El Buen Patrón, la película dirigida por Fernando León de Aranoa y protagonizada por Javier Bardem, no ha dejado de llenar salas, superando ya el millón de espectadores. ¿Por qué está cosechando tanto éxito durante tantas semanas seguidas? La respuesta no se encuentra sólo en la gran actuación de su protagonista o en su ácida dirección, sino en que es un fiel reflejo de algo que todas y todos conocemos bien: la figura de ese empresario español casposo, ruin y paternalista, y la precariedad, abuso y explotación que padecemos las y los trabajadores.

Veinte años después de la majestuosa ‘Los lunes al Sol’, Fernando León de Aranoa nos presenta a Julio Blanco, el jefe de una empresa que fabrica balanzas industriales, quien está a punto de recibir un premio a la excelencia empresarial. Este personaje se presenta irónicamente amable: un patrón que se preocupa por sus trabajadores, a los que considera sus hijos e hijas, que parece escucharlos y a los que dirige chascarrillos ingeniosos.

Una "simpatía" grotesca que choca desde el comienzo con la realidad que viven las y los trabajadores, concretamente con el despido de unos de sus empleados. Este trabajador decide plantarse, acampando frente a la empresa, y poniendo en riesgo el codiciado premio al que aspira. A partir de ahí, Julio Blanco actúa sin escrúpulos, intentando utilizar a la policía, conseguir el apoyo del Alcalde al más puro estilo de la Gürtel o la Púnica, o a través de su amistad con el dueño del principal medio de comunicación local. Es decir, la marca más genuina del caciquismo español.

La película refleja de una forma fehaciente a ese empresario chusco, patriota, machista, cínico y completamente oportunista. Su único principio es ganar dinero a costa de lo que sea, incluso adaptando su discurso y sus ideas a las modas o tendencias del momento, ya sea la economía verde o ese "feminismo" empresarial impostado. Intenta darse una fachada de modernidad, con el discurso del emprendimiento y la responsabilidad social. Pero nos encontramos, como ocurre con el grueso de ese empresariado patrio, con un empresario que ha heredado su empresa y su riqueza familiar. Vamos, un niño de papa.

Los despidos de una patronal insaciable, la represión laboral, el desprecio de clase hacia las y los trabajadores, el machismo, el racismo y las corruptelas como motor de funcionamiento de estos empresarios, son aspectos que se desarrollan en la película y que millones hemos sufrido en nuestras propias carnes. El lema del señor Blanco de “esfuerzo, equilibrio y fidelidad”, propaganda que los capitalistas también nos intentan vender a través de los medios de comunicación del sistema, choca con la realidad asfixiante que padecemos la mayoría.

Pero como el mismo patrón admite al presenciar una protesta, las pancartas “nunca dicen nada bueno” (para los capitalistas). Para terminar con el poder de los buenos patrones, el paro, la precariedad laboral, para seguir desnudando el carácter parasitario del capitalismo y de la clase dominante, para transformar las condiciones de vida de los trabajadores y la juventud obrera, tanto dentro como fuera de la pantalla, la organización y la lucha es el único camino.

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