Empezando por mi país de origen, Senegal, ocurre que los países subdesarrollados o pobres arrastran varios problemas comunes que son sobre todo el empleo y la falta de libertad, los cuales obligan a la gente a emigrar. El Militante.— Podríamos empezar hablando de ti como emigrante. ¿Qué te hizo emigrar?

Gabriel Ataya.— Llegué a España en 1992, aprovechando la Expo de Sevilla.

Empezando por mi país de origen, Senegal, ocurre que los países subdesarrollados o pobres arrastran varios problemas comunes que son sobre todo el empleo y la falta de libertad, los cuales obligan a la gente a emigrar.

En un momento dado lo que me motivó a emigrar fue la mirara, que consiste en que uno que no tiene estudios viene a Europa y regresa con mucho dinero y lujos. Te comentan que en Europa hay libertad y posibilidad de trabajar y te dices: “aquí estoy limitado, no me dejan hablar ni moverme, no voy a seguir dependiendo de mis padres”.

Otro motivo para emigrar son las guerras que prácticamente no paran en los países africanos. Huí de mi país porque hubo una guerra que nadie quiere reconocer a nivel político. Tanto Francia como otros países, conocen profundamente el fenómeno pero no lo reconocen y lo ignoran totalmente. Ha durado más de 20 años. Más de 2.000 niños se han quedado sin algún brazo, pie u ojos y sin contar los muertos.

EM.— Cuando el inmigrante llega al lugar de destino se encuentra con una serie de problemas...

GA.— Sobre todo de aceptación e integración. Se encuentra con una barrera que no hay manera de romper. Muchas veces es el desconocimiento del idioma, la falta de orientación e información. Luego viene la preocupación por conseguir trabajo y alojamiento. El problema más importante es que no puedes trabajar porque no tienes permiso de residencia, lo que es un culebrón interminable. Y cuando ya tienes los papeles, los problemas continúan porque tienes que renovarlos, para ello te exigen contrato de trabajo, sabiendo que los trabajadores autóctonos no tienen contrato fijo, los inmigrantes menos. Así se ven forzados a aceptar cualquier salario para poder tener un contrato, es decir, se abarata la mano de obra. A aquellos que no se les concede el permiso de residencia es para que no puedan cobrar lo que marca el convenio. A la vez, nos enfrentan los trabajadores autóctonos para que piensen que les quitamos el trabajo.

EM.— ¿Qué otras dificultades piensas que nos ha dejado el gobierno del PP?

GA.— La verdad es que resulta lamentable, sobre todo los últimos cuatro años de mayoría absoluta. Pero creo que el pueblo español ha podido reaccionar y decirle al PP que no debe seguir esta política. En primer lugar el ‘decretazo’. Me parece absurdo que se dejen fuera a los inmigrantes, exigiéndoles diez años de empadronamiento. Es decir, el inmigrante tendrá que cotizar diez años para cobrar el paro ¿Y de qué va a vivir si se queda sin empleo? Esto significa que todos los inmigrantes se quedaran fuera del paro. Solo se aceptarán a sus hijos nacidos y empadronados aquí cuando éstos tengan 16 años ¿Son trabajadores o no lo son? Otro problema que nos deja el PP es que dicen que un inmigrante indocumentado no puede afiliarse a un sindicato, ni manifestarse, ni participar en huelgas. ¿Cómo un trabajador tiene que aceptar las condiciones del empresario? Y no puede acudir a poner denuncias: hemos vivido varios casos en los que se ha dictado expediente de expulsión al poner la denuncia. Así que no se pueden conseguir los papeles y mientras tanto se está trabajando sin cotizar.

En la Ley de Extranjería, la ultima reforma (14/2003), de la cual el PP no ha publicado el reglamento, y ojalá el PSOE no lo publique y lo cambie, se dice que el arraigo de los tres años va a desaparecer. Es decir, que una persona sin residencia, aunque tenga a su padre o hermano aquí, con tres años no va a tener la residencia. ¡Tendrá que esperar cinco años o más! Si el jefe le propone trabajar por 15 ó 20 euros, como está ocurriendo, ¿no va a trabajar? ¿Quién lo va a alimentar? ¿Se va a poner a delinquir? Lo del PP es interminable.

EM.— En cualquier caso la experiencia demuestra que es, en ultima instancia, la lucha organizada de los trabajadores la que da los frutos en la mejora de las condiciones de vida ¿Qué dificultades ves a la hora de organizar a los trabajadores?

GA.— Desde la posición del SOC, la primera dificultad que he tenido es la de unir a las dos clases obreras. Sin perder el ánimo, estoy intentando conseguirlo. Sería un triunfo. La segunda dificultad ha sido hacer llegar el mensaje a los inmigrantes y que lo entiendan. Esto último permitiría la unidad de los trabajadores.

EM.— ¿Qué papel crees que están jugando CCOO y UGT en el contexto general de la lucha obrera?

GA.— Prefiero hablar como SOC. Puedo hablar de los sindicatos en general. No digo que se deban unir, sino en cuestiones concretas. Es lamentable el caso del ataque a Diego Cañamero, el secretario general del SOC y que ha sido ignorado por CCOO y UGT. Los sindicatos pueden tener diferencias pero, como dijo el secretario general de CCOO: “la derrota de un sindicato es la de todos los sindicatos”. Yo no voy a olvidar esta frase. Los sindicatos se deben unir en cosas concretas como el decretazo, lucha contra la precariedad, ataque a un líder...

EM.— Bajo el capitalismo es imposible acabar con la barbarie ¿Qué piensas del socialismo revolucionario en contraposición al socialismo reformista?

GA.— Pues esta clarísimo. Con el capitalismo el que tiene seguirá teniendo y el que no tiene no tendrá. Habrá un desequilibrio enorme. Creo que el socialismo revolucionario tiene que funcionar masivamente. Quien sea que gobierne hay que recordarle que tiene que rendir cuentas ante la sociedad. El ejemplo lo hemos visto en el 11-M: la primera convocatoria vino de El Militante y, si no se llega a mover el tema, a lo mejor el PP se habría quedado igual y ganado otra vez. No se trata de estar en contra de alguien y a favor de otro. Se trata de poner las cosas en su sitio, tal como deben estar.

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