además, se ha creado la Universidad Bolivariana, que tiene como objetivo desarrollar un nuevo modelo de educación, insertado en la sociedad y basado en una concepción solidaria y comprometida con las luchas y problemas sociales.

Estas medidas han sido complementadas con otras como una red de mercados públicos populares (Mercal), cuyo objetivo es luchar contra la especulación y el desabastecimiento vendiendo productos a precios más bajos; la Misión Vuelvan Caras, que forma a desempleados y luego orienta proyectos para que éstos se incorporen al mundo laboral a través de cooperativas o microempresas que ellos mismos crean; una red de bancos públicos que suministran micro-créditos para construcción y compra de viviendas, cooperativas, etc.

Lucha entre reforma

o revolución

Muchas de estas medidas han supuesto un paso adelante y han incrementado aún más el apoyo a Chávez, aunque al mismo tiempo están haciendo emerger numerosas contradicciones. En muchos casos la financiación empieza a resultar ya insuficiente para las necesidades y las expectativas crecientes de las masas. Los salarios de los trabajadores de las Misiones se cobran con retraso y tanto la cuantía de éstos como los derechos laborales son inferiores a los de cualquier otro trabajador. Muchos empresarios han disfrazado sus empresas como cooperativas buscando ayudas públicas, mientras se aprovechan de la ausencia de sindicatos para incrementar la explotación de la mano de obra. A principios de abril se graduaron los primeros 300.000 alumnos de la Misión Vuelvan Caras, pero el objetivo no estará conseguido hasta que encuentren un trabajo digno que les permita sobrevivir.

Las esperanzas de las masas chocan con la crisis del capitalismo y el saboteo de los empresarios. La utilización de la capacidad productiva instalada está en un 54% y la inversión privada es ridícula, alrededor de un 10% del PIB, a pesar de que PDVSA y el propio gobierno también están dando ayudas a los empresarios, y los tipos de interés son negativos (16% frente a una inflación del 19%).

Los deseos de las masas de tomar el control de las Misiones, extenderlas y mejorarlas, corregir deficiencias, empieza a chocar cada vez más claramente con sectores de la burocracia del Estado, que impiden la participación de los trabajadores y estudiantes en la dirección de las Misiones. Los reformistas y la burocracia controlan la mayor parte de las instituciones. No obstante, la lucha de clases se está expresando en los enfrentamientos cada vez más abiertos que se producen dentro del propio aparato del Estado, en el que existen sectores revolucionarios o bajo la influencia directa del movimiento revolucionario. Sin embargo, aunque la burguesía no tiene el control directo de muchas instituciones en estos momentos, éstas no han sido sustituidas todavía por una nueva institucionalidad revolucionaria basada en el movimiento obrero y los demás sectores explotados. Esta es una de las principales amenazas que enfrenta la revolución.

Otro aspecto decisivo que decidirá el futuro de la revolución es el choque de las esperanzas de las masas de una transformación económica —y los planes de Chávez, intentando darles respuesta— con los límites del sistema capitalista.

Los sectores procapitalistas y reformistas que existen en la dirección del movimiento bolivariano, tras la victoria del 15 de agosto, esperaban llegar a algún acuerdo con el imperialismo, abrir una negociación con los empresarios y utilizar los ingresos del petróleo para impulsar una política de apoyo del estado a la inversión privada. Estos sectores controlan o tienen una posición determinante en la mayor parte de los ministerios económicos (Planificación, Finanzas, Energía y Minas, etc.) y al menos una parte de sus propuestas se está aplicando.

Un sector importante del imperialismo, tras su derrota clara en el referéndum comprendió que no existían condiciones a corto plazo para intentar un nuevo golpe o un fraude. Este sector impuso inicialmente una táctica que consistía en reconocer la victoria de Chávez e intentar apoyarse en esos sectores reformistas para frenar la revolución mientras preparaban el terreno para volver a la ofensiva a medio plazo.

Su problema es que, aunque los sectores reformistas controlan más o menos directamente bastantes resortes de poder, su política es absolutamente minoritaria dentro del movimiento bolivariano y choca con los anhelos de las bases, cuya participación y conciencia siguen avanzando y sacando conclusiones cada vez más radicales. El propio Chávez, a pesar de los intentos de los sectores pro-burgueses por aislarle de las masas, mantiene un profundo vínculo con éstas y sigue reflejando sus aspiraciones. Su discurso revolucionario —y varias de las medidas que ha impulsado— están estimulando aún más al movimiento revolucionario. Desde el inicio del proceso el presidente, y en general la dirección del movimiento, están sometidos a presiones de clase diferentes pero en cada momento decisivo la presión que ha tendido a expresar Chávez —y cada vez más fielmente— es la de abajo. Esto ha sido decisivo para que el imperialismo se haya convencido de que su única alternativa es eliminarle y aplastar la revolución, como puedan y en cuanto puedan.

