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El mundo vive en estos momentos una de las peores crisis alimentarias de las últimas décadas, millones de personas se enfrentan al hambre y la pobreza debido al aumento de los precios de los alimentos y otros productos básicos como el combustible o el gas.

Según Gro Intelligence[1], en los últimos seis meses las personas al “borde de la hambruna (…) literalmente a punto de morir de inanición” han pasado de 39 a 49 millones. En el mismo periodo la población en situación de pobreza extrema ha aumentado de 780 a 1.100 millones y quienes experimentan “inseguridad alimentaria”, de 1.200 a 1.600 millones. Según los datos de la ONU, en 2021 el 30% de la población mundial —unos 2.300 millones— no tenía acceso a una alimentación adecuada.

Pero las hambrunas y la pobreza no son designios divinos o algo cíclico e inevitable debido a malas cosechas o desastres naturales. Hoy en día se produce más que suficiente para alimentar a todo el planeta. No hay escasez. Sin ir más lejos, la producción de cereales el año pasado fue la mayor de la historia: casi 2.800 millones de toneladas. Un kilogramo por persona y día permitiría alimentar dos veces al planeta[2].

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Hoy en día se produce más que suficiente para alimentar a todo el planeta. 


Escalada de precios o la guerra en Ucrania como excusa

En el primer trimestre de 2022 la media anual del índice de precios de los alimentos elaborado por la FAO —tomando alimentos básicos como cereales, lácteos, carne, aceites vegetales y azúcar— se situó en 145,4 puntos, la más elevada desde 1960, y alcanzando en marzo los 159,3 puntos, el valor más alto desde 1990. Esto se tradujo en un aumento del 33,6% de los precios de los alimentos respecto a marzo de 2021, y en abril del 36%. El mayor ritmo de subidas de los últimos catorce años.

Y sufrieron una nueva escalada tras la invasión en Ucrania. Los medios de comunicación insisten en atribuir en exclusiva a la guerra el nivel actual de precios, y la presidenta de la Unión Europea, Ursula von der Leyen, culpó directamente a Putin. La realidad es que la crisis alimentaria y la inflación ya se estaban gestando. Antes del inicio de la contienda los fertilizantes y alimentos alcanzaron niveles récords. A su vez, los precios del grano y los productos de girasol ya habían sobrepasado los niveles de 2011.

La guerra ha exacerbado una crisis ya existente. Rusia y Ucrania cuentan con el 30% de las exportaciones globales de trigo, casi el 20% de maíz y cerca del 80% de los productos de semilla de girasol. La guerra ha paralizado las exportaciones de Ucrania y el tráfico comercial en el Mar Negro. También ha influido en el petróleo, pues Rusia es el segundo exportador mundial y uno de los principales productores y exportadores de fertilizantes agrícolas. Por su parte, Ucrania produce la mitad del aceite de girasol del mundo.

Dada la importancia de Rusia y Ucrania en el mercado era inevitable que afectara al comercio internacional, pero el propio Banco Mundial reconoce que el impacto en el suministro mundial no ha sido tan grande como se quiere hacer creer. Según publica este organismo tres cuartas partes de las exportaciones de trigo de Rusia y Ucrania se pudieron entregar antes del comienzo de la guerra. En el caso de Ucrania la cosecha anterior a la guerra fue récord y, según datos de su Ministerio de Agricultura, antes de la invasión el país había exportado 46,51 millones de toneladas de cereal frente a los 40,85 del año anterior.

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El propio Banco Mundial reconoce que el impacto de la guerra de Ucrania en el suministro mundial no ha sido tan grande como se quiere hacer creer. 


Especulación y beneficios a costa del sufrimiento humano

Esta crisis alimentaria, como las anteriores, demuestra que el hambre no va ligada a la producción, sino al precio de los alimentos que hacen imposible para millones de personas sin ingresos o con bajos salarios comprar lo necesario para comer. Igualmente, los precios tampoco reflejan exactamente la producción. Detrás de las fluctuaciones y subidas de precios de los alimentos hay una parte importante de especulación.

Hoy en día las cosechas de alimentos básicos como el trigo, el azúcar, el arroz o, incluso, un bien tan básico como el agua forman parte de los llamados contratos de futuro, que se encuentran en las carteras de fondos de inversión que participan de todo el engranaje económico especulativo del capitalismo. Factores como las crisis, las guerras, las sequías u otras catástrofes naturales se convierten en un aliciente para invertir en este tipo de fondos pues permiten obtener beneficios copiosos y rápidos, aunque sea a costa del sufrimiento humano. 

