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EEUU recrudece su lucha con China por el dominio mundial

El miércoles 1 de abril el Gobierno de Donald Trump anunciaba el despliegue de una fuerza naval militar formada por buques destructores, barcos de combate, aviones y helicópteros en el Mar Caribe, muy cerca de las aguas territoriales de Venezuela. Este contingente militar era reforzado el martes 14 de abril con el envío de un nuevo buque destructor de misiles guiados.

La excusa para esta nueva acción del imperialismo no es otra que la supuesta lucha contra el narcotráfico. El 26 de marzo, el Fiscal General estadounidense, William Barr, presentaba cargos formales por narcotráfico contra el presidente Nicolás Maduro y 13 altos cargos militares y políticos venezolanos, ofreciendo una recompensa de 15 millones de dólares “a quien facilite su captura”.

La falacia del combate al narcotráfico y otras grandes mentiras

El cinismo del Gobierno de Donald Trump no tiene límites. Según datos del propio Departamento de Defensa estadounidense y de la Fundación Paz y Reconciliación de Colombia, el 70% del tráfico marítimo de drogas procedente de América Latina sale de las costas de Colombia y Ecuador, dos aliados de Washington. Además, cifras ofrecidas hace solamente un mes por la Casa Blanca constataban que tanto la superficie dedicada a narcocultivos como la producción de cocaína en Colombia no han parado de aumentar bajo Gobiernos financiados y apoyados por EEUU como los de Uribe, Santos y ahora Duque. Solo en 2019, los narcocultivos crecieron de 208.000 a 212.000 hectáreas, extensión que la propia Casa Blanca califica de “récord histórico”.

El envío del contingente militar a aguas del Caribe va unido al mantenimiento e intensificación del criminal bloqueo que impide al Estado venezolano acceder a miles de millones de dólares y euros procedentes de sus exportaciones petroleras.

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"El envío del contingente militar a aguas del Caribe va unido al mantenimiento e intensificación del criminal bloqueo."

Este bloqueo agrava aún más la tremenda crisis económica que sufre la economía venezolana desde 2013, con una caída del PIB del 52% y una hiperinflación del 130.000%, según datos oficiales del Banco Central de Venezuela de mayo de 2019 (última referencia ofrecida). Otras fuentes hablan de un colapso económico todavía mayor.

El bloqueo imperialista golpea duramente a la población venezolana, especialmente a los más pobres. Solo en el sector sanitario, según el ministro de Salud, Carlos Alvarado, las sanciones estadounidenses han significado el abandono del país de la mitad de las empresas extranjeras fabricantes o distribuidoras de medicamentos. Esto ha agravado el desabastecimiento de medicinas ya existente y favorecido nuevos incrementos de precios.

El verdadero objetivo de esta nueva arremetida imperialista es el mismo que han venido persiguiendo los últimos años: derrocar al actual Gobierno venezolano –uno de los principales aliados de China y Rusia en la región– y establecer un régimen títere de la Casa Blanca en Caracas.

Nueva ofensiva golpista

Los cálculos del Departamento de Estado eran que el golpe lanzado el 23 de enero de 2019, cuando proclamaron presidente de Venezuela al opositor de extrema derecha Juan Guaidó, triunfaría en pocos meses. Un año y tres meses después este objetivo sigue sin ser alcanzado.

Con la nueva situación que está provocando la pandemia del coronavirus Washington ha decidido relanzar sus planes golpistas en Venezuela.

Los precios del petróleo (del que dependen el 96% de las exportaciones venezolanas) han caído un 50% respecto a finales de 2019 y es probable que sigan moviéndose en niveles muy bajos como consecuencia de la depresión económica mundial. En este contexto, la Casa Blanca espera que la intensificación del bloqueo y las sanciones generen un escenario de caos que le permita culminar esta nueva ofensiva golpista con éxito.

Al mismo tiempo que envían el convoy militar y ponen precio a la cabeza de Maduro y otros dirigentes –incluido el ministro de Defensa y Jefe del Estado Mayor, Vladimir Padrino–, el Secretario de Estado, Mike Pompeo, presentaba el 31 de marzo el llamado Marco para una Transición Democrática en Venezuela. Según este plan, EEUU levantaría todas sus sanciones si en Caracas se forma un “Gobierno de transición sin Maduro y sin Guaidó”.

¿Conseguirá Trump esta vez sus objetivos?

El mensaje está claro. Combinando la amenaza militar con las promesas de reconocimiento, los estrategas de la Casa Blanca pretenden animar a un sector de la alta oficialidad a dar un golpe contra Maduro y abrir, al mismo tiempo, una posible negociación para que, en lugar de seguir estrechando lazos con los imperialistas chinos y rusos (como han hecho hasta ahora los militares venezolanos como parte del Gobierno de Maduro) decidan ponerse bajo la órbita de Washington.

