Hace unos días Pablo Iglesias lanzó un rapapolvo público a los “muy de izquierdas”. Sí, y lo hizo en un tono irritado, como pocas veces le habíamos visto antes, descalificándonos por atrevernos a rechazar el pacto podrido entre el PSOE y el PP para renovar el Tribunal Constitucional (TC), al que se ha sumado la cúpula de Unidas Podemos. Se puede escuchar su argumentación en el video que reproducimos, al que queremos responder con la seriedad que merece.

Votando a un fascista no hacemos un Constitucional más de izquierdas

Pablo Iglesias tiene una formación política acreditada, y no hay duda de su inteligencia y habilidad para conectar, en momentos determinados pero muy importantes, con las aspiraciones de millones de personas. Por eso choca tanto verle haciendo este papelón.

Forzado por la enorme presión que ha sentido estos días, Iglesias sale a responder a las críticas fundadas de miles de activistas contra el voto afirmativo de los diputados de UP a dos fascistas reconocidos como Enrique Arnaldo y Concha García Espejel.

La argumentación de Iglesias no es nueva: no nos gustan estos candidatos, pero es la única manera de conseguir un cambio en el TC para que no bloquee las iniciativas del Gobierno progresista. Si hubiera existido otra “correlación de fuerzas” no habríamos actuado así, pero como solo tenemos 35 parlamentarios, esto es lo realista y lo útil para seguir defendiendo los derechos de la gente.

Pero, ¿de verdad que votando a dos fascistas lograremos que el carácter reaccionario de un tribunal como el Constitucional se modifique? ¿De verdad se cree Pablo Iglesias que con este voto se abre el camino para la transformación progresista de la judicatura española?

El hecho de que en este organismo se incluya a un magistrado por UP no cambia en nada la “auténtica correlación de fuerzas” de la justicia española, ni su carácter de clase al servicio de la oligarquía y la derecha franquistas.

Es evidente que los argumentos de Iglesias no solo están traídos por los pelos, lo peor es que ocultan la extrema gravedad de esta nueva concesión política y su origen. El voto afirmativo de los diputados de UP es una exigencia de Pedro Sánchez y el PSOE para atarlos en firme al carro de la estabilidad política, para probar que sus socios de Gobierno son corresponsables de los acuerdos más relevantes de ese juego podrido que es el parlamentarismo capitalista. Y Pedro Sánchez se ha apuntado un tanto muy destacado, pues ha logrado, una vez más, que la credibilidad de Iglesias y UP queden muy tocadas.

Iglesias se ha revuelto contra los “muy de izquierdas”. Nos recuerda el método de Santiago Carrillo cuando anatematizaba a los que nos oponíamos a los Pactos de la Moncloa y a la monarquía borbónica, que con tanto ahínco ayudó a restaurar. En aquella época Carrillo no utilizaba la sorna sibilina de Iglesias y prefería calificarnos de “provocadores”, aplicando la terminología que aprendió en la escuela estalinista. Cuarenta y cinco años después, el saldo de la política de Carrillo es evidente como también lo es su legado para la izquierda.

En aquellos tiempos, también Carrillo justificaba sus concesiones y renuncias por una supuesta “correlación de fuerzas” desfavorable. Y no se cortaba ni un pelo. Lo hacía en el momento que el PCE contaba con 250.000 militantes, dirigía un sindicato de masas como CCOO, tenía una influencia social masiva en los barrios obreros, en las fábricas, entre la juventud y la intelectualidad. Obviamente, Carrillo había renunciado a una estrategia revolucionaria y a la lucha por el socialismo, y la clase dominante española siempre le ha guardado una gratitud especial por los enormes servicios que prestó a la “consolidación de la democracia”.

Iglesias recurre hoy a los mismos argumentos. Pero tenemos que recordar que en 2011 y en los años siguientes no fue la correlación de fuerzas parlamentaria lo que hizo saltar el tablero político, ni los cambios de nombres en los órganos judiciales lo que trastocó el sistema bipartidista. Fue la lucha de clases, la movilización masiva de los trabajadores y la juventud, la irrupción del 15M, las huelgas generales, las Mareas Verde y Blanca, Gamonal, las Marchas de la Dignidad, el levantamiento del pueblo catalán a favor de la república y por el derecho a decidir… Eso, y solo eso, es lo que puede cambiar la correlación de fuerzas en la sociedad.

Todas las grandes reformas en beneficio de los oprimidos son consecuencia directa de la lucha de masas y las revoluciones. Las conquistas sociales, las libertades democráticas, los derechos laborales, la sanidad y la educación pública…, todo aquello que hoy la burguesía nos arrebata con la complicidad del PSOE fue el fruto de un combate titánico de los trabajadores, no de una correlación de fuerzas parlamentaria ideal.

Pablo Iglesias lo sabe. Y también sabe que lo que hizo fuerte a Podemos, lo que imprimió terror a la casta, lo que está detrás de las campañas de odio y el hostigamiento contra él y contra las ideas que representó, está siendo arrojado por la borda en aras de un pragmatismo electoralista que acabará en un desastre. Valdría la pena que recordara las palabras de Marx: “... Y hacía falta padecer aquella peculiar enfermedad que desde 1848 viene haciendo estragos en todo el continente, el cretinismo parlamentario, enfermedad que aprisiona como por encantamiento a los contagiados en un mundo imaginario, privándoles de todo sentido, de toda memoria, de toda comprensión del crudo mundo exterior[1]”.

Iglesias piensa que actuando así hace un servicio a la gente. Pero realmente lo único que logra es cosechar una enorme indiferencia entre su base social, cuando no desconfianza abierta. Y en este panorama la extrema derecha saca pecho con cada retirada política. ¿Acaso no ha pensado en lo que significa ver a los diputados de VOX mofándose de los de UP en el momento de la votación al grito de “Sí se puede”? Esa arrogancia de Abascal y los suyos no es para tomarla a broma: se alimenta de los errores trágicos de la izquierda.

Hoy mismo, cuando escribimos esta nota, el rapero Pablo Hasel cumple 9 meses en prisión por cantar verdades como puños sobre Juan Carlos I, y los jóvenes de Altsasu llevan 1.830 días tras los barrotes. Las dos condenas fueron dictadas por un tribunal del que formaba parte Concha Espejel, la misma que hace una semana votaron el PP, el PSOE y UP para el TC. Hoy también, los trabajadores del metal en Cádiz, que pelean por un convenio justo, se tienen que enfrentar a la represión de los antidisturbios, enviados por el delegado del Gobierno central para auxiliar a la patronal en su intento de desbaratar esta lucha obrera.

Iglesias puede elevar socarronamente la voz contra los “muy de izquierdas”. Pero olvida que los “muy de izquierdas” han sido los que le han permitido llegar dónde ha llegado, y que cediendo a los “muy derechas” no hace más que poner un peso muerto sobre la correlación de fuerzas a favor de los poderosos.

 

[1] Karl Marx, El 18 brumario de Luis Bonaparte

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