La lucha por la liberación nacional en Escocia ha entrado en una nueva fase. La implementación del Brexit, que en el referéndum de 2016 fue aprobado para el conjunto de Gran Bretaña pero que en Escocia fue rechazado con holgura  (62%), ha agitado nuevamente el tablero político.

A su aplicación dirigida por la dividida patronal británica y la guerra comercial y arancelaria que subyace, se le suma la crisis económica mundial, la posible reconversión industrial con miles de despidos y el crecimiento de la pobreza y la precariedad para la clase trabajadora escocesa. Todos estos factores hacen que la cuestión nacional emerja de nuevo con fuerza en un contexto explosivo.

El debate sobre la realización de un segundo referéndum de autodeterminación tras el celebrado en 2014 está puesto encima de la mesa y es rechazado de plano por el reaccionario gobierno británico de Boris Johnson.

El avance del independentismo golpea a los tories y los laboristas sufren un nuevo batacazo

El pasado 6 de mayo se celebraron elecciones al Parlamento escocés. La participación fue la más elevada de la historia tras su restitución en 1999, alcanzando un 63,5%, un 7,7% más respecto las elecciones de 2016.

El Scottish National Party  (SNP) obtiene unos grandes resultados. Aumenta ampliamente su apoyo electoral, aunque no alcanza los 69 diputados que logró en 2011 y se queda a las puertas de la mayoría absoluta con 64. Arrasa en la votación por distrito obteniendo 1.290.000 votos, la segunda cifra más alta de su historia después del resultado en las elecciones al parlamento británico de 2015, logrando 62 de los 73 diputados en juego. El voto al SNP no representa un apoyo a las políticas capitalistas de su dirección, sino que recoge el enorme rechazo al Partido Conservador y expresa la voluntad de amplias capas de la juventud y de los trabajadores de continuar la lucha por la independencia.

Por su parte, los Verdes consiguen sus mejores resultados con 8 diputados, logrando más de 220.000 papeletas en el voto por región. A pesar de que los dirigentes de los Verdes defienden que es posible reformar el sistema capitalista y que la UE es un punto de apoyo para ello, se diferencian en su discurso por la izquierda del SNP y están recogiendo una parte del giro en ese sentido del movimiento de liberación nacional escocés, consiguiendo atraer a sectores combativos de la juventud que quieren dar la batalla contra la precariedad, los recortes, el machismo y la LGTBIfobia.

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Los Verdes consiguen sus mejores resultados con 8 diputados, y están recogiendo una parte del giro a la izquierda del movimiento de liberación nacional escocés atrayendo a sectores combativos de la juventud.

Sumando los votos por región del SNP, los Verdes y ALBA (escisión del SNP liderada por el exprimer ministro Alex Salmond, que no ha conseguido representación), las fuerzas que se reclaman independentistas superan el 50% del total de votos emitidos y el SNP y los Verdes obtienen 72 escaños, la cantidad más alta de la historia.  Estos resultados son un golpe para los tories (Partido Conservador). No es casualidad que tras conocerse los resultados, Johnson escribiera a Sturgeon invitándole a una “cumbre de naciones”. Los importantes elementos progresistas que incorpora la lucha por la liberación nacional escocesa sacuden al gobierno de Johnson porque son una amenaza para la burguesía británica y los negocios de su “Reino Unido”.

El gran derrotado en estas elecciones vuelve a ser el Partido Laborista. Obtiene el peor resultado de su historia con 22 diputados (dos menos con respecto a 2016) y baja incluso del 20% y de los 500.000 votos en el voto por región. Esta debacle se une al también histórico batacazo de hace dos años en las elecciones británicas en Escocia, donde obtuvieron solamente 1 de 59 diputados. En 10 años han perdido al 50% de su electorado.

Los laboristas ganaron ampliamente las dos primeras elecciones escocesas. En 1999 obtuvieron 56 diputados. Las zonas obreras de Escocia eran su feudo. Pero las políticas llevadas a cabo por los dirigentes laboristas han conseguido laminar enormemente ese apoyo social. En primer lugar, el rechazo a la independencia y ahora a la defensa del derecho de autodeterminación para el pueblo escocés, alineándose con los tories. En segundo, la aplicación de ataques brutales contra conquistas históricas de la clase obrera, como la ofensiva furiosa contra los servicios públicos. Y, en tercero, la defensa de la UE capitalista y de sus políticas de ajuste.

