El gobierno opta por la represión militar contra los ‘camisas rojas'
El 19 de mayo el ejército tailandés asaltaba el campamento "rojo" que desde hacía más de 3 semanas habían levantado miles de "camisas rojas" en el corazón financiero del país y principal centro comercial de la región. El campamento, formado por miles de campesinos y pobres urbanos procedentes de todo el país, era un ejemplo de la profunda división de clase que hay detrás de estas movilizaciones. Miles de oprimidos acampados en tiendas de campaña, muchos con banderas del Che Guevara y banderas rojas, en medio de exclusivos comercios y hoteles de cinco estrellas.
El gobierno opta por la represión militar contra los ‘camisas rojas'
El 19 de mayo el ejército tailandés asaltaba el campamento "rojo" que desde hacía más de 3 semanas habían levantado miles de "camisas rojas" en el corazón financiero del país y principal centro comercial de la región. El campamento, formado por miles de campesinos y pobres urbanos procedentes de todo el país, era un ejemplo de la profunda división de clase que hay detrás de estas movilizaciones. Miles de oprimidos acampados en tiendas de campaña, muchos con banderas del Che Guevara y banderas rojas, en medio de exclusivos comercios y hoteles de cinco estrellas.
El origen de estos acontecimientos se remonta a 2006 cuando un golpe de Estado desaloja del gobierno a Thaksin Shinawatra. Miembro de una de las familias más ricas del país, propietaria de ShinCorp, la principal empresa de telefonía móvil y con intereses económicos en sectores como la banca, medios de comunicación o el sector inmobiliario, Shinawatra gana las elecciones en 2001 y es la primera vez en la historia del país que un primer ministro consigue acabar su mandato de cuatro años.

La popularidad de
Thaksin Shinawatra

Su gobierno consigue una enorme popularidad, sobre todo en las zonas rurales, gracias a la aplicación de algunas medidas sociales. Creó un sistema sanitario barato (0,60 euros anuales) que por primera vez permitió a millones de personas acceder a la asistencia sanitaria. Puso en marcha un programa de créditos rurales a muy bajo coste para los campesinos más pobres, además de iniciar un amplio programa de infraestructuras: carreteras, nuevas líneas de metro, acceso al agua potable y electricidad para muchas aldeas. Shinawatra puedo aplicar esta política gracias al boom económico que siguió a la crisis del Sudeste Asiático de 1997-1998.
A pesar de estas reformas, Shinawatra no deja de ser un dirigente burgués que, al mismo tiempo, gobernaba para favorecer los intereses de un sector de los capitalistas tailandeses. Una de las medidas más polémicas fue la aprobación de la ley anti-trust que permitió la venta de su empresa familiar al gobierno de Singapur y eludir así el pago de 1.900 millones de dólares en impuestos. Inició un amplio programa de privatizaciones y abrió la economía tailandesa a las grandes multinacionales, en detrimento de las industrias tailandesas.
Aunque al principio la burguesía tailandesa apoyaba a Thaksin, su política de apertura económica entraba en contradicción directa con el sector de la burguesía vinculada al ejército y la monarquía, que controla una parte importante de la economía y cuyos intereses económicos se vieron afectados. Desde ese momento este sector de los capitalistas tailandeses organizó una campaña de desestabilización, con manifestaciones e incidentes violentos por parte de sectores de la pequeña burguesía urbana, monárquicos y elementos reaccionarios. No consiguen nada y finalmente Shinawatra vuelve a ganar las elecciones en 2005 con un apoyo del 80%.