El poder político y económico de los militares dentro del Gobierno venezolano no ha parado de aumentar durante los últimos años. Dirigen centenares de empresas y desempeñan un papel decisivo de árbitro dentro del Estado, siendo el factor clave –unido al apoyo de China y Rusia– que sostiene a Maduro en estos momentos.

Pero los planes de la Casa Blanca para escindir el aparato estatal venezolano y encontrar un sector en el que apoyarse para recuperar el control directo de los recursos petroleros, gasíferos y minerales venezolanos siguen enfrentando los mismos obstáculos que han impedido su éxito hasta ahora.

En primer lugar, como hemos explicado en anteriores artículos y declaraciones, el apoyo entre la población venezolana al golpe liderado por su marioneta Guaidó ha ido cayendo en picado. Esto se explica por diferentes motivos: debilitamiento numérico de la base social opositora a causa de la emigración masiva del país, desmoralización ante el parasitismo, corrupción y divisiones internas en la derecha venezolana y desconfianza de amplios sectores de la población hacia Guaidó por su postura a favor de una intervención militar estadounidense y, en estos momentos, del criminal bloqueo imperialista que podría agravar la pandemia y causar decenas de miles de muertes.

A este factor se une la creciente dependencia económica y política de Venezuela respecto a China y Rusia. En caso de que un colapso económico superior al actual o el descontrol de la pandemia provocasen un descontento tan masivo e incontrolable que empujase a sectores decisivos del ejército a dar un golpe, no está claro que los golpistas prefieran creer las promesas de EEUU a seguir bajo el cobijo chino.

La decadencia del imperialismo estadounidense y su disputa con China

El dominio mundial de EEUU pasa hoy una situación muy delicada. Las diferencias con otros períodos históricos –como fue el posterior al colapso del estalinismo o incluso, salvando todas las distancias, cuando se dio el golpe contra Chávez en 2002– son más que notables: entonces el imperialismo estadounidense actuaba como única e incuestionable potencia mundial y gozaba de un margen de maniobra muy superior al actual para imponer sus condiciones.

El poder económico y hegemonía estadounidense se ven cada vez más amenazados por China, con Rusia actuando también como aliada de ésta a la hora de desafiar a Washington en cada vez más zonas del planeta.

El fracaso de las ofensivas golpistas anteriores impulsadas por EEUU en Venezuela, y especialmente la iniciada el 23 de enero de 2019, han puesto en evidencia los límites del poder estadounidense. Lo que pretendía ser una demostración de fuerza, no solo destinada a los militares venezolanos para que cambiasen de bando sino también al resto de Gobiernos latinoamericanos y a sus rivales chinos y rusos, se convirtió en una señal de debilidad que se sumaba a los fiascos en Siria, Iraq, Libia y Afganistán.

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"El poder económico y hegemonía estadounidense se ven cada vez más amenazados por China, con Rusia actuando también como aliada de ésta a la hora de desafiar a Washington."

Esta decadencia y debilitamiento frente a China, a la vez que limita el margen de maniobra estadounidense, le obliga a intentar una y otra vez pasar la ofensiva y aumentar su agresividad. La clase dominante norteamericana ve con pánico las consecuencias que tendrá la actual crisis, tanto para la competitividad de su economía y la pugna con China por el dominio del mercado mundial como para la lucha de clases dentro de sus propias fronteras.

Con sus multinacionales y su complejo militar-industrial, la burguesía de EEUU luchará con uñas y dientes por defender sus áreas de influencia. En el caso de Venezuela y América Latina, por recuperar el dominio de lo que siempre han considerado su “patio trasero". Su problema es que los mismos factores que le han impedido pasar de las amenazas a una intervención militar directa durante todos estos años se mantienen e incluso se han reforzado.

El margen de maniobra de Trump y la lucha de clases

En estos momentos Trump no cuenta con el apoyo social necesario, ni dentro de Venezuela y menos aún en los EEUU o el resto de Latinoamérica, para lanzar una agresión militar directa. Tanto su Gobierno como sus aliados latinoamericanos más reaccionarios (y puntos de apoyo obligados para cualquier intervención), Bolsonaro en Brasil y Duque en Colombia, se enfrentan a un cuestionamiento social masivo como consecuencia de sus políticas de defensa de los intereses de los ricos y abandono a su suerte de la población en plena pandemia.

En las filas del imperialismo y la ultraderecha estadounidense, venezolana y mundial existen sectores que exigen desde hace tiempo una intervención militar directa y estamos en un momento histórico de inestabilidad extrema del sistema, en el que acciones desesperadas y errores de cálculo siempre son posibles. Pero una aventura militar en este momento provocaría un levantamiento masivo en todo el continente, rechazo internacional generalizado y consecuencias políticas y sociales muy profundas en los propios EEUU.

