Este año, el discurso navideño de Felipe VI, que es habitualmente ignorado por la gran mayoría de los ciudadanos, consiguió levantar una cierta expectación. Había cierta curiosidad por comprobar como encajaba el Borbón el batacazo electoral del bloque monárquico en las elecciones catalanas celebradas el 21 de diciembre. Incluso una parte de la prensa especulaba con que era probable que el discurso adquiriera un tono “conciliador” y “en positivo”, ante la evidencia de que la aplicación del artículo 155 por el gobierno del PP y sus aliados se había demostrado impotente para alterar el resultado de las elecciones.

Se mantiene la declaración de guerra

Como era de esperar, el tono de un mensaje navideño no podía ser igual al del discurso de Felipe VI del pasado 3 de octubre. La agresividad con la que ese día Felipe VI cargó contra el pueblo catalán y contras sus instituciones de autogobierno no casaba en absoluto con lo que se supone que debería ser el ambiente alegre y feliz de estas fiestas. Pero, aunque el tono aparentaba mayor tranquilidad, el fondo del mensaje fue similar al del 3 de octubre. La guerra contra la libre decisión de los ciudadanos y ciudadanas de Catalunya se mantiene y las espadas siguen en alto y más amenazantes que nunca.

 “El camino no puede llevar de nuevo al enfrentamiento” nos dijo Felipe VI con la mejor de sus falsas sonrisas. Mientras tanto, ministros y altos cargos del PP, apoyados por sus socios de Ciudadanos y PSOE, no se cansan de amenazar con la prolongación de la aplicación del 155, y jueces y fuerzas represivas se apresuran a ampliar hasta el centenar el número de imputados bajo la acusación de “rebelión”, un cargo que lleva aparejados hasta 30 años de cárcel.

 “Que las ideas no distancien ni separen a las familias y a los amigos” proclamó el heredero de Franco, cuando precisamente es por sus ideas por lo que los presos políticos catalanes, junto con otros presos políticos como Alfon, están separados de los suyos, y cuando el aparato represivo del estado se prepara para distanciar y separar a todas las familias que sea necesario para que el bloque del 155 consiga gobernar en Catalunya contra la voluntad de sus habitantes.

 “Cualquier ciudadano puede pensar, defender y contrastar, libre y democráticamente, sus opiniones y sus ideas; pero no imponer las ideas propias frente a los derechos de los demás” tuvo la desfachatez de decir el jefe de un Estado que pisotea los derechos democráticos más básicos del pueblo catalán y que, frustrado por su derrota electoral, ha decidido imponer un estado de excepción, retomando así la senda represiva tan querida, y tantas veces recorrida, por la clase dominante del Estado español.

En suma, Felipe VI renueva las amenazas con las que el 3 de octubre anunció el inicio de la actual escalada represiva. Si alguien esperaba una mano tendida o un gesto de apaciguamiento ha quedado claro que tal eventualidad está descartada. La burguesía española, y con ella la burguesía catalana, vivieron con temor las potentes movilizaciones populares de finales de septiembre y principios de octubre. La crisis social y política en la que hunden sus raíces estos acontecimientos es tan profunda que la burguesía del Estado español ha concluido que es mejor aplastar como sea este brote de rebeldía antes de que cunda el ejemplo. Los recortes, la contención salarial, el deterioro general de los servicios públicos y de las condiciones de vida de la clase trabajadora han alimentado un extendido malestar social que, como ha demostrado la crisis catalana, podría manifestarse abruptamente en cualquier momento, desafiando abiertamente la legalidad y las instituciones establecidas a raíz de los Pactos de la Transición acordados por la oposición de izquierda con los continuadores del régimen de Franco. Un escarmiento que sirva de advertencia y ejemplo, ésta es la opción del régimen del 78 y Felipe VI se encargó de proclamarla solemnemente.

En el país de las maravillas

Un mensaje amenazante y amargo casa mal con la alegría navideña, así que Felipe VI y el gobierno del PP decidieron buscarle un bonito envoltorio. Y que mejor envoltorio que una buena dosis de patriotismo español, con loas desmesuradas a una irreal “España democrática que juntos hemos construido”, “un país nuevo y moderno, un país entre los más avanzados del mundo”.