Golpe de Estado en 2006

En 2006 el ejército, apoyado por el sector de la burguesía enfrentado a Thaksin, organiza un golpe de Estado e instala en el gobierno a Surayud Chulanot. La presión de las masas obliga a la Junta Militar a convocar elecciones al año siguiente y vuelve a ganar el nuevo partido creado por Thaksin, el Partido del Poder Popular (PPP), aunque los militares siguen controlando el senado. Se suceden desde entonces dos gobiernos pro-Thaksin que caen por escándalos de corrupción. Finalmente el ejército ilegaliza el PPP y pone en el gobierno al partido del actual primer ministro, el Partido Demócrata. Thaksin tuvo que irse al exilio, ahora un tribunal de Bangkok ha emitido una orden de detención contra Thaksin acusado de "terrorismo", consiguiendo incrementar aún más su popularidad.
La recesión económica mundial ha afectado duramente a Tailandia. Su economía depende de las exportaciones, que representan más del 60% del PIB, y  éstas han caído debido al descenso de la  demanda en Europa, EEUU, Japón y China. Al igual que en otros países del Sudeste Asiático el desarrollo industrial se ha basado en la llegada de industrias extranjeras atraídas por una mano de obra abundante y barata, ahora Tailandia produce automóviles (décimo productor mundial), productos electrónicos y ordenadores. También hay muchas empresas pequeñas, sobre todo en el textil, que emplean con frecuencia mano de obra emigrante e incluso niños. Durante las protestas de los "camisas rojas" el gobierno prohibió la participación de los emigrantes en las manifestaciones con la amenaza de ser deportados. Esto por sí solo muestra el temor de la clase dominante a que los trabajadores participasen de una forma masiva y organizada no sólo en la lucha por sus derechos democráticos, sino también por sus derechos sindicales y laborales.  
Según la ONU, Tailandia es el país de Asia con mayor desigualdad social y económica. El 20% de la población con más ingresos posee el 69% de la riqueza mientras el 20% con menos ingresos sólo tiene el 1%.  Una de las bases del boom económico de la primera década del siglo XXI ha sido una intensificación de la explotación de la clase obrera tailandesa, en ese período la productividad laboral aumentó un 22%, mientras que los salarios reales sólo subían un 5%. El salario mínimo mensual es de 108 euros. Los trabajadores para cubrir sus necesidades básicas tienen que trabajar jornadas laborales de 60 o 70 horas semanales.

Los ‘camisas rojas'

El movimiento de los "camisas rojas" nació a finales de 2008 para exigir la disolución del parlamento y la celebración de elecciones. Los medios de comunicación lo han presentado como un movimiento formado casi exclusivamente por campesinos pobres del norte, pero no es así. Durante estos dos meses de movilización en Bangkok el 70% de los manifestantes eran de la capital y provincias adyacentes, mientras que el 30% procedían de las zonas rurales. Entre ellos muchos jóvenes y trabajadores. Cada semana había manifestaciones en la capital con 100.000 o 150.000 personas, en varias ocasiones el gobierno ha tenido que salir escoltado y ha tenido que reunirse fuera de la capital, el primer ministro tuvo que ser desalojado en helicóptero de una cumbre económica internacional celebrada en Tailandia. Durante estas últimas semanas ha habido enfrentamientos constantes con la policía y el ejército. Si el ejército no ha podido intervenir antes ha sido por la participación activa de las masas en otras zonas del país, deteniendo trenes para impedir la llegada de suministros, equipamiento y soldados a la capital, bloqueando las principales carreteras del país.

