V. América Latina y África: revolución y contrarrevolución

Como señalábamos en nuestro documento de Perspectivas Mundiales de 2021, las insurrecciones en Chile en 2019 y Colombia en 2021 y la crisis revolucionaria en Perú tras la victoria electoral de Pedro Castillo crearon las condiciones para que la clase obrera y el campesinado pobre tomasen el poder en cualquiera de estos países. Esta posibilidad se reabrió este mismo año en Perú tras el levantamiento de masas contra el golpe organizado por la oligarquía y el imperialismo estadounidense.

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Únicamente la ausencia del factor subjetivo explica el desarrollo de los acontecimientos posteriores. Ninguna organización, ni siquiera los grupos que se reclaman de la izquierda revolucionaria y trotskista, han planteado un programa y tácticas a la altura. En lugar de pugnar por la unificación de los embriones de poder obrero creados por las masas en acción (asambleas, primeras líneas de autodefensa, cabildos abiertos, comités de lucha...) y defender sin complejos la expropiación de la banca, la tierra y las grandes multinacionales para derribar a los gobiernos burgueses, todas estas organizaciones han capitulado ante el etapismo y la colaboración de clases. La insistencia en la consigna de Asamblea Constituyente ha tenido efectos funestos.

Esta consigna ha desempeñado el mismo papel que la teoría menchevique de las dos etapas durante la revolución rusa o el frente popular planteado por Stalin en los años 30: frenar a las masas y conceder tiempo y margen de maniobra a la burocracia de los partidos socialdemócratas, estalinistas y a la clase dominante para recuperar la iniciativa y pasar a la ofensiva. En estos momentos, en países clave de la región las fuerzas de la contrarrevolución y de la extrema derecha avanzan.

Boric y su estrategia para el desastre

El caso más claro es Chile. La Asamblea Constituyente puesta en marcha tras la insurrección de octubre de 2019 permitió a la burguesía desviar el movimiento revolucionario al terreno electoral y parlamentario. Después de tres años de discursos en una Constituyente controlada por la izquierda reformista, que no se han traducido en ningún avance material y político para la población empobrecida, la correlación de fuerzas ha cambiado a favor de la reacción.

Esta charlatanería unida a las políticas capitalistas del Gobierno de Gabriel Boric, coalición del Frente Amplio, el Partido Comunista y los desprestigiados dirigentes del PS, ha transformado por completo la situación.

Boric ha mantenido la esencia de las políticas del derechista Piñera, llegando al extremo de aprobar leyes que dan más poder e impunidad al odiado cuerpo de carabineros (infestado de fascistas y principal ejecutor de la represión que dejó centenares de muertos y heridos en 2019). Bajo el rastrero argumento de “combatir la inseguridad” ha militarizado la frontera y los territorios ancestrales mapuches encarcelando a varios dirigentes.

Los reformistas, incluidos los dirigentes del PCCh, que critican algunas de estas medidas pero siguen en el Gobierno al estilo de lo que hizo Podemos en el Estado español, han dado alas a la derecha y la ultraderecha para popularizar y afianzar un discurso que hace bandera de la criminalización de la “inmigración ilegal” y la opresión racista del pueblo mapuche.

El pinochetista Partido Republicano, de José Antonio Kast, que está construyendo una base de masas entre la pequeña burguesía urbana y sectores populares atrasados y desesperados, y ha logrado un triunfo arrollador al Consejo encargado de elaborar una nueva constitución el pasado mayo[1].  

El sello de la extrema derecha no se ha hecho esperar: la supresión del derecho al aborto y otras conquistas sociales en la nueva Constitución están provocando un rechazo masivo. Todos los sondeos auguran que la constitución ultrarreaccionaria fracasará al igual que la presentada por la izquierda reformista. Pero lo que se presenta como una oportunidad para golpear a la derecha puede quedar en nada por la renuncia de los dirigentes del PCCh a romper con sus socios de Gobierno y recuperar la movilización en las calles para agrupar el enorme malestar social.

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En América Latina todas las organizaciones obreras han capitulado ante el etapismo y la colaboración de clases. La insistencia en la consigna de Asamblea Constituyente ha tenido efectos funestos. 

Perú, Colombia... la crisis que no cesa

La consigna de Asamblea Constituyente también ha sido clave para desaprovechar la enorme fuerza mostrada por las masas peruanas. Mientras cientos de miles de campesinos, trabajadores y estudiantes tomaban las calles durante meses para tumbar al Gobierno y al Parlamento golpistas, sobreponiéndose a una represión salvaje que causó casi un centenar de muertos y miles de heridos y detenidos… toda la izquierda, desde la dirección estalinista de Perú Libre, pasando por la burocracia sindical de la CGTP, los dos partidos comunistas y los grupúsculos trotskistas, se ha dedicado a exigir a la clase dominante la Constituyente.

En Colombia, Petro no ha planteado una Constituyente, pero su Pacto Histórico y su política se basa en las mismas concepciones: primero “consolidar la democracia” y algunas medidas sociales asistencialistas muy limitadas y en un futuro indeterminado y lejano ya veremos lo que se puede hacer sobre eso de “transformar la sociedad”. Su Gobierno ha enfrentado una crisis tras otra, y la mayoría de sus “aliados” de derechas le han abandonado pasándose abiertamente a la oposición o mantienen apoyos parlamentarios puntuales a cambio de moderar, frenar o hacerlo renunciar a sus promesas.

La denuncia del sabotaje de la reacción y los llamamientos a sus bases a movilizarse han hecho que su apoyo no caiga tan rápido como el de Boric, pero las masas no pueden alimentarse de discursos y promesas que, además, nunca se cumplen.

Las elecciones locales del 29 de octubre representarán un nuevo jalón en el cerco al Gobierno de Petro y la reconstrucción de una derecha que ya ha organizado movilizaciones masivas y cuyos candidatos lideran las encuestas en prácticamente todas las grandes ciudades.

México y Colombia, segunda y cuarta economías latinoamericanas respectivamente, son los únicos grandes países donde el imperialismo estadounidense mantiene su hegemonía comercial.

La oligarquía y el ejército colombiano han sido durante décadas la principal base de apoyo regional de Washington y han tejido sólidos vínculos económicos y políticos. Por ahora el imperialismo se está mostrando muy cauto, apoyando la reorganización de la derecha y de la ultraderecha uribista mientras insiste en que esperen su momento, evitando tentativas prematuras. Pero Washington ya ha enseñado los dientes, advirtiendo a Petro que “recibir el dinero chino se acaba pagando” (por el tímido incremento del comercio con China).

Argentina: Milei arrasa y gana la presidencia

La elección de Javier Milei como presidente de Argentina ha conmocionado a millones de personas en todo el mundo. Milei no es ningún antisistema ni un “verso suelto”, es un fascista identificado con Vox, Trump y Bolsonaro que se dispone a llevar a cabo una política ultraneoliberal de privatizaciones salvajes y ataques contra la clase obrera y los derechos democráticos.

No duda en justificar la dictadura que masacró a decenas de miles de activistas de izquierda en los años 70. Su predilección por la violencia de extrema derecha, supremacista y racista no está en discusión: después de apoyar públicamente el genocidio sionista contra el pueblo palestino, ya ha anunciado que viajará a Tel Aviv para rendir honores a Netanyahu.

Este personaje viene con el pack completo. Es un machista confeso, que ha hecho de la abolición del derecho al aborto de las mujeres un eje fundamental de su campaña. Y, como no podía ser de otra manera, es un negacionista acérrimo del cambio climático, dispuesto a que Argentina se convierta en el paraíso de las empresas multinacionales que arrasan el medio ambiente.

Todo esto es Milei, y por eso mismo causa tanto impacto que se haya impuesto con el mayor apoyo obtenido nunca por un candidato: 14.554.560 votos, el 55,65%, ganando en 20 de las 23 provincias y superando en 11,3 puntos y 2.945.840 votos a Sergio Massa, el cabeza de cartel del peronismo.

Con 11.598.720 votos, el 44,35%, Massa, ministro de Economía del Gobierno peronista de Alberto Fernández, obtiene uno de los peores resultados de esta fuerza política.

Aunque millones de trabajadores peronistas y militantes de la izquierda le votaron tapándose la nariz para impedir la victoria ultraderechista, amplios sectores de la población no perdonan a Massa y le responsabilizan directamente del desastre económico y social que sufre el país: 142% de inflación, 18,6 millones de personas viviendo en la pobreza y 4 millones de ellos en la indigencia.

En este contexto de colapso, Milei ha tenido éxito en movilizar masivamente a las capas medias, radicalizadas hacia la derecha, y conectar con sectores de jóvenes y trabajadores muy desmoralizados y frustrados con el Gobierno peronista, presentándose como la única alternativa para “salir del caos” y utilizando cínicamente consignas como “que se vayan todos” o “echar a la casta”.

La campaña de Massa durante la segunda vuelta planteando un Gobierno de unidad nacional con la derecha tradicional, apelando a los empresarios y el “voto de centro” y eliminando cualquier referencia de izquierdas en su discurso no ha hecho más que facilitarle el trabajo.

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Milei no es ningún antisistema ni un “verso suelto”, es un fascista identificado con Vox, Trump y Bolsonaro que se dispone a llevar a cabo una política ultraneoliberal de privatizaciones salvajes y ataques contra la clase obrera y los derechos democráticos. 

Contra la clase obrera

Milei es el candidato de la reacción más extrema y de una mayoría de la clase dominante y del capital financiero que ha visto en él una oportunidad para descargar un golpe demoledor sobre la clase obrera. Pensar que es un individuo que va por libre es una completa estupidez. El programa de Milei, cocinado a fuego lento durante meses en los consejos de administración de los grandes bancos y empresas, representa una declaración de guerra:

- Recorte y supresión de impuestos a empresarios y terratenientes. Situar a Argentina como vanguardia de la evasión impositiva y convertirla en un paraíso fiscal continental.

- Dolarización de la economía, lo que significaría un trasvase masivo de riqueza de las rentas más bajas a las más altas e incrementará brutalmente las desigualdades.

- “Achique del Estado”, privatizando empresas públicas estratégicas, además de la educación, la sanidad, las pensiones y los servicios sociales.

