Si bien es cierto que existen diferencias entre el discurso de Zapatero o el del archireaccionario Ministro de interior francés, Sarkozy, el contenido político con el que se está alimentando el actual debate sobre la inmigración, lleva, en última ins Si bien es cierto que existen diferencias entre el discurso de Zapatero o el del archireaccionario Ministro de interior francés, Sarkozy, el contenido político con el que se está alimentando el actual debate sobre la inmigración, lleva, en última instancia, a la misma conclusión: el “exceso” de inmigrantes tiene consecuencias negativas. Es más, éste es el razonamiento en que el gobierno del PSOE se apoya para justificar su política en este terreno: desde la criminal valla de Melilla y las subvenciones al gobierno marroquí, que no tiene ningún inconveniente en abandonar a miles de inmigrantes subsaharianos en el desierto, hasta las últimas repatriaciones masivas tras la avalancha de una masa humana que llega en cayucos a las playas de las Islas Canarias.

Y como trasfondo, la muerte de miles de seres humanos inocentes en el estrecho o en las aguas del Atlántico, víctimas de este sistema de explotación inhumano.

La inmigración genera mucha riqueza, ¿pero quién se beneficia de ella?

Se mire por donde se mire, la fuerza de trabajo inmigrante ha supuesto siempre un negocio redondo para los capitalistas. Primero, esquilman las abundantes riquezas de zonas como Asia, África o Latinoamérica. Después, cuando una parte de los millones de seres humanos a los que han condenado a la más absoluta miseria huyen hacia los países “civilizados”, en busca de pan, techo y un futuro digno para sus hijos, les dan trabajo sí, pero en condiciones de brutal explotación. Usan además las pésimas condiciones laborales de la mano de obra inmigrante para precarizar aún más las condiciones de la clase obrera nativa. Y, ahora, pretenden conseguir un suculento “extra” en el terreno ideológico: ocultar que ellos, los capitalistas, son los responsables del empeoramiento de las condiciones de vida de las familias trabajadoras, intentando confundirnos de enemigo.

El Estado español ha pasado de ser un país históricamente emigrante (en 1975 había más de 700.000 emigrantes en el extranjero) a multiplicar por diez la población extranjera en los últimos 13 años: de 350.000 en el año 1991 a 3.500.000 en 2005, de los cuales aproximadamente un millón y medio no tienen papeles.

Según el servicio de estudios de Caixa Catalunya, la llegada de inmigrantes ha impulsado en 3,2 puntos porcentuales el crecimiento anual del PIB per cápita en la década 1995-2005. Ahora bien, que la economía española crezca, no quiere decir que a todos nos vaya mejor. Buena prueba de ello es que después de trece años de crecimiento ininterrumpido, el resultado es un aumento desbordado de las rentas del capital y un estancamiento, cuando no declive, de las rentas del trabajo. De un lado, tenemos que el beneficio neto de las compañías no financieras españolas creció en el año 2005 el 26,2% (el de las grandes empresas cotizadas en el Ibex un 44%), a lo que hay que sumar un incremento promedio de los beneficios de la banca de un 58,82% respecto al año 2004. En el otro, los salarios promedio tienen la misma capacidad adquisitiva en el año 2005 que en 1997: ¡en diez años ha aumentado tan sólo un 0,4%!

Los datos demuestran, de forma inapelable, que mienten aquellos que argumentan que la inmigración genera miseria: muy al contrario, la mano de obra extranjera ha producido grandes beneficios, la cuestión es quién se apropia y disfruta de ellos.

Y, es precisamente en este escenario económico donde los discursos de extrema derecha del PP, combinados con la forma alarmante en que se redactan titulares de prensa y televisión del estilo “nueva avalancha de sin papeles”, “autoridades desbordadas por inmigración ilegal”, “crisis de la inmigración”, crean un clima propicio para extender ideas racistas entre la población. En semejantes circunstancias, la política de los dirigentes del PSOE no sólo no contrarresta esta situación, sino que finalmente puede alimentar la espiral xenófoba.

Las consecuencias del discurso de Zapatero

Seamos concretos. En la Conferencia Política que el PSOE celebró el pasado mes de septiembre, Zapatero afirmó: “Sólo con políticas sociales que garanticen los derechos a los inmigrantes, pero que ello no represente que ningún ciudadano de nuestro país pueda ver limitados sus derechos sociales, podremos articular una convivencia positiva (...) Os quiero decir: España y los españoles vamos a saber articular la convivencia con las personas que vienen de fuera haciendo un esfuerzo amplio de bienestar social...”.