Esta es la política con la que los laboristas han provocado la victoria de los tories en las elecciones generales británicas de 2019, su éxito en las municipales de este año y que en los últimos 10 años los conservadores hayan doblado su apoyo electoral en Escocia y no a costa de los Liberal Demócratas (LibDems).

Por otro lado, también han creado las condiciones para el formidable avance del independentismo escocés, utilizado por miles de trabajadores para expresar el descontento social existente.

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El gran derrotado en estas elecciones vuelve a ser el Partido Laborista. En 10 años han perdido al 50% de su electorado.

¿Un segundo referéndum de autodeterminación?

Boris Johnson se ha opuesto categóricamente a permitir la celebración de un nuevo referéndum para que el pueblo escocés pueda pronunciarse sobre si desea separarse de Gran Bretaña.

No es de extrañar. La represión de los derechos democrático-nacionales, y en particular la negación del derecho a la autodeterminación, está en el ADN de la reaccionaria e imperialista burguesía británica. Y ahora en Escocia podría ganar el SÍ a la independencia.

Con el objetivo de adormecer la cada vez más avivada cuestión nacional escocesa, el referéndum de 2014 fue aceptado por el entonces primer ministro conservador David Cameron porque pensaba que el NO a la independencia cosecharía una amplia victoria. Pretendía también apaciguar la división en el seno de los tories, inmersos en una batalla abierta entre sectores de los capitalistas británicos sobre cómo mantener el control de la situación ante la crisis de dominación capitalista asociada a la Gran Recesión.

La perspectiva de Cameron y del sector de la burguesía que representaba no se cumplió. Aunque la independencia no logró la mayoría, alcanzó el 45% de los votos y animó la continuidad de la lucha por la liberación nacional. Además, aceleró la crisis en el Partido Conservador, que fue maximizada con el Brexit, llevándose por delante al propio Cameron y después su sucesora Theresa May.

La burguesía británica se encuentra totalmente escindida, con un sector mirando hacia EEUU y otro hacia la UE. Biden ha cambiado las formas respecto a Trump y no ha apoyado el Brexit, pero la oligarquía norteamericana a la que también representa no desaprovechará las oportunidades de negocio que se le presentan en tierras británicas. Por otro lado, el sector industrial está especialmente preocupado por la concreción de la salida de la Unión Europea ya que el 50% de sus exportaciones dependen de ella.

El camino del Brexit está lleno de socavones. Es un proceso de alta tensión. Afecta a puntos tan sensibles como la cuestión nacional irlandesa. De hecho, el Acuerdo de Viernes Santo (1998) está siendo zarandeado por el Protocolo firmado por el gobierno británico con la UE, ya que en éste se considera a Irlanda del Norte como parte del mercado único. Así, las mercancías que cruzan entre Irlanda del Norte y el resto de Gran Bretaña tienen que pasar controles aduaneros, cosa que sacude el inestable equilibrio de la zona. Se abren así nuevas incógnitas sobre la difícil situación económica y añade más pólvora al enfrentamiento sectario entre protestantes y católicos que la burguesía conscientemente ha fomentado durante décadas. Ante el crecimiento desmesurado del conflicto y la mala noticia que eso implica para los negocios, David Frost, ministro británico para el Brexit, no ha descartado que Gran Bretaña incumpla el protocolo.

Con este estado de las cosas, lo último que quiere Johnson es abrir un nuevo frente en Escocia avalando un referéndum de autodeterminación. Aunque los dirigentes del SNP dicen que cuando haya pasado la crisis de la Covid “no hay justificación moral o democrática” para que no se permita la consulta, han dicho que sólo la llevarán a cabo con el consentimiento de Westminster. Esta postura a corto plazo dilatará el proceso en una infructuosa negociación, y Johnson podría ofrecer alguna concesión económica para Escocia que apacigüe el discurso de los dirigentes del SNP. Independientemente de las maniobras,  todos los elementos para el enconamiento de la cuestión nacional escocesa en el próximo período están encima de la mesa.

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Con este estado de las cosas, lo último que quiere Johnson es abrir un nuevo frente en Escocia avalando un referéndum de autodeterminación.

Por una Escocia socialista

El referéndum de autodeterminación del 2014 alumbró cuestiones importantes.

En primer lugar, la campaña furibunda de la burguesía y el gran capital, de la City de Londres, de la UE, por el NO a la independencia. Apoyándose en los tories, los LibDems y también en los laboristas, anunciaron la llegada de las 7 plagas si vencía el SÍ. Esto lo combinaron con promesas de mayor autonomía para el Parlamento escocés.

