El sábado 21 de junio, Donald Trump bombardeaba las bases iraníes de Fordow, Natanz e Isfahán, lanzando decenas de misiles Tomahawk y catorce bombas GBU-57 de gran capacidad destructiva hasta ahora nunca utilizadas. Con esta decisión continuaba la lógica de intervenciones anteriores del imperialismo estadounidense en Iraq y Afganistán, y ponía al mundo ante la posibilidad de una guerra catastrófica.

Pero dos días después, protagonizando uno de sus bandazos habituales, Trump anunciaba que había logrado un alto el fuego. Lo hacía pocas horas después de que Irán, respaldado por China y Rusia, lanzase un ataque de advertencia contra la sede del Mando Central estadounidense para operaciones militares en Oriente Medio, situado en Qatar.

Obviamente se trataba de una operación calculada, que no causó víctimas pero dejó muy claro el potencial destructivo y precisión de los misiles iraníes. Y se vio complementada por la decisión del Parlamento de Teherán, pendiente de ratificar por la máxima autoridad del país: el ayatola Alí Jamenei, de un posible cierre del Estrecho de Ormuz, por donde pasa el 20% del petróleo mundial. Una medida que, de aplicarse, podría empujar hacia una recesión económica global.

Trump anunciaba que había logrado un alto el fuego, después de que Irán, respaldado por China y Rusia, lanzase un ataque de advertencia contra la sede del Mando Central estadounidense para operaciones militares en Oriente Medio, situado en Qatar. 

El ataque de Trump contra Irán también ha despertado una oposición masiva en los propios Estados Unidos. Según una encuesta publicada por The Economist[1], más del 60% de la población lo rechaza, con solo un 16% a favor. Entre los votantes demócratas supera el 65%. Entre los republicanos llega al 53%. En  decenas de ciudades, antes de que se haya producido ninguna baja estadounidense, estallaron movilizaciones contra la guerra, que se suman al levantamiento de masas contra las políticas racistas, antidemocráticas y fascistoides del presidente estadounidense.

Los bandazos de Trump no son producto de un estado de ánimo esquizoide, sino de las múltiples presiones y contradicciones que enfrenta su agenda. El miedo a enfrentarse no solo a Irán sino a China y Rusia en una guerra larga de consecuencias impredecibles, incluido el peligro de agravar aún más la decadencia y crisis interna que sufre EEUU y provocar una explosión social contra su Gobierno, le han obligado a pensárselo dos veces e intentar dar un paso atrás. Al mismo tiempo, retroceder envía un mensaje de debilidad que agrava aún más la sensación de  desesperación que transmiten todas sus acciones.

Los motivos que empujaron a Trump y el imperialismo estadounidense a apostar por la guerra en compañía de su principal aliado, el régimen nazisionista de Netanyahu, se mantienen. Washington tiene que hacer frente a su desplazamiento como potencia hegemónica por el bloque formado por China y Rusia y ese factor de peso explica que, a pesar de los retrocesos, es inviable un acuerdo definitivo. Las espadas siguen en alto y todos las posibilidades permanecen abiertas. 

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Los motivos que empujaron a Trump y el imperialismo estadounidense a apostar por la guerra, se mantienen. A pesar de los retrocesos, es inviable un acuerdo definitivo. Washington tiene que enfrentar, para mantener su hegemonía, al bloque china-ruso. 

Los planes de Trump y Netanyahu para Oriente Medio chocan con Irán, China y Rusia

Trump y Netanyahu se creen con patente de corso para modificar el mapa de Oriente Medio a bombazo limpio, aunque sea a costa de perpetrar un genocidio sangriento contra el pueblo palestino y atacar impunemente la soberanía nacional del Líbano, Siria o Irán. Como decíamos en nuestra primera declaración:

“Asistimos a un nuevo capítulo de una estrategia bien diseñada desde Washington y Tel Aviv para imponer a sangre y fuego sus objetivos políticos y militares en Oriente Medio. El ataque contra Irán busca cerrar el círculo iniciado con el genocidio y expulsión masiva del pueblo palestino de Gaza, la ocupación y anexión de Cisjordania, el debilitamiento de Hezbolá y sus aliados en Líbano y la invasión del sur de Siria completando el reparto del país entre EEUU, Turquía e Israel. Machacar a Irán, pensando además que China no se atrevería a forzar una respuesta, era el paso siguiente. Pero esta vez la apuesta ha sido demasiado alta y la respuesta no se ha hecho esperar”.

La respuesta defensiva de Teherán, lanzando cientos de misiles sobre el Estado sionista, ha infligido un daño real a sus instalaciones científico-militares, centros económicos e industrias importantes, provocando mucha alarma entre la población y dudas crecientes acerca del sistema antimisiles de la Cúpula de Hierro.

Diferentes informaciones, y no procedentes de Irán sino de medios sionistas y proimperialistas, explican que las reservas de misiles utilizados por Israel (mucho más caros y menos abundantes que los iraníes) se están agotando y hay problemas para un suministro militar prolongado por parte de Washington en las cantidades necesarias.

