Si un individuo produce a otro un daño físico tal que el golpe le causa la muerte, llamamos a eso homicidio. Si el autor supiera, de antemano, que el daño va a ser mortal, llamaremos a su acción asesinato premeditado. Si la clase dominante reduce a centenares de proletarios a un estado tal que, necesariamente, caen víctimas de una muerte prematura y antinatural (…) entonces es responsable de que millares de individuos sean víctimas de tales condiciones, lo que constituye justamente un asesinato premeditado, como la acción del individuo, solo que se trata de un asesinato más oculto, más pérfido, un asesinato contra el cual nadie puede defenderse.

  La situación de la clase obrera en Inglaterra, F. Engels

2020 fue el año en que vimos colapsar la capital mundial del sistema capitalista. El coronavirus avanzaba sin freno por las calles de Nueva York y de todo EEUU, ante las negligencias y el negacionismo del presidente Trump y la completa pasividad de los demócratas. La pandemia provocó más de medio millón de muertos en la primera potencia, desbordando los hospitales y las morgues. Para completar este cuadro macabro, el desempleo se disparó dejando a millones de personas sin ingresos y con la única opción de sobrevivir a costa de las ayudas estatales [1].

No es difícil imaginar cómo esta hecatombe afectó a la salud mental de los más vulnerables. La ansiedad, el estrés postraumático y las depresiones se extendieron como la pólvora. Esta insoportable realidad hizo que los sectores más precarizados buscaran un refugio para evadirse de este sufrimiento cotidiano: el consumo de heroína y de otros opioides creció con virulencia.

2020 también será recordado por ser el año con más muertes por sobredosis en la historia de EEUU. Casi 100.000 en solo 12 meses[2], un 30% más que el año anterior. Diariamente 136 personas fallecieron por consumir opioides, la mayoría proporcionados bajo prescripción médica.

Mientras este infierno se extendía entre nuestra clase, los principales grupos farmacéuticos aumentaron sus beneficios exponencialmente. Las ganancias de Johnson & Johnson, Pfizer o Merck se dispararon un 50% solo en 2020[3]. Una vez más, la burguesía se hace de oro a costa de nuestro sufrimiento.

Una de las mayores masacres de la historia

Estas cifras dramáticas suponen el último capítulo de una crisis que asola EEUU desde hace tiempo. Los opioides se han cobrado la vida de medio millón de personas en las dos últimas décadas[4], el equivalente a un 11-S cada tres semanas y un número mayor de víctimas norteamericanas que en toda la guerra de Vietnam.

La sobredosis se ha convertido en la principal causa de fallecimiento no natural para los menores de 50 años. Cada 25 minutos nace un bebé con síndrome de abstinencia debido al consumo de opioides durante el embarazo. Pero esto es solo son la punta del iceberg: los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades (CDC) calculan que 27 millones de personas consumen este tipo de drogas.

Como señalan los expertos y las autoridades sanitarias independientes, la causa fundamental de esta epidemia ha sido la estrategia adoptada por la industria farmacéutica para poner en el mercado analgésicos fabricados a base de opioides sintéticos altamente adictivos como el OxyContin o el fentanilo.  Este último es 50 veces más adictivo que la heroína [5].

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La causa de esta epidemia ha sido la estrategia adoptada por la industria farmacéutica para poner en el mercado opioides sintéticos altamente adictivos como el OxyContin o el fentanilo.

Con un sistema sanitario completamente privatizado, gestionado en función de los intereses lucrativos de las compañías de seguros médicos, las grandes corporaciones farmacéuticas han encontrado vía libre para hacer beneficios multimillonarios con la venta de estos analgésicos, que han visto cuadruplicar su prescripción médica en los últimos años para cuestiones tan comunes como un simple dolor de cabeza o de muelas [6].

Y es así como las farmacéuticas han creado una bolsa de adictos de un perfil muy concreto: trabajadores precarios que necesitan de estos psicofármacos altamente adictivos para soportar su día a día. Cuando caen en la adicción, pierden sus empleos y su seguro médico. Desde ese momento, la única alternativa para conseguir su dosis la encuentran en el mercado negro donde el precio es desorbitado. A la gran mayoría solo les queda acudir a un sustitutivo más económico, como la heroína de alquitrán[7].

Una matanza de esta envergadura hubiera sido impensable sin la connivencia del Gobierno y las autoridades sanitarias. Hay ejemplos elocuentes al respecto, como el caso de un pueblo de 400 habitantes en Virginia Occidental donde se expide una receta de opioides por minuto[8]. En su gran mayoría no son para autoconsumo, sino que son suministradas directamente al mercado negro sin ningún tipo de disimulo.

Es casi imposible identificar la línea que separa a las farmacéuticas de los cárteles de la droga. Son parte de un mismo entramado económico donde cada uno desempeña su función. Según el National Institute on Drug Abuse, el 80% de los consumidores actuales de heroína abusaron de los opioides recetados y fabricados por grupos farmacéuticos de renombre.

No existe la libertad en una sociedad divida en clases

Aunque el uso de drogas atraviese toda la sociedad norteamericana, es la clase obrera y dentro de ella los sectores más golpeados por la crisis capitalista donde se concentra la mayor tasa de adicción —del 73% entre los jóvenes y mujeres con ingresos inferiores a los 25.000 dólares anuales— y sobre los que recaen las consecuencias más devastadoras.

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No es casualidad que el escenario para esta nueva epidemia de drogadicción se encuentra en las zonas más golpeadas por la desindustrialización, donde más ha caído el empleo y la esperanza de vida.

