El 28 de mayo de 1871, la Comuna de París sucumbía definitivamente derrotada por las fuerzas armadas fieles al Gobierno burgués refugiado en Versalles. El primer Estado obrero de la historia hizo tambalear durante más de dos meses  la dominación de la burguesía francesa y provocó el pánico entre los explotadores de toda Europa ante la posibilidad de que la Comuna se consolidara, se extendiera a toda Francia y contagiara  a todos los oprimidos  europeos con su ejemplo.

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Lo salvaje, indiscriminada y brutal de la venganza de los burgueses contra la clase obrera parisina, constructora de la Comuna, fue proporcional al miedo que tuvieron a perder sus privilegios; y tuvieron mucho miedo.

Durante la guerra civil que enfrentó al Gobierno de Versalles y a la Comuna, el ejército burgués fusilaba sin piedad a todo defensor del París insurrecto que caía en sus manos; pero al caer la Comuna, se desató una auténtica orgía de muerte. Hombres, mujeres y niños desarmados eran fusilados en masa; cuando los fusiles se revelaron insuficientes, fueron utilizadas las ametralladoras para abatir por centenares a los vencidos. Cuando vieron que era imposible matarlos a todos llegaron las detenciones  masivas, los campos de concentración y los fusilamientos selectivos y arbitrarios para que siguiera fortaleciéndose el régimen de terror y muerte implantado por los vencedores.

Esta reacción se ha convertido en una ley histórica como hemos podido comprobar en posteriores revoluciones también derrotadas en multitud de países, donde el ensañamiento de los opresores triunfantes ha alcanzado cotas espeluznantes.

La burguesía siempre persigue el mismo fin, erradicar de la memoria colectiva acontecimientos en los que la clase obrera, al frente de los sectores desfavorecidos de la sociedad, lucha por acabar con el capitalismo y por construir una sociedad más justa. Para ello no dudan en utilizar de forma masiva la mentira, el engaño y la represión más sistemática y salvaje.

La historia, por su parte, nos enseña que la burguesía puede ser derrotada, como demostraron los obreros rusos en 1917. Pero también que los capitalistas pueden, después de infringir una dura derrota al proletariado, implantar durante algún tiempo su dominación sin que nadie se atreva a cuestionarla, pero una vez restañadas las heridas, la clase obrera vuelve una y otra vez a la carga con renovados bríos para reivindicar el papel que la historia le ha reservado, el de dirigir a los oprimidos hacia la construcción de una nueva sociedad sin injusticias.

Carlos Marx, en su libro La guerra civil en Francia, rinde un homenaje profundo y sincero a la clase obrera parisina; su defensa del proletariado que se ha rebelado contra los explotadores es incondicional y completa; la descripción que en este texto realiza de los crímenes que la burguesía es capaz de llevar a cabo con tal de mantener sus privilegios, ha pasado a la historia como una de las denuncias más contundentes y desgarradoras del sistema burgués y de todo lo que lo sostiene que se hayan escrito jamás.

Pero la trascendencia histórica de La guerra civil en Francia, escrito en forma de manifiesto del Consejo General de la Asociación Internacional de los Trabajadores (AIT), supera ampliamente la mera denuncia de los crímenes de la soldadesca al servicio del capital.

Antecedentes de la Comuna

La política francesa de gran parte del siglo XIX, está analizada magistralmente en unas docenas de páginas. Sin esta base le hubiera sido imposible entender las fuerzas motrices que impulsaban los acontecimientos, ni los intereses que se encontraban tras la actitud de las distintas clases que protagonizaban el conflicto.

La Francia de 1871 es resultado directo de la derrota de la Revolución de 1848. La correlación de fuerzas entre las clases resultante de ese acontecimiento, con una clase obrera debilitada, sin la suficiente fuerza para imponerse y una burguesía dividida e incapaz de dirigir decididamente la sociedad, creó las condiciones para que el aparato del Estado se impusiera como árbitro entre las clases elevándose por encima de ellas, para defender y gestionar más eficazmente el sistema capitalista.

