El raquítico crecimiento económico no está alcanzado a la clase obrera, aunque sí a los capitalistas, que están acumulando suculentos beneficios. Un reciente informe de Oxfam indica que las cúpulas del Ibex-35 ganan de media 132 veces más que sus trabajadores y que esta brecha no para de aumentar.

Un estudio de la Confederación Europea de Sindicatos estima que, en el Estado español, los salarios (ajustando la inflación) son hoy un 3% más bajos que hace diez años. Según el Banco de España, en 2017 la riqueza de las familias cayó un 2,9%, y en 2018 su tasa de ahorro se situó en sólo el 4,85%, la más baja de toda la serie histórica, iniciada hace más de medio siglo. El fenómeno social de los trabajadores pobres es una realidad cada vez más extendida en este país.

Y a la pobreza individual producto de unos salarios menguantes hay que sumarle el severo deterioro de los servicios sociales, que se resienten de los profundos recortes en su financiación que han sufrido todos estos años. Estos recortes, que han contribuido decisivamente a empeorar las condiciones de vida de la mayoría de la población, contrastan con los enormes ingresos de las grandes empresas y los ridículos impuestos que pagan. Según la Agencia Tributaria, los grandes grupos empresariales españoles (110 empresas de más de 5.000 trabajadores, que facturan globalmente 501.000 millones) sólo pagan de impuestos el 4% de sus beneficios.

La distribución más justa de la riqueza en determinados períodos históricos se logró gracias a la lucha de la clase obrera. En esa lucha, los sindicatos jugaron un papel fundamental en unir a los trabajadores, para así colocarse en posición de arrancar colectivamente mejoras a los patronos y a los gobiernos. Este factor, el de los sindicatos, es una de las carencias en la actual situación.

Las direcciones de CCOO y UGT no sólo no están haciendo frente a la ofensiva de la patronal y del gobierno de turno, sino que en muchas empresas colaboran activamente con la patronal para recortar derechos y/o empleo.

Los capitalistas continuarán con los ataques y los recortes mientras los trabajadores no les paremos los pies. Toda la situación demanda un sindicalismo combativo, de clase y asambleario, un sindicalismo que reivindique con toda firmeza medidas efectivas para mejorar de forma drástica e inmediata la situación laboral y social de la clase obrera: aumento del salario mínimo, limitación drástica de la eventualidad, prevalencia del convenio sectorial sobre el de empresa, derogación de las reformas laborales y de las pensiones, etc.

Pero además de luchar contra los efectos de las políticas capitalistas, hay que luchar también contra sus causas.

Esto se ve de forma muy clara en el sector industrial, que afronta una nueva reconversión, en muchos casos ligada a procesos de deslocalización: Vestas, Ferroatlántica, Alcoa...

La antigua Inespal (Industria Española del Aluminio) fue privatizada en 1997. Alcoa compró nueve de sus plantas. A principios de 2018 sólo quedaban operativas tres: Avilés, A Coruña y San Cibrao (Lugo). En los últimos años, Alcoa se “especializó” en amenazar con cierres de plantas, con el fin de conseguir dinero público para su cuenta de resultados. Y lo logró: 500 millones desde 2014. El pasado octubre repitió la jugada y anunció el cierre de Avilés y Coruña.

¿Cuál fue la alternativa sindical? Pedirle al gobierno que buscase otro inversor y que se hiciera cargo de ambas plantas mientras no apareciese. En enero de este año, un acuerdo con los sindicatos aplazó el cierre hasta julio a cambio de aceptar la parada de las cubas ya y de recolocaciones y prejubilaciones en el caso de que no aparezca un comprador. El gobierno propuso nuevas subvenciones. ¿Reacción de Alcoa? Decir que las subvenciones eran escasas y anunciar que San Cibrao también está en peligro.

La única propuesta sindical que puede poner punto y final a estos chantajes es cuestionar el derecho de los capitalistas a cerrar empresas y reivindicar su expropiación para garantizar los puestos de trabajo. Evidentemente, conseguir esto exigiría organizar una lucha amplia y contundente porque pone en cuestión la esencia misma del sistema capitalista. Para lograrlo habría que extender el conflicto, unificándolo con otros y ampliando sus reivindicaciones para dotarlas de un carácter más general que permitiera aglutinar un gran movimiento obrero de lucha contra las agresiones empresariales.

Defender los intereses de los trabajadores exige luchar por el socialismo

La economía mundial da señales que apuntan a una clara disminución del crecimiento; de hecho, la perspectiva de una nueva recesión cobra cada vez más fuerza. Sea como sea, las condiciones de vida y trabajo de la clase obrera irán a peor. En este contexto, si la derecha pudiera formar gobierno, este sería una pesadilla aún mayor para los trabajadores. Y si quien lo forma es el PSOE, tampoco sería garantía de nada: sus limitaciones ya se han visto en estos meses con el gobierno surgido de la moción de censura, que no hizo ningún cambio sustancial en la política económica.

Las direcciones de CCOO y UGT han claudicado de forma vergonzosa, han renunciado en la práctica a la defensa de los intereses de los trabajadores. El movimiento obrero necesita una reorientación radical, un giro que desde Sindicalistas de Izquierda estamos impulsando con todas nuestras fuerzas. La lucha sindical debe tener un carácter combativo y revolucionario, y debe ser un punto de apoyo decisivo para la lucha por el socialismo. Por eso la clase obrera necesita un partido revolucionario, necesita una herramienta política que entienda la naturaleza de esta crisis y contraponga a este sistema caduco y podrido el programa de la transformación socialista de la sociedad, para poder así construir un mundo nuevo. Únete a Izquierda Revolucionaria.

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