Los llamamientos de Netanyahu y su Estado Mayor exigiendo a Trump que bombardease Irán reflejan su profunda preocupación por la respuesta de Teherán y los efectos que esto tiene entre la moral de la población israelí. Los asesinos sionistas necesitaban una acción de enorme impacto para restablecer su confianza. Trump se la proporcionó. Pero era obvio que, a pesar del triunfalismo del presidente estadounidense, proclamando que el poder militar iraní estaba destruido, no estaba dicha la última palabra ni mucho menos. Al contrario, ha sido el comienzo de una escalada que nadie, ni él mismo, sabe dónde ni cómo puede acabar.

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La respuesta defensiva de Teherán ha infligido un daño real a las instalaciones científico-militares, centros económicos e industrias importantes israelíes, provocando mucha alarma entre la población y dudas crecientes hacia la "Cúpula de Hierro". 

Una guerra de consecuencias catastróficas

Los propios portavoces del Pentágono afirmaron públicamente que tenían que estudiar más en detalle los daños causados por los bombardeos a las instalaciones nucleares iraníes, alertando de que seguramente serían necesarios más ataques. Voces autorizadas dentro de la máquina de destrucción estadounidense, que no tienen nada de pacifistas ni progresistas, han advertido de que, incluso si esas instalaciones hubiesen sufrido daños importantes, Irán -con apoyo chino y ruso- podría reconstruirlas en poco tiempo e incluso desarrollarlas a un nivel superior.

Sobre todo han insistido en que, para obligar al régimen iraní a una rendición, no digamos ya para conseguir un cambio de régimen, no bastan los ataques aéreos, hace falta una campaña militar terrestre, recordando el desastre que supusieron las intervenciones en Iraq y Afganistán. 

Muchas cosas han cambiado entre 2003, año de la Segunda Guerra del Golfo que culminó en la invasión estadounidense de Iraq,  y la situación actual. Una guerra abierta de EEUU e Israel contra Irán tendría hoy unas consecuencias militares, económicas y políticas incluso mucho más serias que la intervención en Iraq, causando muchas más muertes al ejército estadounidense y una rebelión social dentro de EEUU. 

Irán tiene más de 90 millones de habitantes frente a los 25 millones que tenía Iraq en 2003 y los 20 millones de Afganistán. Su territorio es casi cuatro veces el iraquí y más de dos veces el afgano. Y lo más importante: a diferencia de entonces, China y Rusia no se mantendrían al margen, ni podrían limitarse a una respuesta graduada y controlada como hasta ahora. Podrían verse obligadas a intervenir ya que no hacerlo enviaría un mensaje de debilidad que pondría en peligro los avances económicos y políticos que están conquistando en Oriente Medio y en todo el planeta.

La única posibilidad de caída del régimen iraní es una insurrección de las masas. El malestar con la crisis económica, la desigualdad imparable, la corrupción y la represión del régimen reaccionario de los mulás está muy extendido y ha provocado levantamientos de la clase obrera, de las mujeres y las minorías nacionales. Pero el efecto de las bombas del Estado sionista de Israel —verdugo del pueblo palestino y del Líbano— y de EEUU, que ha sido un enemigo histórico de las masas iraníes y lleva años condenando al país a unas sanciones que golpean al pueblo, ha reforzado entre la población el sentimiento antiimperialista. Todas las organizaciones de la izquierda iraní con un vínculo con las masas han rechazado la agresión militar y denunciado los planes de Trump y Netanyahu.

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Para Rusia y China, Irán es un socio estratégico, por eso ambos han dado vía libre a Teherán para responder a Israel, a diferencia de su actuación frente al holocausto en Palestina. Xi Jinping y Putin se guían por sus intereses capitalistas e imperialistas. 

La crisis del capitalismo iraní también ha creado divisiones desde hace tiempo en la cúpula del régimen. Pero el sector que en este momento tiene el Gobierno es precisamente el llamado reformista o moderado, que  apostaba por la desescalada y la negociación, frente a los llamados conservadores — más vinculados a los ayatolás que se hicieron con el poder en 1979— y los neoconservadores, aliados de estos últimos pero procedentes de la Guardia Revolucionaria. Estos sectores no abrirán una brecha en el bloque de poder actual para buscar un acuerdo con Washington y Tel Aviv, apuestan por cerrar filas y mantener el apoyo de China y Rusia frente a EEUU.

Beijing tiene proyectos e inversiones con el régimen de los mulás para los próximos años por valor de 400.000 millones de dólares y numerosos acuerdos de defensa, al igual que Rusia. Estamos hablando de un socio estratégico y su principal punto de apoyo en la zona. Esto es lo que ha motivado a ambos a dar vía libre a Teherán para responder a Israel, a diferencia de su actuación frente al holocausto en Palestina, donde apenas han pasado de condenas diplomáticas. Esto muestra también una vez más el cinismo de los imperialistas chinos y rusos. Xi Jinping y Putin no se guían por la defensa de los pueblos oprimidos, la paz y la justicia, sino por sus intereses capitalistas e imperialistas

El militarismo y el imperialismo solo podrán ser derrotados por la revolución socialista

El ataque trumpista contra Irán demuestra que los sesudos análisis -comprados increíblemente por sectores que se declaran de izquierda e incluso marxistas- de que Trump y EEUU no apostaban por la guerra e intentaban contener a Netanyahu no son más que delirios reformistas. Como si no bastase lo que hemos visto en Gaza, Líbano y Siria, y los planes anunciados por el propio Trump para consumar el holocausto contra el pueblo palestino, para comprender que tras la agenda criminal del régimen nazisionista está el imperialismo norteamericano.

