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“Lenin, Trotsky y sus camaradas han demostrado que tienen todo el valor, la energía, la perspicacia y la entereza revolucionaria que quepa pedir a un partido a la hora histórica de la verdad. Los bolcheviques han mostrado poseer todo el honor y la capacidad de acción revolucionarios [de que carece] la socialdemocracia europea; su sublevación de Octubre no ha sido solamente una salvación real de la revolución rusa, sino que ha sido, también, la salvación del honor del socialismo internacional”.[1]

Hoy, 20 de agosto de 2020, se cumplen 80 años sin Trotsky. Ese día, el compañero de armas de Lenin fue asesinado por un sicario de la GPU, Ramón Mercader. Tras varios intentos fallidos, la sentencia de Stalin se cumplió. Trotsky, igual que la generación de comunistas que libró la gran batalla por Octubre, no pudo escapar a la maquinaria asesina del estalinismo. La larga noche de la revolución traicionada engulló al más consecuente defensor del leninismo y del legado de 1917.

Las palabras citadas anteriormente, escritas por otra irreductible como fue Rosa Luxemburgo, nos sirven para dar pie a este texto que publicamos en tres partes. El partido de Lenin y Trotsky, como era conocido mundialmente, todavía no había sufrido los embates de la burocratización ni el derrumbe ideológico que impuso la contrarrevolución estalinista. Nadie pensaba en ese momento que, apenas veinte años después, la generación de comunistas que hizo posible la toma de poder se enfrentaría a la masacre y sería aplastada de la forma más despiadada por orden de Stalin.

El estudio riguroso de la revolución rusa y de la contrarrevolución estalinista posterior no representa un esfuerzo baldío en los tiempos actuales. El colapso de la economía capitalista y el descrédito de las instituciones y de los partidos que sostienen el sistema, es un motivo de primer orden para conocer a fondo la política de los bolcheviques en tiempos de Lenin y Trotsky.

Aunque haya transcurrido más de una centuria y sean legión los apologistas del capitalismo que utilizan las tribunas parlamentarias, periodísticas, universitarias o sindicales para denostar por enésima vez al marxismo —acusándolo de ser una ideología decimonónica propia de un museo de curiosidades históricas—, lo cierto es que los principios y el método dialéctico del socialismo científico siguen siendo los más útiles y certeros para entender las causas del actual caos económico, social y político, y por qué las revoluciones, insurrecciones y levantamientos sacuden cada vez más naciones de todos los continentes.

En el contexto actual, cuando la izquierda parlamentaria —sea de raíz socialdemócrata o proveniente de los desechos del estalinismo oficial— no deja de propagar la colaboración de clases y la unidad nacional, un estudio profundo de la revolución rusa se presenta asombrosamente revelador.

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"En el contexto actual, cuando la izquierda parlamentaria no deja de propagar la colaboración de clases y la unidad nacional, el estudio de la revolución rusa se presenta asombrosamente revelador."

Basta comparar la actitud de los bolcheviques y la de los dirigentes de la izquierda reformista del siglo XXI.  En lugar de organizar, educar, elevar la conciencia y la disposición al combate de los oprimidos, intentan llevar a la práctica el ideario narcotizante del pacto social y la reforma del capitalismo. El resultado de una política así en tiempos de aguda crisis capitalista permite a la burguesía seguir adelante recomponiendo una y otra vez su dominación —por supuesto a un coste cada vez más alto—, y da alas a la extrema derecha que aprovecha la ruina de la sociedad para esparcir su demagogia reaccionaria.

La cuestión a plantearse es si la propuesta de la izquierda reformista, la vieja o la nueva, contiene algo de original respecto a lo ya dicho en el pasado.

Lenin, Trotsky, Rosa Luxemburgo y mucho antes Marx y Engels tuvieron que afilar las armas de su crítica contra los apóstoles de la conciliación entre las clases. Sus escritos contra el reformismo refutan hoy, con una frescura sorprendente, a los predicadores de la sumisión parlamentaria al capital que plagian las ideas de Kautsky o Bernstein para convencernos de que la ruptura con el orden burgués es una idea infeliz y descabellada.

El programa y la acción de los bolcheviques, y el combate que Trotsky libró para restaurar su obra teórica y práctica —sepultada por la montaña de perros muertos que supuso la degeneración estalinista— son una guía para la acción en los momentos actuales. Nos sirve para saber que muchas de las preguntas que los revolucionarios nos planteamos ahora mismo lo fueron en el pasado y se respondieron con acierto.

¿Quiere esto decir que nada ha cambiado, que las coordenadas siguen siendo las mismas en términos políticos, sociales o económicos? Ni mucho menos. El mundo ha sufrido transformaciones radicales, para empezar no existe ya la Unión Soviética —aniquilada por la misma burocracia estalinista que usurpó el poder a la clase obrera— y la contrarrevolución capitalista también ha triunfado en China, un país que hasta hace poco se mantenía muy atrás y actualmente pugna por hacerse con la hegemonía mundial. Que la historia haya sufrido grandes transformaciones no significa que la lucha de clases se detenga, que la crisis del capitalismo no se desarrolle a  velocidad de vértigo, que la idea utópica de un capitalismo de rostro humano no siga haciendo estragos en las filas de la izquierda.

A ochenta años del asesinato de León Trotsky seguimos defendiendo con convicción su aportación excepcional al arsenal del marxismo, su urgencia por la construcción de un partido revolucionario enraizado en las masas de la clase obrera y la juventud, y su combate intransigente por el internacionalismo proletario.

Rodeado por un mar de contrarrevolución, deserción y desmoralización, colocado ante la adversidad personal más terrible, Trotsky resistió y nos legó una bandera por la que merece luchar y sacrificarlo todo: la bandera de la revolución socialista mundial.

En las páginas siguientes exponemos las ideas fundamentales de Trotsky y los bolcheviques en la revolución rusa, su papel en la dirección del joven Estado soviético, los factores objetivos y subjetivos que llevaron a la degeneración burocrática de la URSS, del partido bolchevique y de la Tercera Internacional, y el papel de Trotsky por restablecer la democracia obrera y el programa leninista al frente de la Oposición de Izquierda.

De la revolución de Octubre al triunfo del estalinismo

El levantamiento de los obreros y soldados de Petogrado, en febrero de 1917, marcó el inicio de la revolución rusa. Traída a escena por la Primera Guerra Mundial y el colapso del despotismo zarista, el violento despertar de las masas decidió el final de Nicolás II pero no significó que aquellas conquistaran el poder. Aunque se daba por descontado que la caída del zar provocaría cambios profundos, no estaba claro el camino que tomarían los acontecimientos.

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"El levantamiento de febrero de 1917 marcó el inicio de la revolución rusa. La caída del zar provocaría cambios profundos, pero no estaba claro el camino que tomarían los acontecimientos."