El imperialismo

y la contrarrevolución

En las filas del imperialismo y la burguesía crece la inquietud. El gobierno estadounidense ha intensificado nuevamente la agresividad de sus ataques contra Chávez y la revolución venezolana. En el Estado español, el grupo Prisa (Cadena Ser, El País...), con importantes intereses en toda Latinoamérica, se ha sumado a esta campaña. Los capitalistas combinan su control todavía hegemónico de la economía venezolana —lo que les permite seguir saboteándola— con la presión diplomática internacional y la campaña de desprestigio y aislamiento contra Chávez y la revolución. Intentan cambiar lo antes posible la correlación de fuerzas y pasar nuevamente a la ofensiva para derrocar a Chávez y derrotar la revolución, ya sea con el asesinato de Chávez, un golpe de Estado o una intervención más o menos indirecta del imperialismo, provocando un conflicto desde la vecina Colombia, utilizando al gobierno ultra reaccionario de Uribe. Mientras la prensa silencia la carrera armamentística del gobierno Uribe en la frontera colombo-venezolana, los movimientos amenazantes de tropas estadounidenses (como las recientes maniobras no notificadas al gobierno venezolano de los marines en la isla de Curaçao), la actuación permanente y creciente de paramilitares y los servicios secretos colombianos en Venezuela, presenta como “amenazas a la paz” cualquier medida defensiva tomada por Chávez, como la compra de fusiles para organizar el adiestramiento de los reservistas (millares de trabajadores que se han apuntado para aprender el manejo de las armas) o la propuesta de crear Unidades de Defensa Popular en prevención de cualquier posible intervención imperialista contra la revolución.

El problema fundamental del imperialismo es que el apoyo a la revolución en Venezuela no retrocede, aumenta, y en todo el continente la movilización de la clase obrera y los sectores populares sigue creciendo, como han vuelto a demostrar los acontecimientos en Bolivia. Es más, por primera vez desde el inicio de la revolución venezolana, la clase obrera —animada por la victoria del 15 de agosto y las propias declaraciones de Chávez— entra con sus propias aspiraciones y propuestas en escena.

Por ello, hoy por hoy, debido a la enorme debilidad de la contrarrevolución en Venezuela y el auge revolucionario que se vive en todo el continente, el eje central de actuación de la contrarrevolución se está centrando en el saboteo económico, mediante una verdadera huelga de inversiones y de la fuga masiva de capitales, que se ha triplicado en los últimos años. Tratan de minar, de ese modo, la base social de apoyo a Chávez, preparando el terreno para un desenlace más violento en el futuro.

La clase obrera

da un paso al frente

Empresas abandonadas por sus empresarios y que fueron ocupadas por los trabajadores, como Venepal y CNV, han sido expropiadas por el gobierno, que mantiene la propiedad del 51% de las mismas y entrega su gestión a los trabajadores organizados en cooperativa. Chávez ha presentado estas acciones no como una excepción, sino como un modelo a seguir cuando los capitalistas saboteen o abandonen sus empresas. Chávez habla de “cogestión” pero en un contexto de ascenso revolucionario como el actual podría derivar en el control obrero.

En la industria pesada del Estado Bolívar, donde se concentran los batallones pesados de la clase obrera venezolana, así como en la empresa con más trabajadores del país, la eléctrica estatal CADAFE, se ha lanzado también la “cogestión”. El director que Chávez nombró para la empresa pública ALCASA es uno de los dirigentes del sector más a la izquierda del chavismo y fue designado precisamente para ensayar allí la cogestión, como primer paso para su extensión hacia las otras empresas públicas. Esta cogestión, en la práctica, tiene elementos de control obrero, con asambleas regulares en la entrada de la fábrica donde se eligen comisiones de trabajo que rinden cuentas y discuten todos los aspectos relacionados con la gestión de la empresa (salarios y condiciones, organización del trabajo, licitaciones, etc.). En varios casos, los gerentes elegidos son trabajadores que han decidido mantener los mismos salarios que tenían en su puesto de trabajo.

Chávez ha planteado en las empresas privadas una cogestión empresarios - trabajadores. Esto encierra un peligro para la clase obrera en la medida que se corresponsabilice a los trabajadores de la finalidad última que tiene una empresa privada: la obtención de beneficio. Aun así, en un contexto en el que la clase obrera está a la ofensiva y los capitalistas no invierten, incluso esta propuesta contradictoria, probablemente produzca una agudización de la lucha de clases.

En la eléctrica estatal CADAFE el intento de los trabajadores de participar decisivamente en la gestión de la empresa ha chocado con la gerencia, controlada en este caso no por revolucionarios sino por reformistas. Ello ha provocado una creciente movilización de los trabajadores, que incluso se ha reflejado en discursos y medidas contradictorias en el seno del gobierno. El debate sobre la “cogestión” y el control obrero está llegando a PDVSA, donde el control obrero fue una realidad en varios centros de producción durante la lucha contra el paro patronal de diciembre de 2002. Sin embargo, la ausencia en aquel momento de una organización revolucionaria que agrupase a la vanguardia obrera y defendiese, extendiese y generalizase aquella experiencia fue decisiva para la desarticulación de los embriones de organismos revolucionarios que habían surgido. El resultado es que se ha formado una nueva tecnoburocracia y vemos como el sabotaje de la producción (cierre temporal del centro de producción en Amuay, abandono del mantenimiento de pozos, etc.), la corrupción y la mala gestión han vuelto a la empresa de la que depende más del 50% del presupuesto nacional venezolano, y amenazan con minar el futuro inmediato del proceso revolucionario. Esto ya está provocando una reorganización y radicalización de los sectores revolucionarios de la industria petrolera para luchar por introducir y recuperar el control obrero en PDVSA.