Tras el estallido de la guerra los fondos relacionados con materias primas, los fondos de inversión cotizados (ETF), se han disparado. Según Lighthouse Reports, una ONG de periodismo de investigación, en la primera semana de marzo los fondos cotizados en bolsa vinculados a productos básicos recibieron una inversión de 4.500 millones de dólares. Solo en abril los dos principales ETF agrícolas atrajeron una inversión neta de 1.200 millones de dólares, muy superior a los 197 millones de dólares que recibieron en todo 2021.

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Las cosechas de alimentos básicos como el trigo, el azúcar, el arroz, incluso el agua, están sometidas a la cruel e insaciable especulación capitalista. 


En el mercado de trigo de París, el punto de referencia en Europa, el pasado mes de abril la participación de los especuladores en los contratos de futuros aumentó un 72%. Es decir, en abril siete de cada diez compradores de contratos de trigo en el mercado de futuros fueron especuladores a través de fondos de inversión y otras instituciones financieras. La misma tendencia se ha visto en el otro gran mercado de futuros del mundo, el Chicago Board of Trade. 

Los bancos internacionales también comenzaron a buscar beneficios en los alimentos. El 7 de marzo, el mismo día que el precio del trigo alcanzaba su nivel más alto de la historia, JP Morgan animaba a sus clientes a invertir en fondos agrícolas, y en abril sugería que los precios de las materias primas podrían aumentar hasta un 40%. El valor de mercado de este tipo de derivados especulativos de materias primas, agrícolas y energéticas en diciembre alcanzó los 368.000 millones de dólares, el más alto desde 2011.

Hoy vemos el mismo proceso que en la anterior gran crisis alimentaria de 2007-2008, cuando la afluencia masiva de inversión financiera especulativa contribuyó a que se dispararan los precios de los alimentos.

Un puñado de corporaciones controlan el mercado

El otro factor fundamental que determina el precio de los alimentos es el papel de las multinacionales agroalimentarias que controlan la producción, la distribución, la venta de alimentos, las semillas y los abonos químicos en todo el mundo.

El sector agrícola y la producción de alimentos emplea a más de mil millones de personas en todo el mundo, un tercio de la fuerza laboral mundial. También es uno de los más concentrados en un puñado de empresas poderosas cuyas políticas tienen un impacto fundamental en los precios, en las condiciones laborales, en las dietas y en el medio ambiente.

Un ejemplo de esto son Bayer, Corteva, ChemChina y Limagrain. Estas cuatro empresas controlan más del 50% de las semillas del mundo, lo que les permite imponer qué variedades agrícolas plantar. Debido a esto, según la FAO, entre los años 1900 y 2000 desaparecieron el 75% de las variedades de cultivos del mundo.

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Las multinacionales agroalimentarias controlan la producción, la distribución, la venta de alimentos, las semillas y los abonos químicos en todo el mundo. 


La producción y la distribución mundial de alimentos están dominadas por diez multinacionales (Nestlé, PepsiCo, Unilever, Coca Cola, Mars, Mondelez, Danone, General Mills, Associated British Foods y Kellogg’s), con una facturación conjunta anual superior a los 180.000 millones de euros. Estas empresas controlan el 90% del mercado agroalimentario.

Empresas como Waltmart o Carrefour, primer y segundo mayores distribuidores del planeta respectivamente, concentran la distribución de alimentos. Las treinta y dos mayores empresas de distribución comercial concentran el 34% del mercado alimentario mundial, y de este porcentaje las diez primeras controlan el 54% de las ventas.

Hace unas semanas Oxfam publicó un informe demoledor[3] que detalla cómo, mientras la pobreza se agrava en todo el mundo, las empresas agroalimentarias y energéticas obtienen beneficios récords. Pone como ejemplo a la multinacional Cargill, una de las más grandes del mundo y una de las cuatro que controlan más del 70% del mercado mundial de productos agrícolas. Desde 2020 la riqueza de la familia Cargill ha aumentado un 65%, 14.400 millones de dólares. Durante la pandemia lo hizo en casi 20 millones de dólares al día gracias a la subida de los precios del grano y en 2021 tuvo unos ingresos netos de 5.000 millones, los mayores de su historia. Este año se espera que bata un nuevo récord.

