Pero no la mata solo. La sociedad contribuye muy activamente en los asesinatos de estas mujeres. La explotación en el trabajo con jornadas de diez o doce horas nunca bien remuneradas se ceba especialmente en la mujer que ante los mismos trabajos recibe un menor salario que el hombre. No existe un sistema de guarderías y colegios públicos adaptados a nuestros horarios laborales y donde nuestros hijos no sólo se desarrollen académicamente sino que dispongan de otras actividades como deportes, ajedrez, bailes, teatro..., para que su desarrollo sea integral.
Ningún lugar desde donde un enfermo crónico pueda desarrollar su vida dignamente, sin depender de la familia si así lo desea. Tampoco existen residencias de la tercera edad o centros de día suficientes ni cercanos al entorno de nuestros mayores, por lo que es la mujer (hermanas, hijas, nueras) quienes se hacen cargo de su cuidado .
Las tareas domésticas (estas si) continúan siendo una asignatura pendiente que por el momento ocupa a la mujer.
Y aun con todo esto muchas mujeres que son sometidas a malos tratos físicos y psicológicos por sus parejas se atreven a denunciarles, con el riesgo de volver a sus casas para seguir “sirviendo” (cocinándole y lavándole las camisas) a su agresor y en muchos casos incluso compartiendo el lecho sin que judicialmente se tome medida alguna. Ante la falta de tejido social y medios para la independencia en este opresor sistema, tenemos que preguntarnos si las mujeres son victimas de “violencia (doméstica) de genero” o una ofrenda más a esta sociedad cuyo único objetivo es obtener beneficios.