- Contrarreforma laboral garantizando el despido libre mediante la eliminación de diferentes indemnizaciones. Golpear el poder de los sindicatos mediante leyes represivas que limiten los derechos de huelga y manifestación.

- Abolición del derecho al aborto y otras conquistas arrancadas por el movimiento feminista con su lucha durante los últimos años.

- Legalización del derecho a portar armas, una medida para impulsar el pistolerismo fascista.

- Incremento de la legislación represiva, reforzando la financiación, poder e impunidad de ejército y policía.

- Recortes drásticos en los derechos de los inmigrantes, facilitando su deportación y marginación.

Toda la hipocresía y cinismo sobre la “casta” y el “que se vayan todos” se desvela con claridad nada más conocerse que estas medidas serán aplicadas por un Consejo de Ministros en el que se integrarán funcionarios y exfuncionarios del FMI, directivos de bancos, fondos de inversión y think tanks imperialistas, entre ellos varios que ya ocuparon cargos en los Gobiernos neoliberales de Menem o Macri. En definitiva, pura patraña, como siempre han hecho los fascistas, encubriendo de demagogia populista lo que no es más que una forma totalitaria de gobernar a favor de la oligarquía financiera.

La “locura” y delirios de Milei, Trump o Bolsonaro —que sectores de la izquierda reformista e incluso algunos autodenominados marxistas utilizan como argumento para minimizar el peligro que representan— o las referencias a sus discursos incendiarios o “antisistema” para definirlos como outsiders en lugar de caracterizarlos como reaccionarios de extrema derecha, solo sirven para echar tierra a los ojos de los activistas y de la población obrera, escondiendo la gravedad de lo que está en juego.

La esencia de la cuestión hoy es la misma que entonces. El empobrecimiento y las desigualdades intolerables se suman al descrédito de la democracia parlamentaria, de los partidos burgueses tradicionales, y de la izquierda tradicional que sostiene al sistema. Es la descomposición social lo que provoca la polarización política y los bandazos cada vez más bruscos a derecha e izquierda, empezando por las capas medias.

¿Por qué ha ganado Milei?

La victoria en las presidenciales de octubre de 2019 del Frente de Todos, coalición entre el kirchnerismo, ala izquierda del peronismo liderada por Cristina Fernández de Kirchner (CFK) y la derecha peronista de Alberto Fernández y Massa, fue recibida con enorme esperanza por la clase trabajadora, que esperaba medidas enérgicas contra una crisis que ya entonces golpeaba duramente.

Las elecciones legislativas del 14 de noviembre de 2021 fueron una primera expresión del malestar creciente entre las masas y de la polarización. Por la derecha emergía por primera vez la figura de Milei, que entraba en el Parlamento con dos diputados y 1.291.999 votos (un 5%, pero concentrado en Buenos Aires, donde rondaba al 20%). El descontento de las bases peronistas se reflejaba en el clamor demandando a Cristina Kirchner que se enfrentase a Fernández y Massa. Más a la izquierda, la principal expresión de la izquierda anticapitalista, el Frente de la Izquierda y los Trabajadores-Unidad (FIT-U) obtenía un resultado histórico: 1.280.240 votos, igualando en papeletas y porcentaje a Milei, pero obteniendo 4 diputados frente a los 2 de La Libertad Avanza.

Dos años después, Milei ha disparado su apoyo hasta liderar el bloque de derechas y conseguir la victoria. Dentro del peronismo el kirchnerismo ha enmudecido, dejando la lucha contra Milei en manos de Massa, y a su izquierda el FIT-U ha visto reducir su apoyo en medio millón de votos, de 1.240.000 de las legislativas de 2021 a 709.000 en la primera vuelta presidencial de este mes de octubre.

¿Cómo es posible esto cuando la crisis económica ha empeorado y aumenta el cuestionamiento al sistema? La explicación no está en las masas, que cada vez que han sido convocadas a la lucha han respondido protagonizando grandes movilizaciones, como la marea verde feminista o levantamientos sociales como el de Jujuy en junio de este mismo año. El problema ha sido la política derechista y capitalista del Gobierno peronista, su capitulación permanente ante el FMI, la burguesía argentina y el aparato del Estado. Ñ

El problema está en la completa subordinación de los sindicatos de filiación peronista a esta estrategia, bloqueando permanentemente cualquier respuesta obrera sólida y sostenida, negándose a convocar a la huelga general para pelear contra los recortes sociales y la inflación desbocada, blindando una paz social que solo beneficia al capital. Políticas desmovilizadoras que han llevado a numerosas luchas obreras a terminar en derrotas amargas.

Estos factores han sido decisivos para extender la desmoralización social y la desesperanza colectiva. Los dirigentes peronistas han asfaltado el ascenso de la extrema derecha, que se ha ido fraguando golpe a golpe, decepción a decepción. Y en esto, la llamada izquierda peronista también ha contribuido por sus incoherencias y manifiestas vacilaciones. Cristina Fernández y la izquierda kirchnerista han actuado como Podemos en el Estado español o el PCCh en Chile: criticando las políticas más derechistas de la socialdemocracia, pero a la hora de la verdad negándose a enfrentarlas, manteniéndose en el Gobierno en lugar de movilizar en las calles y levantar una alternativa.

En cuanto a las formaciones que integran el FIT-U, a pesar de su dedicación en movilizar y enfrentar al Gobierno, han desaprovechado una oportunidad tras otra de ganar el oído de las bases peronistas de izquierda, negándose en redondo a una política de frente único que les hubiera permitido avanzar. El doctrinarismo y el sectarismo son muy malas influencias cuando hay que desplegar políticas de unidad de clase contra la extrema derecha.

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El FIT-U ha desaprovechado una oportunidad tras otra de ganar el oído de las bases peronistas de izquierda, negándose en redondo a una política de frente único que les hubiera permitido avanzar. El doctrinarismo y el sectarismo son muy malas influencias. 

Como explicamos en nuestro balance público de la primera vuelta: “Denunciar el capitalismo y plantear consignas correctas como las nacionalizaciones solo puede ganar el apoyo de las masas si va unido a una política no sectaria de unidad de acción en la lucha y una práctica revolucionaria en el día a día, caracterizando y denunciando a Milei claramente como lo que es, un fascista, y llamando a la movilización masiva en las urnas y la calle para derrotarle. El FIT-U no debería tener ningún problema en impulsar manifestaciones, asambleas, comités de acción y autodefensa llamando a las bases de la izquierda peronista y kirchnerista a combatir juntos. Esto es parte de la lucha por aplicar un programa socialista (…) La izquierda revolucionaria debe manifestar con claridad una actitud intransigente de lucha contra Milei, y no puede desentenderse del frente electoral. Llamar al voto nulo o la abstención es decir que da igual quién gane, que Milei es lo mismo que el peronismo. Y eso sería un error de calado que pagaría un precio enorme para la izquierda combativa y militante”[2].

El FIT-U ha malogrado una oportunidad de oro para liderar con decisión y valentía la lucha contra Milei y conectar así con millones de trabajadores peronistas. Su posición abstencionista en esta segunda vuelta, y su renuncia a participar activamente en ella poniendo el foco en la derrota del candidato ultraderechista, se parece mucho más a las políticas ultraizquierdistas y sectarias del “tercer periodo” estalinista —que tanto denunció Trotsky— que a la táctica leninista de frente único con las organizaciones reformistas y socialdemócratas para combatir a la reacción.

¿Y ahora qué?

La magnitud de la victoria electoral de Milei y la derrota del peronismo reflejan un proceso de fondo que va más allá de un simple cambio de Gobierno. La crisis del capitalismo argentino es tan profunda que empuja a un enfrentamiento frontal entre las clases.

Una derrota electoral tan dura como esta, a corto plazo, provocará un shock en millones de jóvenes, trabajadoras y trabajadores. Los próximos meses serán muy difíciles para los oprimidos. Pero la clase obrera argentina no ha sido aplastada. La lucha de clases ha entrado en un periodo decisivo porque la agenda de Milei no puede resolver la carcoma que sufre el capitalismo argentino. Todo lo contrario. Agudizará aún más su crisis y descomposición provocando nuevos levantamientos sociales.

Los acontecimientos que están por venir no dejan margen para escurrir el bulto. Y los trabajadores argentinos volverán a demostrar que sus tradiciones de lucha no son un recuerdo del pasado.

El caso brasileño

Frente a aquellos que despreciaron el intento de golpe de Estado de enero de 2023 en Brasilia como una acción de unos cuantos locos, negando la implicación de “un sector significativo de la clase dominante”, el informe de la comisión parlamentaria confirmó nuestros análisis: una buena parte de la cúpula militar y policial y de la clase dominante estuvieron implicados hasta el cuello, mientras otros observaban expectantes el desarrollo de los acontecimientos para decidir si se sumaban o no.

Tras los fracasos de la estrategia golpista de Trump en Bolivia y Venezuela y la movilización en Perú contra el golpe orquestado por la Administración Biden, esta última se negó a apoyar el golpe brasileño. Las consecuencias para Washington podrían haber sido muy peligrosas en un momento en el que millones celebraban la derrota de Bolsonaro y la victoria de Lula.

La elección del Gobierno de Lula significó un respiro para las capas más pobres de la clase trabajadora y del campesinado, con la recuperación de ciertos derechos y una ligera mejora económica. Pero la lucha de clases bajo el lulismo no se ha detenido. Ya en el primer semestre hubo huelgas de profesores y en el último período fueron los trabajadores de las universidades, los aeropuertos y la empresa aeronáutica Embraer quienes realizaron huelgas. En São Paulo, los trabajadores del metro y del saneamiento llevaron a cabo una huelga unificada contra la privatización de los servicios promovida por el gobernador bolsonarista Tarcísio de Freitas.

A pesar de que a Bolsonaro se le haya impedido presentarse a cargos públicos durante 8 años y haya sido acusado por intento de golpe de Estado, su influencia y apoyo no han desaparecido. La mayoría de los gobernadores estatales son bolsonaristas o de derechas y, según una encuesta del Instituto Datafolha de septiembre de 2023, el 25% de los brasileños se consideran bolsonaristas. La política de frente nacional de Lula y los acuerdos permanentes con la derecha, incluso antes de su elección, y ahora aún más, darán impulso a las fuerzas de la reacción en el futuro.

