La semana pasada, el ministro de Consumo, Alberto Garzón, realizaba unas declaraciones a The Guardian en las que señalaba las graves consecuencias tanto para el medio ambiente como para la salud, de la ganadería intensiva, las llamadas “macrogranjas”. Inmediatamente, desde la gran patronal del sector cárnico, Anafric, junto al PP, Vox y todos los medios de comunicación de la derecha, se orquestaba una campaña salvaje contra Garzón amenazándole con querellas y exigiendo su dimisión. Una ofensiva a la que no ha tardado en sumarse el propio PSOE, tanto por boca del ministro de Agricultura, Luis Planas, como del propio presidente Pedro Sánchez.

A pesar de las numerosas evidencias científicas sobre los peligros y daños de este tipo de ganadería, tanto por sus efectos medioambientales (contaminación de los acuíferos, incrementos de la emisión de CO2, desforestación, etc.) como por sus efectos en la salud (condiciones insalubres, hacinamiento, abuso de antibióticos, etc.), priman, por encima de todo, los poderosos intereses de una industria que factura casi 28.000 millones de euros al año. Una industria cada vez más concentrada y dominada por un puñado de grandes monopolios capitalistas.

La “uberización” de la ganadería en el Estado español

Según estudios de COAG, el sector agropecuario está “uberizándose” a una velocidad cada vez más rápida. A medida que el Estado español fue integrándose en el mercado mundial, su modelo de pequeñas granjas y explotaciones familiares fue decayendo. A partir de las décadas de los 70 y los 80 este modelo empezó a ser sustituido por uno más “americanizado”: grandes empresas proveen de servicios a los pequeños productores, a cambio de monopolizar la producción (a un precio cerrado claro está). Esto se tradujo en una caída en picado del número de explotaciones ganaderas y en una concentración cada vez mayor del ganado en espacios muy reducidos. Una dinámica que resulta inevitable bajo el capitalismo, que tiende a concentrar la producción y la propiedad cada vez en menos manos.

Los escándalos vividos durante la pandemia entre los trabajadores de la industria cárnica, hacinados, sin descansos y con jornadas de hasta 12 horas, y sin medidas de protección contra el Covid19, son un buen ejemplo de ante que tipo de industria nos encontramos.(1)

Frente a la demagogia de aquellos que hablan de las pequeñas explotaciones ganaderas, los datos son contundentes. Desde 2007 este tipo de explotaciones se han reducido en un 50%, mientras las explotaciones del Grupo 3, donde se encuadrarían las macrogranjas, se han incrementado en un 49%. Otro ejemplo son las explotaciones lácteas, cuyo número ha decrecido de 250.000 granjas a menos de 15.000 en apenas treinta años, al tiempo que el número de animales por explotación ha pasado de 7 a 57 de media.

Una media muy por debajo de los últimos proyectos presentados por las multinacionales del sector para instalar nuevas explotaciones en el Estado español. Valle de Odieta, la empresa propietaria de la macrogranja de Caparroso (Nafarroa), está proyectando instalar una nueva en Noviercas (Soria), con una inversión cercana a los 100 millones de euros. Esta nueva macrogranja se convertiría en la más grande de Europa, con más de 23.000 cabezas de ganado.

La propia Confederación Hidrográfica del Duero ha estimado que consumiría más de un 3% de los recursos hídricos del acuífero de Araviana.
Por otro lado, el argumento esgrimido por la patronal y la derecha sobre la creación de empleo y la repoblación, frente al fenómeno de la “España vaciada”, tampoco se sostiene. Según datos del propio Ministerio de Agricultura, aquellas regiones donde más está prosperando la ganadería intensiva, sufren un mayor decrecimiento de la población rural: Galicia (-17,6%), Castilla y León (-14,3%), Castilla-La Mancha (-12,5%), Extremadura (-10,5%), Catalunya (-5%) o Aragón (-3,6%).

De hecho, tienden a acabar con las pequeñas explotaciones que existen alrededor, incapaces de competir en precios y producción. Un informe de Ecologistas en Acción señala, que de realizarse el proyecto de Noviercas, más de 400 pequeñas granjas se verían obligadas a cerrar en las provincias limítrofes, perdiéndose más de 700 empleos.(2)

La gran industria capitalista ganadera destruye el planeta

La industria cárnica es una de las principales responsables del deterioro cada vez más acelerado del medioambiente y de la emisión de CO2 (casi un 15% de todas las emisiones, solo por debajo de los transportes). También es una de las principales responsables de la deforestación a nivel mundial, calculándose, según la FAO, que cada año se pierden 13.000 millones de hectáreas de superficie forestal para dedicarlas a cultivos, destinándose el grueso, el 80%, al cultivo de forraje para ganado.