Para los círculos más perspicaces de la burguesía la gravedad de la situación era evidente: la caída del absolutismo podría acarrear la desaparición del régimen capitalista ruso, de ahí que las maniobras políticas a fin de preservar los privilegios y negocios de la clase dominante y del imperialismo se sucedieran frenéticamente. Se inició así un periodo de hipocresía y doble lenguaje para embaucar al pueblo y lograr que la revolución solo lo fuera en apariencia, manteniendo a salvo la estructura de clases de la sociedad rusa.

La farsa de la colaboración de clases

Después de las jornadas de Febrero no cabía pensarse en un enfrentamiento abierto con el pueblo insurrecto, y mucho menos recurrir a las tropas contagiadas por la euforia revolucionaria aunque algunos carcamales lo anhelaran. Había que buscar otras opciones más realistas si se quería contener el vendaval que se venía encima; por eso, cuando las cabezas más destacadas de la “inteligentsia progresista” ofrecieron su colaboración activa para encauzar la situación, se produjo una sensación de respiro. La burguesía liberal, espectadora pasiva de las grandes movilizaciones armadas de San Petersburgo, fue catapultada al gobierno del país, no por merito propio, sino por decisión de la izquierda conciliadora. Y así, un sistema político moribundo pero empeñado en sobrevivir logró mantenerse a flote.

La atmósfera de euforia y confraternización preparó el terreno para los oportunistas y arribistas, y el éxito de las masas fue monopolizado temporalmente por los campeones de la conciliación. Los dirigentes de los partidos eserista y menchevique[2] constituían ese ala conciliadora, y aunque en tiempos pasados habían disputado entre si por cuestiones doctrinarias (unos bebían de la tradición populista y anarquista, incluso terrorista, y otros tenían un origen marxista del que habían renegado), ahora estaban solidamente unidos por el espíritu del social-patriotismo y una opinión común respecto a la naturaleza “burguesa” de la revolución rusa.

Partiendo de este presupuesto fundamental, el Comité Ejecutivo del Soviet —dominado por ellos— propuso al comité provisional de la Duma[3], integrado por políticos burgueses y del viejo régimen, la formación de un Gobierno provisional que se hiciera cargo del poder. Ambos órganos, el Ejecutivo del Soviet y el Gobierno provisional, representativos de un poder dual y contradictorio, se apresuraron a protagonizar la gran farsa de la colaboración en aras del “interés nacional y la revolución”.

Las organizaciones conciliadoras y los políticos burgueses elevados al poder tenían, supuestamente, reformas urgentes que llevar a cabo: acabar con la guerra, repartir la tierra, desarrollar la industria y mejorar el abastecimiento, resolver el problema nacional… cuestiones todas ellas que no traspasaban los límites de las realizaciones democrático-burguesas más elementales. Pero ninguna fue abordada satisfactoriamente. Los hechos demostrarían que sus promesas a favor de un futuro mejor fueron traicionadas con el mayor descaro.

La burguesía rusa estaba atada a las potencias imperialistas del bloque aliado por sus negocios y pretensiones anexionistas, de lo que resultaba una prioridad su apoyo a una guerra impopular que ya había causado millones de muertos. También eran muchos los vínculos que ataban a esa misma burguesía con la propiedad terrateniente —sobre la que pesaban hipotecas por valor de miles de millones de rublos—; en la práctica muchos burgueses eran a la vez terratenientes y viceversa. Por otro lado, las audaces exigencias de la clase obrera sobre reducción de la jornada laboral, mejora de los salarios y de las condiciones de trabajo, de los servicios sociales y la educación, hacían peligrar la tasa de beneficios de los capitalistas que tanto habían crecido con el lucrativo negocio de la guerra.

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"Los mencheviques y eseristas sacrificaron todos sus principios “socialistas” en aras del entendimiento con la burguesía."

En tales circunstancias la política de colaboración de clases se acentuó. Los mencheviques y eseristas sacrificaron todos sus principios “socialistas” en aras del entendimiento con la burguesía. ¿Qué significaba eso?  Primero, engañar a los campesinos con discursos y debates parlamentarios mientras renunciaban a la reforma agraria y velaban por la propiedad latifundista. Segundo, traicionar las ansias de paz de los soldados, continuando la guerra hasta la “victoria final” para satisfacción de los aliados y su política imperialista. Tercero, enfrentarse a los trabajadores y sus reivindicaciones por que “amenazaban” los beneficios y la prosperidad futura. Y, en cuarto lugar pero no menos importante, negar el derecho de autodeterminación a las nacionalidades y naciones oprimidas por la bota del zarismo para regocijo del chovinismo gran ruso. Los gobiernos de colaboración de clases que se fueron sucediendo desde las jornadas de Febrero hasta la insurrección de Octubre no cumplieron ninguna de sus promesas, lo que no les impidió exigir constantes sacrificios a una población exhausta.

Frente a este bloque que trataba de liquidar el poder revolucionario surgido de la revolución, se alzó un partido todavía minoritario pero que denunció incansablemente esta política y su responsabilidad en conducir a Rusia hacia la catástrofe. Lenin y el Partido Bolchevique, con una posición de clase intransigente, pusieron al descubierto las bases fraudulentas de esta coalición frente-populista.

Todavía desde el exilio, Lenin telegrafió a sus correligionarios el 6 de marzo de 1917: “Nuestra táctica: desconfianza absoluta, negar todo apoyo al Gobierno provisional (...) no hay más garantía que armar al proletariado”. Y tras pisar suelo ruso en el mes de abril, en sus primeras palabras al llegar a la estación de Finlandia de Petrogrado, afirmó desafiante: “No está lejos el día en que, respondiendo a nuestro camarada Karl Liebknecht, los pueblos volverán las armas contra sus explotadores (...) La revolución rusa (...) ha iniciado una nueva era. Viva la revolución socialista mundial”.

El proceso de toma de conciencia

Durante la revolución de Febrero, el proletariado y los soldados (en su inmensa mayoría campesinos en uniforme) habían establecido un embrión de poder obrero a través de los sóviets, que disputaba el gobierno de la sociedad a las viejas instituciones del Estado zarista. Los partidos reformistas subordinaron ese poder embrionario a la burguesía, como un paso necesario para suprimirlo cuando llegara el momento adecuado. Y fue precisamente esa política de conciliación lo que aceleró la radicalización y la desconfianza de amplias capas de la clase trabajadora y los campesinos. La papilla envenenada que suministraban los mencheviques y eseristas en sus discursos rimbombantes, no podía ocultar la permanencia del viejo estado de cosas, la misma explotación y el mismo saqueo practicado por las clases dominantes de Rusia durante siglos.