Trump encabeza un Gobierno reaccionario de ultraderecha formado por oligarcas y elementos a los que les gustaría imponer una dictadura fascista, empezando por él mismo, y que admiran el camino totalitario emprendido por Netanyahu en Israel. De hecho, las medidas racistas contra los migrantes y la brutal represión contra la clase obrera y la izquierda estadounidense, lo que Trump llama el “enemigo interno”, son un primer paso en ese camino.

Lo que impide que estos planes del MAGA se impongan no son las ganas, sino la impresionante resistencia de las masas en los propios Estados Unidos y las movilizaciones internacionalistas en apoyo al pueblo palestino.

El punto clave es entender que no se trata de la psicología ni la voluntad de Trump y Netanyahu. Detrás de ambos están sectores decisivos de la clase dominante que han decidido que la mejor alternativa para preservar sus beneficios y mantener su dominio pasa por el aplastamiento de la clase obrera a nivel interno y en política exterior por una violenta agenda militarista y belicista que imponga por la fuerza, mediante intervenciones militares, amenazas y ataques, lo que no están pudiendo obtener con la guerra comercial, los aranceles y otras medidas económicas y diplomáticas.

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Frente al militarismo imperialista y el genocidio sionista, no podemos confiar en unas inexistenetes potencias imperialistas buenas. Nos basamos en las fuerzas de la clase obrera de todo el mundo, unidos bajo la bandera de la revolución socialista. 

El imperialismo estadounidense es la mayor máquina de destrucción y guerra contra los pueblos y las masas oprimidas que ha existido. La burguesía norteamericana no dudó en exterminar a los propios nativos, arrancar la mitad de su territorio mediante el robo y el saqueo a estos y a países vecinos como México. Ni en regar primero América y después el mundo de cadáveres. Según un estudio de la Universidad estadounidense de Brown, solo desde 2001 las intervenciones militares estadounidenses han causado más de 4,5 millones de muertes en todo el mundo. Si sumamos las guerras, golpes de Estado y dictaduras promovidas en el siglo XX son varios millones más.

Una clase dominante y un aparato estatal que no dudaron en cimentar su ascenso con bombas y cadáveres no van a renunciar a esos mismos métodos cuando ve peligrar su dominio. Por supuesto, es una apuesta  tremendamente arriesgada. No solo porque amenaza con una guerra devastadora de dimensiones mundiales, sino porque puede acabar volviéndose contra el propio capitalismo estadounidense y agravando aún más su crisis y decadencia.

Los acontecimientos en Irán, como el holocausto contra el pueblo palestino, son una advertencia dramática de lo que el imperialismo norteamericano está dispuesto a hacer para defender su posición mundial. Los hechos que se vienen desarrollando en Oriente Medio también señalan, una vez más, el papel criminal del bloque de bandidos imperialistas formado por los Gobiernos de la Unión Europea. Aunque han mostrado poco entusiasmo ante la agresión a Irán, ninguno ha denunciado a Trump ni a Netanyahu, haciendo coro a sus  mentiras sobre la amenaza nuclear iraní.

Incluso Pedro Sánchez y sus socios, mientras critican con la boca pequeña a Trump y Netanyahu siguen permitiendo la utilización de la base militar de Morón, clave para apoyar logísticamente la operación contra Irán y cualquier otra que decida emprender EEUU en Oriente Medio.

No debemos olvidar tampoco los cantos de sirena sobre la necesidad de un mundo multipolar. Estas posiciones esconden en realidad una apuesta por un mundo multimperialista cuyas resultados desastrosos, e igual de militaristas, ya hemos sufrido en otras etapas de la historia del siglo XX a un coste brutal en vidas humanas y destrucción.

No, frente a las guerras imperialistas, frente al militarismo y el genocidio sionista, no podemos confiar en potencias imperialistas buenas. No existen. Solo podemos basarnos en nuestras propias fuerzas, las de la clase obrera y la juventud de todo el mundo, unidos bajo la bandera del internacionalismo proletario y la revolución socialista.

Si queremos paz, no podemos esperar nada de la diplomacia podrida, de la ONU o de los tribunales internacionales. Lo único que puede garantizar la paz es nuestra capacidad de lucha y organización para derrocar el orden capitalista.

¡Guerra a la guerra!

¡Levantemos un movimiento internacional de solidaridad con el pueblo palestino y contra el militarismo imperialista y criminal de Trump y Netanyahu!

¡Salida inmediata de la OTAN y cierre de todas las bases norteamericanas!

¡Si quieres la paz, lucha por el socialismo!

 

[1]¿EEUU debe intervenir militarmente en Irán? Qué dicen las encuestas y las diferencias entre republicanos y demócratas

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