Uno de los problemas que más se ha agravado fruto de estas macrogranjas es la contaminación de las aguas fruto del aumento de este tipo de explotaciones, al generarse grandes cantidades de residuos orgánicos, que se terminan filtrando en los acuíferos subterráneos. Según el Ministerio de Agricultura, “el 25% de las estaciones subterráneas de control de acuíferos españolas detecta más de 50 mg/l de nitratos -asociados directamente a la ganadería intensiva- lo que sitúa ese agua fuera del rango apto para el consumo humano”.(3)

En Catalunya (a la cabeza de la producción de carne de cerdo), más de la mitad de los municipios son vulnerables a la contaminación del agua por nitratos y 7 de cada 10 acuíferos están contaminados, habiéndose aprobado una moratoria para no construir más macrogranjas. La misma medida ha tomado el Gobierno de Castilla La Mancha hasta 2025, a pesar de lo cual su presidente no dudo en criticar duramente a Garzón por sus declaraciones.

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El 25% de las estaciones subterráneas de control de acuíferos españolas detecta niveles de nitratos -asociados directamente a la ganadería intensiva- que sitúan ese agua como no apta para el consumo humano.


Según numerosos informes de organizaciones ecologistas, el agua corriente en los pueblos cercanos a estas instalaciones está rozando niveles de insalubridad, siendo prácticamente no potable. La situación es tan desastrosa que la propia Unión Europea se ha visto obligada a llevar al Estado español al Tribunal de Justicia de la UE “por la deficiente aplicación de la directiva sobre nitratos ante malas prácticas agropecuarias”.(4)

¡El problema es el capitalismo!

Pero seamos claros, ¿cuál es el problema de fondo de la industria cárnica? Al igual que en el resto de grandes sectores contaminantes, la producción bajo el capitalismo es anárquica y solo tiene en consideración la obtención del máximo beneficio a corto plazo a costa de lo que sea, ya sea el medio ambiente, la salud humana o la explotación laboral. Sirva un dato como ejemplo: entre 2007 y 2020, el sacrificio de ganado porcino en el Estado español se disparó más de un 36% (la mayor subida de toda la UE), mientras que la población aumentó un 4%. Pero no es solo esto, a pesar de producirse alimentos y carne como nunca en otro momento de la historia, la “inseguridad alimentaria”* se sitúa en el 13,5%.

Las palabras del ministro Garzón no son más que la expresión de una opinión compartida por millones de personas, que día tras día somos conscientes del deterioro de la calidad en los alimentos (especialmente la carne) que consumimos. Pero para acabar con el problema que generan las macrogranjas no basta con buenas palabras, ni tampoco por abogar por cambiar los hábitos de consumo individual y decir que hay que concienciarse. Millones de familias trabajadoras no tienen una dieta saludable y equilibrada no porque no quieran, sino porque sus condiciones de vida no se lo permiten y carecen de recursos para ello.

Es necesaria una política diferente, una política que rompa con la lógica capitalista y que plantee una producción alimentaria planificada, basada en las necesidades de la sociedad, en el equilibrio con la naturaleza, y no en hinchar las cuentas de beneficios de los grandes capitalistas. Algo que, como la experiencia está demostrando, no va a lograrse de la mano de un Gobierno con el PSOE, que a las primeras de cambio aprovecha para situarse al lado de la reacción y justificar la campaña de calumnias y mentiras contra sus propios socios de Gobierno.

Existen condiciones para producir alimentos saludables de forma sostenible con el medio ambiente. Pero para ello es necesario proceder a la nacionalización de la tierra y de los grandes monopolios alimentarios, y poder planificar la producción de acuerdo a criterios humanos y medio ambientales. Es posible otro mundo y otra alimentación, ¡pero no bajo el capitalismo!

 
Notas:

1 La precariedad laboral, factor clave para entender los rebrotes en los mataderos

2-3 Macrogranjas, la carne en el centro del debate

El debate sobre la ganadería intensiva y las macrogranjas en cinco datos 

* Carecer de acceso regular a suficientes alimentos inocuos y nutritivos para un crecimiento y desarrollo normales y para llevar una vida activa y saludable.

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