Al constituirse el 8 de agosto de 1844 la Sociedad Santa Cecilia se iniciaba el aprovechamiento de los yacimientos de plata de Hiendelaencina. El éxito inicial atrajo un gran número de individuos a esta localidad, siendo así que el censo de población de 1857 arrojaba la cifra de 4.068 habitantes -cuando anteriormente apenas sobrepasaba los doscientos-, no existiendo entonces una concentración de trabajadores de tal magnitud en ningún otro punto de la provincia de Guadalajara. En 1865 trabajaban allí 613 mineros. 

Largas jornadas laborales, métodos de explotación primitivos en condiciones tan penosas que exigían un sobreesfuerzo agotador, numerosos accidentes de trabajo con elevada mortalidad, así como muertes "alevosas" por disputas y peleas, sobre todo en días de cobro, completaban un oscuro panorama para los obreros de estas minas. En 1870, el trabajo a destajo se retribuía a 2 pesetas en la mina (la jornada), mientras las mujeres y niños, trabajando en superficie les pagaba a 0,83 y 0,93 respectivamente. Este sueldo era tan escaso que en 1889 "solo les daba para una mala alimentación (...) que en gran parte solo consumen patatas cocidas y de pan de trigo y centeno"*

El castillete de una de las minas.

De la segunda mitad del siglo XIX nos llegan las primeras noticias sobre intentos de los obreros de defenderse.

La crisis de subsistencias de los años 1856-57 hizo que apareciera en algún periódico de Madrid  la noticia de un levantamiento de los trabajadores de Hiendelaencina, "por cuestión de subsistencias, que escasean por doquiera por motivo de los temporales..."  (La España, 30-1-1856)

En febrero de 1892  los mineros de la mina de Nueva Santa Cecilia se declararon en huelga, la  que llevaron a cabo en perfecto orden demandando aumento de jornal.

Los obreros  de  las minas de Hiendelaencina crearon sociedades recreativas y de socorros mutuos, pero sin que sepamos el motivo, la denominada Sociedad de Trabajadores de Hiendelaencina ni tan siquiera contestó a la propuesta del Consejo Federal de la Federación Regional Española -la sección española de la I Internacional- , cuando en enero de 1871, desde las páginas de La Solidaridad se les propuso adherirse a la I Internacional. 

Las organizaciones obreras de clase encontrarían dificultades para organizarse en Hiendelaencina. Allí existió el modelo de colonia en boga para obreros con sus familias, como lo fue el pueblo de La Constante, construido por la empresa inglesa del mismo nombre. Sus calles rectas y limpias, su higiene, su escuela para niños, su hospital, su tienda, su iglesia (construida por los mismos trabajadores)...., contrastaban con el áspero ambiente de Hiéndelaencina. Allí no había riñas, ni desórdenes, allí imperaba el paternalismo empresarial que trataba de imponer sus valores de obediencia y jerarquía.

Iniciado el nuevo siglo el tiempo efectivo de trabajo era de diez horas y media, empleándose una hora en la comida y media en el almuerzo al no haber tiempo de subir a la superficie. Los barreneros y estibadores, trabajando en el fondo de las profundas galerías llegaban a  cobrar salarios de hasta 3,50 pts. En superficie los adultos cobraban dos pesetas y los niños entre 0,40 y 0,50 pts.

Las condiciones de trabajo seguían siendo duras: "...Trabajaban a la mortecina luz de los candiles de aceite, que ellos mismos habían de aportar, con el calor de las galerías profundas de algunas minas, a 500 ó 600 m. que obligaban a actuar casi desnudos, basta el detalle sobrecogedor de que en algunos sitios se llegaba a 47 grados y se intentaba reducir, con obras especiales, a 25 y como máximo 38 grados; a lo cual debe añadirse la ventilación escasa (aunque mejoró con la nueva maquinaria) y el polvo producido por las perforadoras mecánicas. En cambio el acceso se realizaba ya en montacargas (...); las escalas sólo se empleaban en los pocillos interiores de comunicación entre pisos".*

Comenzada  la I Guerra Mundial, se produce la retirada del capital extranjero en las empresas titulares de las minas y, como consecuencia de ello, se descontó a los trabajadores el 25 por ciento de jornales y haberes, percibiendo estos con tal retraso e irregularidad, que  se vieron en la necesidad de admitir unos vales en retribución de su trabajo, que de momento aceptaron los comerciantes de la localidad, en pago de los artículos que suministraban.