El derrotero de las revoluciones no sigue un curso rectilíneo o prefijado, es mucho más caprichoso y contradictorio de lo que piensan algunos doctrinarios, dicho lo cual no es menos cierto que la revolución y la contrarrevolución tienen leyes generales que se hacen presentes tarde o temprano. Trotsky lo explica de este modo en el prólogo de su célebre Historia de la revolución rusa:

“El rasgo característico más indiscutible de las revoluciones es la intervención directa de las masas en los acontecimientos históricos. En tiempos normales, el Estado, sea monárquico o democrático, está por encima de la nación; la historia corre a cargo de los especialistas de este oficio: los monarcas, los ministros, los burócratas, los parlamentarios, los periodistas. Pero en los momentos decisivos, cuando el orden establecido se hace insoportable para las masas, éstas rompen las barreras que las separan de la palestra política, derriban a sus representantes tradicionales y, con su intervención, crean un punto de partida para el nuevo régimen. Dejemos a los moralistas juzgar si esto está bien o mal. A nosotros nos basta con tomar los hechos tal como nos los brinda su desarrollo objetivo. La historia de las revoluciones es para nosotros, por encima de todo, la historia de la irrupción violenta de las masas en el gobierno de sus propios destinos...

Por tanto, esos cambios rápidos que experimentan las ideas y el estado de espíritu de las masas en las épocas revolucionarias no son producto de la elasticidad y movilidad de la psiquis humana, sino al revés, de su profundo conservadurismo. El retraso crónico en que se hallan las ideas y relaciones humanas con respecto a las nuevas condiciones objetivas, hasta el momento mismo en que éstas se desploman catastróficamente, por decirlo así, sobre los hombres, es lo que en los períodos revolucionarios engendra ese movimiento exaltado de las ideas y las pasiones que a las mentalidades policíacas se les antoja fruto puro y simple de la actuación de los ‘demagogos’. Las masas no van a la revolución con un plan preconcebido de la nueva sociedad, sino con un sentimiento claro de la imposibilidad de seguir soportando la vieja sociedad.”[4]  (La cursiva es nuestra)

La conciencia de las masas nunca refleja de manera automática la madurez de las condiciones objetivas. En toda sociedad de clases las ideas de la clase dominante atiborradas de prejuicios conservadores para justificar el status quo, influyen decisivamente en la visión que tienen del mundo los oprimidos. La burguesía domina gracias a su posición dirigente en las relaciones sociales de producción capitalista y del Estado, lo que le asegura su preponderancia ideológica y cultural. Y la pequeña burguesía juega un papel esencial para la transmisión de sus valores.

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"El factor subjetivo se convierte en el elemento objetivo más decisivo para el triunfo de la revolución."

Por eso las masas en la revolución también sufren la presión del pasado y su conciencia no puede ponerse al nivel de los acontecimientos salvo a través de grandes y dolorosas experiencias. “La situación revolucionaria a nivel político”, escribe Trotsky, “se caracteriza precisamente por el hecho de que todos los grupos y todas las capas del proletariado, o al menos su aplastante mayoría, aspiran a unir sus esfuerzos para cambiar el régimen. De todos modos, eso no significa que todos comprenden cómo deben actuar, y menos aún que estén dispuestos a romper con sus partidos y a pasar a las filas de los comunistas. La conciencia política no madura de una forma tan lineal y uniforme, subsisten profundas diferencias internas incluso en la época revolucionaria, en la que todos los procesos se desarrollan por saltos.”[5]

El factor subjetivo se convierte en el elemento objetivo más decisivo para el triunfo de la revolución. Trotsky lo explica así al tratar las lecciones de la Revolución Rusa:

“El proletariado sólo puede adquirir esa confianza en sus propias fuerzas — indispensable para la revolución— cuando descubre ante él una clara perspectiva, cuando tiene la posibilidad de verificar activamente la relación de fuerzas que cambia a su favor y cuando se siente dirigido por una dirección perspicaz, firme y audaz. Esto nos conduce a la condición, última en su enumeración pero no en su importancia, de la conquista del poder: al partido revolucionario como vanguardia estrechamente unida y templada de la clase (…)

Los bolcheviques no eran hombres de manos blancas, amigos del pueblo trabajando en su gabinete, pedantes. No tenían miedo de las capas atrasadas que por primera vez se elevaban de las profundidades. Los bolcheviques tomaban al pueblo tal como lo había hecho la historia, tal como estaba destinado a realizar la revolución. Los bolcheviques consideraban que su misión era colocarse a la cabeza de ese pueblo (…)

En general, como lo atestigua la historia —la Comuna de París, las revoluciones alemana y austriaca de 1918, los soviets de Hungría y de Baviera, la revolución italiana de 1919, la crisis alemana de 1923, la revolución china de los años 1925-1927, la revolución española de 1931—, el eslabón más débil en la cadena de las condiciones ha sido hasta ahora el del partido: lo más difícil para la clase obrera consiste en crear una organización revolucionaria que esté a la altura de sus tareas históricas.” [6]

Trotsky y Lenin no pedían atributos milagrosos a una supuesta “conciencia socialista” de las masas. Los grandes marxistas entendían la revolución como una tarea estratégica, en la que el partido juega el papel decisivo para hacer avanzar la conciencia de la clase obrera y los oprimidos, generalizando su experiencia práctica hasta la necesidad de tomar el poder:

"La  fuerza  temporal  de  los  socialpatriotas  y  del  ala  oportunista  de  los  bolcheviques —escribe Trotsky—  consistía en que los primeros se apoyaban en los prejuicios e ilusiones corrientes de las masas, mientras  que  los  segundos  se  adaptaban a ellos. La fuerza principal de Lenin estribaba en comprender la lógica interna del movimiento y en dirigir su política de acuerdo con ella. No imponía sus planes a las masas, sino que ayudaba a éstas a tener conciencia de sus propios planes y a realizarlos. Cuando Lenin reducía todos los problemas de la revolución a la fórmula ‘explicar pacientemente’, quería decir que era preciso poner la conciencia de las masas en armonía con la situación en que el proceso histórico las había colocado.”[7]

Lenin se apoyó en la experiencia viva de los acontecimientos para poner al día la teoría y las tareas del movimiento. Combatió a todos aquellos que querían constreñir el movimiento revolucionario a los límites de la llamada “república democrática”, una sombra fantasmagórica y demagógica tras la que se erguía el poder de los capitalistas, los terratenientes y el Estado Mayor. La cuestión planteada por Lenin era sencilla: ¿Cómo llevar a cabo la entrega de la tierra a los campesinos, la paz sin anexiones, la libertad para las nacionalidades oprimidas y el progreso para el pueblo trabajador? Aunque podía suponerse que estas demandas no transgredían el límite de la democracia burguesa, Lenin insistía acertadamente que serían satisfechas sólo cuando la clase obrera, en alianza con los campesinos pobres y los soldados, tomara el poder iniciando la transformación socialista de la sociedad.  El programa de Lenin pronto se convertiría en la plataforma política del partido bolchevique y de la revolución de Octubre.

La teoría marxista de la revolución permanente

Marx y Engels enseñaron que las condiciones objetivas para la construcción del socialismo en los países capitalistas más avanzados estaban maduras. Pero esta idea, que ha sido reiteradamente distorsionada para negar la revolución en los países atrasados, no reconoce más que el socialismo necesita de un alto grado de desarrollo de las fuerzas productivas para hacerse realidad. Marx y Engels jamás afirmaron que la clase obrera debería abstenerse de tomar el poder en los países capitalistas más débiles, o que se subordinase políticamente a la burguesía como la única forma de llevar a cabo las tareas democráticas de la revolución.

