Aznar ha designado a dedo, como en los mejores tiempos de la dictadura, a su sucesor al frente del partido de la derecha. Que haya sido Rajoy no ha supuesto sorpresa alguna, pues este cualificado funcionario del PP ha dado muestras sobradas de ser el Aznar ha designado a dedo, como en los mejores tiempos de la dictadura, a su sucesor al frente del partido de la derecha. Que haya sido Rajoy no ha supuesto sorpresa alguna, pues este cualificado funcionario del PP ha dado muestras sobradas de ser el más fiel seguidor y defensor de las políticas reaccionarias de Aznar. Junto con Álvarez Cascos y Rodrigo Rato, Rajoy posee la cualidad de haber participado en los gobiernos de Aznar desde mayo de 1996. De todo este montaje, no sorprenden los piropos que este personaje ha recibido en los medios de comunicación burgueses, pero escandalizan las alabanzas de algunos dirigentes de la izquierda: “Político conciliador, “persona que ha demostrado un talante de diálogo y consenso”, “destaca su actitud abierta hacia la oposición”... Pero ¿hablamos del mismo Rajoy, el muñidor de la Ley de Extranjería; el impulsor de los ataques a la enseñanza pública, culminados en las contrarreformas educativas; el caradura que justificó la actuación del Gobierno en la catástrofe del Prestige; el mismo que defendió con vehemencia la participación española en la guerra imperialista contra el pueblo inocente de Iraq; el responsable, como vicepresidente primero del Gobierno, de toda la ofensiva contra los derechos de los trabajadores y de los recortes de las libertades democráticas en estos siete últimos años, por citar sólo algunos de sus “logros”?

a derecha está intentando retomar la iniciativa política después de un periodo de contestación social que ha movilizado a millones de personas contra el gobierno del PP. Hay un interés consciente por sepultar en el olvido la huelga general del 20-J de 2002, las movilizaciones masivas de la juventud contra los ataques a la enseñanza pública, las manifestaciones jornaleras, el clamor contra el Plan Hidrológico, y por supuesto el movimiento masivo contra la responsabilidad del gobierno en el desastre del Prestige y su participación en la guerra imperialista de Iraq.

En este último caso el fracaso de la estrategia imperialista es más evidente cada día que pasa. Enfrentados a una resistencia armada que cuenta con el apoyo masivo de la población, y dedicando cada día más recursos (entre 5.000 y 7.000 millones de dólares mensuales) a la financiación de los 160.000 marines desplegados, la Administración Bush se encuentra en un callejón de difícil solución. Sin embargo el gobierno del PP, con Rajoy a la cabeza, no pierde comba de apoyar incondicionalmente a los imperialistas norteamericanos: han enviado tropas que están bajo el mando norteamericano realizando las mismas tareas coloniales que éstas. Se niegan a reconocer las mentiras urdidas para justificar el ataque (existencia de armas de destrucción masiva y otras), y encubren sus intereses de pequeña potencia imperialista en la supuesta lucha contra “el terrorismo mundial” eso sí, después de haber arrasado un país a sangre y fuego.

Beneficios millonarios para los empresarios

Que la política del PP tiene como beneficiario fundamental al gran capital, la gran banca y los monopolios no es un secreto para nadie. Basta como ejemplo un dato: el gasto social ha bajado del 24% del PIB al 19,2% en una década, acelerándose especialmente el recorte durante los siete últimos años de gobierno del PP. Por el momento la derecha se ha beneficiado de una situación de crecimiento económico que no se va a prolongar indefinidamente, y que obviamente tiene dos caras: Las grandes empresas del Ibex han ganado en los primeros seis meses del año 11.673 millones de euros, al mismo tiempo que la precariedad crece y los salarios pierden capacidad frente al incremento de la inflación. Paralelamente estamos asistiendo a un brutal aumento de los expedientes de regulación de empleo y despidos masivos: Entre enero y abril de 2003 se han registrado en el Ministerio de Trabajo 1.744 expedientes de regulación, 154 más que en el mismo periodo del año pasado: 15.000 puestos de trabajo destruidos en Telefónica, 1.500 en Renfe, 750 en Auna, 3.168 en Iberdrola, 380 en Repsol y así un largo etcétera.

En muchos de estos casos la reacción sindical ha sido nula y en otros de complacencia y acuerdo con los planes de las empresas, como en Telefónica y Renfe. No obstante sería un gran error identificar la actitud de las cúpulas sindicales con el auténtico sentimiento de la clase obrera en las empresas. La huelga de las auxiliares en Asturias hace escasos meses fue una advertencia a la política de pactos y componendas de los dirigentes de UGT y CCOO en muchas empresas. El maravilloso movimiento de los trabajadores de Repsol en la factoría de Puertollano, después de la muerte de ocho compañeros por la negligencia de la empresa en materia de seguridad, es un claro ejemplo de lo que decimos.

Hace falta un giro a la izquierda

¿Qué significado político tienen estos movimientos, que pueden reproducirse en otros muchos sitios? Evidentemente reflejan el divorcio creciente entre la política oficial, la que discurre tranquilamente en las aguas parlamentarias e institucionales, y la vida real de millones de jóvenes y trabajadores del país.

Esta es la explicación de que el PSOE e IU tengan tantas dificultades para infligir a la

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