En 1851, Luis Bonaparte (hasta ese momento presidente de la República francesa) y sus huestes arrebataron el poder político a la burguesía, para así garantizar la estabilidad del capitalismo amortiguando los enfrentamientos entre la burguesía y la clase obrera en un contexto en el que ninguna de las dos clases era capaz de imponerse a la otra.

Este acontecimiento histórico que en este texto está solo esbozado, es analizado en profundidad por Marx en su libro El 18 Brumario de Napoleón Bonaparte, obra clave para entender el carácter y el funcionamiento del aparato estatal engendrado por el capitalismo.

Nace el Segundo Imperio; bajo este régimen se estimula la actividad industrial, pero sobre todo se desarrolla la especulación y la corrupción y el robo en masa se instalan abiertamente en torno a la corte imperial.

El chovinismo francés es enaltecido y la política exterior se caracteriza por la reclamación de las fronteras del primer imperio perdidas en 1814 o al menos las de la primera República. Esto traería como consecuencia inevitable la guerra para ensanchar fronteras. El botín más apetecible para el régimen era la tierra alemana de la orilla izquierda del Rin.

La guerra con Prusia estalla en 1870. Las tropas francesas sufren una derrota estrepitosa. El 2 de septiembre de dicho año el ejército francés, incluido el emperador, es hecho prisionero en Sedan, ciudad del noreste de Francia.

Las noticias del desastre llegan a París y el 4 de septiembre, toda la capital se levanta; el imperio se derrumba como un castillo de naipes y es proclamada la segunda República.

Todos los parisinos capaces de empuñar un arma (en su mayoría obreros) contaban con una y estaban enrolados en la Guardia Nacional, formada para defender la ciudad del ejército prusiano que estaba a sus puertas. En este contexto, el pueblo permitió a los diputados del antiguo cuerpo legislativo de París, constituirse en “Gobierno de la Defensa Nacional”:

Este Gobierno, formado casi exclusivamente por burgueses, tenía más miedo a las armas en manos de los obreros franceses que a los cañones prusianos. Mientras abogaba públicamente por la resistencia contra el invasor, preparaba la rendición con la esperanza de desarmar rápidamente al proletariado parisino.

El conflicto entre el proletariado armado y el Gobierno burgués se vislumbra inevitable. Efectivamente, el 31 de octubre de 1870 se produce el primer enfrentamiento, pero para evitar una guerra civil en un París sitiado, los obreros permitieron seguir en funciones al Gobierno constituido.

El 28 de enero de 1871, después de 131 días de asedio, París se rinde. La Guardia Nacional conservó sus armas y se limitó a sellar un armisticio con los vencedores prusianos.

El Gobierno era consciente de que el dominio de la burguesía estaba en peligro mortal mientras los obreros conservaran sus armas. El intento de desarmarlos provoca que París se subleve. El 26 de marzo de 1871 fue elegida y el 28 es proclamada la Comuna de París. 

La Comuna de París, primer Estado obrero de la historia

Pero la auténtica trascendencia histórica de este texto se encuentra en el análisis que hace de la Comuna y de su funcionamiento; del estudio de los órganos representativos y de poder de los que se dota y sobre todo de las conclusiones generales que extrae de esta experiencia histórica y las valiosísimas enseñanzas que para los revolucionarios suponen.

Marx y Engels explican magistralmente en El manifiesto comunista que es la propia sociedad feudal la que concibe en su propio seno a la sociedad capitalista, llegando un momento en el que el nuevo sistema, para seguir desarrollándose, necesita destruir definitivamente las estructuras socioeconómicas feudales, que se han convertido en un obstáculo absoluto para que dicho avance pueda seguir produciéndose.

La burguesía, que ya dentro de la sociedad feudal es dueña del poder económico, necesita conquistar el poder político, todavía en manos de la nobleza y el clero, para eliminar definitivamente los obstáculos que  el entramado político-jurídico del feudalismo imponía al crecimiento de su sistema económico. Los capitalistas arrancan el poder del Estado a las viejas clases dominantes y adaptan este instrumento a sus necesidades y a las de su sistema.