Las otras grandes beneficiarias han sido las petroleras, que han doblado sus beneficios durante los dos años de pandemia. En 2021 el precio del crudo subió un 53% y el del gas natural un 148%. Ese mismo año sus beneficios aumentaron un 45%, mientras que los multimillonarios del sector vieron incrementar su riqueza en 53.000 millones de dólares.

Durante la pandemia “573 personas se convirtieron en milmillonarias, a razón de un nuevo milmillonario cada 30 horas. En el lado opuesto, este año se espera que 263 millones de personas más se vean sumidas en la pobreza extrema, a un ritmo de un millón de personas cada 33 horas”.

Solo en los dos últimos años el número de millonarios en el sector alimentario y energético ha crecido más que en los veinte años anteriores, incrementando sus fortunas en mil millones de dólares cada dos días.

Se prepara un estallido de la lucha de clases

Una de las grandes preocupaciones de los capitalistas son los efectos sociales y políticos que todo esto está provocando. El empeoramiento de las condiciones de vida y el aumento de la desigualdad se han convertido en el detonante que está empujando a las masas a las calles en muchos países.

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Muchos representantes del capital están muy preocupados, ya que la Primavera Árabe estuvo precedida por la anterior gran crisis alimentaria mundial de 2007-2008. 


En los últimos meses hemos visto protestas masivas provocadas por el aumento del coste de la vida, algunas insurreccionales como en Sri Lanka después de que el Gobierno intentara imponer las medidas de austeridad dictadas por el FMI. En Egipto no se veía un malestar social como el actual, provocado por la escasez y la carestía de los alimentos, desde la Primavera Árabe. Esta situación ha obligado al régimen de al-Sisi a recurrir al ejército para repartir alimentos y a imponer el control de precios en productos básicos como el pan.

Túnez vivió una huelga general el 16 de junio. En Iraq han estallado disturbios en los que han participado miles de personas debido a la escasez de alimentos. En Irán la decisión del Gobierno de recortar los subsidios tuvo como consecuencia un aumento de hasta el 300% de los productos básicos a base de harina o del aceite y los productos lácteos. Esto ha provocado protestas masivas y huelgas. Acontecimientos similares han estallado en Sudán, Chad, Kenia, Sudáfrica, República Democrática del Congo, India, Pakistán, Corea del Sur o Indonesia.

Es normal la preocupación de muchos representantes del capital ya que la Primavera Árabe estuvo precedida por la anterior gran crisis alimentaria mundial de 2007-2008.

Estas protestas no son algo exclusivo del llamado Tercer Mundo. Recientemente hemos visto a decenas de miles de personas manifestándose en Londres —según los sindicatos, la inflación y el estancamiento de los salarios han provocado el mayor retroceso salarial desde 1830— o frente al el Capitolio en Estados Unidos contra la desigualdad y los salarios de miseria, a la vez que se ha intensificado el movimiento huelguístico, que afecta a profesores, refinerías, comercio o estibadores, espoleado por la inflación.

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Solo nacionalizando los monopolios energéticos, alimentarios, y la gran banca, y poniéndolos bajo control de los trabajadores será posible acabar con la barbarie que provoca el capitalismo. 


El hambre, la pobreza y las crisis alimentarias muestran la cruda realidad y la bancarrota del sistema capitalista, que no tiene ningún interés en aliviar el sufrimiento de millones. Los capitalistas solo quieren aumentar sus beneficios sin importarles en absoluto las personas, los derechos humanos o la destrucción del medio ambiente. El desarrollo de la técnica y la tecnología hace mucho que ha puesto las bases para una planificación racional de la economía, que permitiera cubrir las necesidades sociales de la población respetando el medioambiente. Pero la propiedad privada de los medios de producción en un puñado de manos es un obstáculo para el bienestar de la inmensa mayoría. Solo nacionalizando los grandes monopolios energéticos, alimentarios, y la gran banca, y poniéndolos bajo control de los trabajadores será posible acabar con este sistema bárbaro.

 

Notas:

[1] Organización dedicada a proporcionar análisis sobre la agricultura, el clima y la economía mundial.

[2] Datos de la FAO

[3] Beneficiarse del sufrimiento.


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