Un río que todo lo arrasa. El dolor, la ira y la indignación convocan a miles y miles de jóvenes y trabajadores que se van reuniendo ante las sedes del PP, en la Puerta del Sol de Madrid, en la plaza Sant Jaume de Barcelona, en Tarragona, en Santiag Un río que todo lo arrasa. El dolor, la ira y la indignación convocan a miles y miles de jóvenes y trabajadores que se van reuniendo ante las sedes del PP, en la Puerta del Sol de Madrid, en la plaza Sant Jaume de Barcelona, en Tarragona, en Santiago de Compostela, en Ferrol, en Sevilla, en Valencia... Un grito unánime contra el gobierno, contra el PP, rescatado de las manifestaciones contra la guerra: “Asesinos”.

El jueves 11 de marzo, Madrid despierta con un sonido de muerte en uno de los mayores atentados terroristas de la historia. La magnitud de la tragedia conmociona a la opinión pública nacional e internacional. Más de 200 muertos y 1.500 heridos. Todos ellos trabajadores o hijos de trabajadores que toman el tren cada día para ir a la escuela, a la universidad, a su lugar de trabajo... La clase obrera de todo el Estado siente el mismo dolor ante la trágica pérdida de sus compañeros, de sus hijos, de sus familiares. Son nuestros muertos, son nuestra clase.

Quien siembra vientos...

Durante la campaña electoral los sondeos habían augurado la pérdida de la mayoría absoluta para el gobierno de la derecha. El PP, fiel reflejo de la clase a la que representa, una clase ruin, mentirosa y cobarde, decide que el atentando puede servirle para sus fines electorales. Decide que los muertos van a otorgarle la mayoría absoluta que parece estar perdiendo a pasos agigantados.

Desde el primer momento hay indicios más que suficientes para dudar sobre la autoría del atentado. Ni en la forma, ni en el contenido parece probable que haya sido ETA. Sin embargo al gobierno le interesa que sea ETA para polarizar el voto hacia la derecha y durante el 11, 12 y 13 de marzo, a pesar de saber que Al Qaeda era la responsable de la masacre, sigue insistiendo en culpar a ETA del atentando.

Los marxistas siempre nos hemos opuesto a los métodos del terrorismo individual o a la llamada “guerrilla urbana”. Y no se trata de una cuestión moral e hipócrita como hace la burguesía que condena estas acciones mientras justifica los crímenes de estado, la tortura, la guerra y el asesinato si esto sirve a sus intereses. Se trata simplemente de que las acciones terroristas consiguen exactamente lo contrario de lo que dicen perseguir. En primer lugar, en nada ayudan a la toma de conciencia y la lucha de la clase obrera y por otro lado, este tipo de acciones refuerza el apoyo de las masas, especialmente de las capas medias, a la represión y al recorte de libertades y derechos democráticos por parte del estado burgués.

Demuestra el error de los métodos de terrorismo individual practicados por ETA, el que millones de jóvenes y trabajadores, incluso entre sus propios simpatizantes, creyesen en un primer momento que ETA había sido capaz de cometer tan brutal atentado.

De esa creencia se valió el gobierno para generar, en las primeras horas, un clima de odio y tensión que desembocó en el asesinato de un militante abertzale a manos de un policía fascista en Pamplona.

Así, despreciando el dolor generalizado por los muertos, el gobierno continua con su campaña para conseguir votos. Convoca manifestaciones bajo el lema “contra el terrorismo y por la constitución” y mantiene su primera versión ocultando cualquier información que demuestre que ha sido Al Qaeda.

... recoge tempestades

Pero todo el descontento, todo el odio de clase acumulado contra el gobierno del PP que desde hace ya más de dos años se viene manifestando en la calle, primero en la huelga general del 20-J y más tarde en las manifestaciones contra el desastre del Prestige, las huelgas de estudiantes contra la LOU y la LOCE, las masivas manifestaciones contra la guerra, los conflictos obreros como el de Puertollano, Astilleros... se expresa en una desconfianza creciente hacia el gobierno que tiene su primera demostración en las manifestaciones del día 12.