Pero la historia no se detiene aquí. El desarrollo del capitalismo va engendrando también en su propio seno el germen de una nueva sociedad y a la clase llamada a dirigirla, la clase obrera. Al igual que el feudalismo fue derrocado por la acción revolucionaria de la burguesía al frente de todas las clases oprimidas, el capitalismo debe correr la misma suerte al llegar inevitablemente el momento en el que las relaciones sociales de producción capitalistas se conviertan en un freno para que la sociedad siga avanzando. La clase obrera a la cabeza de los sectores desfavorecidos bajo el capitalismo hará saltar por los aires los cimientos de la vieja sociedad capitalista en decadencia iniciará la tarea de construir una nueva sociedad, la socialista.

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La Comuna de París fue el primer Estado obrero de la historia. 


Hasta aquí El manifiesto comunista es claro y concreto. En cambio, como va a ser el organismo con el que la clase obrera se debe de dotar para dirigir la nueva sociedad, cual serán sus características concretas, como estará estructurado, está apenas esbozado. No podía ser de otra forma, faltaba la experiencia histórica que diera cuerpo a todos estos aspectos que hasta ese momento, incluso a través de la amplia perspectiva que permite el método científico del marxismo, habían sido expuestos a grandes y hasta cierto punto, abstractos rasgos.

Esta es la gran aportación de la Comuna, aquí es donde radica su gran mérito; esto es, por sí solo, lo que hace de la experiencia de la Comuna un acontecimiento de una importancia histórica incalculable. La creatividad de las masas de la clase obrera, concretada en la forma de organizar su control y gestión del París insurrecto, resuelve la incógnita y Marx sabe descubrirlo, plasmándolo en este escrito.

La clase obrera parisina no se limita a tomar en sus manos el viejo aparato estatal burgués y ponerlo a su servicio. La realidad muestra que esto es inviable. La burguesía si pudo apropiarse del aparato estatal bajo el feudalismo y ponerlo a su servicio porque en definitiva el capitalismo era un sistema social en el que también una minoría, dueña de los medios de producción, explotaba a la mayoría. Partiendo de esta base, los rasgos centrales del Estado feudal (el ejército permanente, el cuerpo judicial, la legión de funcionarios instruidos en la defensa de los privilegios de unos pocos, etc.), con algunas modificaciones, podían ser puestos al servicio del nuevo amo. El Estado obrero, en la medida en que tenía como misión gestionar una sociedad en la que el poder lo ejerce una mayoría organizada en él, tenía que ser inevitablemente algo totalmente distinto. En consecuencia, la primera tarea de los obreros fue destruir el Estado burgués y sustituirlo por un instrumento al servicio de la mayoría oprimida de la sociedad.

Esta necesidad se concretó en la abolición del ejército permanente: la fuerza armada era la Guardia Nacional, es decir, el pueblo en armas.

La Comuna se organizaba a través de asambleas zonales (distritos, barrios, etc.) que elegían sus representantes al organismo central, que era el que dirigía todos los asuntos.

Todos los representantes eran elegibles y revocables en cualquier momento y los ciudadanos que asumían una tarea de gestión de cualquier índole (judicial, distribución de alimentos, supervisión de la producción, etc.), también eran elegibles y revocables en cualquier momento y su retribución no superaba en ningún caso el sueldo medio de un obrero cualificado, lo que suponía un poderoso antídoto contra el arribismo.

Una vez constituido el nuevo aparato estatal, Marx explica la tarea inmediata que un Estado obrero debe abordar inevitablemente como consecuencia de su propia naturaleza. La Comuna fue el gobierno de la clase obrera, expresión última del conflicto entre la clase productora contra la clase apropiadora que se adueña del producto de su trabajo.

Para que la clase obrera pueda dirigir la nueva sociedad, la Comuna demostró que era imprescindible que esta pudiera contar con los medios necesarios para poder dar satisfacción a las necesidades básicas de las masas. Esto era incompatible con la propiedad privada de los principales medios de producción. Además con estos recursos en sus manos la Comuna pudo tomar medidas, para ganar a la mayoría de la clase media de París, como prorrogar por tres años el pago de las deudas y abolir el pago de los intereses generados por ellas. La comuna también inició el camino para ganarse a los campesinos de toda Francia, que hasta ese momento habían sido la base del régimen imperial, exigiendo que el pago de la factura de la guerra lo hicieran los capitalistas y terratenientes (hasta entonces el coste económico de las guerras había recaído siempre sobre la espalda del campesino) a la vez que planteaba el levantamiento de las hipotecas sobre las tierras, algo que se cernían como una espada de Damocles sobre las cabezas de millones de campesinos amenazándolos con la ruina.