En política exterior la elección de Lula sí ha representado un giro significativo. La aproximación a China, principal socio comercial y destino del 30% de las exportaciones brasileñas, así como a Rusia, al no condenar la invasión de Ucrania, y además la elección de Dilma Rousseff como presidenta del banco de los BRICS, propiciaron duras críticas por parte de Occidente hacia Lula. Al mismo tiempo, la Unión Europea, que necesita un mercado tan amplio como el brasileño, continúa haciendo esfuerzos para la aprobación del acuerdo UE-Mercosur y multiplica las visitas oficiales al país; Alemania ya ha enviado 4 altos representantes, incluido el canciller Olaf Scholz.

Pero es evidente que EEUU no va a renunciar a mantener su presencia estratégica en el coloso brasileño y moverá con fuerza sus múltiples puntos de apoyo dentro del aparato del Estado y en la clase dominante brasileña para asegurar que su influencia política y económica no retroceda. Brasil es un escenario destacado de la pugna imperialista global, y esto tendrá también evidentes repercusiones en la situación interna del país.

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EEUU no va a renunciar a mantener su presencia estratégica en Brasil y moverá con fuerza sus múltiples puntos de apoyo dentro del aparato del Estado y en la clase dominante brasileña para asegurar que su influencia política y económica no retroceda. 

La excepción mexicana

Una excepción a la inestabilidad política regional ha sido el sexenio de AMLO en México. La derrota de los partidos burgueses (PRI-PAN), tras 80 años de dominación, y la llegada al Gobierno de este dirigente histórico de la izquierda reformista apoyado por la clase obrera y el pueblo, es sentida como una gran victoria. Todo ello ha concedido a AMLO un margen de maniobra enorme, que se ha visto reforzado por su discurso “obrerista” y “antiimperialista”. Su política ha sido una combinación: por un lado, gestos y medidas populares menores, como el incremento del salario mínimo, ayuda a las familias, becas, etc.;  por otro, acuerdos con la burguesía mexicana y el imperialismo estadounidense y constantes concesiones a sectores tan reaccionarios como el ejército, la iglesia o el narco.

México se está viendo favorecido temporalmente por la pugna interimperialista. En su guerra comercial con Beijing, EEUU ha impulsado el nearshoring, trasladando algunas inversiones que antes buscaban en el país asiático a México, para aprovechar una mano de obra más barata. La IED estadounidense sigue representando el 82% del total que recibe México, y ha aumentado enormemente. Las remesas procedentes de EEUU casi se han doblado. Todo ello ha permitido a AMLO sostener un apoyo popular sin apenas erosión.

Esto parece suficiente para que Scheinbaum, la candidata por la que ha apostado para sucederle, gane las internas de MORENA y la carrera presidencial. Pero los factores que han posibilitado este oasis de relativa paz social (hemos visto duras luchas reivindicativas y contra la burocracia sindical, así como un poderoso movimiento feminista) pueden cambiar con la recesión amenazando la economía estadounidense. Scheinbaum carece además de la autoridad de AMLO entre amplios sectores de las masas.

América Latina y la pugna interimperialista

El control casi absoluto de las riquezas de Centro y Suramérica desde finales del siglo XIX y comienzos del XX proporcionó al imperialismo estadounidense el impulso inicial para la lucha por la hegemonía mundial. Durante todo el siglo XX EEUU hizo de Latinoamérica su patio trasero, aplastando en sangre o descarrilando políticamente todos los intentos de cambiar esa situación, con la excepción de la revolución cubana.

Un síntoma del declive estadounidense, junto a los fiascos en Oriente Medio y Afganistán, fue el fracaso de su estrategia golpista en Venezuela y Bolivia, y el retroceso que ha experimentado en el continente frente a los avances de las exportaciones de capital chino y el gran número de acuerdos comerciales que Beijing está firmando con numerosas naciones. Pero sería un error plantear que esta batalla ha terminado o que EEUU ha sido definitivamente desbancado.

Washington es un animal herido que a medida que pierde posiciones aumenta su agresividad para defender las que conserva y recuperar otras que considera estratégicas. Las declaraciones de Laura Richardson, jefa del Comando Sur, alertando de que no renunciarán a América Latina y “sus ricos recursos y elementos de tierras raras” no son meras palabras. “El 60% del litio del mundo está en el triángulo del litio: Argentina, Bolivia, Chile. Tienes las reservas de petróleo más grandes, crudo ligero y dulce descubiertos en Guyana hace más o menos un año. También los recursos de Venezuela, con petróleo, cobre, oro. China recibe el 36% de su comida de esa región. Tenemos el Amazonas, el pulmón del mundo. Tenemos el 31% del agua dulce mundial en esa región”, explicaba Richardson. Mientras, Mark Milley, jefe del Estado Mayor Conjunto, afirmaba: “el hemisferio occidental nos pertenece a nosotros y a nadie más. Estamos hombro con hombro [con los sectores del ejército y las burguesías nacionales del hemisferio “aliados”, decimos nosotros] en esa causa común para protegerlo de cualquier amenaza internacional”.

Los estrategas estadounidenses están preocupados de que su retroceso económico frente a China pueda convertirse en una pérdida de la influencia histórica que mantienen sobre las cúpulas militares de la región. Su fracaso golpista en Venezuela, y el hecho de que no pudieran arrastrar a ningún alto oficial a sus múltiples complots, fue un duro aviso.

Han relanzado bajo otro nombre la Escuela de las Américas, centro de mando para la represión contrarrevolucionaria y la organización de las dictaduras militares en los años 60, 70 y 80, y están invirtiendo cada vez más recursos en estrechar lazos con los militares de distintos países. Richardson ha visitado reiteradamente Argentina y Chile, claves en la lucha por el litio. El atentado contra un candidato presidencial y varios dirigentes políticos regionales en plena campaña presidencial ecuatoriana, y la victoria final del candidato de derechas, recuerda el guión desarrollado por la CIA en otros países para imponer gobiernos afines.

La historia demuestra que la dominación estadounidense se ha pagado con la sangre y opresión del pueblo latinoamericano. Pero sería un error pensar que China o Rusia representan una alternativa de liberación social. La izquierda estalinista en América Latina está insistiendo en ello, pero ni Beijing, ni Moscú representan un faro rojo, ni ofrecen una opción revolucionaria para romper con las cadenas de subordinación capitalista e imperialista del continente.

El ejemplo de Venezuela ilustra bien lo que decimos. La consolidación del régimen bonapartista burgués de Maduro, de la mano de los militares y los “aliados” chino-rusos, ha liquidado todas las conquistas sociales alcanzadas bajo los gobiernos revolucionarios de Chávez. El encarcelamiento de sindicalistas combativos y la intervención del aparato estatal para usurpar las siglas del PCV marcan un punto de inflexión en la contrarrevolución burocrática. Algunos sectores de las masas han protagonizado luchas reivindicativas y empiezan a tensar sus músculos, pero la situación sigue dominada por un reflujo profundo.

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La llegada al Gobierno de AMLO es sentida por la clase obrera como una gran victoria. Pero su política ha sido una combinación de gestos y acuerdos con la burguesía mexicana y el imperialismo estadounidense y constantes concesiones a la reacción. 

Por parte de las fuerzas reaccionarias, el apoyo a la candidata más ultraderechista en las primarias opositoras, María Corina Machado, indica la desesperación de las capas medias. A pesar de ello, los mismos factores que hicieron fracasar el golpe de Guaidó siguen presentes. El Gobierno está suscribiendo numerosos acuerdos con la burguesía (incluidos los antiguos golpistas de Fedecámaras) y sigue apoyándose en el respaldo político, militar y económico del bloque ruso-chino. Las cosas han llegado tan lejos que incluso Washington se ha mostrado más abierto a negociar con Maduro para no quedarse fuera de juego definitivamente.

Bolivia es otro país donde la afluencia de empresas chinas y rusas a las minas de litio y otros sectores extractivos lejos de desarrollar el país y mejorar las condiciones de vida, como prometían los dirigentes del MAS, está provocando un malestar social creciente. Comunidades indígenas, campesinos y trabajadores han protagonizado duras luchas contra el deterioro medioambiental y la sobreexplotación de las multinacionales imperialistas de distinto signo. 

La escisión del MAS entre los partidarios de Evo Morales y el presidente Luis Arce refleja este malestar social, pero ningún sector cuestiona las políticas capitalistas. Esta escisión ha animado a la derecha y la ultraderecha fascista, aunque de momento siguen divididos y debilitados por la derrota del golpe de 2019.

También continúa la expoliación de décadas por parte del imperialismo occidental y la lucha de los pueblos indígenas para proteger el medio ambiente y sus tierras. Desde las protestas contra el Marco Temporal[3] en Brasil, pasando por las luchas contra los gaseoductos que atraviesan territorio amerindio protegido dentro de EEUU y Canadá, hasta las movilizaciones contra los megaproyectos en México. La lucha de los pueblos indígenas es también una lucha contra la depredación capitalista del medio ambiente.

En ningún país latinoamericano, ni siquiera en las economías más fuertes como Brasil o México, hay condiciones para un régimen capitalista estable. La lucha entre revolución y contrarrevolución continuará con todo tipo de distorsiones, ofreciendo oportunidades claras para la construcción de una izquierda revolucionaria de masas que supere las limitaciones políticas y tácticas que hemos señalado.

El polvorín de África Occidental

Hasta hace muy poco redoblaron los tambores de una intervención armada para derrocar al nuevo Gobierno militar de Níger. Pero la certeza de que con ello provocarían un incendio político y movilizaciones populares masivas en toda la región, incluida Nigeria, ha disuadido a Macron y sus cipayos.

El último golpe militar del 30 de agosto en Gabón, tras el fraude electoral, confirma que tienen que andarse con pies de plomo. Ese mismo día miles de personas se echaron a las calles para celebrar la caída de 50 años de tiranía de la familia Bongo y del imperialismo francés.

Volviendo a Níger, cuando el pasado 26 de julio la guardia presidencial anunciaba la detención de Mohamed Bazoum, el corrupto y sanguinario presidente, y la disolución del Gobierno, la maquinaria de propaganda occidental se puso en marcha para llorar lágrimas de cocodrilo lamentando la suspensión de las “garantías constitucionales” y de la “democracia”. El golpe, dirigido por el Consejo Nacional para la Salvaguardia de la Patria, fue  respaldado rápidamente por el Estado Mayor del ejército, pero también por un amplio sector de la población que se lanzó a las calles ondeando banderas rusas y quemando las francesas.

