Para los marxistas, el abecé del sindicalismo es que a los trabajadores nunca nos regalaron nada, que cualquier avance, por pequeño que sea, es producto de la lucha. Y la primera condición para luchar es que haya organización. Por tanto, el primer objetivo del sindicalismo de clase tiene que ser la preservación del propio movimiento obrero organizado.

Durante estos últimos años de crecimiento económico, los marxistas hemos venido insistiendo en tres ideas: 1) que ese crecimiento no estaba suponiendo ninguna mejora en las condiciones de los trabajadores, sino todo lo contrario; 2) que si ese aumento de las desigualdades sociales, la pérdida de poder adquisitivo de los salarios, las brutales tasas de precariedad, etc., no tenían un reflejo en el nivel de lucha sindical era debido al reformismo de los dirigentes sindicales; y 3) que como el crecimiento se sustentaba fundamentalmente en el crédito y el endeudamiento masivos, este factor se convertiría en su contrario, precipitando la crisis económica.
Pues bien, la crisis de las hipotecas subprime estadounidenses marca el fin de esa época del capitalismo caracterizada por el endeudamiento masivo, tanto de los particulares como de los estados, y demuestra, una vez más, que el sistema capitalista no puede abolir los ciclos de boom-recesión ni, mucho menos, superar sus contradicciones internas, que inevitablemente lo abocan a sufrir crisis periódicas.

En esta perspectiva, hay que tener muy claro que la burguesía sólo ofrecerá una medicina: que los trabajadores paguemos los platos rotos de la crisis de su sistema. Los planes de Sarkozy para recortar severamente las conquistas sociales de los trabajadores franceses son un ejemplo de lo que va a tener que enfrentar el movimiento obrero europeo. De hecho, ya hay toda una serie de síntomas que anuncian un claro resurgir de la lucha de clases en Europa: la huelga del transporte de Francia, la huelga ferroviaria en Alemania o las manifestaciones de masas en Dinamarca, Portugal e Italia.
El movimiento obrero en el Estado español afronta esta nueva situación con un rasgo destacado: el abismo abierto entre los dirigentes sindicales y la clase obrera. Este rasgo es el resultado de años de pactos sociales, de colaboración de clase, de hacerle favores a la burguesía firmando todo tipo de recortes (reformas laborales, recortes de las pensiones), favores que, en el caso de José Mª Fidalgo, también fueron políticos, como cuando se negó a apoyar la huelga general del 10 de abril de 2003, convocada por absolutamente toda la izquierda de este país, contra la implicación del gobierno del PP en la guerra imperialista de Iraq, o como cuando, en enero de este año, criticó la manifestación antiterrorista de la izquierda a raíz del atentado en la T4 de Barajas.

Síntomas de un nuevo ascenso de la lucha

Pero aunque este sindicalismo de pactos y consensos sigue siendo el dominante en las cúpulas, en los últimos tiempos se han dado luchas obreras en las que aparecieron nuevos elementos: combatividad, incluso con rasgos explosivos, indignación, participación de los jóvenes trabajadores. La ocupación de las pistas del aeropuerto de El Prat, las luchas del metal en Vigo, la popularidad de la consigna de nacionalizar Delphi, la ocupación de SAS Abrera o la magnífica respuesta obtenida por las movilizaciones contra el encarcelamiento de Carnero y Morala, junto a las luchas reivindicativas de sectores que pudiéramos llamar periféricos (bomberos, limpieza, jardineros...) así lo expresaron. Estos nuevos elementos son síntomas de que las condiciones para un nuevo ascenso en la lucha de clases están dadas, ascenso al que contribuirán decisivamente las crecientes dificultades por la carestía de la vida y la asfixia hipotecaria. La gente va a luchar por la sencilla razón de que el salario no da para llegar a fin de mes. Y aunque es obvio que, inicialmente, los dirigentes sindicales van a resistirse a tomar el camino de la lucha, la disyuntiva que tendrán a medio plazo será movilizar o ser sobrepasados. Ninguna dirección puede permanecer eternamente alejada del sentir de las bases a las que representa. UGT ya aprendió amargamente esta lección en los años 80, cuando su apoyo a las políticas antiobreras de Felipe González le pasó factura y abrió una crisis en el sindicato, saldada con la purga del sector más derechista de la dirección.
Los datos demuestran que el actual modelo sindical no sirve para defender los intereses de los trabajadores. Por no servir, ni siquiera sirvió para mantener el poder adquisitivo de los salarios a pesar de que los beneficios empresariales han tenido todos estos años incrementos espectaculares. Pero no hay que confundir la parte con el todo. La crítica a los dirigentes, por dura que sea, nunca debe llevar a cuestionar la importancia de los sindicatos de masas, que son instrumentos imprescindibles para los trabajadores porque los grandes problemas que afrontamos son de carácter general y, por tanto, requieren también una lucha general, de clase, para solucionarlos.

