Nota de editores

La Revolución de Octubre constituyó el acontecimiento más grandioso del siglo XX: por primera vez en la historia los esclavos se levantaron contra los amos y vencieron, iniciando una nueva era.

El proceso hasta el triunfo bolchevique no fue fácil, antes hubo que superar innumerables dificultades y obstáculos. En primer lugar la guerra mundial provocó el aislamiento de la tendencia marxista en el conjunto de la Internacional. La capitulación de la socialdemocracia ante la matanza imperialista, fenómeno que afecto a todos los partidos obreros de la época confirmaba el proceso de degeneración reformista que había tenido lugar en el seno de estas organizaciones. Décadas de crecimiento económico, avances electorales, desarrollo pacífico de la lucha de clases, especialmente en el caso de Alemania, habían introducido el virus del cretinismo parlamentario y del gradualismo reformista, sustituyendo todo vestigio revolucionario por una visión acartonada y formal de marxismo. En medio de la miseria de esta traición al proletariado, se levantaron las voces enérgicas de un puñado de organizaciones y dirigentes revolucionarios: la izquierda marxista de la socialdemocracia alemana con Rosa Luxemburgo y Karl Liebknecht a la cabeza, Lenin y Trotsky por los marxistas rusos, Pannekoek en Holanda, los socialistas serbios... En 1914 eran una minoría aislada y perseguida en toda Europa en mitad de un carnaval de chovinismo e histeria militarista.

No obstante, los planes de los imperialistas no se cumplieron como habían previsto. A los desfiles militares, a la propaganda nacionalista, a las votaciones de los créditos de guerra, sucedió la matanza en las trincheras. Millones de proletarios se desangraban en una carnicería cruel para mayor beneficio de las potencias imperialistas. “La vida enseña” solía decir Lenin. La guerra supuso una grandiosa y amarga escuela de aprendizaje para las masas: millones de muertos, destrucción y miseria. En estas condiciones la conciencia del proletariado y del conjunto de los oprimidos de la sociedad experimentó cambios bruscos. La guerra no era un buen negocio, salvo para los grandes fabricantes, comerciantes y especuladores que se enriquecían con el sufrimiento de millones de hombres, mujeres y niños.

En las profundidades de la conciencia colectiva, el descontento sordo, imperceptible en los primeros momentos de la confrontación imperialista, se fue transformando en odio de clase, para estallar en la forma de un movimiento revolucionario. La cadena se rompió por el eslabón más débil: en febrero de 1917, las masas obreras de Petrogrado derribaron el zarismo después de protagonizar un movimiento huelguístico masivo. El descontento en las ciudades se extendió a la tropa y los regimientos bullían de furia contra el viejo régimen. El absolutismo zarista cayo por la acción revolucionaria de los trabajadores inaugurando la revolución rusa.

La primera fase de la revolución supuso el fin del viejo régimen político, pero las estructuras de poder que habían esclavizado a millones de campesinos y proletarios durante decenios, permanecían intactas. La oligarquía rusa, ese conglomerado formado por la alianza de los terratenientes, la burguesía y sus aliados imperialistas, mantenía su poder y su dominio sobre las palancas fundamentales de la sociedad.

Al calor de aquellos hechos, la polémica que recorrió toda la historia del movimiento socialdemócrata ruso estalló con toda vehemencia: reforma o revolución, alianza con la burguesía o política de independencia de clase, bolchevismo o menchevismo.

Para el ala reformista del POSDR (Partido Obrero Socialdemócrata Ruso) el esquema estaba claro: Las condiciones materiales en Rusia no estaban maduras para el socialismo, era pues necesario un periodo prolongado de capitalismo basado en las formas parlamentarias democráticas. Esto facilitaría el desarrollo de las fuerzas productivas, fortalecería al proletariado y crearía las condiciones para la lucha futura por el socialismo. La revolución rusa era burguesa y la clase obrera debía subordinarse a la dirección política de la burguesía. Traspasar estos límites era simplemente aventurerismo. 

Los marxistas revolucionarios rusos, en concreto Lenin, tenían otra visión. Para él la burguesía rusa representaba una fuerza contrarrevolucionaria. Por su posición económica y por su desarrollo histórico, la burguesía rusa había sido incapaz de librar una batalla seria contra el régimen zarista y la nobleza terrateniente; al contrario, se había fundido con ésta última en innumerables negocios e incluso había accedido a la propiedad de la tierra convirtiendo a muchos de sus representantes más destacados en grandes propietarios latifundistas. La burguesía rusa, cobarde políticamente y dependiente en el terreno económico del estado zarista y de sus mentores imperialistas (especialmente del capital inglés y francés) nunca jugó en la historia del país un papel revolucionario. La experiencia de 1905 demostró sobradamente este hecho. Para Lenin la única fuerza capaz de derribar el absolutismo zarista era la clase obrera, aliada del campesinado pobre. Estas eran las fuerzas revolucionarias consecuentes aunque el papel de dirección, de vanguardia del proceso, correspondía al proletariado urbano. La forma que adoptaría el nuevo poder revolucionario según Lenin, sería una dictadura democrático-revolucionaria de obreros y campesinos, una fórmula que remarcaba la imposibilidad de alianzas políticas con la burguesía.

