Después de cuatro largos años de vodevil con las supuestas deliberaciones sobre la constitucionalidad del Estatut de Catalunya, el Tribunal Constitucional (TC), un órgano estatal completamente desprestigiado y nada democrático, dejó caer la bomba de la sentencia. Una sentencia reaccionaria cuyo evidente objetivo político era la provocación. En el más puro estilo franquista, la sentencia repite y machaca con la fórmula de la "indisoluble unidad de la nación española", la misma expresión que la cúpula militar salida de la dictadura impuso en el artículo 2 de la Constitución de 1978 en la Transición.
Después de cuatro largos años de vodevil con las supuestas deliberaciones sobre la constitucionalidad del Estatut de Catalunya, el Tribunal Constitucional (TC), un órgano estatal completamente desprestigiado y nada democrático, dejó caer la bomba de la sentencia. Una sentencia reaccionaria cuyo evidente objetivo político era la provocación. En el más puro estilo franquista, la sentencia repite y machaca con la fórmula de la "indisoluble unidad de la nación española", la misma expresión que la cúpula militar salida de la dictadura impuso en el artículo 2 de la Constitución de 1978 en la Transición.

Masiva movilización contra la sentencia del Estatut

La sentencia del TC ha revelado su aspecto más reaccionario sobre todo en dos puntos: la falta de respeto a la lengua catalana y a la identidad nacional de Catalunya. La manifestación histórica del 10 de julio, con un millón y medio de participantes, da una idea del amplio rechazo social que ha levantado la sentencia en Catalunya. El mismo texto de la sentencia, que se publicó el día anterior a la manifestación, fue un excelente acicate para la participación. El sentimiento a favor de la independencia presente en la manifestación, que se expresó en los lemas que se corearon, hay que situarlo en este contexto de hartazgo ante un aparato del Estado reaccionario y provocador, de defensa ante un nuevo atropello a los derechos democrático-nacionales de Catalunya.
A la vuelta del verano, con las elecciones catalanas ya convocadas para el 28 de noviembre, es interesante ver las reacciones y los efectos de estos acontecimientos políticos en los diferentes partidos.

Los cálculos de CiU

Por un lado, CiU, que en un principio es la más beneficiada del accidentado recorrido del Estatut (aunque los 11 puntos de distancia en intención directa del voto con los que aventaja al PSC se deben fundamentalmente a la incapacidad de este útimo de hacer una política en beneficio de su base social) ha corrido a enfriar los ánimos "soberanistas" y a sumergirse de nuevo en la ambigüedad que le es característica desde los años de los gobiernos de Pujol. Los años en que CiU pactaba con el PSOE o con el PP con la excusa de la política del "peix al cove" ("pescado en el cesto", expresión similar a la de "pájaro en mano"). Ahora, Artur Mas no quiere ni oír hablar de consultas (sobre la independencia), lo que queda relegado para un futuro lejano e indeterminado. De lo que se trata para CiU ahora es de reclamar el concierto económico. Es de esto de lo que van a hacer bandera, de la cuestión del balance económico entre el Estado y Catalunya, algo que de cara a su electorado, conservador, y de cara a la burguesía, es muy atractivo. Y desde luego, por encima de los derechos democrático nacionales que dicen defender, los líderes de CiU, con Duran i Lleida a la cabeza, se ofrecerán para la "gobernabilidad" del Estado, igual que el PNV, siempre que sea necesario.  

El descontento con el ‘tripartit' marcará las elecciones del 28-N

PSC y ERC, según los sondeos, son los que van a tener un mayor retroceso electoral tras la segunda edición del gobierno tripartit. La nefasta política del tripartit en todos los terrenos, hace que el PSC tenga la peor intención de voto de la historia reciente, según todas las encuestas. El 45% de su electorado está desencantado, y la mitad de éstos, todavía duda de a qué fuerza política dar su apoyo. La salida de Castells (el conseller de Economía, líder del sector catalanista del PSC y defensor acérrimo de las contrarreformas en el terreno social) de las listas electorales, es un movimiento que pretende preservarse ante un mal resultado más que previsible. La incorporación del ministro de Trabajo -Celestino Corbacho, ex alcalde de L'Hospitalet e impulsor de la reforma laboral que ha dado pie a la huelga general del 29 de septiembre- no va a contribuir a levantar la intención de voto al PSC en el cinturón rojo de Barcelona. Más bien, al contrario.
ERC está planteando que sólo pactará con aquellos partidos que apoyen la convocatoria de una consulta sobre la independencia en la próxima legislatura. Los dirigentes de ERC intentan, a la desesperada, frenar el batacazo que muestran los sondeos. El 15% de sus votantes en las últimas catalanas muestran ahora sus preferencias por CiU, el 25% duda y sólo el 44% dice que repetirá. Además, para ponerle más emoción, la candidatura de Laporta, el ex presidente del Barça, y la escisión de Reagrupament, pueden restarle algún diputado. En cualquier caso, la promesa de los dirigentes de ERC de pactar sólo con los que apoyen la consulta es poco creíble.
Por último, la coalición de ICV y EUiA (el referente de IU en Catalunya) es la única que defiende repetir el tripartit. Sin embargo, el atractivo que tenía la formación de un gobierno tripartit cuando la izquierda ganó abrumadoramente a CiU se evaporó producto de una política de ataques, recortes sociales y represión, de la que ICV ha sido completamente partícipe. Una política verdaderamente de izquierdas hubiera sido el mejor antídoto ante el peligro de la vuelta de la derecha. Por tanto, la formación de un gobierno de la izquierda no se puede plantear en abstracto, hay que vincularlo con un cambio profundo de política y programa.
En el tema de la cuestión nacional, ICV y EUiA han lanzado la propuesta de hacer una consulta en la que, además de la opción de la independencia, se contemple la opción de la federación. Sin embargo, una federación en la que los derechos democrático nacionales se respeten y se preserve la unidad de la clase obrera sólo puede ser consecuencia de la defensa intransigente del derecho a la autodeterminación unido a la lucha por acabar con el capitalismo.
Ese es el único programa que puede segar la hierba bajo los pies a la burguesía catalana, a los dirigentes de CiU, a Laporta y Carretero (líder de Reagrupament), que tratan de utilizar los sentimientos nacionales para defender sus intereses de clase.
Las elecciones catalanas se van a producir en un contexto de gran malestar social y, al mismo tiempo, de enorme separación entre los sentimientos de las masas y la política oficial. En los próximos números dedicaremos más espacio para un balance crítico de lo que ha significado el tripartit y las perspectivas políticas para las que tenemos que prepararnos la clase obrera y la juventud en Catalunya.

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