El pasado 17 de marzo, después de seis años de gobiernos socialistas minoritarios, el PSD —derecha— ganó las elecciones con el 42% de los votos frente al 40% del Partido Socialista, 9% del PP —derecha—, 7% del Partido Comunista y 3% del Bloque de Izquierdas.

Estas elecciones fueron convocadas anticipadamente tras la dimisión del primer ministro socialista, Antonio Guterres, la misma noche de las elecciones municipales en las que el PS registró una profunda derrota, perdiendo para el PSD —en muchas ocasiones en coalición con el PP— municipios muy importantes como Lisboa, Coimbra, Faro, Sintra, etc.

La dirección del PS sólo tiene derecho a quejarse de sí misma por lo que pasó en los últimos meses. Su popularidad cayó en picado en la medida que el gobierno mostraba la más absoluta incapacidad para hacer frente a los problemas con los que el país se debatía y debate.

Esta incapacidad se pudo disfrazar en la primera legislatura por una situación económica favorable, pero todo se vino abajo cuando la economía entró en una curva descendente: la inflación se dispara, se produce un incremento inusitado del déficit externo y de las cuentas públicas, se congelan los salarios...

Los trabajadores que eligieron este gobierno exigieron medidas, pero el gran capital pesó siempre más en su toma de decisiones. Un solo ejemplo: se aprobó en el Parlamento, con los votos de los partidos de izquierda, una reforma fiscal que tenía como grandes objetivos el combate a la evasión fiscal (un verdadero escándalo en Portugal en la medida en que, por ejemplo, los obreros de la construcción civil pagan más impuestos que sus patronos) y gravar los beneficios (sobre todo los obtenidos en la Bolsa y demás operaciones especulativas). Algunos meses después, bajo presión del capital, el gobierno dio marcha atrás y guardó en el cajón los puntos esenciales de la ley. Fueron tantas las vacilaciones, fue tan pantanosa su acción que el resultado no podía ser otro que la caída del gobierno.

Haciendo uso de su habitual demagogia, la derecha consiguió capitalizar el descontento en relación al gobierno.

Tampoco el Partido Comunista supo canalizar el malestar. Ha combinado la ausencia de un programa alternativo al PS y una actitud sectaria hacia este último. Además, el PCP vive una profunda crisis interna y toda oposición a la actual dirección es perseguida con sanciones que son de conocimiento público. En cuanto al BE, uno de sus ejes electorales ha sido identificar el PS con el PSD y de cara a la juventud el punto estrella ha sido la defensa de la legalización de las llamadas drogas "blandas". A pesar de ser la única opción de izquierdas que ha incrementado sus votos (en 20.000) y su representación parlamentaria (han pasado de dos a tres diputados), han quedado muy atrás de las expectativas que tenían.

A pesar de todo el voto del conjunto de la izquierda ha sido del 50% y el PS se ha quedado a dos puntos de diferencia del PSD. Después de la dimisión de Guterres —un católico y "centrista"— la dirección del PS recurrió a Ferro Rodrigues, ex ministro de la Seguridad Social y responsable de las medidas sociales del anterior gobierno. Es un líder con una postura, un discurso y una aureola más a la izquierda. Ese cambio fue lo que permitió que el PSD no obtuviese una mayoría absoluta y que el PS obtuviese uno de sus mejores resultados electorales.

Ahora el gobierno del PSD-PP intentará aplicar las más brutales medidas de austeridad. La derecha y el gran capital quieren sangre pero encontrarán una resistencia igualmente decidida de los trabajadores y tarde o temprano caerá, igual que ocurrió con la coalición derechista Alianza Democrática hace veinte años. ¿Por qué? Porque hay una fuerza en el mundo animada por la creencia en una vida mejor. Esta fuerza, que todo dirige, pero que hoy es dirigida y oprimida por el capital, es la única esperanza de la humanidad y tiene por nombre Clase Obrera.

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