En el debate sobre las fuerzas motrices y la naturaleza de la revolución rusa, León Trotsky realizo una aportación magistral. Partiendo del mismo punto de vista de Lenin fue más allá en sus conclusiones. Si la burguesía rusa era incapaz de derrocar el zarismo y tan sólo la clase obrera junto al campesinado pobre constituía una fuerza consecuentemente revolucionaria, una vez en el poder el proletariado no se limitaría a la realización de las tareas de la revolución democrática. Cuestiones como la reforma agraria y la abolición de la propiedad terrateniente, la reducción de la jornada laboral a ocho horas y el desarrollo económico de la nación, la paz sin anexiones o la resolución del problema nacional y el derecho a la autodeterminación, chocaban con las bases mismas del régimen capitalista en Rusia. Resolverlas consecuentemente significaba en la práctica expropiar no sólo a los terratenientes sino también a la burguesía y a la propiedad imperialista. Por tanto la realización de las tareas democráticas enlazaba inmediatamente con las tareas socialistas.

La perspectiva de Trotsky era internacionalista: se basaba en que la revolución rusa constituiría el primer acto de la revolución mundial, y aunque las condiciones para el establecimiento del socialismo en Rusia no estaban maduras, en el conjunto de la Europa capitalista sí, especialmente en Alemania. El triunfo de la revolución rusa estimularía procesos revolucionarios en Europa y en esta escala internacional el socialismo podría asegurarse el triunfo. Estas eran, en esencia, las bases de la teoría de la revolución permanente, asumidas plenamente por Lenin en sus famosas Tesis de Abril, que supusieron el giro decisivo del Partido Bolchevique hacía la conquista del poder.

La situación antes de la llegada de Lenin

Después del levantamiento de Febrero, se había constituido el primer gobierno provisional, formado por representantes de la burguesía y del antiguo régimen. Teóricamente este gobierno tenía encomendada la tarea de convocar una Asamblea Constituyente y establecer las bases de un régimen parlamentario. Los mencheviques y los socialistas revolucionarios (s-r) dieron su apoyo inmediato a la nueva formación. En la práctica el nuevo ejecutivo continuó con la misma política del viejo régimen: cumplir con sus compromisos imperialistas en la guerra mundial, renuncia a adoptar medidas relacionadas con la entrega de la tierra a los campesinos, rechazo del derecho de autodeterminación de las nacionalidades oprimidas, mantenimiento de la legislación laboral y de las concesiones a los grandes fabricantes.

Paralelamente a este “poder oficial” surgió otro vinculado al movimiento de las masas y a la experiencia anterior de 1905: eran los Sóviets de Diputados Obreros, Soldados y Campesinos. Ambos poderes eran incompatibles: o se imponía el viejo orden de cosas, es decir, la defensa del orden capitalista garantizado por la política del gobierno provisional, o las masas instauraban un nuevo poder revolucionario a través de la expropiación de los capitalistas, los terratenientes y los imperialistas, poder que tendría su base organizada en los sóviets.

A pesar de contar en sus filas con la vanguardia del proletariado revolucionario, la dirección bolchevique en el interior de Rusia no estuvo a la altura de las circunstancias durante los primeros compases del movimiento revolucionario. Debilitada por años de lucha contra corriente, por la represión, el exilio y las deportaciones, una capa de viejos bolcheviques no entendía cuál era la situación en ese momento. Pesaba más su pesimismo y las viejas fórmulas. Como diría la vieja bolchevique Ludmila Stal en la conferencia del partido del 14 de abril: “Antes de llegar Lenin, los camaradas erraban todos ciegos, por las tinieblas, no había más fórmulas que las de 1905; veíamos que el pueblo obraba por su propia cuenta. Nos limitábamos a preparar la Asamblea Constituyente por el procedimiento parlamentario y no creíamos posible ir más allá”.

