La huelga que se inició el día 11 de enero en Forjas Alavesas y que poco a poco se extendió al resto de las empresas Mevosa, Areitio, Gabilondo, Apellániz, Cablenor, Aranzábal, Talleres Velasco… fue un éxito de participación de los trabajadores en las asambleas de fábrica, en las generales y en las movilizaciones. La dirección de la lucha fue totalmente correcta, los objetivos de las plataformas reivindicativas eran muy claros: subidas salariales lineales, reducción de la jornada laboral, mejorar las condiciones de vida y trabajo.

Después de dos huelgas generales con apoyo parcial, el 3 de marzo fue un rotundo éxito, y el estado policial, con un Gobierno franquista con Fraga Iribarne, reprimió de una forma salvaje, asesinando a cinco trabajadores e hiriendo a más de 150 trabajadores muchos de ellos de bala, por el miedo que tenía a que se extendiera por el resto del Estado español.

El día 5 de marzo de 1976 la huelga general tuvo un apoyo masivo por parte del movimiento obrero. A raíz de esta lucha, con protagonismo de la clase trabajadora, las mejoras en los convenios colectivos tuvieron un gran avance en materia económica y social y a nivel político. Vitoria fue la puntilla para terminar con la dictadura.

En mi opinión, las lecciones más relevantes de aquella lucha fueron: la necesidad de una dirección con plena confianza en la capacidad de lucha de la clase trabajadora, reivindicaciones unitarias, la asamblea como centro de decisión y la unificación de las alternativas obreras, la coordinación de las luchas y su extensión, haciendo solidario al conjunto del movimiento de la clase trabajadora, la necesidad de organizarse en cada empresa, por sectores de actividad industrial, por provincias, en la comunidad autónoma, en todo el Estado y por supuesto a nivel internacional. La necesidad que participemos y que debatamos juntos nuestros problemas, que comprendamos que nuestros problemas tienen su origen en un sistema económico de libre mercado injusto que utiliza en su beneficio los medios de comunicación, las leyes, los gobiernos, la judicatura, la policía y los ejércitos.

Hoy como ayer, el problema es el capitalismo, un sistema económico que necesita para desarrollarse incrementar los niveles de explotación y opresión a todos los trabajadores, a todos los niveles y en todo el mundo, sustituir mano de obra más cara por nueva tecnología o mano de obra barata, privatizar empresas y servicios públicos y expoliar las riquezas de los países del tercer mundo.

En la actual situación de cierre masivo de fábricas, el aumento del desempleo, el hundimiento de los salarios, la privatización de la sanidad y otros servicios esenciales, han creado la base para una desigualdad y una polarización de los últimos 40 años; ni la extensión de nuevas ramas de información (Internet…), ni la globalización de las relaciones sociales y económicas han impedido la creciente pauperización de la sociedad: una pequeña isla de la prosperidad, lujo y privilegios obscenos rodeados por un océano de miseria.

Esta desigualdad ha alcanzado niveles similares a los del periodo de entreguerras del siglo pasado. Repitiendo la historia a una escala ampliada, a la proletarización creciente de amplios sectores de las clases medias y al empobrecimiento de los trabajadores.

Este es el combustible que propulsa la lucha de clases en todo el mundo. Países enteros han sido arrasados, poblaciones enteras se les ha arrancado de cuajo cualquier esperanza y se les ha empujado al abismo.

Todos los elementos de la crisis orgánica del capitalismo surgen a la superficie con fuerza: el militarismo, las guerras más atroces, el integrismo religioso de todo tipo, o el recrudecimiento de la cuestión nacional.

Ante la decadencia del capitalismo es necesario hoy más que nunca la unidad de la izquierda y de todos los sindicatos de clase para echar al PP, PNV, CIU y a sus adláteres, los responsables directos del sufrimiento de la mayoría de la sociedad.

Hay que defender un programa socialista que nacionalice la banca y las grandes empresas. La economía tiene que estar al servicio de la mayoría y no de una minoría de corruptos y estafadores.

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