Níger es un país clave para los intereses del imperialismo francés, particularmente por sus recursos naturales. Con un 5% de las reservas mundiales de uranio, el país centroafricano es el séptimo productor mundial y principal proveedor de la UE con una cuota del 24,3% en 2021. Posee además reservas de petróleo, oro y otros minerales.

Los golpes precedentes en Malí (2020 y 2021) y Burkina Faso (2022) supusieron la retirada de las tropas galas hacia Níger, buscando una última línea de defensa. Con lo ocurrido en Níger, la posibilidad de una estrepitosa salida del imperialismo galo, y la consiguiente pérdida de acceso a las reservas de uranio, se ha hecho real[4].

La propaganda alude insistentemente a las campañas de desinformación rusas como fuente de la inestabilidad en el área, pero lo cierto es que décadas de saqueo de los recursos naturales, de falta de inversiones en beneficio de la población o el fracaso de las operaciones militares contra el yihadismo en el Sahel, explican mucho mejor el profundo sentimiento antifrancés y anticolonial de las manifestaciones en apoyo de los militares golpistas.

A pesar de la llamada descolonización del continente, Francia ha logrado, a través de diferentes mecanismos de chantaje económico (acuerdos) y la compra de dirigentes burgueses africanos, que catorce naciones del África occidental y central depositaran sus reservas nacionales en el Banque de France. Tan recientemente como en 2020, la Asamblea Nacional francesa dio luz verde a la desaparición del “franco CFA” y, por tanto, a que se elimine esta obligación de depositar las reservas nacionales en París. Pero aunque la forma se haya modificado, la dependencia sigue siendo altísima y Francia sigue disponiendo de cientos de miles de millones de dólares de países africanos en su caja.

La situación en la República Democrática del Congo demuestra la explotación a la que ha sido sometido el continente africano. El país cuenta con una de las mayores reservas de cobalto y cobre del mundo, lo que ha provocado que las potencias imperialistas refuercen las medidas de explotación de estos recursos naturales para garantizar la producción de baterías.

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Décadas de saqueo de los recursos naturales, de falta de inversiones en beneficio de la población o el fracaso de las operaciones militares contra el yihadismo en el Sahel, explican el profundo sentimiento antifrancés y anticolonial. 

Otra cuestión de gran importancia, y que los medios en general ocultan, es la pugna que libran Washington y París. El imperialismo estadounidense tiene su propia agenda y está haciendo un doble juego socavando los apoyos de Francia en África. Las razones son variadas: en parte, no olvida los desplantes de París en la guerra de Iraq, en Afganistán, en relación al conflicto de Ucrania y las visitas de Macron al Kremlin o, más recientemente, la campaña del presidente francés para distanciarse del furor antichino de Biden; y en parte, sobre todo, porque quiere asentarse en el espacio africano galo y reemplazarlo como potencia colonial. De ahí su intervención en Marruecos facilitando que Rabat establezca relaciones diplomáticas con Israel, obligando al Gobierno de Pedro Sánchez a reconocer la soberanía marroquí sobre El Sahara, o la penetración estadounidense en el Magreb[5].

China y Rusia avanzan en el continente

Rusia y China son los beneficiaros de esta coyuntura. Es evidente que ni Moscú ni Beijing comparten esa herencia criminal como potencias coloniales, y en las actuales circunstancias aparecen como un factor de estabilidad animando inversiones multimillonarias que pueden redundar en beneficio de las economías nacionales y sobre todo de sus clases dominantes. Por supuesto, se trata de exportación de capital a mansalva para controlar mercados de materias primas estratégicas, energía, minerales y rutas comerciales.[6] También son imperialistas, pero tanto China como Rusia, dos antiguos Estados obreros deformados, saben utilizar muy bien la retórica anticolonial.

La influencia militar de Rusia es cada día más fuerte: Putin ha culminado importantes tratados de colaboración militar con el Gobierno de Malí y la República Centroafricana, y mantienen una presencia militar activa en Burkina Faso, Libia, Chad y Sudán. Acuerdos militares que en muchas ocasiones van acompañados de concesiones de explotaciones mineras a cambio de los servicios prestados, como la otorgada a la minera rusa Nordgold Yimiogou SA, en la comuna de Korsimoro, por el Gobierno burkinés poco después de la salida de las tropas francesas.

Además de ser el principal exportador de armas en la región, con un 26% del total, Rusia cuenta también con la baza del trigo, aprovechando la dependencia de la mayoría de los países agravada por la guerra en Ucrania. En la reciente cumbre que Putin mantuvo con líderes africanos prometió el suministro gratuito de entre 25.000 y 50.000 toneladas de cereal a Burkina Faso, Zimbabue, Malí, Somalia, República Centroafricana y Eritrea.

Esta situación cambiante se resume en lo ocurrido durante las asambleas generales de la ONU que se han celebrado en 2022, donde el 52% de los Estados africanos se han abstenido de condenar a Rusia por la guerra de Ucrania. 

Sin partidos revolucionarios, las contradicciones políticas se expresan de formas muy peculiares. Militares de graduación media ligados a sectores de la intelectualidad nacionalista, o simplemente hartos de la situación caótica y humillante que soportan sus naciones, se ven con la fuerza de dar un paso adelante y desafiar el poder imperialista occidental.

En los años setenta contaban con el ejemplo de los procesos revolucionarios triunfantes en China y Cuba, y también con la existencia de la URSS. Hoy en día no son estas referencias, sino la emergencia de un bloque imperialista alternativo lo que les anima a pasar a la acción y convertirse también en un cauce de expresión para el descontento de las masas populares.

Frente a la propaganda hipócrita de Occidente, los comunistas revolucionarios  señalamos que las políticas expoliadoras y militaristas aplicadas por las antiguas potencias coloniales han provocado el actual escenario. Pero sería un error atarnos al carro del bloque imperialista liderado por China y Rusia. Pensar que el enemigo de mi enemigo es mi amigo es sustituir el programa del internacionalismo proletario de Marx y Lenin por la realpolitik más burda. Aunque comprendemos las razones del apoyo popular a la presencia de Rusia y China en muchos de estos países, abandonaríamos nuestra posición marxista, si  siguiéramos pasivamente esta corriente sin advertir a los oprimidos y a los trabajadores de África cuáles son los intereses imperialistas que mueven a Beijing y Moscú.

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Los comunistas revolucionarios  señalamos que las políticas expoliadoras y militaristas aplicadas por las antiguas potencias coloniales han provocado el actual escenario. Pero sería un error atarnos al carro del bloque imperialista liderado por China y Rusia. 

VI. El ascenso global de la ultraderecha

Los obreros no están en absoluto inmunizados de una vez por todas contra la influencia de los fascistas. El proletariado y la pequeña burguesía se presentan como vasos comunicantes, sobre todo en las condiciones actuales, cuando el ejército de reserva del proletariado no puede dejar de suministrar pequeños comerciantes, vendedores ambulantes, etc., y la pequeña burguesía desarraigada, proletarios y lumpemproletarios.

Los empleados, el personal técnico y administrativo, ciertas capas de funcionarios, constituyeron en el pasado uno de los apoyos importantes de la socialdemocracia. En la actualidad, estos elementos se han pasado o se están pasando a los nacionalsocialistas. Tras de sí pueden arrastrar, si no han comenzado a hacerlo ya, a la aristocracia obrera. Siguiendo esta línea, el nacionalsocialismo penetra por arriba en el proletariado.

De todas formas, su eventual penetración por abajo, es decir, por los parados, es mucho más peligrosa. Ninguna clase puede vivir durante mucho tiempo sin perspectiva ni esperanza. Los parados no son una clase, pero constituyen ya una capa social muy compacta y muy estable, que busca en vano sustraerse a unas condiciones de vida insoportables. Si es cierto, en general, que solo la revolución proletaria puede salvar a Alemania de la descomposición y la desagregación, esto es cierto en primer lugar para los millones de parados.

León Trotsky, ¿Y ahora? Problemas vitales del proletariado alemán[7]

La caracterización del auge de los movimientos populistas y de extrema derecha ha generado numerosas polémicas en las filas de la izquierda, tanto a la hora de entender la naturaleza de este avance como sus vínculos con las clases dominantes y las semejanzas y disonancias que presenta con el fenómeno fascista de los años treinta del siglo XX.

Para arrojar luz sobre este fenómeno es importante profundizar en las causas que alimentan la sincronización que observamos en el crecimiento de partidos y organizaciones cuya existencia hace dos o tres décadas era extraordinariamente marginal o sencillamente no aparecían en el horizonte político. ¿Qué ha cambiado? ¿Cuáles son las fuerzas motrices que están detrás de estas transformaciones que sacuden la escena política, mediática y cultural en todo el mundo?

En primer lugar, es imposible entender lo que está sucediendo sin considerar la aguda polarización social y política en el mundo capitalista y la consiguiente crisis de credibilidad en la democracia burguesa; en segundo lugar, el crecimiento electoral y de la influencia social de la ultraderecha, sean cuales sean sus variantes, representa una amenaza que apunta directamente contra los derechos democráticos, el movimiento obrero, la juventud organizada y militante, y la lucha por la liberación de la mujer. En definitiva, hoy como ayer, estas fuerzas son una vanguardia combatiente para desarticular y aplastar a la izquierda y a todos aquellos que peleamos por el socialismo.

A partir de la Gran Recesión de 2008, las brutales políticas de austeridad y el crecimiento de la desigualdad y la precariedad impulsaron reagrupamientos muy importantes a la izquierda de la socialdemocracia oficial. Los casos de Jeremy Corbyn en el laborismo o de Bernie Sanders en el Partido Demócrata y el DSA, pero sobre todo la emergencia de Syriza en Grecia, de Podemos en el Estado español, Die Linke en Alemania, o el Bloco de Esquerdas en Portugal… eran, en una u otra medida, la expresión electoral del giro a la izquierda de amplios sectores de la juventud y la clase obrera y de la radicalización de las luchas sociales.