Esta cuestión había sido ventilada tanto teórica como prácticamente tras la experiencia revolucionaria de 1848, que proporcionó grandes enseñanzas y clarificó la actitud de la burguesía. Marx y Engels lo explicaron así:

“La burguesía alemana se había desarrollado con tanta languidez, tan cobardemente y con tal lentitud que, en el momento en que se opuso amenazadora al feudalismo y al absolutismo, se encontró con la oposición del proletariado y de todas las capas de la población urbana cuyos intereses e ideas eran afines a los del proletariado. Y se vio hostilizada no sólo por la clase que estaba detrás, sino por toda la Europa que estaba delante de ella. La burguesía prusiana no era, como la burguesía francesa de 1789, la clase que representaba a toda la sociedad moderna frente a los representantes de la vieja sociedad: la monarquía y la nobleza. Había descendido a la categoría de un estamento tan apartado de la corona como del pueblo, pretendiendo enfrentarse con ambos e indecisa frente a cada uno de sus adversarios por separado, pues siempre los había visto delante o detrás de sí misma; inclinada desde el primer instante a traicionar al pueblo y a pactar un compromiso con los representantes coronados de la vieja sociedad, pues ella misma pertenecía ya a la vieja sociedad”.[8]

Marx y Engels refutaron que la burguesía pudiese encabezar la lucha consecuente por las reivindicaciones democráticas, y llegaron a esta conclusión… ¡a mediados del siglo XIX! Insistieron en ello y alertaron a la vanguardia obrera de la necesidad de pelear por sus propios objetivos de clase, independientes también de la pequeña burguesía:

“… Muy lejos de desear la transformación revolucionaria de toda la sociedad en beneficio de los proletarios revolucionarios, la pequeña burguesía democrática tiende a un cambio del orden social que pueda hacer su vida en la sociedad actual lo más llevadera y confortable (...) Mientras que los pequeños burgueses democráticos quieren poner fin a la revolución lo más rápidamente que se pueda, después de haber obtenido, a lo sumo, las reivindicaciones arriba mencionadas, nuestros intereses y nuestras tareas consisten en hacer la revolución permanente hasta que sea descartada la dominación de las clases más o menos poseedoras, hasta que el proletariado conquiste el poder del Estado, hasta que la asociación de los proletarios se desarrolle, y no en un solo país, sino en todos los países dominantes del mundo, en proporciones tales, que cese la competencia entre los proletarios de estos países, y hasta que por lo menos las fuerzas productivas decisivas estén concentradas en manos del proletariado. Para nosotros no se trata de reformar la propiedad privada, sino de abolirla; no se trata de paliar los antagonismos de clase, sino de abolir las clases; no se trata de mejorar la sociedad existente, sino de establecer una nueva”.[9]

Desde entonces la lucha entre reformismo y revolución, entre independencia de clase o colaboración con la burguesía, polarizaron y dividieron la socialdemocracia europea y rusa.

La polémica cobró una nueva perspectiva a la luz de los acontecimientos del año 1905 cuando la revolución estalló en San Petersburgo y Moscú. En ese momento, una mayoría de dirigentes de la Segunda Internacional, incluidos los rusos, consideraban que Rusia necesitaba de una revolución burguesa nacional para convertirse en un país capitalista moderno y abatir los vestigios de feudalismo. De aquí se desprendía una idea cardinal: el proletariado debía limitarse a actuar como fuerza auxiliar de la burguesía liberal sin sobrepasar el marco de las reivindicaciones democráticas burguesas, y sólo después de un período prolongado (e indefinido) de desarrollo capitalista, la clase obrera agruparía las fuerzas suficientes para iniciar la transformación de la sociedad, utilizando los mecanismos del parlamentarismo. En definitiva, la revolución se presentaba como una sucesión de etapas: primero, una fase democrático burguesa, y luego, la fase socialista.

Esta concepción etapista, mecánica y antidialéctica de la revolución, que convertía en un fin estratégico la defensa de la democracia burguesa, sirvió de coartada teórica a la mayoría de los líderes de la Segunda Internacional en la capitulación ante sus burguesías nacionales en 1914.

Frente a esta distorsión de los fundamentos del socialismo se rebelaron Rosa Luxemburgo, Lenin y Trotsky. La batalla contra el revisionismo se libró en torno a la naturaleza de clase del Estado y la democracia, el papel del parlamentarismo burgués y las reformas bajo el capitalismo, el sindicalismo y el partido, la política de alianzas o el imperialismo y las crisis, entre otros aspectos relevantes. 

En el caso de Rusia, el absolutismo zarista se había incorporado tarde a la economía capitalista mundial y sufría una fuerte dependencia de las finanzas exteriores, francesa e inglesa especialmente. La estructura económica y social del imperio estaba marcada por la supervivencia de relaciones semifeudales: aunque la servidumbre de la gleba había sido abolida en 1861, la tierra sufrió un proceso agudo de concentración en manos de una oligarquía de nobles y burgueses terratenientes. Millones de campesinos desposeídos arrastraban una vida miserable en la aldea, y los pequeños propietarios y arrendatarios sobrevivían con enormes privaciones.

El atraso endémico del campo coexistía con las grandes fábricas e industrias de los principales núcleos urbanos, muchas de ellas altamente tecnificadas.[10] En definitiva, Rusia como otros países de características semejantes, por ejemplo la España de principios de siglo XX, estaba atravesada por el desarrollo desigual y combinado: atraso endémico en las relaciones agrarias sometidas al poder de la vieja nobleza aristocrática fundida ahora con la burguesía como clase terrateniente, y un desarrollo puntual pero vigoroso de la producción capitalista en ciudades y regiones que habían alumbrado una nueva clase obrera que irrumpió en la escena con determinación revolucionaria.

La burguesía liberal, aunque no tenía en sus manos el monopolio del poder político del Estado ruso —bajo control  del zar y la nobleza—, sí formaba un bloque social y económico con el régimen autocrático, que por otra parte velaba por sus lucrativos negocios. En todas las ocasiones en que pudo encabezar la lucha contra el zarismo, como en 1905, la burguesía liberal optó por aliarse con él contra la acción revolucionaria de la clase obrera. Demostró que su defensa de la democracia terminaba allí donde empezaban sus ingresos y privilegios.