Restos de las antiguas construcciones de las minas de Hiendelaencina.

Esta situación, que duró tres meses, llegó a su límite cuando el comercio se negó a aceptar mas vales, por lo que los trabajadores se vieron privados de conseguir sus alimentos y otros productos.

Tal estado de cosas determinó que los mineros de las sociedades "La Plata" y "Nueva Argentífera" pararan durante dos días por exigir de las sociedades mineras el pago de trabajo en efectivo y por quincenas, y la supresión del descuento del 25 por ciento. La Guardia Civil se concentró en Hiendelaencina, vigilando las instalaciones mineras.

Por toda respuesta las sociedades propietarias suspendieron el trabajo en las minas, dejando en ellas solo a los celadores y al personal de desagüe. Los vales y los jornales se liquidaron, a los empleados de plantilla se les abonó un mes de sueldo, a los de diario una quincena, y a los transeúntes, barrenderos, etc., ocho días por la suspensión de los trabajos sin previo aviso.

La nueva situación de paro forzoso en que quedaron más de 1000 mineros, agravada por la inexistencia en la comarca de otras alternativas de trabajo, les hizo acudir a dos minas españolas que permanecían abiertas, "La Plata" y "Nueva Argentífera", donde apenas podían ocuparse 300 obreros. Al grito de "todos o ninguno", los despedidos amenazaron con incendiar las minas si no se les proporcionaba trabajo, por lo que tuvo que intervenir la Guardia Civil, concentrada por teléfono desde Madrid. Este fue prácticamente el fin de la explotación minera de Hiendelaencina. Cientos de trabajadores hubieron de abandonar el pueblo en busca de un futuro mejor.

En Hiendelaencina se creó una conjución republicana-socialista. La prensa provincial publica en 1910 la reseña de la celebración de un mitin republicano-socialista en el pueblo.

Desde 1911, en El Socialista aparecen notas firmadas por el socialista Indalecio Bravo, secretario de la conjunción republicano-socialista de Hiendelaencina, felicitando la labor parlamentaria de Pablo Iglesias, informando sobre accidentes en las minas, las condiciones de vida y trabajo  y del cierre de la mayor parte de la explotación minera en 1915. Es muy interesante  la extensa nota sobre las vicisitudes de la recogida de 647 firmas contra la guerra de Marruecos en enero de 1914 en este pueblo, donde nos describe a personajes y sus reacciones cuando les pide estampen su rubrica: "Me he tomado la molestia de ir casa por casa y puedo decirle que al llegar a algunas casas y decirles el objeto de mi visita varias mujeres lloraban, aunque estas no tenían hijos ni parientes en África (mil firmas decían echarían). Puede estar usted orgulloso de esta iniciativa tan laudable. Le aseguro que todos los vecinos están representados". (El Socialista, 29-1-1914)

No obstante la existencia de esta agrupación política, lo cierto es que ningún sindicato prosperó en las minas de la comarca. Ramón Fernández, secretario de la Federación local de Guadalajara de UGT, reconocía en 1912 que en Hiendelaencina solo tenían contactos con algunos obreros. En 1917, cuando la UGT y la  CNT realizaban huelgas y manifestaciones reivindicando mejoras saláriales ante la carestía de los artículos de primera necesidad causada por la I Guerra Mundial, un antiguo director de la explotación minera de Hiendelaencina exponía con estas reveladoras palabras su "método" para impedir la implantación de los sindicatos de clase:

 "He dirigido durante mas de quince años miles de obreros en el distrito de Hiendelaencina sin una huelga. He sido durante todo ese tiempo Presidente de su Sociedad, exclusivamente obrera, de socorros mutuos; he podido observar la especial psicología de las colectividades obreras, y no tuve ni una huelga, porque desde el primer momento comprendí que el secreto consistía en evitar por todos los medios la hipócrita sugestión de la violencia de los políticos y agitadores de todas clases. Se trataba de un distrito pequeño, aislado de los centros de población, y la única condición que impuse a los obreros  para ser su Presidente y ayudarles y mejorarles en todo lo posible, fue que en absoluto, ni directa ni indirectamente, nadie, de ninguna clase ni matiz político ajeno a nuestra organización, interviniera en nuestros asuntos." *

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