El empate entre Scioli y Macri empuja a una segunda vuelta

Las elecciones presidenciales del 25 de octubre han convulsionado la política argentina. Daniel Scioli, candidato presidencial del Frente para la Victoria (FpV), obtuvo 9 millones de sufragios (36,8%), mientras la alianza derechista Cambiemos, que lidera Mauricio Macri, se alzó con 8,3 millones (34,3%) y Sergio Massa, escindido del kichnerismo por la derecha, consiguió 5,2 (21,2%).

Un resultado que supone un revés contundente para el kirchnerismo y que obliga a una segunda vuelta entre Scioli y Macri el próximo 22 de noviembre, pero sobre todo que amenaza con colocar en la Casa Rosada a un representante cualificado de la oligarquía más reaccionaria y proimperialista.

La política derechista de Scioli mina el apoyo al kirchnerismo

El mal resultado del kirchnerismo se completa con la pérdida de la mayoría en las provincias de Buenos Aires (que concentra el 37% del electorado) y Jujuy, ambas en manos peronistas durante casi 30 años. Scioli sufre una sangría de 2,8 millones de votos (de 11.865.055 a 9.002.242) y queda muy lejos del 54% con la que Cristina Fernández de Kirchner (CFK) fue elegida en las elecciones de 2011. Como señalábamos en el artículo previo a las elecciones, la designación del gobernador de Buenos Aires, Daniel Scioli, como candidato del FpV representaba una ruptura con las reformas sociales de las dos legislaturas anteriores y encumbraba a los sectores más derechistas del peronismo. Sus reuniones con el embajador de Estados Unidos, su agradecimiento público a Menem por haberle abierto las puertas a la política, sus medidas para aumentar la presencia policial en las calles, imitando el discurso del miedo de Macri, y la ambigüedad con la que se ha pronunciado ante las demandas patronales de recortes y austeridad, ha desmovilizado una parte importante del voto que los Kirchner obtuvieron en el pasado. También la actitud de CFK, que no ha querido dar una batalla por mantenerse al frente del Gobierno pero ha consentido que estos caballos de Troya de la burguesía puedan imponerse, ha contribuido a estos resultados negativos.

Las elecciones han mostrado una potente movilización de la base social de la derecha (la participación subió en 2,5 millones de votantes), especialmente de unas capas medias galvanizadas por el discurso demagógico de Macri sobre la inseguridad ciudadana, contra la corrupción y el “derroche del Estado”, explotando de manera cínica los efectos de la crisis capitalista, utilizando un lenguaje histérico, y con un programa oculto de medidas antiobreras salvajes, muy similar al del PP de Rajoy en esta legislatura que ha terminado.

El Frente de Izquierdas alcanza un buen resultado, pero es necesario ganar la confianza de la base peronista

Teniendo en cuenta la gran polarización electoral, el Frente de Izquierdas y de los Trabajadores (FIT) ha obtenido unos resultados aceptables consolidándose como cuarta fuerza política. Su candidato, Nicolás del Caño, aumentó los votos de 2011 hasta alcanzar los 850.000, mostrando el potencial para la izquierda revolucionaria en Argentina, no solo en las urnas, sino de cara a construir una alternativa de masas en las luchas y en las calles. Un potencial que se puede desarrollar con una política marxista, o malograr si se cometen errores sectarios de bulto.

Nada más conocerse el resultado, el FIT ha llamado a votar en blanco en la segunda vuelta, argumentando que ambos candidatos, Scioli y Macri, son “los verdugos” de los trabajadores, las dos caras de la misma derecha. Un análisis de trazo grueso que, por principista que parezca, en la práctica contribuye a mantener a la base kirchnerista bajo la influencia de elementos como Scioli, alejándola del FIT.

En la historia del movimiento obrero argentino el protagonismo del peronismo ha sido incuestionable. No es este el espacio para tratar a fondo este aspecto, pero en la última década el fenómeno del kirchnerismo, una variante del “peronismo de izquierdas”, conquistó un gran apoyo de masas por sus reformas sociales, sus medidas contra los torturadores y represores de la Junta Militar, y sus reparaciones hacia las víctimas de la dictadura. El kirchenrismo y su agenda reformista fueron el resultado indirecto de la crisis revolucionaria de 2001, conocida como el Argentinazo, que colocó al capitalismo argentino al borde del precipicio. La ausencia de una organización marxista de masas, capaz de encarrilar aquel estallido por la senda de la revolución socialista, hizo que las aspiraciones de millones de trabajadores y explotados fueran canalizadas a través de este sector del peronismo.

