Millones de personas en todo el mundo estamos asistiendo con asombro y horror como la adicción al fentanilo avanza imparable por Estados Unidos. Una epidemia que se fortalece alimentada por la pobreza y la explotación extrema  que azota principalmente a la clase obrera norteamericana y a los sectores más desfavorecidos de la población, y que ya se considera una emergencia nacional.

El fentanilo es un opioide sintético 50 veces más fuerte que la heroína y 100 veces más potente que la morfina. Una droga extremadamente adictiva que se adhiere con mucha facilidad a los receptores de los opioides, causando una depresión en el sistema nervioso central mucho más intensa que otras sustancias de la misma naturaleza.

Una epidemia sin precedentes

Este opioide destaca además por su bajo coste. Una dosis puede costar unos 2,5 dólares y solo necesita ser consumido entre 3 y 5 veces para generar un alto grado de adicción. También es una droga especialmente peligrosa con un  alto grado de letalidad.

En 2021 más de 70.000 personas murieron por sobredosis de fentanilo, más que en la guerra de Vietnam y Afganistán juntas (60.455). Pero este horror no deja de crecer. En 2022 se alcanzó la cifra récord de ¡110.000 muertos![i]

La juventud es una de sus mayores víctimas. El consumo de fentanilo y análogos (Xanax, OxyContin o Adderal) se extiende cruelmente entre los menores de 24 año. En este segmento de edad las muertes por sobredosis se doblaron en 2020 y crecieron 20% en 2021. De hecho, la muerte por sobredosis de fentanilo  entre los que tienen 18 y 45 años, fue la causa de defunción no natural más común en 2020 y 2021, triplicando las causadas por la COVID-19[ii].

Millones de jóvenes sin futuro, trabajadoras y trabajadores empujados a la precariedad, la miseria y la explotación, son las principales víctimas de una epidemia impulsada y patrocinada por las grandes farmacéuticas.

La muerte por sobredosis de fentanilo  entre los que tienen 18 y 45 años, fue la causa de defunción no natural más común en 2020 y 2021, triplicando las causadas por la COVID-19.

El gran negocio de las farmacéuticas

El sistema sanitario estadounidense, completamente privatizado y controlado por las grandes farmacéuticas, ha jugado un papel crucial en la extensión de los opiáceos y su adicción a ellos entre la población. La sanidad estadounidense es un nido de corrupción y tráfico de influencias que genera beneficios inmensos a las grandes farmacéuticas. Esta ha sido la historia del fentanilo.

Antes de los 80, los opioides eran utilizados para tratamientos paliativos debido a sus elevados riesgos adictivos ya conocidos entonces. Pero esto cambió gracias a la farmacéutica Purdue Pharma, considerada la inventora del “marketing agresivo” en esta industria. Aunque ya en esos años empezaron a crear, financiar y desarrollar una corriente de opinión de médicos que defendían el uso de opioides para calmar el dolor crónico, el lanzamiento de OxyContin (fármaco compuesto por oxicodona, un opioide altamente adictivo), supuso un salto de gigante en esta política.

Purdue Pharma, consiguió que Curtis Wright, responsable de la Agencia del Medicamento de los EEUU aprobase el uso del fármaco sin hacer ningún tipo de estudio sobre su poder adictivo. Este “favor” se lo devolvieron contratándole con una compensación inicial de 400.000 dólares.

Pero esto fue solo el principio. La empresa impulsó una campaña sin precedentes dirigida a los médicos para incitarles a recetar OxyContin. La farmacéutica reclutó doctores para avalar sus productos y promovió estudios financiados por ellos mismos que “demostraban” la eficacia de sus fármacos. Así fue como los médicos empezaron a recetar drogas altamente fuertes y adictivas para dolores leves.

Estas prácticas no solo fueron llevadas a cabo por Purdue Pharma; todas las grandes farmacéuticas han participado de ella.

Según un estudio, las farmacéuticas llegan a destinar una tercera parte de sus ganancias para la promoción de sus medicamentos, más del doble de la inversión en investigación y desarrollo. Esta estrategia da sus frutos, como señala un metaanálisis de la revista JAMA, que ha demostrado que las actividades promocionales de las farmacéuticas generan pautas de conducta y prescripción en los profesionales sometidos a ellas[iii].

