Joe Biden acaba de alcanzar por segunda vez el récord de ser el presidente más impopular de la historia de los EEUU. Hoy tan sólo en 37% de la población le apoya y las encuestas ya advierten de que podría perder en 5 de los 6 estados claves para las próximas elecciones de noviembre de 2024.
La situación de la aún primera potencia mundial es muy comprometida. Su apoyo a Netanyahu, al Estado sionista y a la limpieza étnica que este está llevando a cabo en Gaza, está generando graves problemas a la Administración Biden, especialmente en el interior del país donde se están produciendo en numerosas ciudades multitudinarias movilizaciones contra el genocidio sionista y la colaboración y complicidad del Gobierno estadounidense.
EEUU ya no pueden gobernar el mundo como antes. Han perdido el control y las consecuencias de esto dentro de sus propias fronteras son un asunto de la mayor importancia.
La decadencia del imperio USA por dentro
Cada movimiento en su política exterior provoca grietas más grandes en el interior de EEUU. La polarización social y política está alcanzando niveles críticos. Pero además, el hecho de estar perdiendo terreno ante China en todos los frentes, está mermando las bases materiales sobre las que levantaron la estabilidad social interna de la que gozó durante su época de esplendor.
Su posición indiscutible de líder del mundo creó las condiciones materiales para desarrollar una clase media acomodada, poder dedicar algunas migajas a comprar a sectores de la clase obrera y de esta forma alimentar la ilusión de que bajo el capitalismo se podía vivir bien. Era el famoso sueño americano.
Pero hoy una parte muy importantes de esta aristocracia obrera y pequeña burguesía sienten el suelo agrietarse bajo sus pies.
Estos sectores, que fueron la base de la burocracia sindical y del giro a la derecha de los sindicatos, han sido dislocados por continuos retrocesos golpeando duramente sus condiciones de vida, hace no tanto cómodas. Por poner un ejemplo, los trabajadores del sector automovilístico, que tradicionalmente han disfrutado de unas condiciones laborales y salariales privilegiadas, han visto como sus salarios, ajustados a la inflación han bajado casi un 20% desde 2008.
Esto contrasta con los insultantes ingresos de los CEOS o con los beneficios de las tres grandes de la industria del automóvil. Las ganancias de Ford, General Motors y Stellantis se dispararon un 92 % entre 2013 y 2022, alcanzando un total de 250.000 millones de dólares. La remuneración del personal directivo ejecutivo de estas empresas aumentó un 40% en ese mismo periodo.
Esto es lo que está detrás de la oleada de huelgas que recorre el país en el último año a la que se han incorporado batallones pesados de la clase obrera como los trabajadores del automóvil, los teamsters o los ferroviarios y que han logrado victorias que abren una nueva fase en la historia del movimiento obrero norteamericano.
De Hollywood a las Big Three de la automoción: luchas que se ganan
Ya no son sólo los sectores más precarios como Starbucks o Amazon. La incorporación de estas capas, antes privilegiadas (y que eran la base del Partido Demócrata), muestra claramente que los retrocesos sufridos por estos trabajadores han llegado muy lejos.
La situación económica y la entrada en la lucha con contundencia de estos sectores, reconectando con sus propias tradiciones revolucionarias y haciéndose conscientes de su fuerza, es un golpe decisivo para la estabilidad social dentro de los EEUU.
Hay muchos ejemplos que lo confirman.
La huelga de 103 días de Hollywood se saldó con importantes avances: subidas salariales, aumento de las aportaciones de las empresas a los fondos de salud y de pensiones de las y los trabajadores, así como dos de las grandes demandas de esta gran huelga: el pago de las residuales (lo que reciben los actores tras las emisiones en plataformas y en tv) y el establecimiento de normas para la regulación del uso de la inteligencia artificial.
Los 85.000 trabajadores del mayor proveedor sanitario privado de EEUU - Kaiser Permanente - lograron tras tres días de huelga una aumento del 21% y un salario mínimo de 25 dólares la hora para los trabajadores de Kaiser en California.
El caso más emblemático ha sido la huelga de seis semanas de las tres grandes del automóvil. Gracias a la lucha las y los trabajadores arrancaron un acuerdo para cuatro años, con un aumento del 25% del salario base por hora con el ajuste con el IPC que había sido suprimido en 2008.
En las semanas siguientes al acuerdo y ante el miedo a una explosión de luchas se concedieron importantes subidas salariales en las plantas de Toyota, Hyundai y Honda.
Hay bases sólidas para construir una alternativa revolucionaria
Además hay que destacar el enorme apoyo social logrado por las luchas. Una de cada dos personas las apoyó, el dato más alto desde 1965. La crítica a los beneficios millonarios a costa de la precariedad general cuenta con cada vez más seguidores. Y esto no es más que el principio.
Las direcciones sindicales también están viéndose afectadas por esta situación. Sindicalistas que utilizan un lenguaje más de clase y combativo están alcanzando posiciones dirigentes, como ha ocurrido en la UAW (mayor sindicato de la automoción) o en los Teamsters. Esto es una confirmación más de que las cosas están cambiando y que la presión por abajo es muy fuerte.
Esta demostración de fuerza ya se está extendiendo con mucha rapidez y logrará que más trabajadores comprueben en su propia piel que existe una alternativa al sufrimiento y la pobreza que sufren actualmente.
Los diques de contención que el Partido Demócrata y colaboradores suyos que les dan una cobertura de izquierdas como Bernie Sanders o AOC han levantado para mantener la paz social no están siendo suficientes para conjurar la fuerza del movimiento obrero.
Existen las condiciones para que un partido de los trabajadores con un programa de izquierdas que rompa con la lógica del capitalismo avance rápidamente.
Lo que va a ocurrir en las próximas elecciones está muy abierto. Puede que utilizar la amenaza del trumpismo para que gente vote a Biden no sea suficiente esta vez. Lo que está claro es que pase lo que pase. Sea Biden o sea Trump el próximo presidente en la Casa Blanca, la clase trabajadora de EEUU está demostrando que no está dispuesta a aceptar el futuro que una potencia en decadencia les puede ofrecer.