Mientras públicamente reclaman los derechos humanos en Indonesia, Washington ayudó en secreto a Suharto hasta el final, como se demostró con la reciente visita del secretario norteamericano de Defensa, William Cohen, a Yakarta. Cohen señaló que EEUU respaldaría a Suharto políticamente durante este período. Dejó claro que esa “estabilidad estructural” en el Sudeste Asiático era prioritaria para EEUU y que Indonesia figuraba como tema central. Al preguntarle sobre las intenciones de Suharto de mantenerse como presidente, Cohen contestó: “Yo no intento descubrir sus aspiraciones políticas. Pero, por lo que he visto, es muy fuerte y goza de una excelente salud. Es bastante diferente a los rumores que están circulando últimamente”. Cohen respaldó estos comentarios con gestos más concretos, prometiendo presionar al Congreso de EEUU para que Indonesia participase en el programa de entrenamiento militar del Pentágono. El Congreso suspendió la participación de Indonesia tras una campaña de algunos de sus miembros por las violaciones de los derechos humanos en Timor Oriental.
La reunión de Cohen con el comandante en jefe de las fuerzas armadas, Feisal Tanjung, se realizó dos días después de unas declaraciones de éste: “Las fuerzas armadas no vacilarán en hacer pedazos todos los grupos antigubernamentales”. Tanjung añadió que el ejército estaría preparado para afrontar cualquier amenaza contra la seguridad de la Asamblea Consultiva del Pueblo (MPR) reunida en marzo. “Estaremos preparados para impedir las maniobras de cualquier grupo, sea de derecha o de izquierda, que intente atentar contra el gobierno”. También dijo que la agencia de inteligencia, Bakin, estaba vigilando de cerca a todos los grupos extremistas que están planteando interrumpir las reuniones de la MPR. A Occidente le gustaría que el proceso se desarrollara de forma que sus intereses quedaran intactos, es decir, que el capitalismo y el imperialismo mantengan su dominación sobre el pueblo indonesio. Sus amenazas son, en palabras de Shakespeare, ‘sonido y furia, que no significan nada’.
Los disturbios han paralizado momentáneamente la economía. Un reciente artículo señalaba:
“La actividad en el puerto de Medan (Belawan) es baja. Muchos camiones están parados en las calles debido a la violencia. Medan, la tercera ciudad de Indonesia, es el principal centro comercial de aceite de palma, cobre y café. Tiene dos millones de habitantes, es el principal centro comercial y de mercancías de Indonesia occidental.
En Malang, al este de Java, los estudiantes y la policía se enfrentaron en dos incidentes separados, con el resultado de 49 policías y 30 estudiantes heridos. El Jawa Post decía que los heridos se produjeron en un choque con estudiantes de instituto, cuando las fuerzas de seguridad utilizaron gas lacrimógeno, cañones de agua y disparos al aire, mientras los estudiantes lanzaban piedras y escombros” (Kompas, 8/5/98).
Los imperialistas están huyendo de Indonesia como ratas escapando de un barco que se hunde:
“Entre los miles de extranjeros que abandonan el país, algunos son prominentes banqueros y brokers cuyos enormes préstamos están ligados con las empresas indonesias que han ayudado a profundizar la crisis y el caos social. Los burócratas del FMI y del Banco Mundial, cuyas prescripciones de austeridad económica y aumento de los precios levantaron el odio popular, dejaron el país a toda prisa” (The Sunday Times, 17/5/98).
Los mismos caballeros de traje gris que ayer se jactaban de las fortunas que estaban haciendo en Asia, ahora están huyendo.
“Lo que está ocurriendo en Indonesia va más allá de lo económico, según Walter Cheung, el director ejecutivo del Canadian Imperial Bank of Commerce" (The Guardian, 7/5/98).
Durante tres décadas cerraron los ojos ante la dictadura sangrienta de Suharto porque les proporcionaba la ‘estabilidad’ necesaria para robar y explotar al pueblo indonesio. Ahora, ese pueblo está vengándose. Ya no hay estabilidad: el despiadado dominio del imperialismo y sus asesinos locales ha hundido a Indonesia en la crisis. El capital extranjero ha huido y no volverá hasta que un nuevo régimen le proporcione ‘estabilidad’, a costa de los trabajadores y campesinos. Esto significa que el pueblo de Indonesia se enfrentará a un prolongado período de terribles dificultades económicas, desempleo y pobreza, a menos que la clase obrera tome el poder en sus manos y ponga fin de una vez por todas a la dominación monopolista del capital extranjero y sus agentes locales. Si la revolución indonesia tuviera éxito, sería una revolución nacional genuina, es decir, una revolución antiimperialista. Pero la revolución nacional en las condiciones actuales sólo puede tener éxito como una revolución anticapitalista en la que el campesinado y el resto del pueblo explotado se unan bajo la dirección de la clase obrera. Las tareas de la revolución democrática nacional conducirían directamente a la revolución socialista. La burguesía no puede ofrecer una salida, toda la historia de Indonesia desde la Segunda Guerra Mundial es una prueba de ello.