La conciencia de que había que plantar cara al sistema dio un enorme paso adelante, aunque la mayoría de estos movimientos y formaciones estaba liderada por la pequeña burguesía ilustrada, en general del espacio universitario, con una actitud extremadamente hostil hacia las ideas del marxismo.

Paralelamente a los avances de esta nueva izquierda reformista, fuerzas populistas y de extrema derecha iban conquistando un apoyo de masas creciente en EEUU, en América Latina y Europa, afianzando sus vínculos con los aparatos del Estado y logrando respaldos significativos entre las clases dominantes.

Cuando las huestes de Trump asaltaron el Capitolio en enero de 2021 hubo organizaciones que sentenciaron la cuestión calificándola de algarada y despreciando a Trump como un outsider de la política. Incluso hoy, estas mismas organizaciones hablan del “ala Trump” del Partido Republicano, cuando es incuestionable que el expresidente y sus partidarios dominan sin competencia uno de los dos partidos fundamentales de la clase dominante norteamericana.

En el documento de Perspectivas mundiales de Izquierda Revolucionaria Internacional de 2021 escribíamos al respecto:

“Trump fue derrotado en las urnas [por Biden] gracias a una movilización histórica del voto y tras una lucha de masas formidable, que llevó a millones de mujeres, jóvenes y trabajadores afroamericanos, blancos y latinos a llenar las calles en los cuatro años de su mandato, y que culminaron con el levantamiento social tras la muerte de George Floyd. Entre los meses de mayo, junio y julio de 2020, entre 15 y 26 millones de personas participaron en las protestas que recorrieron EEUU de una punta a otra.

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La derrota electoral de Trump no ha supuesto ni su desaparición ni un debilitamiento del trumpismo. Nos encontramos ante tendencias de fondo que seguirán alimentándose de la descomposición social generada por un capitalismo en crisis. 

Pero esta derrota electoral no ha supuesto, como muchos desde la izquierda vaticinaban, ni la desaparición de Trump ni un debilitamiento del trumpismo, confirmando que nos encontramos ante tendencias de fondo que seguirán alimentándose de la descomposición social generada por un capitalismo en crisis.

Después de las elecciones de noviembre, Trump se ha fortalecido, ampliando y consolidando su base electoral entre millones de pequeñoburgueses rabiosos y sectores atrasados de la clase trabajadora noqueados por la recesión y heridos en su orgullo ante la irremediable decadencia del imperio norteamericano. Su discurso racista y supremacista, su nacionalismo furibundo, su machismo despreciable y sus apelaciones contra el socialismo y el comunismo no son las ocurrencias de un loco, sino una bandera con la que agrupar a ese polvo social de cara a combatir un creciente movimiento de masas anticapitalista que pone en cuestión los privilegios de la clase dominante.

(…) Trump ha dado nuevos pasos en su control del Partido Republicano, purgando a aquellos sectores que aspiraban a volver a los buenos viejos tiempos del republicanismo moderado conservador. La deriva de los republicanos hacia la extrema derecha no dejará de profundizarse”.

La investigación judicial sobre el asalto al Capitolio, que se ha extendido a lo largo de un año y medio con más de mil citaciones y declaraciones, deja patente la responsabilidad de Trump como principal instigador de los sucesos del 6 de enero y, por primera vez en la historia del país, pide al Departamento de Justicia imputar a un expresidente por los delitos de incitación a la insurrección, obstrucción de un procedimiento oficial del Congreso, intento de fraude a Estados Unidos y conspiración para presentar falsos testimonios electorales al Congreso y a los Archivos Nacionales[8].

Los congresistas que han participado de la Comisión, básicamente del Partido Demócrata, se han cuidado mucho de no acusar a las instituciones del sistema de su implicación en el golpe. El informe sentencia categórico: “La causa última del 6 de enero fue un solo hombre, el expresidente Trump, al que muchos otros siguieron. Nada de lo que pasó en aquella jornada habría sucedido de no haber sido por él”.

Sin embargo, las pruebas de la implicación de parte de los servicios secretos, del Pentágono y de la policía para dejar hacer son numerosas. Testimonios como el del general de la Guardia Nacional William Walker, denunciando que el Pentágono, con el secretario de Defensa a la cabeza, tardó más de tres horas en dar la orden de desplegar a los militares para retomar el control, o los informes del FBI y la policía del Capitolio alertando de que el día 6 existía un riesgo claro de que los asistentes al mitin tuvieran como objetivo a los congresistas, sin que hubiera un refuerzo de la seguridad, lo ponen en evidencia.

Por supuesto, la clase dominante norteamericana no quiere en estos momentos una dictadura fascista que suprima las elecciones al Congreso y aplaste a los partidos y organizaciones de izquierda por la violencia. Si intentase algo semejante, el riesgo de una guerra civil se materializaría. Pero esto, que está muy claro, no excluye que la extrema derecha se esté fortaleciendo, trabaje seriamente por extender una legislación cada vez más reaccionaria y contraria a los derechos y libertades democráticas, anime la represión y la violencia del Estado con todo tipo de medidas bonapartistas y arme a sus milicias paramilitares para dar la batalla en las calles.

No estamos ante una derrota aplastante de la clase trabajadora, como ocurrió en los años veinte y treinta en Italia, Alemania, Austria o el Estado español, pero lo que aquí nos importa es establecer hacia dónde apuntan las tendencias fundamentales. Y la dirección de estas es evidente: la extrema derecha, incluso con un discurso abiertamente fascista para las condiciones actuales, se está fortaleciendo en todo el mundo.

Insistir en que el fascismo es imposible en la época que vivimos porque la clase obrera tiene un peso mayoritario en la sociedad y los pequeños propietarios agrícolas, y otras capas pequeño burguesas, han reducido su número es desechar las lecciones de la historia.

Alemania tenía la clase obrera más fuerte e instruida de Europa y contaba con las organizaciones políticas y sindicales más poderosas, incluidas formaciones de combate masivas. Y al final, la burguesía entregó el poder a los nazis ante la parálisis del proletariado, desmoralizado por la política de sus dirigentes socialdemócratas y estalinistas. Lo que sucedió a continuación es bien conocido.

El marxismo no es un ejercicio académico, sino una guía para la acción. El método que aplicamos los marxistas revolucionarios es el mismo que utilizaron Lenin y Trotsky para analizar el desarrollo del fascismo en los años 20 y 30 del siglo pasado, dialéctico y vivo, y se basa en aproximaciones sucesivas. Lenin y Trotsky consideraron la profundidad de la crisis capitalista y la precarización y deterioro de las condiciones de vida de las masas, tanto de la clase obrera como de las capas inferiores de la pequeña burguesía, como una condición indispensable para el desarrollo del fascismo.

“Los grandes fenómenos políticos tienen siempre profundas causas sociales. La decadencia de los partidos ‘democráticos’ es un fenómeno universal que tiene sus razones en la decadencia del propio capitalismo”, escribía Trotsky en ¿Adónde va Francia? Y en el mismo texto insiste:

          “En la actualidad, en todos los países actúan las mismas leyes: las de la decadencia capitalista. Si los medios de producción continúan en manos de un pequeño número de capitalistas, no hay salvación para la sociedad. Está condenada a ir de crisis en crisis, de miseria en miseria, de mal en peor. En los distintos países, las consecuencias de la decrepitud y decadencia del capitalismo se expresan bajo formas diversas y con ritmos desiguales. Pero el fondo del proceso es el mismo en todos lados. La burguesía ha conducido a su sociedad a la bancarrota completa. No es capaz de asegurar al pueblo ni el pan ni la paz. Es precisamente por eso que no puede soportar el orden democrático por mucho tiempo más. Está constreñida a aplastar a los obreros con la ayuda de la violencia física.

           Pero no puede terminarse con el descontento de los obreros y campesinos mediante la policía únicamente. Enviar al ejército contra el pueblo se hace pronto imposible: comienza a descomponerse y termina con el paso de una gran parte de los soldados al lado del pueblo. Por ello, el gran capital está obligado a crear bandas armadas particulares, especialmente entrenadas para atacar a los obreros, como ciertas razas de perros son entrenadas para atacar a la presa. La función histórica del fascismo es la de aplastar a la clase obrera, destruir sus organizaciones, ahogar la libertad política, cuando los capitalistas ya se sienten incapaces de dirigir y dominar con ayuda de la maquinaria democrática.

           El fascismo encuentra su material humano sobre todo en el seno de la pequeña burguesía. Esta es totalmente arruinada por el gran capital. Con la actual estructura social, no tiene salvación. Pero no conoce otra salida. Su descontento, su indignación, su desesperación son desviados por los fascistas del gran capital y dirigidos contra los obreros. Del fascismo se puede decir que es una operación de dislocación de los cerebros de la pequeña burguesía en interés de sus peores enemigos. Así, el gran capital arruina primero a las clases medias y enseguida, con ayuda de sus agentes los mercenarios, los demagogos fascistas, dirige contra el proletariado a la pequeña burguesía sumida en la desesperación. No es sino por medio de tales procedimientos que el régimen burgués es capaz de mantenerse. ¿Hasta cuándo? Hasta que sea derrocado por la revolución proletaria”[9].

La clase dominante no va a la lucha con un esquema acabado, lo ajusta en función de la profundidad de la crisis y del desarrollo concreto de los acontecimientos: los cambios bruscos de la situación nacional e internacional, su capacidad para mantener el control y contener a las masas mediante los partidos tradicionales y los dirigentes reformistas, etc.

La burguesía en los años 20 y 30 del siglo pasado no entregó el poder a Hitler o Mussolini como parte de un plan preconcebido, sino a regañadientes, después de años de lucha de clases y una vez que llegó a la conclusión de que suponía la única opción para preservar su sistema y aplastar la revolución. En ese lapso de tiempo, como también vemos hoy, se produjeron fuertes divisiones en su seno respecto a la mejor política a adoptar en cada momento.