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"Los marxistas rusos demostraron que la burguesía, debido a su debilidad y a su dependencia del capital imperialista, era incapaz de llevar a cabo las tareas de su propia revolución"

Respondiendo a estas posturas reformistas, los marxistas rusos demostraron que la burguesía, debido a su debilidad y a su dependencia del capital imperialista, era incapaz de llevar a cabo las tareas de su propia revolución: la reforma agraria, el desarrollo industrial y el fin de la opresión nacional. No era la burguesía, sino la clase obrera encabezando a la nación, especialmente a las masas de campesinos pobres, la que tenía en sus manos la resolución de dichos problemas. León Trotsky lo resumió en su teoría de la revolución permanente:

“La idea de la revolución permanente fue formulada por los grandes comunistas de mediados del siglo XIX, Marx y sus adeptos, por oposición a la ideología democrática, la cual, como es sabido, pretende que con la instauración de un Estado ‘racional’ o democrátic, no hay ningún problema que no pueda ser resuelto por la vía pacífica, reformista o progresiva. Marx consideraba la revolución burguesa de 1848 únicamente como un preludio de la revolución proletaria. Y, aunque ‘se equivocó’, su error fue un simple error de aplicación, no metodológico. (...) El ‘marxismo’ vulgar se creó un esquema de la evolución histórica según el cual toda sociedad burguesa conquista tarde o temprano un régimen democrático, a la sombra del cual el proletariado, aprovechándose de las condiciones creadas por la democracia, se organiza y educa poco a poco para el socialismo. Sin embargo, el tránsito al socialismo no era concebido por todos de un modo idéntico: los reformistas sinceros (tipo Jaurès) se lo representaban como una especie de fundación reformista de la democracia con simientes socialistas. Los revolucionarios formales (Guesde) reconocían que en el tránsito al socialismo sería inevitable aplicar la violencia revolucionaria. Pero tanto unos como otros consideraban a la democracia y al socialismo, en todos los pueblos, como dos etapas de la evolución de la sociedad no sólo independientes, sino lejanas una de otra. (...)

La teoría de la revolución permanente, resucitada en 1905, declaró la guerra a estas ideas, demostrando que los objetivos democráticos de las naciones burguesas atrasadas conducían, en nuestra época, a la dictadura del proletariado, y que ésta ponía a la orden del día las reivindicaciones socialistas. En esto consistía la idea central de la teoría. Si la opinión tradicional sostenía que el camino de la dictadura del proletariado pasaba por un prolongado período de democracia, la teoría de la revolución permanente venía a proclamar que, en los países atrasados, el camino de la democracia pasaba por la dictadura del proletariado (...) El segundo aspecto de la teoría caracteriza ya a la revolución socialista como tal. A lo largo de un período de duración indefinida y de una lucha interna constante, van transformándose todas las relaciones sociales. La sociedad sufre un proceso de metamorfosis (...) El carácter internacional de la revolución socialista, que constituye el tercer aspecto de la teoría de la revolución permanente, es consecuencia inevitable del estado actual de la economía y de la estructura social de la humanidad. El internacionalismo no es un principio abstracto, sino únicamente un reflejo teórico y político del carácter mundial de la economía, del desarrollo mundial de las fuerzas productivas y del alcance mundial de la lucha de clases. La revolución socialista empieza dentro de las fronteras nacionales; pero no puede contenerse en ellas (...) Considerada desde este punto de vista, la revolución socialista implantada en un país no es un fin en sí, sino únicamente un eslabón de la cadena internacional. La revolución internacional representa de suyo, pese a todos los reflujos temporales, un proceso permanente”.[11]

Rosa Luxemburgo —implicada directamente en los combates revolucionarios de 1905 en la ciudad de Varsovia—se posicionó con Lenin y Trotsky en este debate, exponiendo sus conclusiones en libros y congresos. Merece la pena citarlos pues su sintonía con la teoría de la “revolución permanente” no deja lugar a dudas:

“La primera tarea de la revolución rusa consiste en acabar con el absolutismo e instaurar un moderno Estado de derecho, parlamentario y burgués. Desde el punto de vista formal, se trata exactamente de la misma tarea con la que se enfrentaba la revolución de marzo [de 1848] en Alemania y con la que se enfrentaba la gran revolución de fines del siglo XVIII en Francia. Pero las circunstancias y el medio histórico en que tuvieron lugar esas revoluciones, análogas desde un punto de vista formal, son completamente diferentes a las circunstancias y al medio histórico de la Rusia actual. Lo fundamental es el hecho de que entre aquellas revoluciones burguesas del occidente y la actual revolución burguesa en el oriente ha transcurrido todo un ciclo de desarrollo capitalista. Y este desarrollo no se produjo sólo en los países de Europa occidental, sino también en la Rusia absolutista. La gran industria —con todas sus consecuencias, la moderna división de clases, los fuertes contrastes sociales, la vida moderna en las grandes ciudades y el proletariado moderno— domina en Rusia (...)

De ahí resulta esta situación histórica contradictoria y extraña (...) No es la burguesía actualmente el elemento revolucionario dirigente, como en las anteriores revoluciones de occidente, en las que la masa proletaria, disuelta en la pequeña burguesía, actuaba como masa de maniobra, sino por el contrario, ahora es el proletariado con conciencia de clase el elemento dirigente e impulsor (...) el proletariado ruso está llamado a desempeñar el papel dirigente de la revolución burguesa (...) la lucha del proletariado se dirige simultáneamente, y con la misma fuerza, contra el absolutismo y contra la explotación capitalista”.[12]

La leyenda construida por el estalinismo habla del “repudio” de Lenin a la teoría de la revolución permanente. Como en tantas otras falsificaciones, aunque Lenin no utilizara el término en concreto defendió un enfoque muy similar al de Trotsky. En su gigantesca obra sobre la revolución bolchevique, E. H. Carr se refiere a esta importante cuestión:

“Aunque la disputa entre bolcheviques y mencheviques pareciera girar en torno a cuestiones esotéricas de doctrina marxista, en realidad planteaba cuestiones fundamentales para la historia de la revolución rusa. Los mencheviques, al aferrarse a la primitiva secuencia marxista según la cual la revolución democrático-burguesa debería preceder a la revolución socialista-proletaria, nunca aceptaron la hipótesis de Lenin, enunciada ya en 1898, de la existencia de un vínculo indisoluble entre ambas (...) Para Lenin las dos etapas formaban parte de una especie de proceso continuo”.[13]

En un texto escrito al calor de la revolución de 1905, titulado La actitud de la socialdemocracia ante el movimiento campesino, Lenin expresa la idea apuntada por Carr con precisión:

“De la revolución democrática comenzaremos a pasar inmediatamente, y precisamente en la medida de nuestras fuerzas —las fuerzas del proletariado con conciencia de clase y organizado—, a iniciar la transición hacia la revolución socialista. Somos partidarios de la revolución ininterrumpida. No nos quedaremos a mitad de camino (...) ayudaremos con todas nuestras fuerzas a todo el campesinado a hacer la revolución democrática, para que a nosotros, el partido del proletariado, nos sea más fácil pasar lo antes posible a un objetivo nuevo y superior: la revolución socialista”.[14]

Lenin defendió una formulación concreta sobre el tipo de régimen resultante de una revolución democrática en Rusia: “la dictadura democrática revolucionaria de los trabajadores y campesinos”. Era un planteamiento que reafirmaba la alianza entre el proletariado y el campesinado para el triunfo revolucionario. Pero el desarrollo de los acontecimientos convenció a Lenin de que esa formula había quedado completamente superada. La revolución democrática despues de Febrero de 1917 había llegado lo más lejos que se podía esperar, y el resultado fue establecer un gobierno de coalición entre la burguesía y los partidos socialistas conciliadores, socialistas revolucionarios y mencheviques.