Para una gran parte de la población el kirchnerismo representó una ruptura con la pesadilla de los gobiernos de Menem y derechistas. Y aunque no tenía un proyecto socialista, ni acabó con el poder de la burguesía, sus reformas y las simpatías declaradas hacia Evo Morales, Correa, o la revolución bolivariana, les granjeó el odio de la oligarquía y del imperialismo, y de toda la escuadra mediática a su servicio.

Negar este hecho es igual de equivocado que meter en el mismo saco a los millones de trabajadores que participan del FpV y al sector de la dirección que representa Scioli. La inmensa mayoría de la base peronista está más que descontenta con la elección de Scioli, y en este momento están abrumados y angustiados ante la posibilidad de que Macri se alce con una victoria contundente. Y no les falta razón. Tienen memoria para comprender lo que significaría la vuelta de la derecha gorila, de los agentes directos del imperialismo norteamericano a la Casa Rosada. Es cierto que Scioli representa a la derecha del peronismo, pero Macri es la oligarquía, la Sociedad Agraria, el imperialismo norteamericano, y toda la tradición golpista y de represión contra los activistas de la izquierda y del peronismo clasista y militante.

La izquierda marxista argentina tiene una gran tarea pendiente: construir el puente hacia las masas obreras que todavía marchan bajo la bandera del peronismo, y ganarles a la causa del socialismo revolucionario. La forma en que se diferencia a la dirección de la base, en un movimiento de masas interclasista pero decisivo para construir una alternativa revolucionaria, es fundamental. Por supuesto que no hay que ceder ante la burocracia sindical peronista, ni ante la demagogia nacionalista que emplean los barones peronistas como señuelo para ocultar sus posiciones propatronal. Hay que defender un programa revolucionario y de independencia de clase, y tender la mano a esos cientos de miles de obreros que miran aturdidos el futuro, que desconfían de sus dirigentes y odian a la derecha que representa Macri.

Meter en el mismo saco al FpV y a Macri es un error. Por supuesto que Scioli no dudaría en hacer la misma política de recortes que cualquier socialdemócrata europeo. Pero ningún marxista serio podría, por ejemplo, afirmar que Syriza y Nueva Democracia son políticamente lo mismo, aunque muchos estalinistas lo hagan sin el menor rubor. Si el FIT desplegara de cara a la segunda vuelta una potente campaña de propaganda dirigida a la base del kirchnerismo, planteando un voto muy crítico a Scioli para evitar la llegada de Macri y sus secuaces a la Presidencia, denunciando todas sus inconsecuencias (como se ha hecho hasta ahora), insistiendo en la necesidad de no confiar en las urnas sino en la capacidad de lucha del pueblo, en pelear por arrancar a Scioli las reivindicaciones que la clase obrera exige, una tarea obligada como cualquier trabajador peronista entiende... Si esta política se planteara por parte de la dirección del FIT, ¿la izquierda revolucionaria estaría en mejores o en peores condiciones para avanzar entre este sector fundamental del movimiento obrero? ¿Se trataría de una traición a los principios políticos del marxismo? En febrero de 1936, Trotsky, tan vanamente mentado por muchos, declaró que los revolucionarios deberían plantear públicamente un voto muy crítico al Frente Popular español (una alianza entre los republicanos burgueses y las organizaciones obreras) sin confundir ni las banderas ni los programas, manteniendo la independencia política más completa. Una postura semejante permitiría desplegar toda la iniciativa a los revolucionarios de cara a ganar el oído de los trabajadores ligados al kichnerismo, sin renunciar a ningún principio.

Sean cuales sean los resultados del 22 de noviembre, se abre una crisis profunda en el Frente por la Victoria que podría ser aprovechada por la izquierda a condición de romper con el sectarismo. El largo periodo de estabilidad relativa que Argentina ha vivido bajo los gobiernos kirchneristas dejará paso a una época mucho más turbulenta. Los planes de la oligarquía y el gran capital financiero de intentar descargar sobre los hombros de la clase obrera un paquetazo de ajustes y recortes, en el marco de una recesión continental, creará las bases para una nueva explosión de la lucha de clases.

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