En segundo lugar, el SÍ ganó en zonas obreras, donde más se han sufrido los cierres de empresas y despidos. Miles de familias trabajadoras optaron por la independencia para golpear a los tories y denunciar a los laboristas.

En tercer lugar, la pequeña burguesía dividió su voto oscilando entre ambas posiciones; una parte se asustó por las amenazas y las repercusiones de la opción independentista, y otra se esperanzó con que una Escocia independiente demostraría su viabilidad respetando los derechos sociales.

Johnson justifica su oposición a un nuevo referéndum diciendo que el de 2014 vale para toda una generación y que ésta todavía no se ha cumplido. Este argumento es una mascarada. Muchas cosas han cambiado desde el 2014. Además, es evidente que el apoyo social a la celebración de un segundo referéndum de autodeterminación es muy grande, como recogen todas las últimas encuestas y contiendas electorales.

Los marxistas nos oponemos a la represión de los derechos democráticos del pueblo escocés y rechazamos la negación de su legítimo derecho a la autodeterminación. Defendemos que su ejercicio sea producto de la movilización y la organización de la clase trabajadora y de la juventud. La burguesía británica vio las orejas al lobo una vez, y sabe que si las vuelve a ver ahora probablemente vea también sus dientes, así que en el escenario político actual hará todo lo posible para que el pueblo escocés no pueda volver a votar a corto plazo.

La cuestión nacional escocesa se ha agudizado como consecuencia de la crisis económica de un capitalismo en declive que sólo ofrece opresión nacional y catástrofe social. Numerosos sectores de la clase obrera en Escocia ven en la independencia una opción de romper con las políticas de Westminster de ataques a sus condiciones de vida. Esto es un elemento muy progresista y se puede profundizar más aún hacia una ruptura total con el sistema.

Antes de la pandemia, más de un millón de personas en Escocia eran pobres. La población en edad de trabajar que es pobre es del 19%. Hay 260.000 niños en riesgo de pobreza, y eso que el 68% de éstos viven en un hogar donde alguien trabaja. Si continúan los índices actuales la pobreza infantil puede pasar del 25% actual al 29% en dos años, que representaría la cifra más alta en veinte años. Y alcanzaría el 38% en diez.

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Las políticas capitalistas y el nacionalismo burgués del SNP no serán nunca una solución para la clase trabajadora escocesa.

No obstante, es importante señalar los dirigentes del SNP tienen una clara responsabilidad en este drama. Ha sido con gobiernos del SNP que se han multiplicado los “contratos de cero horas” hasta superar los 100.000. Desde 2010 el NHS (sistema de salud) ha perdido en Escocia 6.000 camas sin que los dirigentes del SNP hayan realizado ninguna inversión relevante ni siquiera cuando Escocia tiene los datos de contagios de Covid más altos de toda Europa. Los empresarios tampoco encuentran ningún problema en destruir empleo, como muestra el reciente cierre en el este de Glasgow de la centenaria fábrica de las tradicionales galletas McVitie’s, que dejará a 500 personas sin trabajo. El gobierno de Sturgeon ha rechazado nacionalizar la empresa para asegurar el empleo de 500 familias y no está mostrando ninguna oposición. ¡El SNP lleva gobernando Escocia los últimos 15 años! Las políticas capitalistas y el nacionalismo burgués del SNP no serán nunca una solución para la clase trabajadora escocesa. Una Escocia independiente dirigida por el SNP no mejoraría las condiciones de vida de las familias trabajadoras.

Queda claro que las tensiones en torno a la cuestión nacional son un reflejo de la profunda crisis que padece el capitalismo británico y de las aspiraciones de liberación nacional y social de millones de trabajadores y jóvenes. Con este potencial, es perfectamente posible levantar un movimiento de masas que una la lucha contra los recortes y la precariedad al ejercicio del derecho a la autodeterminación, defender una Escocia socialista que rompa con la herramienta del capital que es la UE y hacer un llamamiento al conjunto de la clase obrera británica a luchar juntos contra la City y las oligarquías explotadoras.

Agitar con estas ideas en los sindicatos, las movilizaciones feministas y LGTBI, las batallas contra el racismo y la destrucción del planeta, sin ningún sectarismo, explicando pacientemente la necesidad de la revolución socialista, es la tarea de la izquierda que se reclama marxista en Escocia. En el conjunto de Gran Bretaña, los marxistas deben decir claramente: ¡abajo el gobierno reaccionario de Johnson, sí al derecho de autodeterminación para Escocia, por la Federación Socialista!

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