El desconcierto y las vacilaciones de los dirigentes bolcheviques locales iban en aumento; en la práctica, seguían la estela de las posiciones políticas de los mencheviques. En el Pravda de marzo de 1917 se podía leer: “la misión fundamental consiste... en la instauración del régimen democrático republicano”. En una reunión del Sóviet de Petrogrado, de 400 diputados, sólo votaron en contra de la entrega del poder al gobierno provisional 19, cuando los bolcheviques contaban con 40 delegados.

La política reaccionaria del gobierno provisional, radicalizó progresivamente a los trabajadores, muchos de los cuales habían mostrado esperanzas en la visión aterciopelada de la revolución que les habían suministrado los mencheviques y eseristas, auténticos sostenedores del gobierno provisional. Por otra parte la base bolchevique demostró un instinto revolucionario mucho más certero que la dirección. En la barriada de Vyborg, a iniciativa de estos obreros, se votó en contra de la entrega del poder al gobierno provisional, aunque la decisión fue posteriormente vetada por la dirección bolchevique de Petrogrado.

Tras volver del destierro en marzo, Kámenev y Stalin se hicieron cargo de la dirección de Pravda e imprimieron un giro aún más derechista a la política del partido. El manifiesto bolchevique A los pueblos del mundo aprobado el 14 de marzo y redactado por ambos es una buena prueba de ello: “mientras el soldado alemán obedezca al káiser, el soldado ruso debe permanecer en su puesto, contestando a las balas con balas y a los obuses con obuses. Nuestra consigna no debe ser un ¡Abajo la guerra! sin contenido. Nuestra consigna debe ser ejercer presión sobre el gobierno provisional con el fin de obligarle... a tantear la disposición de los países beligerantes respecto a la posibilidad de entablar negociaciones inmediatamente... entre tanto, todo el mundo debe de permanecer en su puesto de combate”.

Lenin, exiliado en Zurich, y separado de Rusia por un continente en guerra intentaba todo para hacer oír su voz. El 6 de marzo telegrafía: “Nuestra táctica: desconfianza absoluta, negar todo apoyo al Gobierno provisional...; no hay más garantía que armar al proletariado”. En todos sus mensajes, Lenin es tajante. Prefiere estar solo que seguir esta táctica, confundiendo la guerra imperialista con una guerra defensiva.

Nada más pisar suelo ruso en el mes de abril, la voz de Lenin truena contra la política de sus teóricos correligionarios. En el mitin de su recepción en la estación de Finlandia afirma con rotundidad: “No está lejos el día en que, respondiendo a nuestro camarada Carlos Liebknecht, los pueblos volverán las armas contra sus explotadores... La Revolución Rusa... ha iniciado una nueva era”.

Inmediatamente, para combatir a los sectores conciliadores del partido, presenta su programa, que a partir de ese momento entra en la historia como uno de los documentos más importantes en el desarrollo de la revolución: Las Tesis de Abril.

 

Las ‘Tesis de Abril’, el camino hacia la revolución socialista

El 4 de abril, Lenin  expone sus tesis en dos reuniones. Hay que destacar que fueron presentadas únicamente en nombre propio y que fueron mal acogidas por la dirección del Pravda. El programa de Lenin se resumía en las siguientes consideraciones:

  • La guerra es imperialista, de rapiña. Es imposible acabar con ella, con una paz democrática, sin derrocar el capital.
  • La tarea de la revolución es ahora poner el poder en manos del proletariado y los campesinos pobres. Ningún apoyo al gobierno burgués. No a la república parlamentaria. Volver a ella desde los sóviets es un paso atrás.
  • Los bolcheviques están en minoría. Deben por tanto desarrollar una paciente labor de esclarecimiento y propaganda.
  • Nacionalización de todas las tierras del país y su puesta en manos de los sóviets locales de braceros y campesinos. Nacionalización de la banca bajo control obrero.
  • Celebrar inmediatamente un congreso del Partido. Construir una Internacional revolucionaria, rompiendo con la II Internacional.

El informe que había presentado Stalin el 29 de marzo era bien distinto: “El poder está compartido por dos órganos. El sóviet ha asumido la iniciativa de las transformaciones revolucionarias. El sóviet... es un órgano destinado a controlar el gobierno. Este, por su parte, ha abrazado en la práctica la misión de consolidar las conquistas del pueblo”. Para Stalin ¡los obreros y soldados hacían la revolución y los burgueses la consolidaban!

En los debates Lenin pregunto a su oponentes en la dirección del partido: “¿por qué no se ha tomado el poder?” La respuesta que obtiene de Kámenev es sencilla: la revolución burguesa aún no ha acabado. Frente a esta postura formalista Lenin respondió de otro modo: “la única razón por la que la clase obrera no ha tomado el poder, es porque el proletariado no está aún lo bastante consciente” y se encarga de subrayar que la fuerza para lograrlo está en manos del proletariado. Los viejos dirigentes, desorientados por el rumbo de los acontecimientos, se atrincheraban en la vieja teoría de “la dictadura democrático revolucionaria de obreros y campesinos” sin tener en cuenta las enseñanzas que habían aportado tres meses de revolución.