“La dominación política de los productores es incompatible con la perpetuación de su esclavitud social”, “la Comuna era la forma política al fin descubierta para llevar a cabo dentro de ella la emancipación económica del trabajo” y “la Comuna era la palanca para extirpar los cimientos económicos sobre los que descansa la existencia de las clases”. En estas tres frases condensa Marx gran parte  del significado histórico de la Comuna.

El nuevo Estado (la Comuna) a la cabeza del cual se encuentra la clase obrera, toma en sus manos las principales fuentes de creación de riqueza y las pone al servicio de la sociedad. Con estas dos medidas el proletariado da el primer y decisivo paso para la desaparición de las clases sociales y por tanto del mismo Estado, ya que este es en última instancia el instrumento con el que se dota la clase social dominante para oprimir y explotar al resto de las clases.

El obstáculo que para el desarrollo de las fuerzas productivas, supone la propiedad privada de los medios de producción, es abolido. Se sientan las bases para un crecimiento de la producción sin precedentes en la historia. El avance de la técnica, de la ciencia, el nivel cultural, etc., hace que la lucha por la supervivencia vaya convirtiéndose en una pesadilla del pasado. Esta emancipación material, permitiría que cada vez más sectores de la población vayan incorporándose a la tarea de gestionar la sociedad, posibilitando que las distintas responsabilidades puedan ser asumidas por todos de forma rotatoria. Llegando un momento, con el transcurso de algunas generaciones, dichas tareas pasarían a formar parte de las obligaciones rutinarias de los miembros de la sociedad.

Al establecerse la propiedad colectiva de los medios de producción, desaparecen las bases materiales para la existencia de clases sociales y el crecimiento de la capacidad de generar riqueza, con la mejora sin precedentes de las condiciones de vida de toda la población, erradica las clases sociales de la conciencia de los hombres. Paralelamente el Estado va dejando paulatinamente de tener su razón de ser y acabaría por extinguirse.

En el pasado la existencia de los feudos se convirtió en un freno al desarrollo de las fuerzas productivas, al circunscribir la libre circulación de mercancías a un territorio pequeño y fue sustituido por el Estado nacional, que fue el marco de libre circulación más amplio que estableció la burguesía. Pero actualmente los medios de producción han alcanzado ya un nivel de desarrollo tal, que el Estado nacional se ha convertido en un corsé que impide su crecimiento. A esto hay que sumar que  los intereses particulares de las distintas burguesías nacionales también suponen un enorme freno a este crecimiento.

Por tanto, si la Comuna de París proponía a toda Francia que secundara el ejemplo de la capital y que todas las localidades se organizaran en comunas asociándose libremente las unas a las otras, coordinándose todas en un organismo central, la clase obrera triunfante en un país necesariamente propondrá lo mismo al proletariado de todo el mundo. Esta perspectiva internacionalista de la revolución socialista quedó confirmada en Octubre de 1917.

Evidentemente los obreros de París en algo más de dos meses solo pudieron dar los primeros pasos hacia la realización de todas estas tareas; también es cierto que cometieron algunos errores, como el de no intervenir el Banco de Francia y no marchar inmediatamente sobre Versalles, lo que dio un tiempo de oro a la reacción para reorganizarse. Pero esto no rebaja ni un gramo ni el heroísmo de la clase trabajadora parisina ni por supuesto la aportación que supuso su experiencia a la tarea histórica de derrocar el capitalismo y sentar las bases para la construcción de un mundo nuevo donde la opresión, la necesidad y las clases sociales queden relegadas a los libros de historia de las generaciones futuras. El futuro de la humanidad es el comunismo y los obreros del París de la Comuna nos enseñaron el camino.

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Este artículo ha sido publicado en la revista Marxismo Hoy número 12. Puedes acceder aquí a todo el contenido de esta revista. 

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