En Madrid, con más de dos millones de manifestantes, Aznar y su gobierno son recibidos al grito de “¿Quién ha sido?” coreado por miles y miles de asistentes. No corren mejor suerte en Barcelona. Los dirigentes del PP son recibidos al grito de “fuera, fuera” y expulsados al final de la manifestación acusados de “asesinos” y “mentirosos”.

Con su empecinamiento en ocultar la verdad hasta pasadas las elecciones, el gobierno pretendía garantizar su victoria, a ser posible revalidando la mayoría absoluta que le daban como perdida las encuestas, al tiempo que reforzar sus posiciones ideológicas criminalizando cualquier reivindicación de los derechos democráticos de las nacionalidades oprimidas del Estado español.

No menos importante era desviar la atención de las masas de que la inclusión de España en los objetivos de Al Qaeda era consecuencia directa de la intervención de las tropas españolas en la guerra imperialista de Iraq.

Así, a pesar de lo ocurrido en las manifestaciones del día 12, las siguientes comparecencias del ministro del Interior y del propio Aznar siguieron en su línea prepotente y chulesca de despreciar a las masas y mentir descaradamente.

Es vuestra guerra

Son nuestros muertos

Como ocurre tantas veces, la necesidad se expresa a través del accidente. El odio de clase acumulado durante la legislatura del gobierno Aznar y el rechazo a su política antiobrera y reaccionaria, explota el día 13, en la “jornada de reflexión”, cuando a pesar de estar explícitamente prohibido por la ley decenas de miles se concentran en las sedes del PP y en los puntos emblemáticos de las ciudades para exigir al gobierno que reconozca lo que todos saben, para que diga de una vez quienes son realmente los culpables de la masacre. “Queremos la verdad antes de votar” es el grito que va inundando las ciudades de todo el Estado.

Aznar y su gobierno se asustan. La indignación de las masas les ha estallado en la cara y deciden, ya a última hora del día 13, reconocer con la detención de tres marroquíes, la “posibilidad de que Al Qaeda esté detrás de los atentados”.

Pero este reconocimiento de la utilización sin escrúpulos que han hecho de los muertos y heridos en el atentado, es la gota que colma el vaso. Nadie olvida el desprecio del gobierno a los millones que se manifestaron contra la guerra imperialista. Surge de nuevo la necesidad de demostrar a Aznar que los jóvenes, los trabajadores que tomaron las calles contra la guerra culpan al gobierno, y su implicación en la guerra, de los atentados y sus consecuencias. Las concentraciones se multiplican, se cortan las calles ante la mirada impotente de la policía y bajo la consigna de “es vuestra guerra, son nuestros muertos” se recorren las principales calles de las ciudades.

El día 14 de marzo, también en las urnas, los trabajadores, los jóvenes, aquellos que votan por primera vez, tienen un objetivo: acabar con el gobierno. En los barrios obreros la asistencia a las urnas es masiva. La clase obrera ha decidido poner también en el terreno electoral su sello. A pesar de que el PP mantiene gran parte de su apoyo entre las capas medias apenas pierde 700.000 votos no puede evitar que el vuelco en la participación refleje en el terreno electoral lo que ya se ha demostrado en la calle: la fuerza de la clase obrera y la juventud.

Los trabajadores han dado la mayoría a la izquierda. Es responsabilidad del PSOE, por ser el partido más votado, formar un gobierno que cumpla con las esperanzas y aspiraciones de los millones que le han votado, llevando adelante una política auténticamente socialista que acabe con las condiciones materiales que provocan todo el horror y la barbarie a la que nos condena el capitalismo, aquí, en el Estado español y en el resto del mundo.

Zapatero tiene que saber que estamos a la espera. Si, a pesar del apoyo recibido por los jóvenes y trabajadores que al conocerse los resultados le gritaban “no nos falles”, cede a las presiones de la burguesía y del imperialismo, los jóvenes, los trabajadores que hemos echado al PP del gobierno, no nos quedaremos cruzados de brazos. Volveremos a tomar las calles para luchar por nuestras reivindicaciones.

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