Estas fracturas y choques fueron manipulados por Stalin y los dirigentes socialdemócratas: hicieron creer a las masas que respondían a las diferencias entre un sector demócrata y otro fascista dentro de la clase dominante. En realidad, eran divisiones tácticas. Por ejemplo, la clase dominante británica apoyó en todo momento a Franco en la guerra civil española y luchó por aplacar a Hitler con todo tipo de concesiones. Finalmente, por sus intereses imperialistas amenazados, tuvo que combatir al nazismo. La burguesía francesa también se resistió con uñas y dientes a participar en la guerra civil española apoyando a la República, pero, a diferencia de lo que hizo la británica, capituló al nazismo sin ofrecer la más mínima resistencia militar.

Antes de llegar a un Gobierno fascista, o de corte fascista, se suceden diferentes etapas. En ¿Adónde va Francia?, Trotsky explica la relación dialéctica entre bonapartismo y fascismo: “En Francia, el movimiento de la democracia hacia el fascismo aún está en su primera etapa. El Parlamento existe, pero ya no tiene los poderes de otros tiempos y nunca más los recuperará. Muerta de miedo, la mayoría del Parlamento ha recurrido después del 6 de febrero [de 1934] al poder Doumergue, el salvador, el árbitro. Su Gobierno se coloca por encima del Parlamento. No se apoya sobre la mayoría ‘democráticamente’ elegida, sino directa e inmediatamente sobre el aparato burocrático, sobre la policía y el ejército”[10].

No estamos afirmando que haya Gobiernos abiertamente bonapartistas en ninguna nación capitalista clave de Occidente. Pero sería una estupidez no ver que las tendencias bonapartistas se están acentuando en todas ellas y que representa un peligro muy serio para la clase trabajadora. La actitud del Gobierno Macron para enfrentar las movilizaciones de la clase obrera en este año es una buena prueba de lo que decimos.

Las abstracciones y esquemas sobre la imposibilidad del fascismo, ridiculizando el peligro real del avance de la extrema derecha en estos momentos, constituyen un llamamiento a la inacción, a adormecer a los activistas con bonitas palabras recubiertas de retórica pseudomarxista. Es la posición de los centristas y reformistas de izquierda, en las antípodas del marxismo revolucionario.

La extrema derecha en Europa

Que el avance de la extrema derecha se está convirtiendo en un fenómeno de dimensión mundial es algo obvio, pero en el viejo continente es cada día más claro. Este fortalecimiento no se puede explicar por un único factor, sino por la combinación de varios, tanto de carácter objetivo como subjetivo.

La crisis aguda de la sociedad europea, con tasas de empobrecimiento sin precedentes en muchas décadas, desigualdad y recortes sociales que han dejado en el hueso los servicios públicos de numerosos países, está detrás de la desconfianza general hacia la democracia parlamentaria.

En este marco, la derecha tradicional ha sufrido los embates de las formaciones populistas y de extrema derecha, y para enfrentarlo ha adoptado sus mismas políticas en terrenos muy sensibles: legislación antiobrera y reformas laborales salvajes, medidas antiinmigración racistas que causan decenas de miles de muertos,[11] un discurso machista y homófobo, nacionalista, chovinista y supremacista, la recuperación de los viejos símbolos de la propiedad, la familia y la tradición, además de una hostilidad rabiosa contra la izquierda. Es el mismo fenómeno en el Estado español, en Portugal, en Francia, en Alemania, Italia, Suecia, Finlandia, Noruega…

Por tanto, lo primero que tenemos que destacar es que son los partidos tradicionales de la burguesía los que están facilitando el fortalecimiento electoral de la extrema derecha, y allí donde resisten más es porque, literalmente, les arrebatan el discurso (como es el caso del PP frente al avance de Vox).

El segundo factor es la sumisión de la socialdemocracia tradicional a estas políticas allí donde gobiernan o cuando están en la oposición. El espectáculo del presidente socialdemócrata de la OTAN con su verborrea militarista, las declaraciones salvajes de Borrell, portavoz de la política exterior de la UE, a favor del régimen de Zelenski o calificando de “selva” al resto del mundo no europeo son ejemplos llamativos, pero hay miles más. En definitiva, la socialdemocracia se fusiona con la derecha conservadora en todos los “asuntos de Estado” y sus patéticos llamamientos a un “cordón sanitario” contra la ultraderecha han fracasado sin pena ni gloria.

El tercer factor, muy importante por las expectativas que ha frustrado, es la bancarrota de las formaciones de la nueva izquierda reformista, con el colapso de Syriza[12] y la crisis de Podemos como ejemplos más destacados y que hemos analizado en innumerables artículos y declaraciones. La estrategia de colaboración de clases y su ministerialismo les ha llevado a un callejón sin salida. El comportamiento deplorable de Die Linke ante el genocidio sionista en Gaza es un ejemplo de lo lejos que han llegado en su degeneración política.

La base de masas de las nuevas formaciones de extrema derecha está creciendo sustancialmente en el frente electoral. Sus organizaciones de combate callejeras todavía son pequeñas, pero existen y actúan contra la izquierda militante, aunque por el momento la función punitiva la cumple a la perfección la policía, bien nutrida de cuadros fascistas muy activos y cada vez más fanatizados.

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El auge de la extrema derecha se nutre del giro a la derecha de la pequeña burguesía y de sectores minoritarios especialmente desmoralizados de la clase obrera. La crisis capitalista y la política burguesa de la vieja y la nueva izquierda parlamentaria lo alimenta. 

La pequeña burguesía, urbana y rural, está girando hacia estas formaciones. Tradicionalmente fue una base sólida de la derecha conservadora, pero ahora está completamente sacudida por la inestabilidad política y la pérdida de las viejas certezas. Estos sectores pugnan por no quedarse atrás en un momento de crisis general. No hay duda de que las capas medias que se han empobrecido están rabiosas por descender de status social y culpan a la política y al sistema de su caída. Esto es una cara. La otra es que millones de pequeñoburgueses se están llenando los bolsillos en medio del empobrecimiento general, y lo están haciendo gracias a la especulación inmobiliaria, a la expansión del turismo en los países del sur de Europa y, especialmente, a la explotación despiadada de la clase obrera inmigrante del viejo continente.

Este último fenómeno no se producía en los años treinta del siglo pasado. Pero en 2023 las cosas son muy diferentes. La composición interna del proletariado europeo se ha modificado. El peso de los trabajadores inmigrantes en países como Italia, el Estado español, Alemania, Francia, Portugal, Grecia, Reino Unido… es cada vez mayor. Y ocupan dentro de la clase obrera los escalafones inferiores, sometidos a todo tipo de abusos que son consentidos por los grandes sindicatos de clase y los Gobiernos. Son los modernos “jornaleros” de numerosos sectores económicos: la construcción, la hostelería, el turismo, el sector agroalimenticio, el transporte por carretera y urbano, son la carne de cañón de miles de subcontratas de empresas públicas…

El número de trabajadores migrantes a escala mundial, según datos de la OIT, ha aumentado en los últimos cinco años a 169 millones de personas, alcanzando el 4,9% de la fuerza laboral mundial. Alrededor de 70 millones de estos trabajadores migrantes son mujeres. Según datos de este organismo, que se quedan muy lejos de la realidad, los migrantes ganan en promedio casi un 13% menos que los trabajadores nacionales en los países de altos ingresos, pero hay muchas excepciones. En Chipre y Austria la brecha en los salarios por hora es del 42% y del 25%, respectivamente. En Italia los trabajadores inmigrantes ganaban un 30% menos que los nacionales en 2020, en comparación con el 27% de 2015. En Irlanda la diferencia ha pasado del 19% en 2015 al 21% en 2020.

El Estado español ilustra muy bien las dimensiones de esta transformación. En enero de 1976 la población extranjera era algo menos del 0,5% de la española, unos 160.000 sobre 35,9 millones de habitantes. En 1996 su peso era de un millón en una población de 39,9 millones de habitantes y tan solo el 1,3% de la fuerza laboral eran trabajadores inmigrantes. En abril de 2023 se estima que hay 8,3 millones de ciudadanos extranjeros, de los que un poco más de 4 millones, según los datos de la Encuesta de Población Activa, tenían empleo. Es decir, el 19,9% de la población laboral es inmigrante.

Mientras que el salario mensual promedio de un trabajador español a tiempo completo alcanzó los 2.396 euros en 2021, la retribución media de los trabajadores inmigrantes es un 24% menor, según datos del Instituto Nacional de Estadística. Pero estas cifras oficiales ni de lejos son ajustadas a la realidad de la inmensa miseria que padecen nuestros hermanos y hermanas inmigrantes en el Estado español.

Por tanto, el papel de la extrema derecha azuzando toda su demagogia contra los inmigrantes cumple un papel político y económico de primer orden. Para la pequeña burguesía explotadora, mantener en unas condiciones de máxima opresión a estos sectores es una cuestión de “vida o muerte”. Son sus chalets en urbanizaciones de lujo, sus casas de las que sacan jugosos alquileres, sus coches, sus vacaciones, en definitiva, su estilo de vida lo que está en juego. Y las organizaciones de extrema derecha son una garantía de que esa presión contra la clase obrera inmigrante se va a mantener.

Este interés material se conjuga también con otro aspecto de sobra conocido. Ante la paz social patrocinada por los grandes sindicatos de clase, las patronales utilizan la inmigración para erosionar derechos laborales, hundir aún más el salario promedio y generalizar la precariedad. Y la izquierda institucional colabora activamente con esta estrategia de división en las filas del movimiento obrero o se suma al discurso rojipardo más despreciable.

La reacción ideológica que introduce el discurso fascista contra la inmigración, y que es blanqueado desde la derecha y la socialdemocracia, también cala entre capas de la clase trabajadora golpeadas duramente por la crisis, que luchan diariamente por su supervivencia y acusan una gran desmoralización. La basura demagógica contra el “extranjero” les da una bandera, mientras se sienten completamente refractarios ante el discurso institucional.

Avances electorales

Un estudio de los resultados electorales de las dos últimas décadas nos permite extraer conclusiones. Los socialdemócratas sufren un retroceso sin paliativos. El SPD alemán pasó del 40,9% en 1998 al 27,7% en 2021. El PASOK griego del 43,8% en 2000 a menos del 12% en 2023 (y eso que se ha recuperado gracias al desastre de Syriza). El PS francés, del 38,2% en 1997 al 7,5% de 2017. El PSOE, del 42,6% en 2004 al 31,7% de 2023. El SAP sueco del 45,2% en 1994 al 34,4% en 2022…

Lo mismo se puede decir de la nueva izquierda reformista, pero en un lapso de tiempo mucho más corto. Syriza pasó del 36,6% a principios de 2015 a poco más del 17% en la última convocatoria electoral. Die Linke, de rozar el 12% en 2009 a menos del 5% en 2021. Podemos, de 71 diputados y más del 21% en 2016 a 5 diputados este mes de julio. Corbyn fue aplastado por el aparato laborista sin grandes dificultades gracias a todas las facilidades que ofreció la dirección de Momentum, y Bernie Sanders se ha asimilado por completo al aparato del Partido Demócrata.

