Este libro es tan desconocido como imprescindible si queremos acercarnos a la realidad actual e histórica de la composición y descomposición de los pueblos y naciones de la Europa Oriental en su lucha por encontrar su identidad como pueblos frente al imperialismo turco, ruso o alemán o incluso de las aspiraciones imperialistas de los propios país que componen esta región: Grecia, Bulgaria, Serbia... a pesar de que está publicado en 1916.

Reed narra aquí un viaje de ida y vuelta a través de toda la región durante la Gran Guerra, desde Constantinopla hasta intentar llegar a la primera línea de fuego.

Como todo libro de viaje lo importante es el camino y lo que acontece en él, los paisajes, las gentes, la experiencia vital de lo que se ve y experimenta a lo largo del mismo.

Las descripciones de las ciudades y pueblos, de los paisajes, costumbres, gentes, son tan hermosas como desgarradoras, sangrantes y malolientes las descripciones de los hospitales donde se pudrían los enfermos de cólera o los valles cubiertos de cadáveres putrefactos y roídos por los perros a lo largo de más de cuarenta kilómetros de recorrido envenenando los ríos y transmitiendo el cólera por toda Serbia.

Pero la podredumbre llega hasta los poblados de los campesinos judíos de Rusia, los cuales hasta el triunfo de la revolución bolchevique, vivían como animales acosados y traicionados mil veces por el zar e incluso por sus compañeros de armas en el ejército. La traición y humillación descrita nos recuerda la realidad de la situación en la que viven el pueblo palestino, el saharaui y ahora el iraquí. El horror de las guerras imperialistas.

La inmensidad de Rusia, de sus ciudades, de sus paisajes, de sus desigualdades sociales, de la búsqueda incansable de una revolución no traicionada, de la riqueza de sus costumbres, de la variedad de los pueblos que la componen queda patente en el mosaico descriptivo que utiliza Reed en este libro.

Esa descripción da idea de la amalgama de pueblos que componían ambos bandos, ya que cuando describe un grupo de prisioneros austriacos escoltados por cosacos, no eran austriacos, sino checos, húngaros, montenegrinos, búlgaros, eslovenos, polacos..., todos campesinos.

La única diferencia real entre los campesinos que engrosaban y engrosan un ejército u otro es el de que a sus aldeas habían llegado primero los reclutadores de un bando que del otro, o si su padre o abuelo habían cruzado las montañas para combatir a los turcos en las guerras balcánicas o no.

El libro no deja lugar a duda sobre la oposición de Reed a que su país entrase en guerra contra ninguno de los dos bandos, quizás eso explica el porqué es un libro maldito y desconocido. Es curioso leer cómo en países como Bulgaria había —al igual que en España o Italia, o incluso en Rusia—, divisiones internas entre los partidarios de participar en un bando o en otro, y cómo y porqué se inclina la balanza a favor del bando que más territorios prometiese al final de la contienda, y más aún llama la atención el que se le hiciese creer al pueblo turco que los alemanes eran musulmanes.

Los uniformes, las lenguas, los vestidos de las campesinas, los sombreros de los lugareños, las prácticas gastronómicas o religiosas, los materiales de construcción o la forma de los tejados de sus casas e iglesias pueden ser diferentes, pero al final es el mismo pueblo el que matan y muere en todas las guerras, en un lado u otro de la trinchera. Los soldados de ambos bandos, de todos los bandos eran obreros y campesinos a los que ni siquiera se les permitía escoger el bando en el que luchar, por qué causa morir o a qué enemigo matar.

La realidad de la muerte es constante en este libro, de la enfermedad, de la tortura, de la violación, de la aniquilación de pueblos como el armenio o el judío, lo cual nos ayuda a comprender nuevamente los sufrimientos diarios de miles de hombres en todo el mundo bajo el duro y pesado yugo del capitalismo, esté forrado o no de la aterciopelada democracia burguesa.

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