“Estimados compañeros…” Por sorprendente que parezca, quien así encabezaba una carta dirigida a los trabajadores de la empresa siderúrgica Arcelor, era el mismísimo consejero delegado del grupo multinacional de Arcelor, Guy Dollé. El motivo de tan s“Estimados compañeros…” Por sorprendente que parezca, quien así encabezaba una carta dirigida a los trabajadores de la empresa siderúrgica Arcelor, era el mismísimo consejero delegado del grupo multinacional de Arcelor, Guy Dollé. El motivo de tan sorprendente muestra de “camaradería” era convencerles de la necesidad de arrimar el hombro para “luchar” contra la OPA que otra multinacional —Mittal Steel— hacía pública unos días antes. De repente, la preocupación principal de los directivos ha pasado a ser el bienestar y la estabilidad de sus trabajadores.

Junto con él, todo un coro de voces, desde los representantes sindicales en el consejo de Administración, pasando por el comité de empresa o el presidente de la Junta General del Principado, o los diferentes gobiernos donde Arcelor está radicada en Europa, coincidían en mostrar su preocupación por este hecho, recalcando el impacto que tendría para el empleo y cifrando en decenas de miles los puestos de trabajo que peligrarán.

De repente, por arte de magia, el magnate indio había convertido a la multinacional Arcelor en una empresa bondadosa y paternal, y su modelo de relaciones laborales en algo fruto de “la cultura empresarial” europea. De repente, por arte de magia, se olvidaba no sólo la trayectoria de las empresas integrantes de Arcelor, sino la propia historia de la salvaje reconversión siderúrgica acometida en las últimas décadas. De repente, las condiciones laborales que disfrutan los trabajadores europeos no son ya fruto de una lucha de décadas, sino producto de la voluntad de los empresarios.

Un poco de historia económica...

En toda Europa, desde el año 1975 hasta el 2005, los puestos de trabajo en el sector pasaron de 850.000 a 330.000. La reconversión siderúrgica en el Estado español costó al erario público más de dos billones de las antiguas pesetas. En el año 1998, la Corporación Siderúrgica Integral (resultante de la agrupación de la antigua Ensidesa, AHV, Aristrain…) había destruido 10.300 empleos directos, quedando un 40% menos de la plantilla que tenía en 1991. El gobierno del PP decide la venta a la multinacional luxemburguesa Arbed. En febrero de 2001 Usinor se fusiona con Arbed para formar Arcelor. Se crea así uno de los principales productores mundiales de acero. En el año 2003 Arcelor hace pública su intención de cerrar cuatro plantas en Europa (dos en Alemania, una en Bélgica y otra en Francia). En junio de 2004, Arcelor vende su división de tubulares (diez factorías en toda Europa, tres de ellas en el Estado Español: Mieres, Zalain y Bierroplano). Los beneficios en ese mismo año de Arcelor se triplicaban con respecto al año anterior. Tan temprano como en mayo de 2005, Arcelor vendería aún dos acerías vascas y otra madrileña a un grupo extremeño. Pese a que había triplicado sus beneficios en el primer trimestre, la empresa explicaba entonces a sus accionistas que “la prioridad de la compañía en términos de crecimiento se sitúa fuera de Europa, dado que el aumento esperado del consumo de acero tendrá lugar en los países emergentes entre 2010 y 2015”. Por tanto la compañía había decidido desinvertir en Europa para reforzar su expansión en países en vías de desarrollo. Y en esas estaba cuando otro gigante siderúrgico, Mittal Steel, entra en el juego.

… Y otro poquito de memoria histórica

Conviene recordar que el proceso de reconversión fue duro y traumático. La oposición y el recelo de los trabajadores, patente desde el inicio, se materializó en luchas encarnizadas que en el Estado español tuvieron su máxima expresión en la multitudinaria manifestación que se produjo como culminación de la Marcha de Hierro a Madrid, protagonizada por trabajadores vascos y asturianos en el año 1993, para oponerse a la privatización. Para sorpresa de todos, tras esta impresionante demostración de fuerza, el siguiente paso planteado por las direcciones sindicales de UGT y CCOO en aquel momento fue: ninguno. Desde entonces, tampoco que sepamos se ha encabezado ningún tipo de movilización seria para frenar los recortes de empleo, la venta de factorías o el deterioro de las condiciones laborales, vía fundamentalmente del aumento imparable de la subcontratación. Antes al contrario, la firma del Plan Arco entre la UGT y la dirección de Arcelor para las factorías de Veriña y Avilés supone un nuevo intento para avanzar en cuanto a la desregulación de las condiciones laborales.

Teniendo todo esto presente no acertamos a comprender en que momento se ha producido la prodigiosa metamorfosis de la multinacional Arcelor en una bondadosa ONG, ni cuales son las diferencias sustanciales entre ella y la multinacional Mittal Steel, salvo el hecho de que la segunda desarrolla su actividad en países menos desarrollados donde la mano de obra es más barata, y las condiciones laborales infinitamente peores. Algo que, por otra parte, pretende también hacer Arcelor si tenemos en cuenta sus planes de expansión, que en absoluto se orientan hacia la Unión Europea, sino todo lo contrario.