Ausencia de una dirección revolucionaria

El movimiento se ha agrupado en torno al Frente Unido por la Democracia y Contra la Dictadura (UDD), formado principalmente por seguidores de Thaksin, aunque también hay algunos sectores de la izquierda. Aunque al principio las reivindicaciones se limitaban exclusivamente a la disolución del parlamento y celebración inmediata de elecciones, paulatinamente el movimiento adquirió dinámica propia y se fue radicalizando. Ya no sólo defendía reivindicaciones puramente electorales, también se exigían plenos derechos democráticos, solución para el problema del paro y la pobreza, mejora de las condiciones de vida. Lo más peligroso tanto para el régimen como para los dirigentes pequeñoburgueses del UDD era que comenzaba a cuestionarse la monarquía y el poder de la propia clase dominante tailandesa.
Desde la disolución del Partido Comunista en los años ochenta no existe en Tailandia un partido de izquierdas que recoja las aspiraciones y reivindicaciones de los campesinos y trabajadores tailandeses. La ausencia de un partido obrero capaz de ponerse al frente del movimiento y ofrecer una alternativa ha permitido que ese vacío lo llene el UDD. El momento elegido por el gobierno para llevar a cabo el último asalto no fue casualidad. Después de semanas de movilización, sin que los dirigentes ofrecieran ninguna alternativa a las masas, poco a poco, muchos "camisas rojas" habían regresado a sus hogares. Durante los días previos al ataque los dirigentes del UDD habían dado al gobierno un mensaje claro: no iban a intensificar la movilización y si el ejército atacaba sólo responderían con resistencia pasiva.
La renuncia a la lucha por parte de la dirección del UDD ha provocado una gran indignación. The New York Times reproducía el momento en que uno de los líderes del UDD, Jatuporn Proman, en medio del campamento se dirigía a los "camisas rojas" para explicar la rendición y cómo muchos respondían: "Todos creen que nuestros dirigentes nos han traicionado". El periódico The Nation informaba que cuando llegó la noticia a Klong Toey, un barrio obrero de Bangkok de donde se ha nutrido el movimiento de los "camisas rojas" en la capital, muchos decían: "Si no quieren luchar que se vayan".
Precisamente el problema ha sido el papel de la dirección, más bien la ausencia de una dirección revolucionaria capaz de dotar al movimiento de una estrategia y tácticas claras. El desarrollo industrial ha ido acompañado del surgimiento de una poderosa clase obrera, sólo en la industria automovilística hay más de 500.000 trabajadores. Por eso una auténtica dirección revolucionaria tendría que haber hecho un llamamiento a toda la clase obrera, organizando una huelga general que en las condiciones actuales podría haber desequilibrado las fuerzas de una manera decisiva a favor de los campesinos y trabajadores.
El desmantelamiento del campamento de ninguna manera pone fin a la situación. En el momento de escribir este artículo, el gobierno ha impuesto el toque de queda en la capital y en 23 de las 76 provincias del país, en la práctica es un reconocimiento de la extensión del movimiento. El régimen intenta con ello evitar que surjan nuevos focos de resistencia popular en otras zonas del país. El asalto al campamento se ha saldado con más de 80 muertos y más de 2.000 heridos, según las cifras oficiales, y con la detención de los principales dirigentes del movimiento.
Aunque el ejército ahora controle las calles de Bangkok y parezca que ha regresado la calma, la realidad es que no se ha solucionado nada, no se ha resuelto ninguna de las cuestiones de clase que han salido a la superficie con este movimiento. El gobierno hizo un llamamiento a la oposición para formar un gobierno de unidad nacional y convocar elecciones el próximo mes de noviembre. Sin embargo, parece que ha cambiado de idea. "Ahora me corresponde solamente a mí decidir cuándo es el momento más apropiado para celebrar elecciones'', anunció el primer ministro Abhisit. La situación no está ni mucho menos decidida, él mismo continuaba: "No sabemos lo que va a pasar. Hay algunas personas que siguen hablando de continuar su pelea y realizar una protesta en junio. Vamos a tener que ver qué sucede''. Esta declaración es un reflejo de que el gobierno y los capitalistas tailandeses son conscientes de que sólo es cuestión de tiempo que el movimiento vuelva a resurgir, incluso con mayor intensidad y con toda la experiencia adquirida durante estos meses de lucha. Los acontecimientos que acabamos de ver en Tailandia son sólo un anticipo de los que veremos en el futuro no sólo en este país, sino en el resto de continente, porque bajo el capitalismo no hay solución para la pobreza, paro y míseras condiciones de vida que sufre la inmensa mayoría de campesinos y trabajadores asiáticos. 

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