En hospitales públicos, en la educación, en las Misiones, etc. se suscita el mismo debate. Los trabajadores (y estudiantes en el caso de la educación) quieren participar en la elección de las autoridades y en la gestión de los centros. En la central sindical surgida de este proceso revolucionario, la UNT, también vemos extenderse la lucha entre reforma y revolución. Día a día nuevos sindicatos que se crean desde abajo o que rompen con la CTV se incorporan a la UNT. Ésta ha arrebatado los sectores más combativos y decisivos de la clase obrera venezolana a la burocracia golpista de la CTV, como ha demostrado de forma palmaria el último 1º de Mayo. La marcha de unos pocos centenares de burócratas y activistas de los partidos contrarrevolucionarios de oposición en apoyo a la CTV contrastaba con los centenares de miles de trabajadores que volvían a lanzarse, como un imparable tsunami rojo, por las principales avenidas de Caracas en apoyo al “nuevo socialismo” y la “cogestión”.

El desenlace

no está decidido

La lucha que se está desarrollando en todos los ámbitos es, en estos momentos, la lucha entre la reforma y la revolución en el interior del movimiento bolivariano. En las elecciones internas a candidatos del Movimiento Quinta República (MVR) para las elecciones a concejales y juntas barriales numerosas candidaturas surgidas desde la base, o al menos con un contenido crítico y más a la izquierda, se imponen. El aparato burocrático intenta impedir que la voluntad mayoritaria de las bases se exprese. En la UNT hemos visto a sectores burocráticos sumarse al proceso revolucionario por presión de las bases, en parte distorsionándolo e intentando así frenar la radicalización de los trabajadores y los sectores más a la izquierda del sindicato, que buscan un programa y una estrategia socialista que permita a la clase obrera ponerse al frente de este proceso revolucionario y llevarlo hasta el final.

Este ala izquierda tiende a nuclearse en torno a los dirigentes que aparecen como más honestos y con una tradición de lucha y una trayectoria política más revolucionaria. Pero el punto central es que los activistas obreros revolucionarios de la UNT se doten de un programa, un método y unos análisis genuinamente marxistas y elaboren un programa de transición al socialismo que les permita agrupar a toda la izquierda del movimiento bolivariano y hacer real y palpable, dándole un contenido revolucionario concreto, el socialismo. Los marxistas de la Corriente Marxista Revolucionaria - El Militante estamos participando en este sector de izquierdas con nuestras propias alternativas, impulsando la creación de una Tendencia de Izquierdas Socialista en la UNT en torno a un programa genuinamente marxista.

De cómo se salde esta lucha en los próximos meses o, incluso, años dependerá el futuro de la revolución. Los reformistas, al menos los más inteligentes, no se atreven en estos momentos a oponerse al discurso socialista de Chávez pero sí plantean que ese socialismo debe mantener el capitalismo, no tocar la propiedad de la banca y las grandes empresas, etc. La presión de las masas y, en particular, de la clase obrera va precisamente en el sentido contrario y cada vez son más los trabajadores que intuyen que la principal amenaza a la revolución es que no tomemos el control de los principales medios de producción, que estos sigan en manos capitalistas y no se resuelvan los problemas económicos y sociales de las masas. Si esto ocurre existe el peligro de que la contrarrevolución pueda volver a movilizar a su base, hoy dividida y neutralizada, con manipulaciones y engaños y sectores amplios de las masas, hoy movilizados y esperanzados, puedan ver frustrados sus anhelos. Esto anunciaría una nueva ofensiva contrarrevolucionaria, como vimos en otros procesos revolucionarios: Chile, Nicaragua.

Por lo tanto, hay que completar la revolución bolivariana y dotar a ese socialismo del siglo XXI del que habla Chávez de un contenido concreto: la nacionalización de los medios de producción fundamentales y de la Banca bajo control obrero. Ese es el requisito para la planificación de la economía en función de los intereses de la mayoría de la sociedad.

El viento de la lucha de clases, en Venezuela y en todo el continente, sigue soplando en la dirección más favorable para el avance de la revolución, y el socialismo es, por primera vez en mucho tiempo, una posibilidad real al alcance de nuestras manos. La lucha no ha terminado y la victoria depende única y exclusivamente de que los revolucionarios sepamos aprovechar esta oportunidad y armar a las masas con las ideas, el programa y el método del genuino marxismo.

William Sanabria

Dirigente de la Corriente Marxista Revolucionaria (CMR)

y miembro del Comité de Redacción de El Topo Obrero

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