Las multinacionales

no tienen patria

En el 2003 Arcelor creó una sociedad mixta junto con la japonesa Nipón Steel y la china Bao Steel, con el fin de introducirse en el mercado de China, invirtiendo 800 millones de dólares en Shangai. Pocos meses antes advirtió de su intención de trasladar la fabricación de algunos de sus productos fuera de la UE si se la obliga a cumplir la normativa sobre contaminación (el famoso Protocolo de Kioto). En noviembre de 2005 fracasa su intento de comprar la mayor acería de Ucrania, que fue adquirida por Mittal Steel. Por otro lado se ha posicionado ya en Brasil, donde ha obtenido unos beneficios de un 124% en el primer semestre de 2005. En los próximos diez años la previsión de Arcelor es producir el 30% de su producción en Asia y el 15% en América Latina.

El modelo de esta multinacional no es muy distinto del que practica Mittal Steel, en aquellos países en donde puede permitírselo. El impresionante lavado de cara que está consiguiendo a raíz de la OPA no consigue nada más que enmascarar ante los ojos de los trabajadores esta situación. Por otro lado, la impotencia manifiesta para influir en los planes de las multinacionales, por parte, tanto de las direcciones sindicales, como de los respectivos gobiernos de turno, centrales o autonómicos, debe llevarnos también a una reflexión profunda en cuanto a las repercusiones que tienen las privatizaciones masivas realizadas en las últimas décadas. Ahora, muchos claman porque el Estado no tiene participación en el accionariado de Arcelor, y lanzan brindis al sol para tratar de convencer al empresariado autóctono y a las Cajas de Ahorro de que su deber es comprar acciones para impedir en el futuro sucesos de este tipo (esto en el caso de que fracase la OPA de Mittal). Como si la presencia de esas acciones en manos de empresarios europeos garantizara en alguna medida que mañana no pudieran venderlas al mejor postor, si les resulta rentable, o conjurara la amenaza de las deslocalizaciones.

Pero la cuestión fundamental, para nosotros, no es saber qué multinacional va a enriquecerse en los próximos años a costa de nuestro trabajo, y del trabajo aún más duro de los trabajadores de países “extracomunitarios”. La cuestión fundamental es saber cuál es la política sindical que debemos defender para oponernos a los ataques de la patronal en toda Europa, y cómo vamos a invertir la situación de retrocesos en nuestros derechos, que se viene produciendo durante décadas.

Las privatizaciones, que se nos vendieron como la panacea para todos los males, y como la única forma de gestión eficaz, tienen su propia lógica. La tendencia internacional a las fusiones, para concentrar cada vez en menos manos la producción y los beneficios obedece a la lógica del funcionamiento del sistema capitalista, y es apoyado, con más o menos entusiasmo, por la burguesía europea y sus representantes políticos, en función del beneficio que obtengan de ellas. Como muestra de ello, basta contrastar las declaraciones que hacía en su día el ministro francés de Economía y Finanzas, refiriéndose a las inversiones de Arcelor en China y Brasil “ésta, como otras empresas en Francia y el resto de Europa tiene que continuar adaptándose, porque para mantener su competitividad debe reducir costos, optimizar sus localizaciones (…) pero no forzosamente en función de la distribución de sus actividades en el pasado”. Sin embargo, ahora, el primer ministro de Luxemburgo pide a los accionistas “que no caigan en la tentación de vender sus acciones a Mittal Steel, pues es mucho más beneficioso, tanto para los accionistas como para los trabajadores, seguir con el modelo industrial de Arcelor”. Y el presidente del Principado de Asturias ha descubierto súbitamente que “Arcelor sigue un patrón industrial puesto a prueba durante muchos años y que tiene gran futuro en Europa”.

Quizás lo más lamentable es que las direcciones sindicales se hayan sumado al coro de los defensores de la multinacional luxemburguesa, sin exigir ninguna contrapartida, ni denunciar los retrocesos que antes denunciábamos. Ahora amenazan con movilizaciones para defender a su patrón frente al magnate indio, algo que por cierto no han hecho con el mismo ímpetu cuando se ha tratado de defender el empleo en las factorías de la multinacional. ¿Cuál será el próximo paso? ¿Aceptar más recortes en aras de la competitividad de las multinacionales europeas?

La realidad es que los efectos de las privatizaciones y el desmantelamiento del sector público deja a los trabajadores aún más a merced de los intereses económicos de las grandes empresas, y que la práctica de una política sindical localista, estrecha, de defensa de lo “posible”, reduce a la impotencia la respuesta sindical cuando se enfrenta a procesos que superan el ámbito no ya nacional, sino incluso autonómico.

Sin duda, preservar y mejorar las condiciones de vida de los trabajadores estará mucho más determinado por la lucha contra los ataques patronales, no sólo en Europa, sino a nivel internacional, antes que por la defensa demagógica del tiburón bueno frente al tiburón malo.

¿No será preciso recuperar ideas que respondan realmente a los intereses de los trabajadores, como la cuestión de las nacionalizaciones de los sectores estratégicos, bajo control de los trabajadores, para oponerse a las políticas de deslocalización de las multinacionales? O quizás es preferible continuar a la búsqueda del “empresario” modélico, que, bajo nuestro punto de vista sólo existe en la cabeza de determinados sindicalistas responsables, alejados desde hace mucho tiempo de las condiciones reales del taller o de la fábrica.

Mónica Iglesias

Afiliada a CCOO · Asturias

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