Por todo ello, lo más probable es que sigamos viendo un incremento de la presión económica, diplomática y militar estadounidense sobre Venezuela y una pugna cada vez más enconada entre Washington, por un lado, y Pekín y Moscú, por otro, por el control del país y de toda la región que se prolongará.

La situación en Venezuela

La situación política y económica venezolana sigue totalmente condicionada por el tremendo colapso en las condiciones de vida de la población y el profundo reflujo en la participación política de las masas. La desmovilización y el escepticismo se ven alimentados por varios factores: de un lado, la lucha por la supervivencia; de otro, la decisión consciente del Gobierno y la burocracia estatal de utilizar este contexto para liquidar cualquier vestigio del periodo de ascenso revolucionario de la primera década del siglo XXI e intentar así apuntalar un régimen bonapartista basado en políticas de capitalismo de Estado.

La aplicación de la cuarentena cuando apenas habían comenzado los contagios ha evitado hasta el momento la propagación del virus a los niveles de otros países vecinos pese a las precarias condiciones del sistema sanitario. Pero la cuestión es hasta cuándo será posible mantener esta situación y evitar el contagio masivo en un contexto de caída del ingreso petrolero, con una población que vive del día a día para comer y una parálisis industrial de aproximadamente el 80%.

Factores que permitieron un cierto balón de oxígeno durante el último año, como la salida de más de 3 millones de personas del país, las remesas de esos emigrantes y la extensión de divisas, ya se están viendo golpeados por la crisis económica, que ha obligado a varios miles de emigrantes a volver y está empujando al desempleo y la pobreza a muchos otros. Las medidas asistenciales (y clientelares) utilizadas por la burocracia para mantener dentro de límites manejables el malestar social, como los bonos económicos que el Gobierno envía a sectores de la población o la caja de alimentos que distribuye a precios subvencionados (CLAP), están experimentando recortes y mostrando cada vez más claramente su insuficiencia.

Con medidas capitalistas y burocráticas no se puede enfrentar la crisis

Las políticas del Gobierno –aunque siga repitiendo machaconamente la palabra socialismo en sus discursos– benefician fundamentalmente a la burguesía que aprovecha la coyuntura para cargar la crisis sobre los trabajadores, especular y enriquecerse, mientras estos tienen cada vez más problemas para hacer frente a una situación crítica.

En esta situación tan precaria existe un peligro muy real de que sectores cada vez más amplios de las masas no puedan mantener la cuarentena y ello provoque una extensión del contagio que colapse el debilitado sistema público de salud. O que el intento de imponer la cuarentena en estas condiciones de precariedad y escasez provoque protestas, motines o saqueos.

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"Las políticas del Gobierno benefician fundamentalmente a la burguesía que aprovecha la coyuntura para cargar la crisis sobre los trabajadores."

La derecha y ultraderecha, de la mano del imperialismo yanqui, intentarán sacar partido de este escenario, recomponer sus fuerzas y utilizarlo para impulsar sus planes golpistas e imponer un Gobierno similar a los de Brasil o Colombia. Un régimen títere del imperialismo USA supondría un infierno para las masas obreras y populares. Pero tampoco la alternativa de seguir bajo la influencia del imperialismo chino es una solución para las masas: la continuidad de la dramática situación que viven hoy –en un contexto de crisis galopante a nivel mundial– solo se recrudecerá, haciendo de sus vida una auténtica pesadilla.

Las medidas capitalistas y burocráticas del Gobierno no sirven para hacer frente ni a la crisis sanitaria ni a la económica. Incluso si el resultado no es el colapso que pretende el imperialismo estadounidense, la consolidación de un régimen bonapartista burgués y un capitalismo de Estado dirigido por la burocracia –la llamada “boliburguesía” y los militares con apoyo de los imperialistas chinos y rusos– supone un retroceso en los derechos y condiciones de vida.
La única alternativa para defender los intereses de la clase trabajadora, la juventud y los sectores populares es reconstruir una izquierda combativa, revolucionaria, anticapitalista y antiburocrática en los centros de trabajo y de estudio, en los barrios, en el movimiento obrero, popular, juvenil y feminista.

Para ello debemos levantar un programa propio de la clase obrera y los explotados que recoja todas nuestras reivindicaciones y necesidades, y defender claramente que el único modo de hacerlas realidad es arrancando la propiedad y gestión de los bancos, la tierra y las grandes empresas de manos de quienes hoy las dirigen –los capitalistas y burócratas– para ponerlas bajo administración directa de los trabajadores y el pueblo.


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