Quizás con cinismo, quizás con involuntario sarcasmo, Felipe VI reseñó la “transformación más profunda de nuestra historia en muchos ámbitos de nuestra vida: en educación y en cultura, en sanidad y en servicios sociales”. ¿Se referirá quizás al desmantelamiento en curso de la sanidad y la educación públicas? ¿a la privatización de los servicios sociales más básicos, convertidos en pura materia de negocio para los amiguetes del PP? ¿a la paralización de la Ley de Dependencia que ha generado un enorme sufrimiento a muchas familias?

Aunque, ¿quién podría cuestionar de buena fe las políticas de austeridad y los recortes aprobadas por los gobiernos de “una democracia madura”, de “una España inspirada en una irrenunciable voluntad de concordia”? A los que protestan y se quejan hay que recordarles que “hemos asentado definitivamente la democracia, incluso superando hace décadas un intento de involución de nuestras libertades y derechos”. Lástima que Felipe VI no aprovechara esta ocasión para detallarnos algo más el papel central que jugó su papá, Juan Carlos I, el elegido de Franco, en ese intento de “involución” de décadas atrás.

Pero no todo va a ser color de rosa. A punto de superar a golpe de porra, cárcel y artículo 155 los “problemas de convivencia” detectados en Catalunya, algunas otras preocupaciones también han tenido su pequeña mención en el discurso del Rey. Afortunadamente, “nuestra economía y el empleo han mejorado sustancialmente” nos informa Felipe VI, aunque nos queda la duda si cuando habla de “nuestra economía” se refiere a la de los millones de asalariados que un año más han visto como se reduce el poder adquisitivo de sus salarios, o a la economía de la Casa Real y de sus amigos empresarios, que sí que tienen motivos para celebrar que los beneficios empresariales hayan crecido este año en torno a un 25%.

Tampoco la corrupción generalizada y el saqueo protagonizado por el PP a todos los niveles de las instituciones públicas merece mayor preocupación, cuando, según nos informa Felipe VI, basta con que “sigan tomándose las medidas necesarias para su completa erradicación”, unas medidas cuya aplicación él debe conocer muy bien gracias a su cuñado Urdangarín y su hermana Cristina, por no mencionar la amplia experiencia en estos temas de su padre y su camarilla de cortesanos.

Pero si ha habido algo especialmente repugnante en el discurso de Felipe VI, algo que no admite ser tratado con ironía, es su hipócrita referencia a su preocupación por la violencia machista. Una lacra alimentada por el sistema capitalista que Felipe VI representa y defiende, y que en su boca no es más que un burdo intento de mostrar “sensibilidad social” y de endulzar el contenido amenazante y represivo de su mensaje.

Precisamente la víspera de su discurso, en Benicàssim, otra mujer fue asesinada por un maltratador del que intentaba separarse. La víctima había agotado todas las vías de protección que le ofrece el Estado. Un juez había evaluado su riesgo (“riesgo medio” dictaminó, y dictó una orden de alejamiento de ¡¡200 metros!!) y las fuerzas de seguridad supuestamente la protegían. Su asesino encontró el camino despejado y la asesinó de una manera brutal. Frente a este nuevo fracaso, por no decir complicidad, de las instituciones del Estado para proteger a una mujer de un asesinato anunciado, Felipe VI nos insta a que “mantengamos la firmeza y el apoyo político para ayudar y defender a las víctimas”. ¿De qué apoyo y firmeza habla? ¿del apoyo que han recibido en instancias judiciales los miserables violadores reincidentes de La Manada, que por cierto incluía a un militar y a un guardia civil? ¿de la tolerancia del Estado con la manifestación a favor de los tres violadores de Aranda? ¿de los recortes sistemáticos que ha venido ejecutando el PP en las partidas presupuestarias destinadas a ayudar a las mujeres maltratadas?

Si algo demuestra el discurso del Rey es que el régimen del 78 está definitivamente agotado. Ante la crisis que lo corroe no ha tenido más remedio que dejar al descubierto su naturaleza represiva, herencia del franquismo, e intentar encubrirla recurriendo al patriotismo español más agresivo y resucitando la amenaza exterior, esta vez en forma de hackers rusos, que toman el relevo a la ya anticuada “conspiración judeo-masónica”. Todo ello no hace sino revelar su profunda debilidad, que cedería fácilmente ante una movilización masiva y armada con un programa que asegure una vida mejor para la más amplia mayoría.

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