Los acontecimientos de Moscú han demostrado el cinismo de la camarilla dominante rusa y su falta de consideración por la vida de su propia población. Putin ha demostrado ser totalmente despiadado y, al mismo tiempo, tiene el cinismo de clamar contra el “terrorismo internacional”.

Con la brutalidad característica de las fuerzas especiales rusas, éstas asaltaron el teatro y lanzaron un gas que en teoría tenía el objetivo de incapacitar a los secuestradores pero en la práctica ha llevado a la muerte a 120 retenidos (en el momento en que se escribe este artículo), sin contar los 90 “desaparecidos” y todos los secuestradores (rematados con un tiro en la nuca). Esa salvajada fue aplaudida por toda la “democracia” occidental, incluido Kofi Annan, secretario general de la ONU.

Los acontecimientos en el teatro de Moscú han servido de excusa a Putin para implantar de forma abierta y descarada la censura de los medios de comunicación, a los que se les ha prohibido, directamente, criticar cualquier medida del gobierno en relación a la lucha contra el terrorismo. Además, el gobierno de Putin ha lanzado una ofensiva militar a gran escala en Chechenia.

Todo eso revela el carácter reaccionario y salvaje del gobierno de Putin pero también el carácter pernicioso de los métodos del terrorismo individual. Con el secuestro pretendían atraer la atención sobre el sufrimiento de Chechenia y han fracasado de forma estrepitosa. Al final ¿qué han conseguido? Sólo aumentar la amargura y el odio entre los pueblos ruso y checheno. Han dado credibilidad a la propaganda de los reaccionarios rusos que desean presentar a los chechenos como salvajes y asesinos. Han dado a Putin un pretexto para aumentar la represión. Con estos métodos la causa del pueblo checheno no aumenta un ápice.

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