Estas son las condiciones, objetivas y subjetivas, que están detrás de los avances de la extrema derecha europea. Los datos hablan.

En las elecciones de abril de este año en Finlandia, los ultraderechistas del Partido de los Finlandeses (PdF, antes llamados Verdaderos Finlandeses) se convirtieron en la segunda fuerza en el Parlamento con el 20,1% de los votos y 46 escaños. Los socialdemócratas quedaban en tercera posición ¡con menos del 20% y 43 diputados! Gracias a la coalición de Gobierno con el partido conservador Kokoomus (20,8% y 48 escaños), estos neofascistas ocupan siete ministerios, algunos de gran poder como Finanzas, Interior y Justicia.

El ultraderechista Partido del Progreso (FrP) noruego formó parte del Gobierno de coalición liderado por el Partido Conservador de 2013 a 2020, gracias al 16,35% y el 15,19% de los votos que obtuvo en las elecciones de 2013 y 2017, respectivamente. En las elecciones de 2021 experimentó un retroceso y cayó al 11,6%, perdiendo 6 escaños.

Las elecciones en Hesse y Baviera confirman el avance de Alternativa para Alemania (AfD) y no solo en el este del país. Anteriormente la extrema derecha había logrado un primer administrador de distrito en Sonneberg (Turingia) y un alcalde en Raghun Jessnitz (Sajonia). Pero ahora le ha tocado a Hesse, sede del capital financiero, donde la ultraderecha acaparó más del 18% de los votos, quedando en segunda posición y tres puntos por encima del SPD y Los Verdes. En Baviera, el segundo estado federal por población, AfD se situó en tercera posición, si bien cuenta con gran sintonía ideológica con los segundos más votados, los Votantes Libres.

En las últimas elecciones federales de 2021, AfD obtuvo más del 10% de los votos y 83 escaños, y en muchas de las encuestas que se están publicando les presentan como la segunda fuerza a escala nacional con un resultado en torno al 22%. Las elecciones europeas de junio de 2024 serán un test para AfD, pero en el último congreso del partido, celebrado en Magdeburgo, el ala más abiertamente fascista se ha hecho con el control. El dirigente de este ala, Björn Höcke, hace gala de consignas nacionalistas y racistas que nada tienen que envidiar a las proclamas de los años treinta: “¡Esta UE debe morir para que la verdadera Europa pueda vivir!”, una variación del lema nazi: “Alemania debe vivir, [incluso] si tenemos que morir”.

El caso de Suecia, la tierra que todo buen socialdemócrata consideraba un ejemplo de capitalismo de rostro humano, es sintomático. En las elecciones de septiembre de 2022 los ultras del partido Demócratas de Suecia obtuvieron 1.330.325 votos, el 20,54% y 73 escaños. Estas cifras representan un incremento del 17,1% en votos y de 11 diputados.

El nuevo Gobierno sueco de coalición, integrado por los conservadores, los cristianodemócratas y los liberales, depende totalmente del apoyo parlamentario de Demócratas de Suecia, y su primer proyecto presupuestario no deja lugar a dudas: recorte a los subsidios sociales y a la vivienda pública, fuerte reducción de los impuestos a los carburantes, una drástica disminución de la inversión en la lucha contra el cambio climático y la ayuda al desarrollo, y un aumento notable del gasto en defensa, además de un endurecimiento de las leyes antiinmigración.

El último ejemplo significativo ha sido el de las elecciones legislativas en los Países Bajos celebradas este mes de noviembre. La extrema derecha, representada por Geert Wilders y su Partido por la Libertad (PVV), ha obtenido una contundente victoria, siendo la fuerza más votada con 2.446.338 papeletas (23,5%) y 37 diputados. Unos resultados que muestran un ascenso sobresaliente: más que duplica lo obtenido en los anteriores comicios de 2021 (1.124.482 votos, el 10,78% y 17 escaños), haciendo bandera de un duro discurso islamofóbico, contra la “invasión” de los migrantes, negacionista del cambio climático y nacionalista acérrimo. Al más puro estilo trumpista del Make America Great Again habla de que “Países Bajos no aguanta más”, “nuestro país es lo primero” y “el pueblo debe recuperar su nación”.

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El combate contra la extrema derecha no es un aspecto secundario. La lucha contra el fascismo se va a resolverse por la capacidad que tenga la vanguardia proletaria para construir una organización revolucionaria con una influencia determinante entre las masas. 

A esta lista hay que añadir otros países en los que las formaciones de ultraderecha cuentan con mayor apoyo electoral o gobiernan: Hungría (60% de los votos), Polonia (50,4%), Italia (34,8%)[14], Eslovenia (23,5%) y Austria (21,2%). No podemos olvidar citar el caso sobresaliente de Francia, donde Marine Le Pen, candidata de Rassemblement National, obtuvo 13.288.686 votos (41,46%) en la segunda vuelta de las presidenciales de 2022. El del Estado español con Vox que, a pesar de su retroceso en las legislativas del pasado julio, se ha hecho con 3.057.000 votos (12,3%) y 33 diputados. Por último, en las elecciones que han consagrado el hundimiento de Syriza, los neonazis griegos han vuelto al Parlamento de la mano de Espartanos, con 243.922 votos (4,68%) y 12 escaños.

No es poco, si lo comparamos con dos o tres décadas atrás. Por tanto, sin exagerar, sin menospreciar la enorme fuerza objetiva de la clase obrera y la juventud, el combate contra la extrema derecha y la reacción no es un aspecto secundario. Sabemos perfectamente que la lucha contra el fascismo no va a resolverse por el peso numérico del proletariado, sino por la capacidad que tenga su vanguardia para construir una organización revolucionaria probada y con una influencia determinante entre las masas.

VII. La construcción del partido revolucionario

Entender de manera dialéctica los complejos fenómenos que se desarrollan en la sociedad, en la economía y la política, y sus entrelazamientos e influencias en la dinámica de la lucha de clases, saber trazar las tendencias de fondo y no caer en el impresionismo ni en la desesperación, es una lucha permanente para el partido como colectivo consciente.

El caos y la barbarie que recorren el capitalismo mundial están fuera de discusión. Como también lo está lo flexible que es la burguesía a la hora de emplear todos los medios materiales, y toda la experiencia histórica que le proporcionan tres centurias de monopolio del poder,  para lograr que su sistema sobreviva. Su conciencia de clase se ha desarrollado de manera excepcional.

Como hemos insistido en las páginas precedentes, la relevancia del factor subjetivo, o mejor dicho de su ausencia, queda meridianamente clara en épocas convulsas. Al presenciar el colapso de la nueva izquierda reformista y la oportunidad que se ha perdido para resolver la crisis de dirección de la clase obrera, nos reafirmamos más que nunca en los principios del comunismo. No existen los atajos, ni teóricos ni organizativos. Formaciones que iban de éxito en éxito han sucumbido en pocos años, y lo han hecho por su abandono del programa y la estrategia marxista. Su cretinismo parlamentario, su cortoplacismo y oportunismo los han devorado.

La casta “intelectual” que ha determinado la orientación de Podemos, Syriza, Die Linke y otras formaciones similares aprovechó la emergencia de los grandes movimientos sociales que combatían contra el neoliberalismo, de las insurrecciones y los procesos revolucionarios en América Latina, de la radicalización de la lucha de clases en Europa impulsada por la Gran Recesión, y ocuparon el vacío político a la izquierda de la socialdemocracia tradicional.

Pero esta “élite” intelectual se autoafirmó negando todas las lecciones ofrecidas por los grandes acontecimientos históricos: desde la Comuna de París a la Revolución rusa de 1917, desde el ascenso del fascismo en Europa y la Revolución española a la Segunda Guerra Mundial.

Desprecian el estudio del pasado y no han sido capaces de preparar el porvenir. Han repetido los mismos errores, uno por uno, que sus antecesores cometieron en la Revolución portuguesa, en Grecia, en Chile o en el Estado español durante los años setenta. No han sacado conclusión alguna del colapso del estalinismo salvo para renegar de las ideas del socialismo científico, de la acción colectiva de la clase obrera, de su capacidad de organización y sacrificio para cambiar de raíz el mundo.

Para estos revolucionarios de salón, y para las sectas que los acompañan, la responsabilidad de los partidos y sus estados mayores en estas derrotas desaparece completamente de la ecuación. Según todos ellos y ellas, es la falta de conciencia de las masas el obstáculo que impide el cambio en la correlación de fuerzas. Pero no es así. Es al contrario. Son estos líderes los que han insistido, una y otra vez, en que el único camino seguía siendo el de la colaboración de clases, la idea fundamental del oportunismo, como afirmaba Lenin. Son ellos y ellas los que siguen defendiendo que la subordinación al juego parlamentario era lo único que podía “cambiar la vida de la gente”, precisamente en el momento de mayor decadencia de la democracia burguesa en décadas.

Ahora, tras cometer el crimen toca borrar las huellas del delito y esconderse tras las bambalinas de esa “guerra cultural” que supuestamente vamos perdiendo, dicen, porque los medios de comunicación de masas están en manos de la derecha y el capital. ¡Qué descenso de nivel!

Que para el régimen burgués el control férreo de los medios de comunicación es una cuestión de primer orden es tan obvio como que el día sigue a la noche. ¡Vaya descubrimiento! Por eso mismo, la guerra cultural de la que nos hablan estos “líderes” es parte indisoluble de la guerra de clases que se da en el movimiento vivo del proletariado, en sus organizaciones sindicales, en las huelgas, en las resistencias contra la ofensiva de la extrema derecha, en el combate cotidiano contra el capital.

