Allí estaba yo, con currículo en mano en medio de aquella gente con cara de circunstancias, como las vacas de matadero antes de ser sacrificadas, caras nerviosas. En ese preciso instante me di cuenta, de que, sin lugar a dudas, pertenecía a esa claseAllí estaba yo, con currículo en mano en medio de aquella gente con cara de circunstancias, como las vacas de matadero antes de ser sacrificadas, caras nerviosas. En ese preciso instante me di cuenta, de que, sin lugar a dudas, pertenecía a esa clase de la que había oído hablar: el proletariado. Dejé mis datos y el currículo, que debido a mi vasta experiencia cabía en un papel de fumar. Se despidieron de mí, con un “ya te llamaremos”. Nada nuevo.

Pasaron un par de semanas y me llamaron para hacer una primera entrevista, en la que nos dieron unos psicotécnicos y proyectaron un vídeo informativo de la sacrosanta corporación. De fondo sonaba It’s my life (Es mi vida) de Bon Jovi, para que fuéramos pillando el gustillo. Trataron de mostrarnos una empresa modelo, en la que la prioridad son los clientes y el bienestar de sus trabajadores.

Parece que superé la primera prueba (con tanta prueba cogí complejo de monje saholin) Resulta que me llamaron a las dos semanas y pasé a formar parte de los elegidos para la gloria, un curso selectivo de El Corte Inglés que duraba dos semanas. Lo primero que pensé fue: “¡vaya faena! me tendré que sacar el bono transporte”. Con una ingenuidad no del todo sincera, pregunté si me pagarían el trasporte y me dijeron que no; así que, tuve que rascarme el bolsillo antes de haber ganado el primer céntimo de euro, sin saber con seguridad si tras el curso sería admitida en el club de los 100.000.

En el curso nos teníamos que comportar ya como trabajadores de la empresa, es decir que irradiáramos algunas de las más distinguidas virtudes de los Isidoro´s boys: puntualidad, perseverancia, impecable aspecto, que diésemos lo que ellos llaman imagen. Por eso nos tenían prohibido ir en chándal, con deportivas, con pantalones cortos, con faldas cortas, los chicos con el pelo largo y con patillas.

Este curso se impartía por profesores pluriempleados, gente de confianza que, después de darte clase, tenían que irse a trabajar como dependientes, cajeros y reponedores a su correspondiente Corte Inglés.

El curso estaba dividido por temas. El primero fue historia de El Corte Inglés, donde nos informaron de la larga carrera de Don Isidoro Álvarez, icono y santo del made yourself: “El esfuerzo se recompensa” con mucho dinero, sí. En aquellos inolvidables días de fraternidad e instrucción pudimos oír una antología de los mejores tópicos del empresariado ibérico. Aprendimos los años en que se inauguraron cada uno de los centros de El Corte Inglés en España, como el padrenuestro. Después de un duro día de historia, continuamos aprendiendo los pasos de cómo hacer funcionar una caja registradora y la pistola de códigos de barras, pasando por un curso de embalaje y una formación como vendedores, cuya principal tarea es ser eficaz en tu trabajo y adaptarte a cualquier situación, vamos, cómo salir del apuro para que los clientes no te pongan ninguna reclamación.

A la semana de finalizar el curso, me asignaron un centro para ir a producir. Firmé el contrato y actualmente llevo unos cuantos meses trabajando. Hasta la fecha no me han dado un uniforme, a pesar de las buenas promesas del sindicato corporativo, que encima quieren que me afilie a toda costa.

Algo que pude comprobar fue que las personas de color o latinas que pasaban las pruebas, me las encontré después dentro de los almacenes, arrastrando carritos de compra o de mozos, pero ninguno en un trabajo de cara al público. ¡Eso es dar imagen!

Cuando te incorporas a trabajar, la mayoría de los compañeros son jóvenes, estudiantes universitarios, que dejan la carrera al año de estar trabajando, porque les hacen fijos y como ellos dicen, “no encontrarán en un futuro algo tan estable como esto”.

Ellos saben cómo los manipulan, partiendo de que la función de un vendedor es vender, no reponer, limpiar o cargar cajas, pero aún así hacen lo que les manden.

Algo he podido observar en estos meses de gloria. La jerarquización en estos centros de trabajo es rígida a modo de los mejores tiempos de la Compañía de Jesús. Todos los gerentes muestran gran respeto y fidelidad a su director-gurú de centro, y así sucesivamente en línea ascendente y vertical: los empleaduchos a su jefe, los jefes a su gerente, su gerente al subdirector, y éste al director.

Por si pudiera parecer poco el beneficio que deja nuestro trabajo, el invento de la tarjeta de compra de El Corte Inglés termina por atar a los empleados en un círculo vicioso, donde el empleado se convierte en un cliente modelo.

Ahora, formo parte de esa legión de jóvenes empleados a tiempo parcial con futuro esperanzador.

banneringles

banneringles

banner

banner

banner

banneringles

banneringles

bannersindicalistas

bannersindicalistas