En el momento de escribir este artículo llegan los primeros datos de las elecciones celebradas en los territorios ocupados para elegir el sucesor de Arafat al frente de la Autoridad Palestina. Son datos aún parciales, pues uno de los más significativos, el de participación, todavía no está confirmado.

 

En cualquier caso sí ofrecen toda una serie de claves para la realización de un primer análisis que no puede desligarse de los acontecimientos de los últimos cuatro años, desde que estalló la segunda Intifada.

Los últimos cuatro años

La Intifada estalló como consecuencia del evidente fracaso del llamado proceso de paz de los años 90. Este estallido popular se produce en el momento en que Israel, a través del gobierno Barak, ya había puesto todas sus cartas sobre la mesa, mostrando lo máximo que jamás estaría dispuesto a conceder —un mini-estado palestino, sin ninguna viabilidad, en Gaza y parte de Cisjordania—, impidiendo así que Arafat pudiese seguir claudicando. Desde entonces, Israel diseñó su estrategia orientada a la derrota de las legítimas aspiraciones nacionales del pueblo palestino.

Esa estrategia se ha basado, por un lado, en la represión militar brutal: destrucción de infraestructuras y asesinato de miles de palestinos, entre ellos los dirigentes políticos de la Intifada. Por otro, una política menos llamativa, pero igualmente brutal: demolición de viviendas, expropiación de tierras, restricciones a los movimientos..., tendente a desmoralizar a la población.

Así mismo, el gobierno israelí, fue aplicando una política de hechos consumados con el objetivo de preparar las condiciones físicas para la construcción de un mini-estado palestino de una forma unilateral. Dos hechos destacan en esta dirección: la creación del muro en Cisjordania, que anexiona a Israel parte de los territorios ocupados (a esto se suma varios cientos de kilómetros de carreteras que unen asentamientos de colonos) y la retirada unilateral de Gaza, sacrificando un puñado de colonos para confundir a la opinión pública internacional, apareciendo con este hecho como un gobierno moderado frente a la extrema derecha religiosa israelí. Además, la reciente incorporación del laborismo a un gobierno de concentración nacional sirve para enmascarar esta retirada-trampa como una medida progresista.

La guinda de todo el pastel pasaba por la deslegitimación permanente de la Autoridad Palestina (AP), buscando un enfrentamiento inter-palestino y un recambio a un Arafat demasiado vinculado al movimiento de resistencia palestina.

La muerte en extrañas circunstancias de Arafat, junto a la elección del hombre del imperialismo en la zona, Abu Mazen, ha coronado este proceso. El objetivo es evidente: utilizar a éste como traidor*, como en su momento a Arafat, y tratar de llegar a una solución final**.

Los resultados electorales

Una primera lectura de los resultados demuestra que el margen de Mazen es muy escaso. Finalmente, las cifras oficiales parecen dar un 62,3% de voto a Mazen, frente a un 19,8 % de Mustafa Barguti y un 11% a los otros cinco candidatos. Sin embargo, lo que de una forma machacona se nos está vendiendo como un triunfo arrollador tiene otra interpretación.

En primer lugar, el supuesto 70% de participación no es sobre el total del censo, sino sobre el número de inscritos para votar. Además, los candidatos de oposición han denunciado que las urnas se mantuvieron abiertas dos horas más de lo previsto —sospechosamente, en este tiempo, aumentó un 20% la participación—, que la tinta con la que se marcaba a los votantes, en vez de borrarse a los dos días se borró a las dos horas, y otra serie de hechos que ponen en duda la limpieza del proceso. Bien es cierto que, por motivos obvios de seguridad, no existe un censo claro y cerrado, pero se suele cuantificar en torno a 1.800.000 los palestinos con derecho a voto. De ellos se han inscrito aproximadamente 1.200.000. Con lo que realmente, incluso dando por buenos los discutibles datos oficiales, Abu Mazen habría obtenido un respaldo en las urnas de en torno al 30% de los que tienen derecho a voto. La AP y Al Fatah están incidiendo en que la baja participación es fruto de las dificultades derivadas del régimen de ocupación militar que soporta la población. No cabe duda que este es un factor importantísimo. El caso de Jerusalem Este es un claro ejemplo de esto. Israel ha prohibido hacer campaña y el miedo justificado a que ir a votar signifique la retirada de la documentación que les permite vivir allí o beneficiarse de la seguridad social hace que apenas un 20% haya votado. Sin embargo lo que Mazen no dice es que Hamas *** y la Yihad habían hecho un llamamiento al boicot. Es indiscutible que además de las dificultades objetivas, la alta abstención tiene un marcado cariz político de rechazo a lo que supone Mazen. Solo hay que comparar los datos con los de 1996, cuando existían ilusiones en el proceso de paz para darse cuenta. Entonces votó el 86% en Gaza y el 73% en Cisjordania, sacando Arafat un 88,2% de los votos.