Los discursos de Zapatero son muy bonitos, pero la terca realidad demuestra que no se está haciendo ningún esfuerzo amplio de bienestar social para articular una convivencia positiva, sino todo lo contrario. Tomemos la situación de la educación pública, un índice muy adecuado para medir la calidad de vida en una sociedad y la integración de los inmigrantes. Según la OCDE, el Estado español se sitúa a la cabeza del fracaso escolar y a la cola de la inversión educativa. Una de las consecuencias prácticas de este abandono presupuestario es que a la vez que aumenta la población escolar inmigrante, aumenta la masificación escolar y el consiguiente deterioro educativo. Exactamente lo mismo se podría decir del sistema sanitario público, el transporte, la vivienda o los equipamientos sociales y culturales de nuestros barrios. El continuo recorte de los recursos que el Estado dedica a ellos, contrasta con el furor privatizador y la especulación salvaje para beneficio de una minoría de multimillonarios y detrimento de la mayoría de la población, inmigrante y nativa.

Esta precariedad material sumada al actual contenido político del debate sobre la inmigración, alimenta la receta perfecta para el racismo. La derecha y, en la práctica los dirigentes del PSOE, que no están haciendo nada para cambiar nuestras condiciones de vida en los barrios, presentan a los inmigrantes como un peligro para nuestros derechos sociales. Ellos son los responsables de la masificación escolar, de la caída de la calidad asistencial de los ambulatorios y hospitales públicos. De hecho, la presencia masiva de trabajadores de otros países, provoca una situación muy distinta según seas empresario o asalariado, burgués o proletario. Para quienes viven de la explotación del trabajo ajeno, tener un inmigrante en su empresa supone un ahorro medio del 30% en la nómina en caso de que el trabajador tenga sus papeles en regla; si se trata de un “ilegal” hablamos de condiciones de semiesclavitud.

El ataque a las condiciones de vida de las familias obreras no tiene que ver con la presencia de más o menos extranjeros en el país. Lo cierto es, que si miramos la política económica general aplicada en los últimos diez años por el anterior gobierno del PP y continuada hoy por el del PSOE, encontraremos un mismo y único hilo conductor: garantizar exorbitantes beneficios para los grandes capitalistas a costa de la sobreexplotación de los trabajadores. Los insuficientes medios dedicados en los presupuestos a gasto social, las diferentes contrarreformas laborales, la última reforma fiscal en beneficio de los ricos o la moderación salarial, son medidas económicas cuyo diseño nada tiene que ver con la nacionalidad de los perjudicados, sino con la clase a la que pertenecen.

Nuestro problema no es

la inmigración, es la explotación capitalista

Frente a la inoculación del veneno racista, los marxistas seguimos defendiendo que los obreros no tenemos patria, sino intereses comunes por pertenecer a una misma clase explotada, tal y como explicaban Marx y Engels hace más de 150 años. Esta postura nada tiene que ver con planteamientos morales o filantrópicos, sino con intereses muy materiales. Sólo con la unión de los trabajadores, a escala estatal e internacional, por encima de cualquier diferencia nacional, cultural o racial se puede hacer frente a los planes de la patronal. La táctica de divide y vencerás, que trata de apoyarse en la explotación de todo tipo de prejuicios, ha sido siempre un pilar de la actuación patronal. La culpabilización del “extranjero” es un viejo recurso, incluso antes de que la inmigración fuese el tema predilecto de la prensa. ¿Cuántas veces se ha tratado de justificar el cierre o reconversión de una empresa porque los trabajadores “extranjeros” cobran menos?

O se une a la clase trabajadora en la lucha o la alternativa es clara: “trabajar más y cobrar menos”, tal como predica el Sr. Juan Antonio Fernández de Sevilla, español y presidente de la española Asociación Nacional de Fabricantes de Automóviles, para “resolver” la crisis del sector. Los dirigentes sindicales han asumido, en el fondo, ese falso programa de salvación haciendo concesión tras concesión en Opel de Zaragoza, en Seat de Barcelona, en Volkswagen de Navarra… Sin embargo, el magnífico triunfo de la imponente huelga que este verano han protagonizado los trabajadores surcoreanos de la fábrica de automóviles Hyundai, consiguiendo aumentos salariales y mejoras laborales demuestra que sería posible una lucha coordinada a escala internacional, el mejor antídoto para hacer frente al chantaje de los empresarios, que amenazan a sus plantillas con deslocalizar su producción a países con manos de obra más barata si sus asalariados no aceptan recortes.

Esa unidad es fundamental en el Estado español. Una acción reivindicativa común, que abarcara a la clase obrera nativa y extranjera, tendría un efecto mil veces más poderoso contra el veneno de la reacción que mil palabras llenas de moralina y buenas intenciones acerca de lo malo que es el racismo como nos tiene acostumbrado el reformismo.

Los millones de inmigrantes que actualmente trabajan y viven en el Estado español, lejos de ser nuestros enemigos son parte de nuestra clase y jugarán un papel decisivo fortaleciendo las filas obreras en las próximas batallas entre el trabajo asalariado y el capital. Las fuerzas más reaccionarias de la sociedad pugnarán por dividir nuestra clase, los sectores más avanzados lucharán por su unidad. El programa del marxismo y la lucha por la transformación socialista de la sociedad ofrece la vía más consecuente para el triunfo de esa última opción.

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