Pero las farmacéuticas no solo “incitan”. En 2016 se destapó una gran trama de fraude de la compañía Insys, que sobornaba a médicos en diversos estados para que recetaran su medicamento, que contenía fentanilo.

Este entramado es lo que explica que el consumo de opioides con recetas se haya duplicado en la última década. Además el alto grado de adicción y la necesidad de dosis cada vez más altas ha hecho que también crezcan las cantidades que se adquieren a través del mercado negro. En 2016 la National Survey on Drug Use and Health realizó un estudio que señalaba que 11,8 millones de personas de 12 años o más consumía opioides sin una prescripción inadecuada.

La emergencia social provocada por estas prácticas criminales ha tenido como consecuencia que cientos de  demandas hayan sido interpuestas contra estas empresas.

Purdue se declaró en bancarrota en 2019 para intentar evadir las miles de denuncias que la asediaban (plan de quiebra que fue bloqueado por el Tribunal Supremo de EEUU hace unas semanas[iv]). Purdue Pharma, ya fue condenada en su día a pagar 600.000 dólares por “marketing engañoso”,  cifra ridícula si tenemos en cuenta que OxyContin le había generado 35 mil millones de dólares en ingresos desde 1996[v].

En julio de 2021, acosadas por las miles de demandas que les llegaban, la farmacéutica Johnson & Johnson, y las empresas distribuidoras McKesson, Cardinal Health y Amerisource Bergen llegaron a un acuerdo de 26.000 millones de dólares con varios estados para zanjar los pleitos a los que se enfrentaban.

En agosto de este año las grandes cadenas de farmacia Walmart, CVS y Walgreens han sido condenadas a pagar 650,6 millones de dólares en el estado de Ohio.

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Purdue Pharma lanzó al mercado OxyContin e impulsó una agresiva campaña para que los médicos lo recetaran. Pero no ha sido la única. Todas las grandes farmacéuticas han llevado a cabo estas prácticas criminales. 

Pero nada ha cambiado tras estas multas millonarias, como nada cambió cuando un proceso parecido vivieron las grandes tabacaleras estadounidenses.

OxyContin fue retirado del mercado, pero ha seguido apareciendo una y otra vez con distintos nombres[vi] y miles de personas siguen muriendo consumidos por este veneno al que las empresas y las autoridades sanitarias le siguen imprimiendo, en la práctica, el sello de la respetabilidad. Por otro lado el monto de las sanciones es calderilla para un negocio farmacéutico que mueve anualmente en torno al billón de dólares.

La historia de Purdue y OxyContin es solo un reflejo de la podredumbre corrupta que recorre la industria farmacéutica. Distribuyen medicamentos a sabiendas de su altísima adictividad y sus consecuencias para la salud y hacen que los médicos los receten hasta para un simple dolor de muelas. Al igual que vimos cuando se negaron a liberar las patentes de las vacunas de la COVID, a estos empresarios les da igual provocar una epidemia que supone sufrimiento, degradación de nuestros barrios, violencia y hasta la muerte en masa para la clase trabajadora y la juventud, lo único que les importa son sus beneficios multimillonarios.

Estas prácticas forman parte del ADN del sistema capitalista. Mientras la industria farmacéutica esté en manos privadas lo único que importarán serán las obscenas ganancias de una ínfima minoría de empresarios. Solo la nacionalización sin indemnización y bajo control obrero puede frenar esta cruel codicia y garantizar que los enormes recursos que posee la industria farmacéutica se pongan al servicio de la sociedad.

Bajo el capitalismo no existe la “libertad individual”

Cuando se acusó a la familia Sackler (dueños de la farmacéutica Purdue Pharma) de provocar una epidemia mortífera, sus portavoces respondieron que el problema no estaba en el medicamento, sino en la conducta irresponsable de los consumidores. El cinismo de estos buitres no tiene límites. Hablan de consumo irresponsable cuando lanzan campañas de publicidad agresivas y mentirosas ocultando el alto grado de adicción que estos fármacos provoca, cuando engañan, con la complicidad de las autoridades sanitarias, a los médicos para que los receten o directamente los sobornan. ¡Y gentuza de esta calaña es la que condiciona la vida y el futuro de la mayoría de la población!