El margen de Mazen

Estos datos ponen de manifiesto que el triunfo de Mazen es de todo menos arrollador. En un contexto donde una fuerza muy importante en Gaza, como Hamas, no se presentaba, donde las presiones conjuntas de Mazen y el imperialismo hicieron que el encarcelado dirigente de la Intifada Marwan Barguti (no confundir con Mustafa) retirase su candidatura, era evidente que el candidato único del partido mayoritario tenía que ganar. Lo importante era por cuanto. Además, es bastante significativo el casi 20 % obtenido por Barguti, un candidato situado a la izquierda, vinculado a históricos de la izquierda palestina como Edward Said y apoyado entre otros por el izquierdista Frente Popular de Liberación de Palestina. Se presenta a sí mismo como una alternativa democrática a Al Fatah y los fundamentalistas. Este voto refleja el profundo malestar con la corrupción rampante (se calcula que, desde los acuerdos de Oslo, un tercio de los 8.000 millones de dólares de ayudas internacionales se han “perdido” por el camino) y con el conjunto de la gestión de la AP, incapaz de arrancar ninguna concesión seria. A este voto por la izquierda hay que sumarle el del candidato del FDLP y el del Partido del Pueblo.

Las primeras decisiones de Mazen apuntan por donde van los tiros. Quiere reorganizar las fuerzas de seguridad palestina y utilizarlas para tratar de acabar con la Intifada. Ya ha favorecido a Mohamed Dahlan lo que ha llevado a la dimisión del otro jefe de estas, Rajub, que en su carta de dimisión recomienda “limitar la influencia extranjera en los cuerpos de seguridad”, en alusión evidente a la CIA y los servicios secretos egipcios. Bush ya ha invitado a Mazen a la Casa Blanca pero la euforia de la diplomacia occidental parece no tan justificada.

Es cierto que hasta el momento Israel está consiguiendo sus objetivos. Sin embargo hay un elemento de la ecuación que no controla. La capacidad impresionante de resistencia del pueblo palestino. Mazen tiene un margen pequeñísimo, es improbable que este hombre pueda sofocar la Intifada. No hay que olvidar que no duró ni cuatro meses como primer ministro encargado de gestionar la Hoja de Ruta (el enésimo plan del imperialismo para derrotar la Intifada). Esto no significa que no podamos asistir a un periodo de unos meses de tregua y de acuerdos parciales con Israel. La retirada de Gaza puede suponer un balón de oxigeno para Mazen, que podría presentarse con un hecho concreto que aliviaría las penosas condiciones de vida en la franja.

¿Cuál es la salida?

La situación socioeconómica hace que decenas de miles de palestinos no tengan nada que perder, salvo la vida. Según el último informe del Banco Mundial, desde el estallido de la segunda Intifada la renta percápita ha caído un 33% y más del 50% vive bajo umbrales de pobreza, 1.700.000 viven con menos de 2,1 dólares diarios y 600.000 con menos de 1,5 dólares. De hecho esta catastrófica situación no se ha traducido en una bajada de brazos, al contrario incentiva la lucha.

Este año va a haber elecciones municipales y legislativas en Palestina. Como se realizan parcialmente ya tenemos algunas indicaciones. En las municipales del 23 de diciembre en 26 ciudades de Cisjordania, tradicionales feudos de Al-Fatat, Hamas obtuvo un 35% y puede llegar a la alcaldía de 13 de ellos. En este contexto la idea de que con la muerte de Arafat se elimina un obstáculo para la paz es una tontería sin base material. Incluso el propio Mazen, presionado por la situación, sabe que hay límites difícilmente superables, no le quedó más remedio que declarar: “No aceptaremos un acuerdo que no nos conceda un estado palestino soberano en las fronteras de 1967 y con capital en Jerusalen Este” (El Mundo, 11-1-05). El pequeño problema es que Israel jamás aceptará esto. Por eso, más allá de maniobras o acuerdos temporales, esta contradicción, que llevó a la segunda Intifada, es irresoluble y condena a Mazen al fracaso.

No hay ningún tipo de salida estable sobre bases capitalistas. Incluso en el marco de dos estados capitalistas las contradicciones actuales se multiplicarían. Sin embargo, no basta la voluntad de resistir, el futuro vendrá marcado por la capacidad de la izquierda de dotar a la Intifada de un programa socialista.

* El carácter claudicante de Mazen se demuestra con el hecho de que tan pronto como en octubre de 1995 fue responsable de la firma del acuerdo secreto con el ex ministro de Justicia israelí Yossi Beslin que ha servido de base a negociaciones posteriores. Este acuerdo asume la anexión a Israel de 130 asentamientos, la permanencia del ejército israelí en el Valle del Jordán y acepta un cambalache creativo por salvar el escollo de Jerusalén, al pueblo de Abu Dis se le cambia el nombre a “Al Quds” (el nombre árabe de Jerusalén) y se le hace capital del mini-estado, mientras que el Jerusalén de verdad permanece ocupado y rodeado por Israel.

** La llamada solución final no sería sino la más amarga de las derrotas para el pueblo palestino. Se aceptaría la creación de una farsa de Estado palestino en el 25% de la Palestina histórica, sin continuidad territorial, control sobre fronteras y recursos naturales clave como los acuíferos, sin capitalidad en Jerusalén y renunciando al derecho al retorno de millones de refugiados. De paso Israel se quita de en medio un tremendo quebradero de cabeza. En 2020 los palestinos serán 9 millones por 6,5 millones los israelíes. Evidentemente, Gaza y el 80% de Cisjordania que Israel está dispuesto a dar son, máxime con estas cifras, imposibles de gestionar como territorios ocupados, implican una factura muy alta y quitárselos de encima empieza a ser una necesidad.

*** Organización fundamentalista cuya influencia ha crecido significativamente, especialmente en Gaza. Justificó su llamada al boicot por no realizarse a la vez las elecciones legislativas (marcadas finalmente para julio) en las que previsiblemente hubiesen obtenido mejores resultados.

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