El resultado de las políticas de esta nueva izquierda reformista no podía ser más que un aborto. Por tanto, la cuestión es concreta: ¿qué actitud debemos adoptar los revolucionarios en esta etapa? ¿Cuáles deben ser nuestros objetivos inmediatos?

La primera tarea es ante todo teórica: rearmar ideológicamente a la vanguardia obrera y juvenil. Proporcionar un balance riguroso de lo sucedido. Explicar por qué hemos llegado a esta situación. Esta es la labor fundamental en estos momentos. Puede parecer estéril o un esfuerzo efímero que caerá en saco roto. NOSOTROS NO LO CREEMOS ASÍ. Es más, afirmamos que sin esta labor es imposible educar nuestras fuerzas e intervenir seriamente en los acontecimientos cambiantes de la lucha de clases.

Lograr una caracterización acertada de la coyuntura y aproximarse correctamente a las perspectivas es clave, porque los momentos políticos cambian, la psicología de las diferentes capas de la clase trabajadora y la juventud también cambia, y los flujos y reflujos afectan de manera diversa a las organizaciones de masas de los trabajadores. El proceso de toma de conciencia no es una línea recta como muy bien sabemos.

El arte de la construcción del partido consiste en aproximarnos a un movimiento vivo, imperfecto y lleno de contradicciones a través de un programa, de consignas y tácticas correctas. Y esto último es imposible de obtener con una posición meramente propagandística. La teoría debe ser acompañada de la práctica concreta, que suministra los elementos necesarios para modificarla, corregirla y adecuarla al ritmo de la lucha de clases. Ya sea en el movimiento obrero, entre la juventud, en la lucha feminista o en la cuestión nacional hemos podido observar que este método funciona y es el que necesitamos para avanzar.

Construimos un partido revolucionario en el momento en que las experiencias del reformismo de izquierda naufragan. Es inevitable que un fenómeno de este calado provoque presiones contradictorias.

La crisis global y la barbarie imperialista en todas sus formas, incluida la destrucción ecológica devastadora que soportamos, nos permite explicar las ideas del marxismo con mucha mayor concreción a un sector más amplio resulta evidente. La argumentación no es difícil. Y sin embargo, la conclusión que debe desprenderse de estos análisis, la organización y construcción de un partido revolucionario de masas, todavía se limita a capas minoritarias de la juventud y la clase obrera.

Las ilusiones frustradas por la bancarrota de estas formaciones introduce desmoralización y confusión entre miles de activistas: ¿es el marxismo la opción? ¿Es un partido revolucionario, militante y combativo, basado en la disciplina y en la cohesión ideológica, el camino para enfrentar el caos del capitalismo?

Estos interrogantes están en la cabeza de muchos jóvenes y trabajadores a los que llegamos con nuestra acción. Y no hay ninguna varita mágica ni ningún señuelo para ganarles más que la explicación paciente y la audacia cuando las circunstancias para la lucha son propicias.

No queremos construir una Internacional de cartón piedra, llena de universitarios engreídos que compitan con sus mayores en erudición académica. Ese modelo se ha demostrado que servirá para crear una red de cortesanos dispuestos a la adulación, pero no para forjar militantes y cuadros que piensen por sí mismos y sean capaces de sacrificios serios.

Nuestro partido no es de masas. Tiene fuerzas modestas todavía. Pero esas fuerzas se multiplican por cien cuando la clase obrera y la juventud se ponen en marcha y nuestras ideas son llevadas por nuestros militantes y cuadros al movimiento.

Ese ha sido el papel que hemos jugado en estos años. Numéricamente nuestro crecimiento ha sido limitado, pero nuestra organización ha sufrido transformaciones cualitativas, contamos con un número muy superior de cuadros y con una dirección internacional mucho más probada y consolidada.

Tenemos puntos de apoyo formidables en el movimiento estudiantil del Estado español y hemos desarrollado una plataforma propia en el movimiento feminista que se ha convertido en una referencia de masas entre la juventud. Nuestras posiciones sindicales han avanzado y hemos fortalecido nuestro trabajo en el movimiento obrero. Lo mismo podemos decir de la intervención desarrollada en la cuestión nacional catalana y vasca. Disponemos de medios de propaganda, periódicos y redes sociales que han dado un salto de calidad y cantidad, y seguimos manteniendo un nivel muy alto de publicaciones teóricas y libros a través de nuestra fundación.

Los avances de las secciones de Portugal, de Alemania, de México y Venezuela también han sido contundentes. No es fácil construir los núcleos iniciales, ni tampoco los primeros órganos de dirección.  Contamos con periódicos regulares en Portugal, Alemania, México y Venezuela, con páginas webs renovadas constantemente y redes sociales activas, grupos de base dinámicos y una actividad externa clara y definida, orientada hacia la juventud, el movimiento feminista y los sindicatos. Las intervenciones de las secciones de Portugal, Alemania y México en huelgas obreras, movimientos sociales, en la lucha de las mujeres, han sido notables en proporción a nuestras fuerzas. Y en Venezuela hemos resistido, a pesar de una situación de reflujo muy adversa.

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El desarrollo de esta época convulsa está poniendo a prueba a todas las organizaciones. A la nuestra también. Y tenemos plena confianza en que seremos capaces de estar a la altura del desafío. 

En este periodo hemos levantado unas finanzas revolucionarias como en ninguna otra etapa de nuestra historia, revelando la conciencia, la entrega y la determinación de los militantes, y esto nos otorga una completa independencia política.

Estamos mucho mejor preparados y los cambios que la situación política está experimentando no nos pillan por sorpresa, lo que no quiere decir que no tengamos que hacer frente a presiones objetivas en el corto plazo.

La experiencia de este periodo ha sido muy fructífera y los duros acontecimientos que se avecinan sentarán las bases para que la vanguardia, primero, y las amplias masas de la clase trabajadora, después, saquen conclusiones cada vez más avanzadas, revolucionarias y decidan dar el paso de luchar conscientemente y organizarse contra el capitalismo.

Nuestra orientación hacia las capas más frescas de la juventud y de los trabajadores, del movimiento feminista combativo, de los sindicatos de clase es firme. No nos separamos de las masas, no capitulamos ante el oportunismo, pero tampoco hacemos seguidismo acrítico de nuevas formaciones sectarias, que adoptan una política ultraizquierdista como reacción al colapso del reformismo. Queremos y vamos a construir sólidamente, sin buscar atajos de ningún tipo, pero tomando todas las iniciativas audaces que sean necesarias para aprovechar las posibilidades de crecimiento.

Igual que ocurrió en los años treinta del siglo pasado, es imposible contener las contradicciones del sistema en el marco del parlamentarismo burgués. La necesidad de derrocar a la burguesía y establecer un poder obrero en líneas socialistas está en el orden del día, si queremos que haya un futuro para la humanidad sin crisis económicas, guerras criminales y una catástrofe medioambiental global: un futuro comunista.

El desarrollo de esta época convulsa está poniendo a prueba a todas las organizaciones. A la nuestra también. Y tenemos plena confianza en que seremos capaces de estar a la altura del desafío.

Concluimos con una cita de León Trotsky en El programa de transición que, aunque sobradamente conocida, define perfectamente el momento que atravesamos:

“Las habladurías que tratan de demostrar que las condiciones históricas para el socialismo no han ‘madurado’ aún son producto de la ignorancia o la mala fe. Las condiciones objetivas para la revolución proletaria no solo han ‘madurado’, han empezado a pudrirse. En el próximo periodo histórico, de no realizar la revolución socialista, toda la civilización humana se verá amenazada por una catástrofe. Es la hora del proletariado, es decir, ante todo de su vanguardia revolucionaria. La crisis histórica de la Humanidad se reduce a la crisis de su dirección revolucionaria”.

 

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Notas:

[1]Miguel Campos, Chile. Victoria aplastante de la ultraderecha y la contrarrevolución. ¿Cómo hemos llegado a esta situación? 

[2] Miguel Campos. Elecciones Argentina. La movilización obrera golpea duramente a Milei, pero la ultraderecha aún no ha sido derrotada.

[3] El Marco Temporal establece que los pueblos indígenas solo pueden reclamar las tierras ocupadas antes de la Constitución de 1988.

[4] Estas reservas estratégicas han sido explotadas durante años y en exclusividad por la empresa gala Orano, hasta que las empresas mineras chinas irrumpieron para disputar el mercado.

[5]La rivalidad escaló muchos grados cuando en septiembre de 2021, por primera vez en la historia, Francia retiró a su embajador en Washington, días después de que Biden le asestase una “puñalada trapera” arrebatándole el multimillonario contrato que había firmado con Australia para la fabricación de submarinos. En la formación de AUKUS, el anillo defensivo en el Índico para rodear a China, el Gobierno estadounidense contó con Australia y Reino Unido, pero prescindió de Francia.

[6]“China sigue siendo el mayor socio comercial del continente desde 2009. El año pasado, el comercio entre ambas partes ascendió a 282.000 millones de dólares, suponiendo un 11% más. En 2022, las nuevas inversiones directas de China en países africanos ascendieron a 3.400 millones de dólares estadounidenses y las compañías chinas que invierten en el continente se cuentan por miles” (La cooperación entre China y África beneficia a todas las partes).

China ha aumentado sus intereses en Níger de manera exponencial. A través de la Corporación Nacional de Petróleo, lidera la construcción de un oleoducto de más de 2.000 kms. de longitud, desde los pozos de Agadem en Níger, donde Beijing posee una refinería, hasta el puerto de Seme en Benín, también bajo su control. Con una inversión de casi 7.000 millones de dólares, se calcula que Níger pasaría de una producción de 20.000 barriles diarios a 110.000, generando de esta manera el 50% de los ingresos fiscales del país.

[7]En La lucha contra el fascismo en Alemania, FFE, p. 202.

[8]Iban Sadaba, Trump, el asalto al Congreso y el futuro del Partido Republicano.

[9]Trotsky, ¿Adónde va Francia? FFE, p. 26.

[10]Ibíd., p. 27.

[11]Miriam Municio, Muerte, torturas y campos de concentración. La receta europea contra la inmigración.

[12]Ana García y Juan Díaz, Colapso de Syriza y huelga general: la lucha en las calles recupera el pulso en Grecia.

[14]Miriam Municio, Victoria de Meloni, colapso del PD y una abstención récord.

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