El 22 de septiembre, entre las 5:15 y las 5:30 a.m., después de una noche tranquila, salimos unos amigos y yo del Port Esportiu de Tarragona y nos encontramos con unos coches de policía que estaban entre un corro de gente.

Yo, en voz alta, dije a mis amigos: “cuanto madero hay hoy por aquí”. Un agente se dirigió a mi y me pidió la documentación, me hizo vaciar los bolsillos y también el bolso (que tiró contra el suelo) donde llevaba el móvil, la cartera, el tabaco y la libreta del banco. Después me dijo que “ahora el chulo iba a ser él por el paquete que me iba meter”.

Me preguntó varias veces de dónde era, le dije de Tarragona y luego el barrio de la ciudad donde vivo. Él insistió en que le dijera de donde era refiriéndose a mi nacionalidad. Le contesté que era catalán. Entonces otro policía que estaba en el lugar se acercó y me enseñó el escudo de España que llevaba en el uniforme y me dijo que estábamos en España. Ante las mofas de la policía, yo empecé a hablar en una de las dos lenguas oficiales de Catalunya, la gente que había alrededor de los coches de policía se rió y me insultaron ante la pasividad de los agentes. Le dije a un agente joven que se había equivocado de época al nacer y me dijo que no me entendía y que le hablara en español.

Después de todo el bochorno que pasé delante de las actitudes fascistas del Cuerpo Nacional de Policía se negaron a identificarse con su número de placa y no me dijeron el motivo de la multa de 500 euros que amenazaron con ponerme.

Cuando pude irme tuve que oír los insultos de los que estaban con la policía y que tomaron el mismo camino que yo: “Rojo de mierda. Llama a Zapatero. ¡Viva España! ¡Viva Franco!”.

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