Esta empresa situada en L´Hospitalet de Llobregat constituye un ejemplo de lo que el sindicalismo combativo es capaz de conseguir frente al sindicalismo de pactos, diálogo y consenso.
Inthai, SA es una pequeña empresa de sector del comercio del mueble en la que hasta hace dos años no había ningún tipo de representación sindical. Fruto de la presión a la que la empresa estaba sometiendo a sus trabajadores, a los que quería obligar a trabajar los sábados a la mañana, un grupo de compañeros  decidimos ir a UGT a preparar las elecciones sindicales con el fin no sólo de parar los ataques sino también de conseguir toda una serie de derechos fundamentales como puedan ser las cuarenta horas.
Dos meses después celebramos las elecciones ante la mirada atónita de los jefes al comprobar como la totalidad de la plantilla depositaba su voto al único candidato que se había presentado en la lista, el último día, a última hora, tal y como habíamos acordado entre todos los compañeros.
La reacción de la empresa no se hizo esperar y después de la primera solicitud de reunión, en la que le se le iba a plantear la plataforma que habíamos aprobado en la asamblea por mayoría, nos respondieron diciendo que si seguíamos adelante con el sindicato, cerraban la empresa. Al término de la reunión se informó a los compañeros, que reaccionaron indignados diciendo que, aquí, "ni Dios se baja los pantalones".
Al comprobar la empresa que su amenaza no tenía ningún efecto no le quedó más remedio que sentarse, no sin antes despedir fulminantemente a dos compañeros alegando pérdida de confianza en ellos, ocultando su verdadero motivo que era el apoyo que estos compañeros estaban dando al sindicato y a mí como delegado. En ese momento se convocó una reunión urgente con los compañeros planteando una respuesta inmediata. Decidimos, entonces,  meter una inspección denunciando todas las irregularidades de la empresa. Así iniciamos un camino largo, lleno de maniobras, mentiras, desidia de la burocracia sindical (que ya había conseguido su delegado) y una inspección que nunca llegaba. A pesar de la táctica dilatoria que aplicó la empresa, no nos rendimos, y fruto del aguante y la determinación, y de no aflojar en ningún momento, empezamos a ver resultados.
Al poco tiempo conseguimos las cuarenta horas, tal y como nosotros lo habíamos planteado, librando los viernes a la tarde.
No les quedó más alternativa que acogerse a un convenio. Esto implicaba un calendario pactado, unas horas anuales, 100% en las bajas, días personales, y una nómina adaptada a las tablas del convenio, con nuevas categorías que en la práctica supusieron aumentos de sueldo a toda una serie de compañeros que teníamos categoría de mozo de almacén.
A otro nivel, en cuanto a la cuestión de prevención, tuvieron que instalar un nuevo taller, sabedores que las antiguas instalaciones,  insalubres e ilegales, pendían sobre ellos como una espada de Damocles. Además de revisiones médicas (las últimas habían sido a principios de los noventa), cursillos de prevención, evaluación de riesgos, etc...
Todos estos avances, junto con las asambleas, los debates, los compañeros afiliados (dos de ellos con sesenta años), la explicación de cuestiones elementales para un trabajador como es la lucha por la plusvalía y la lucha constante contra todo tipo de maniobras, ha conseguido, entre otras cosas, elevar el nivel de conciencia de toda la plantilla, consiguiendo así, más capacidad de decisión sobre nuestro trabajo, más imaginación y más tranquilidad. Atrás quedan los tiempos en los que la desconfianza de unos compañeros a otros junto con el miedo a los jefes o encargado eran el pan nuestro de cada día.

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