Es una patraña de los capitalistas y sus representantes políticos el señalar a los toxicómanos como los culpables de la crisis de los opiáceos. Son esos mismos empresarios y los políticos a sus servicio los que han arrasado los servicios públicos, sometido a la clase trabajadora a una explotación descarnada y han empujado a millones a la desesperación y a tomar ese camino, para hacerse de oro.

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Las farmacéuticas lanzan campañas de publicidad agresivas y mentirosas ocultando el alto grado de adicción que estos fármacos provoca, engañan, con la complicidad de las autoridades sanitarias, a los médicos para que los receten o directamente los sobornan. 

Los capitalistas nunca admitirán que bajo su sistema la “libertad individual” no existe para quienes vivimos bajo su yugo. La realidad es muy clara en el caso concreto de la que todavía es la primera potencia mundial: El 65% de los estadounidenses viven al día, sin capacidad de ahorro y expuestos a la ruina ante cualquier imprevisto. Al menos 29 millones de estadounidenses tienen 2 o más trabajos; los precios de los productos y servicios básicos crecieron un 7,1% en 2022 mientras que tan solo el 14% de los estadounidenses afirma que sus salarios crecieron a la par o por encima de la inflación…Este es el escenario que propicia que cada vez más personas opten por una salida individual para evadirse de la opresión a la que nos somete este sistema.

El capitalismo es miseria y opresión para la mayoría

Desde la Administración Biden se vuelve a usar el discurso manido de la “guerra a la droga”. En realidad esta “guerra”  consiste en criminalizar y reprimir a los jóvenes y los trabajadores en los barrios obreros, perseguir a la población que lucha por sus derechos e imponerles un estado de sitio policial permanente. Todo esto mientras los grandes narcotraficantes (“legales” e ilegales) quedan impunes con la colaboración de la banca estadounidense.

Como paliativo a la epidemia de muerte del fentanilo, el Gobierno de Biden ha promovido la comercialización de naxolona (un medicamento que se utiliza para contrarrestar los efectos de una sobredosis). La primera consecuencia ha sido que el precio de la naloxona ha aumentado en los últimos 2 años, situándose en unos 100 dólares por 2 dosis.

Como si de una broma macabra se tratara, las mismas empresas farmacéuticas están aprovechando el miedo al fentanilo para promover agresivamente versiones de la naloxona mucho más caras[vii]. Para los capitalistas no se trata de un drama social y humano, sino de otra oportunidad para hacer negocio.

Sin duda la droga es una sustancia enormemente beneficiosa para la clase dominante, no solo por ser muy lucrativa, también por su efecto en la conciencia en la clase obrera y la juventud, al adormecer su espíritu de lucha.

La izquierda combativa tiene la obligación de luchar contra la droga señalando a los capitalistas, su aparato del Estado, su policía y todo el entramado social que encubre y facilita este lucrativo negocio y empuja a millones al abismo de la adicción. Esta izquierda solo puede vencer con el programa de la revolución socialista, para acabar con la dictadura una ínfima minoría de plutócratas y construir una sociedad donde seamos realmente libres.

¡Socialismo o barbarie!

 

Notas:

[i]FENTANILO, EL OPIÁCEO QUE SE CONVIRTIÓ EN EPIDEMIA

[ii]Fentanyl By Age: Report

[iii] Relación del médico y las compañías farmacéuticas: ¿Quién paga la pizza?

[iv]El Tribunal Supremo de EE UU bloquea el plan de quiebra de Purdue Pharma a instancias de la Administración de Biden

[v]«OXYCONTIN HA GENERADO 35 MIL MILLONES DE DÓLARES Y UN GRAN PODER PARA INFLUIR EN INSTITUCIONES PÚBLICAS»

[vi]MEDICALIZACION, SIN CATEGORÍA FENTANILO: La industria farmacéutica y el negocio de los opiáceos

[vii]Miedo al fentanilo y bonanza para los productores de naloxona

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