Lenin y las tesis de abril. El camino hacia la victoria

Sin la dirección de Lenin, aislado todavía en su exilio suizo, la organización bolchevique en Rusia se encontraba dispersa, con muchos de sus activistas en las trincheras, y sus efectivos de Petrogrado, Moscú y otras ciudades actuando decididamente en la batalla callejera, pero sin un programa ni táctica acabada, sin consignas claras.

El comité bolchevique de Petrogrado, con Mólotov al frente, fue pillado completamente por sorpresa en las jornadas revolucionarias de febrero y apenas proporcionaba orientación. La llegada de Stalin y Kámenev para hacerse cargo de la dirección del partido en la capital no arregló las cosas; desplazando a la dirección anterior por “izquierdista”, le imprimieron al periódico del partido, Pravda, un sesgo conciliador limitándose a apoyar al Comité Ejecutivo de los Sóviets, dominado por eseristas y mencheviques.

Impaciente por el rumbo de los acontecimientos y la actitud del partido, Lenin envió en marzo numerosos telegramas a los exiliados que vuelven a Rusia y varias cartas a la redacción de Pravda instando a mantener una completa oposición al gobierno provisional. Su telegrama del día 6 revela su inquietud: “Nuestra táctica: desconfianza absoluta, ningún apoyo nuevo gobierno, sospechemos fundamentalmente de Kerensky, armamento proletariado única garantía, ninguna aproximación otros partidos”.

De las cuatro Cartas desde lejos enviadas por Lenin a Pravda, Stalin y Kámenev solo publicaron, mutilada, la primera; las otras tres fueron censuradas totalmente y guardadas en un cajón; no se harían públicas hasta 1924 tras su muerte. Lenin preparaba su desquite contra el conciliacionismo  y la colaboración de clases sin la menor vacilación, pero sus propuestas fueron consideradas inadmisibles por Stalin y Kámenev. El 27 de marzo Stalin escribe en el Pravda: “El gobierno provisional ha asumido de hecho la misión de consolidar las conquistas del pueblo revolucionario. El sóviet moviliza las fuerzas, controla al gobierno provisional, que tropezando, liándose, asume la tarea de consolidar las conquistas del pueblo, que este último realmente ya ha logrado”.

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"La irrupción de Lenin en Rusia trastocó definitivamente este estado de cosas. Nada más llegar dejó clara su oposición a la línea de Pravda y expuso sus tesis de Abril."

Pero Lenin ya había hecho el diagnóstico sobre la naturaleza de ese Gobierno al que Stalin considera necesario para consolidar las conquistas del pueblo:

“No es más que el representante de la empresa financiera inglesa-francesa (…) cualquiera que afirme que los obreros deben apoyar al nuevo Gobierno con el fin de combatir a la reacción zarista (…) traiciona a los obreros, traiciona la cusa del proletariado, la cusa de la paz y la libertad…”.[15]

La irrupción de Lenin en Rusia trastocó definitivamente este estado de cosas. Nada más llegar dejó clara su oposición a la línea de Pravda y expuso sus tesis de Abril. Lenin fue implacable en su crítica: “Hasta nuestros bolcheviques manifiestan confianza en el gobierno. Esto sólo se puede explicar por la embriaguez de la revolución. Es la ruina del socialismo (...) Si es así, tendremos que tomar caminos distintos, aunque para ello tenga que quedarme en minoría”.

Fustigando a Kámenev y Stalin por sus posturas y sus declaraciones a favor de la unificación con los mencheviques, pronunciadas en varias reuniones conjuntas de militantes de ambos partidos, Lenin señaló: “Pravda exige al gobierno que renuncie a las anexiones. Exigir que un gobierno capitalista renuncie a las anexiones es una estupidez, es una burla escandalosa (...) He oído decir que en Rusia hay una tendencia unificadora, de unificación con los defensistas [socialpatriotas], y declaro que sería una traición contra el socialismo. A mi juicio, vale más quedarse solo, como Liebknecht. ¡Uno contra ciento diez!”.[16]

En la conferencia de los bolcheviques de toda Rusia celebrada en Petrogrado a finales de abril, Lenin consigue que sean respaldados tanto su planteamiento de no dar ningún apoyo al Gobierno provisional como los puntos esenciales de sus tesis de Abril. Aunque la desconfianza de numerosos dirigentes, los llamados “viejos bolcheviques”, persistía, Lenin logró el triunfo gracias a los obreros del partido, quienes veían en su política la respuesta a sus intuiciones y temores, y una guía para resolver en positivo sus anhelos tras la amarga experiencia de hacer una revolución para ver cómo la burguesía y los socialpatriotas se encumbraban en el poder.

Trotsky analizó así los hechos descritos:

“Lenin halló un punto de apoyo contra los viejos bolcheviques en otro sector del partido, ya templado, pero más lozano y más ligado con las masas. Como sabemos, en la revolución de febrero los obreros bolcheviques desempeñaron un papel decisivo. Estos consideraban cosa natural que tomase el poder la clase que había arrancado el triunfo (...) Lo que le faltaba a los obreros revolucionarios para defender sus posiciones eran recursos teóricos, pero estaban dispuestos a acudir al primer llamamiento claro que se les hiciese. Fue hacia ese sector de obreros, formados durante el auge del movimiento en los años 1912 a 1914, hacia el que se orientó Lenin.

Ya a comienzos de la guerra, cuando el gobierno asestó un duro golpe al partido al destruir la fracción bolchevique de la Duma, Lenin, hablando de la actuación revolucionaria futura, aludía a los ‘miles de obreros conscientes’ educados por el Partido, ‘de los cuales surgirá, a pesar de todas las dificultades, un nuevo núcleo de dirigentes’. Separado de ellos por dos frentes, casi sin contacto alguno, Lenin no les perdió nunca de vista. ‘La guerra, la cárcel, la deportación, el presidio, pueden diezmarlos, pero ese sector obrero es irreductible, se mantiene vivo, alerta, y se halla impregnado de espíritu revolucionario y antichovinista’. Lenin vivía mentalmente los acontecimientos al lado de estos obreros bolcheviques, marchaba unido con ellos, sacando de todo las conclusiones necesarias, sólo que de un modo más amplio y audaz. Para luchar contra la indecisión de la plana mayor y la oficialidad del Partido, Lenin se apoyaba confiadamente en los suboficiales, que eran los que mejor expresaban el estado de ánimo del obrero bolchevique”.[17]

En opinión de Lenin, la única razón por la que se había dejado escapar el poder en febrero de 1917 fue que “el proletariado no era lo bastante consciente todavía ni estaba lo suficientemente organizado. Hay que reconocerlo. La fuerza material reside en manos del proletariado; pero la burguesía ha resultado ser más consciente y estar mejor preparada. Es un hecho monstruoso, pero hay que reconocerlo franca y abiertamente y decir al pueblo que, si no ha tomado el poder, ha sido por su desorganización y la falta en él de una conciencia clara”.[18]

Lenin no idealizaba la espontaneidad de las masas. La historia de las revoluciones socialistas ha dejado claro que lo que comúnmente se conoce como espontaneidad, intrínsecamente ligada a la irrupción de las masas en la lucha, debe transformarse en una acción consciente orientada a la toma del poder, a desalojar a la burguesía de su posición dirigente en la sociedad. Y esa orientación sólo puede provenir de una dirección forjada en la teoría y en la práctica de la lucha de clases; que intervenga en los acontecimientos decisivos de manera coherente, no dispersa, bajo unos mismos presupuestos políticos; que sepa transmitir en cada fase las consignas necesarias, elevando el nivel de conciencia y comprensión de la vanguardia para ganar, a través de esta, a la mayoría de los oprimidos.