Por el contrario, Lenin, apoyándose en la práctica, ponía al día la teoría y, sobre todo, las tareas del bolchevismo. La realidad era que durante la revolución burguesa, el proletariado, junto con los soldados, en su mayoría campesinos, habían establecido un embrión de estado obrero paralelo, y los partidos reformistas —socialrevolucionarios y mencheviques, que en los primeros meses dispusieron de la mayoría en los sóviets— lo habían subordinado a la burguesía. En el transcurso de la revolución las cosas no habían salido exactamente como se habían previsto. La burguesía no acometió ninguna de las tareas democráticas propias de la revolución burguesa. Como escribió Lenin en Cartas sobre Táctica: “Según la fórmula antigua resulta que tras la dominación de la burguesía, puede y debe seguir la dominación del proletariado y el campesinado, su dictadura. Pero en la vida misma ya ha sucedido de otra manera. Ha resultado un entrelazamiento de lo uno y lo otro. Un entrelazamiento extremadamente original, nunca visto. Existen una al lado de la otra, juntas, al mismo tiempo. Tanto la dominación de la burguesía (el gobierno de Lvov y Guchkov) como la dictadura democrático-revolucionaria del proletariado y el campesinado, que entrega voluntariamente el poder a la burguesía”.

Lenin tuvo que combatir contra aquellos que aplicaban las fórmulas teóricas sin más. “El marxismo no es un dogma, sino una guía para la acción”, repetía continuamente frente a los que insistían en que lo principal era establecer una República (burguesa) parlamentaria para después, en un futuro indeterminado, luchar por el socialismo.

“Lenin veía tan claro como sus contrincantes que la revolución democrática no había terminado aún, o más exactamente, que apenas iniciada, se volvería ya atrás. Pero de aquí se deducía precisamente que sólo era posible llevarla hasta el fin bajo el régimen de una nueva clase, al cual no se podía llegar más que arrancando a las masas de la influencia de los mencheviques y social-revolucionarios, o sea, de la influencia indirecta de la burguesía liberal. Lo que unía a estos partidos con los obreros y, sobre todo, con los soldados, era la idea de defensa —‘defensa del país’ o ‘defensa de la revolución’—. Por eso, Lenin exigía una política intransigente frente a todos los matices del socialpatriotismo. ‘Hay que dejar el viejo bolchevismo’, repetía. Es necesario establecer una línea divisoria clara entre la pequeña burguesía y el proletariado asalariado” (Trotsky, Historia de la Revolución Rusa).

La vieja consigna de “dictadura democrática de obreros y campesinos” estaba superada por los acontecimientos, y Lenin, que se basaba firmemente en la teoría marxista, sabía apreciar los procesos objetivos. El armamento del pueblo, esclarecer los errores, eliminar las concepciones reformistas de la revolución, entregar el poder a los sóviets eran las tareas inmediatas y la postura de Lenin fue explicarlas pacientemente a la clase obrera para ganar su apoyo. 

Durante todo el mes de abril, los cuadros bolcheviques irían cambiando de actitud. A finales de abril, del 24 al 29 se celebró la conferencia del partido, en que asumieron definitiva y plenamente, sin reservas, las tesis de Lenin. Este se apoyó en el sector más ligado a las masas, un sector joven pero ya templado en la lucha, frente a la postura rutinaria de los denominados “viejos bolcheviques”, que como tantas veces en la historia del partido se convirtieron en un obstáculo para avanzar

Estas eran las genuinas tradiciones del bolchevismo, de donde extraía su fuerza revolucionaria. Un partido vivo, con miles de cuadros, forjados en las adversidades de la lucha contra la autocracia, en el que los debates, lejos de desmoralizar, enriquecían la organización. Con la llegada de Lenin, este enlazó su experiencia con la táctica adecuada. Qué distinto sería después el partido con Stalin, cuando las diferencias o las críticas eran castigadas con el pelotón de fusilamiento o los campos de concentración.

Las Tesis de Abril suponen un documento excepcional de táctica revolucionaria, un ejemplo de cómo la teoría sirve para hacer avanzar al movimiento hacia la conquista de su objetivo final: la toma del poder político y el derrocamiento del viejo orden burgués. La grandeza del pensamiento de Lenin estribaba precisamente en su comprensión de las tareas del momento. Su aportación fue absolutamente imprescindible para el triunfo de Octubre.

 

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