Es necesario otro sindicalismo

Para los marxistas, el abecé del sindicalismo es que a los trabajadores nunca nos regalaron nada, que cualquier avance, por pequeño que sea, es producto de la lucha. Y la primera condición para luchar es que haya organización. Por tanto, el primer objetivo del sindicalismo de clase tiene que ser la preservación del propio movimiento obrero organizado.
Propugnamos, por tanto, un sindicalismo combativo, de clase y democrático. Un sindicalismo que sólo se debe a los intereses generales de la clase obrera y que los defiende con firmeza. Un sindicalismo independiente del Estado y de la burguesía, lo que exige no vivir de las subvenciones, ya sean directas o indirectas (formación, liberados sin base legal, etc.). Un sindicalismo que considera que los resultados de una mesa de negociación dependen de la fuerza de la movilización, y que unifica y extiende las luchas para así ejercer más presión. Un sindicalismo en contacto permanente con los trabajadores y que fomenta su participación a través de la información y de las asambleas, que son la mejor forma de unir a todos los trabajadores y de poner las decisiones en sus manos. Un sindicalismo que propugna la unidad de acción sindical y que impulsa los comités de empresa como órganos de representación unitaria. Y un sindicalismo que comprende que la causa última de los problemas que afrontamos los trabajadores es la propia existencia del capitalismo y que, por tanto, inscribe la lucha por las reivindicaciones inmediatas de la clase obrera, la lucha sindical, dentro de una lucha mayor, que es la lucha por la transformación socialista de la sociedad porque acabar con el capitalismo es la única manera de conseguir una solución definitiva a nuestros problemas como clase. En resumen, propugnamos un sindicalismo que contribuya al avance de la lucha por el socialismo elevando el nivel de conciencia, organización y lucha de los trabajadores (y no que los desmoralice, atomice, desorganice y desmovilice, como ocurre con el sindicalismo reformista de los actuales dirigentes).

Luchar con una perspectiva clara

El movimiento sindical sólo podrá salir realmente de su impasse con una dirección dispuesta a enfrentarse con el capital. Una dirección que sea la vanguardia combativa del movimiento obrero, que organice la respuesta colectiva a los ataques y que forje la unidad de clase de todos los trabajadores por encima de cualquier diferencia. Una dirección con ideas claras y con una política de independencia de clase. Una dirección que comprende que los intereses de burguesía y proletariado son irreconciliables en todo momento y lugar, que comprende que no luchar significa siempre perder y que comprende que, bajo el capitalismo, cualquier conquista será inestable porque el problema es el propio sistema. En definitiva, una dirección armada con las ideas del marxismo, unas ideas que son doblemente necesarias porque, además de ser la clave para que un sindicato posea un modelo sindical de clase, son la única salvaguarda frente a las presiones ideológicas a que los empresarios someten a todo sindicalista para que asuma el punto de vista empresarial. Conseguir mañana una dirección así pasa hoy por construir una corriente marxista que trabaje incansablemente por el avance de estas ideas en el seno de la clase obrera y sus organizaciones.
¡Únete a la corriente marxista El Militante!

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