En abril de 1917, las ideas de Trotsky y el programa leninista de la revolución confluyeron plenamente. Lenin expuso sus ya famosas Tesis de Abril en varias reuniones de militantes bolcheviques y mencheviques, causando sensación entre los activistas de base y bastante hostilidad entre los dirigentes de los sóviets y muchos de los llamados “viejos bolcheviques”.

Las ideas esenciales de las Tesis se pueden resumir en los siguientes puntos: A) La guerra es imperialista, de rapiña. Es imposible acabar con ella y establecer una paz democrática sin derrocar el capitalismo. B) La tarea de la revolución es poner el poder en manos de la clase obrera y los campesinos pobres. Ningún apoyo al Gobierno Provisional. No a la república parlamentaria, volver a ella desde los sóviets sería un paso atrás. Por una república de los sóviets de diputados obreros, soldados y campesinos. C) Supresión de la burocracia, el ejército y la policía. Armamento general del pueblo. D) Nacionalización de todas las tierras y puesta a disposición de los sóviets locales de jornaleros y campesinos. E) Nacionalización de la banca bajo control obrero. F) La revolución rusa es un eslabón de la revolución socialista mundial. Hay que construir inmediatamente una nueva internacional revolucionaria, rompiendo con la Segunda Internacional.

No sólo las Tesis, todos los folletos y escritos de Lenin desde febrero a octubre de 1917 representan una consistente respuesta a las teorías etapistas y frente-populistas de los partidos conciliadores. Es sabido que Lenin reorientó enérgicamente las filas bolcheviques hacia la toma del poder defendiendo el carácter socialista de la revolución rusa. Sólo rompiendo con las relaciones de propiedad capitalista y expropiando al capital financiero, derrocando el Estado burgués y sustituyéndolo por un Estado obrero de transición, sería posible instaurar un régimen realmente democrático.

Las semanas previas a Octubre pusieron de manifiesto la importancia del factor subjetivo, es decir, el partido y su dirección. La comprensión de la dinámica revolucionaria, la evaluación sobria de la correlación de fuerzas entre las clases y la confianza en las masas trabajadoras, hicieron posible el triunfo.

“En 1917 Rusia atravesaba por una crisis social extrema — escribió Trotsky—. Sin embargo, las lecciones de la historia nos permiten decir con certeza que de no haber existido el partido bolchevique, la colosal energía revolucionaria de las masas se hubiera despilfarrado en explosiones esporádicas y que la culminación de las grandes conmociones hubiera sido la más severa dictadura contrarrevolucionaria. La lucha de clases es el gran motor de la historia. Necesita un programa justo, un partido firme, una dirección valiente y digna de confianza; no héroes de salón y del conciliábulo parlamentario, sino revolucionarios dispuestos a llegar hasta el fin. Esta es la gran lección de la Revolución de Octubre”[19].

Una vez que la mayoría de los sóviets de obreros, soldados y campesinos de Rusia, junto con los regimientos y los cuarteles de Petrogrado, se pronunciaron activamente por el poder soviético y contra el gobierno capitalista y otorgaron a los bolcheviques su apoyo tras pasar por la dura prueba de las Jornadas de Julio, el encarcelamiento de sus principales dirigentes (entre ellos Trotsky y el paso a la clandestinidad de Lenin), la luchar armada contra el golpe de Estado del general Kornílov… las condiciones para la insurrección estaban maduras. En palabras de Lenin, la historia no perdonaría a los revolucionarios que pudiendo vencer hoy corren el riesgo de perderlo todo si aguardan a mañana.

La decisión final del comité central bolchevique, tras semanas de arduas discusiones  y la activa oposición de Kámenev y Zinóviev, fue trascendental. El Comité Militar Revolucionario (CMR), organismo militar creado por los bolcheviques y dirigido por Trotsky, y que agrupaba a 200.000 soldados, 40.000 guardias rojos y decenas de miles de marineros se puso en marcha. El 24 de octubre (7 de noviembre según el calendario vigente en Rusia en aquel entonces), las tropas del CMR, coordinadas desde el Instituto Smolny, trabajaron durante todo el día y toda la noche ocupando puentes, estaciones, comunicaciones, edificios... Veinticuatro horas después, el Palacio de Invierno estaba tomado y los ministros del Gobierno de coalición detenidos. Ese mismo día, el Segundo Congreso de los Sóviets, con mayoría bolchevique y de los eseristas de izquierdas, tomaba el poder en sus manos y alumbraba al primer gobierno obrero de la historia. El internacionalismo proletario fue inscrito en la primera resolución aprobada por el Congreso: un llamamiento a todos los pueblos en guerra para luchar por una paz democrática y sin anexiones.

El triunfo de los bolcheviques estremeció el mundo capitalista. Desde entonces, la maquinaria de propaganda de la burguesía ha desplegado todos sus medios para descalificar la revolución de Octubre. De entre la montaña de calumnias y distorsiones vertidas a lo largo de un siglo, la más persistente y extendida ha convertido el Octubre soviético en un golpe de Estado que truncó, supuestamente, el florecimiento de un régimen democrático y parlamentario. Pero la dinámica de los acontecimientos de 1917 era muy diferente: si los bolcheviques no hubieran tomado el poder no se habría establecido ninguna democracia parlamentaria, sino una dictadura militar bonapartista al estilo de lo que pretendía Kornílov, un régimen de horror y represión más sangriento, si cabe, que el zarismo.

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"El triunfo de los bolcheviques estremeció el mundo capitalista. La maquinaria de propaganda de la burguesía ha desplegado todos sus medios para descalificar la revolución de Octubre."

Constantemente se ha intentado estigmatizar la revolución de Octubre como una orgía de sangre y violencia, otra distorsión absolutamente contraria a la verdad. La insurrección en Petrogrado, la capital revolucionaria, fue esencialmente pacífica y se hizo de forma democrática: la aplastante mayoría de la clase obrera, los campesinos y los soldados, representados en los sóviets de toda Rusia, respaldaban a los bolcheviques y su programa de “paz, pan y tierra” y “todo el poder a los sóviets”. El carácter popular de esa revolución fue confirmado por la gran mayoría de los testigos de aquellos sucesos, incluso por los que no compartían sus fines pero no estaban nublados por el odio de clase. Por supuesto, la respuesta armada de la contrarrevolución se dio desde el mismo momento en que la revolución se coronó exitosamente. No hubo respiro para el poder soviético, que fue combatido a sangre y fuego por las potencias imperialistas y sus lacayos rusos.

Los bolcheviques no albergaban dudas de las bases políticas sobre las que se tenía que cimentar el nuevo orden revolucionario. O la revolución se apoyaba en la participación consciente y democrática de las masas en la toma de decisiones y en el control y gestión de la nueva sociedad que estaba por construirse, o estaría abocada al fracaso. En diciembre de 1917 Lenin señalaba:

“Una de las tareas más importantes, si no la más importante, de la hora presente consiste en desarrollar con la mayor amplitud esa libre iniciativa de los obreros y de todos los trabajadores y explotados en general en su obra creadora de organización. Hay que desvanecer a toda costa el viejo prejuicio absurdo, salvaje, infame y odioso de que sólo las llamadas ‘clases superiores’, sólo los ricos o los que han cursado la escuela de las clases ricas, pueden administrar el Estado, dirigir la estructura orgánica de la sociedad capitalista”. [20]

El Tercer Congreso de los Sóviets de toda Rusia (enero de 1918) aprobó una directiva traspasando todos los poderes de la vieja administración zarista a los sóviets locales: “Todo el país tiene que quedar cubierto por una red de nuevos sóviets”. En ese congreso, Lenin insistió que las masas debían tomar la iniciativa: “…se envían con mucha frecuencia al gobierno delegaciones de obreros y campesinos que preguntan cómo deben proceder, por ejemplo, con estas o aquellas tierras. Y yo mismo me he encontrado con situaciones embarazosas al ver que no tenían un punto de vista muy definido. Y les decía: ustedes son el poder, hagan lo que deseen hacer, tomen todo lo que les haga falta, les apoyaremos”. Pocos meses después, el congreso del Partido Bolchevique, declararía que “una minoría, el partido, no puede implantar el socialismo. Podrán implantarlo decenas de millones de seres cuando aprendan a hacerlo ellos mismos”.

Octubre alumbró el régimen más democrático de la historia. Los partidos burgueses gozaron de libertad de acción y propaganda en los meses posteriores. Pero los capitalistas rusos y sus aliados imperialistas no podían tolerar una revolución que los había expulsado del poder y amenazaba con transformarse en un imán para las masas de occidente.

La ofensiva de las bandas armadas de la contrarrevolución, dispuesta a ajustar cuentas con aquellos que habían osado tocar la propiedad sagrada de los millonarios y terratenientes rusos, y de los banqueros y especuladores imperialistas, duró cinco años. Hasta veintiún ejércitos imperialistas agredieron militarmente a la Rusia revolucionaria para acabar con el joven Estado obrero. Pero los trabajadores y los campesinos, bajo la dirección política de los bolcheviques, organizaron una asombrosa resistencia y triunfaron. La clave de su éxito no fue la superioridad del armamento ni la ayuda de una potencia exterior, sino la voluntad y la moral de millones de combatientes que peleaban por la tierra y las fábricas, por el futuro de sus familias. El programa revolucionario del bolchevismo se convirtió en el arma más poderosa, capaz de levantar de las ruinas de una sociedad descompuesta por tres años de guerra mundial un poderoso Ejército Rojo de más de cinco millones de combatientes.

 

Notas. 

[1] Luxemburgo: La revolución rusa, en Obras Escogidas, Ed. Ayuso, p.125.

[2] Los eseristas, llamados así por su acrónimo (SR), eran los miembros del Partido Social-Revolucionario, un partido pequeñoburgués surgido de la unificación de diferentes grupos populistas, cuyas concepciones eran una amalgama ecléctica de reformismo y anarquismo. Los mencheviques eran la tendencia reformista de la socialdemocracia rusa. Recibieron su nombre en el II Congreso del POSDR (1903), dado que en las votaciones para elegir el Comité Central quedaron en minoría (menshinstvó), mientras que los socialdemócratas revolucionarios, encabezados por Lenin, obtuvieron la mayoría (bolshinstvó) y fueron llamados bolcheviques.

[3] Parlamento tutelado por el régimen zarista y que carecía de competencias constitucionales.

[4] Trotsky, Historia de la Revolución Rusa, FUNDACIÓN FEDERIUCO ENGFELS Madrid 2007, Volumen I p 20.

[5] Trotsky, ¿Y ahora?, enero de 1932 en la Lucha contra el fascismo en Alemania, FUNDACIÓN FEDERIUCO ENGFELS p. 166

[6] Historia de la Revolución Rusa, Volumen II, pp 407, 410 y 413.

[7] Ibid, Volumen I, p 280

[8]  Marx, La burguesía y la contrarrevolución, en Obras Escogidas, Ed. Progreso, Moscú, 1981, vol I, p.144

[9] Marx y Engels, Mensaje del Comité Central a la Liga de los Comunistas, en Obras Escogidas, Ed. Progreso, Moscú, 1981, vol I p. 183.

[10] El 80% de la población rusa vivía en el campo. Millones de jornaleros sin tierra trabajaban en inmensos latifundios y protagonizaban revueltas periódicas, reprimidas por la autocracia zarista. La clase obrera rusa se nutrió de los millones de campesinos expulsados de las aldeas tras el fin formal de la servidumbre. La industrialización creó un proletariado muy concentrado: en 1914, el 41’4% de los obreros rusos trabajaban en fábricas de más de 1.000 obreros, mientras que en EEUU sólo representaban el 17’8%.

[11] León Trotsky, La revolución permanente, FUNDACIÓN FEDERICO ENGELS, Madrid, 2001, p. 38.

Para profundizar en la teoría de la revolución permanente es indispensable el libro de Trotsky 1905.

Resultados y perspectivas, también editado por la FUNDACIÓN FEDERICO ENGELS.

[12] Rosa Luxemburgo, Huelga de masas, partido y sindicatos, FUNDACIÓN FECERICO ENGELS, p. 79.

[13] E. H. Carr: La revolución bolchevique 1917-1923, t. I, Alianza Editorial, Madrid, 1979, pp. 58-59, 72.

[14] Lenin, La actitud de la socialdemocracia ante el movimiento campesino, en Obras Completas, Ed. Progreso, Moscú, 1982, p. 233.

[15] Las tres citas en Lenin, Jean Jacques Marie, Ed POSI, Madrid 2008, p.141

[16] Citado en Trotsky: Historia de la revolución rusa, vol. I, pp. 265-266. Liebknecht fue el único de los 110 diputados del SPD que votó en contra de los créditos de guerra.

[17] Ibíd., p. 279.

[18] Ibíd., p. 264.

[19]    León Trotsky, Lecciones de Octubre

[20] Citado en el capitulo De la insurrección de  octubre a la formación de la Tercera Internacional, “En defensa de la revolución de octubre”, VVAA, FUNDACIÓN FEDERICO ENGELS, Madrid 2007, p. 95.


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