No es casualidad que el escenario para esta nueva epidemia de drogadicción se encuentra en las zonas más golpeadas por la desindustrialización, donde más ha caído el empleo y la esperanza de vida. Son las antiguas regiones mineras de carbón como Kentucky, Virginia Occidental y Tennessee, junto a los llamados “estados de cinturón de óxido” como Míchigan, Ohio, Indiana o Pensilvania.

En lugares como Baltimore o San Francisco  el retroceso social ha llegado a niveles inverosímiles: los adolescentes de los barrios más empobrecidos se enfrentan a peores condiciones de salud y opciones de vida que su misma generación en zonas urbanas de Nigeria, India o Uganda[9].

Ahora, republicanos y demócratas, precisamente quienes han aplicado las políticas que han generado esta destrucción social, se echan las manos a la cabeza al comprobar las consecuencias. Rehúyen su responsabilidad, su absoluta complicidad durante décadas con el gran negocio de los opioides y señalan a los toxicómanos como los causantes individuales de esta enorme crisis.

Estos argumentos son completamente inaceptables, pero hay que entenderlos como una parte fundamental de la ideología capitalista. Para la clase dominante y sus lacayos, somos nosotros individualmente quienes elegimos la vida y los problemas que sufrimos. Los adictos deciden consumir, las prostitutas vender su cuerpo, los ludópatas arruinarse y los trabajadores ser explotados en condiciones infrahumanas.

Esta posición mezquina obvia la cuestión de clase. No se puede ser libre en una sociedad donde existen opresores y oprimidos. Las farmacéuticas, los proxenetas, la patronal del juego y cualquier otra industria requieren de la existencia de millones de seres humanos desesperados con los que hacer negocio.

Por eso es un disparate hablar de “libertad individual” bajo este sistema. Nuestras decisiones están totalmente determinadas por nuestras condiciones de vida. La pobreza, el miedo a perder el empleo y a no llegar a fin de mes son los mecanismos con los que el capitalismo cercena nuestra libertad, empujándonos a tomar caminos que bajo una sociedad realmente libre e igualitaria jamás hubiésemos aceptado. Solo quienes viven en una situación privilegiada, al margen de la explotación y de la necesidad, pueden defender un discurso tan nauseabundo.

La izquierda reformista, y algunos grupos que incluso se declaran revolucionarios y marxistas pero actúan como comparsas, no se cansan de reproducir este enfoque: “las drogas son algo personal, forma parte de la libertad individual”, sin entender que es precisamente lo contrario. Las adicciones no solo generan un negocio formidable a los capitalistas, son una forma de control social fundamental para bloquear la lucha de clases.

Por supuesto perseguir al pequeño consumidor y criminalizarlo forma parte de la estrategia de la burguesía. Con una mano crea el mercado para el consumo de opioides, con la otra culpa a los adictos y encarcela a los camellos de poca monta. Y mientras tanto, los grandes narcotraficantes se codean con los banqueros y los empresarios farmacéuticos sin que nada ni nadie les moleste.

Y todos defienden con el mismo entusiasmo la legalización de la industria de la droga como solución para acabar con los cárteles, y la como la mejor manera de cuidar y proteger a los toxicómanos. ¡No faltaba más! Como si convertir a los narcotraficantes en “honrados empresarios” fuera a significar más recursos para la sanidad públicas, mejores empleos y salarios para la juventud, y menos represión. Basta observar lo que ocurre en EEUU para entender que este planteamiento es un fraude completo. 

La guerra contra la droga, o la excusa perfecta para el aumento de la represión

No aceptar la legalización de la droga no conlleva, ni mucho menos, que defendamos la represión contra el consumidor o el pequeño productor. Los revolucionarios rechazamos tajantemente cualquier postura moralista y reaccionaria que abogue por aumentar las tendencias autoritarias y represivas de los Estados ante los problemas sociales.

Esto es parte del mensaje racista y clasista de la clase dominante. Lo utilizan como excusa para crear auténticos estados policiales en los barrios y para criminalizar y atacar a la juventud y a los sectores más combativos de la sociedad.

EEUU es el mejor ejemplo de cómo la llamada “guerra contra la droga” se ha transformado en una salvaje persecución y hostigamiento contra los más oprimidos, especialmente la población afroamericana más pobre, que ha sido parte esencial de los movimientos revolucionarios más poderosos, como los Panteras Negras o Black Lives Matter.

Con menos del 5% de la población mundial, EEUU tiene en su territorio el 25% de los presos del planeta, y de entre ellos los afroamericanos son la parte mayoritaria, casi un 40%. Porcentajes que no han dejado de aumentar en los últimos años, incluso en aquellos estados donde se han legalizado drogas como el cannabis o determinados opioides, demostrando lo equivocados que están quienes afirman que la legalización de las drogas supondría el fin de la represión.

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EEUU es el mejor ejemplo de cómo la llamada “guerra contra la droga” se ha transformado en una salvaje persecución y hostigamiento de los oprimidos, especialmente de los afroamericanos.

Por una sociedad libre de explotación y alienación

La hipocresía de la burguesía no conoce límites. Criminalizan y reprimen a los jóvenes de los guetos mientras protegen a quienes realmente sacan tajada del comercio de la droga. Los cárteles, en colaboración con los principales bancos estadounidenses, obtienen al año ganancias de 29.000 millones de dólares. Sin embargo, los traficantes y sembradores solo se quedan con el 5% de las ganancias, es decir, el 95% restante termina en manos de la banca, las farmacéuticas y las grandes empresas de Wall Street.

Para la clase dominante la droga juega un papel triplemente útil. Supone un formidable negocio, facilita una justificación para aumentar la represión y, además, permite introducir una sustancia enormemente nociva entre los sectores más radicalizados de la juventud, aplacando así su espíritu de lucha y eliminando cualquier atisbo de organización política.

El combate contra la droga tiene que ser una prioridad en la agenda política de las organizaciones revolucionarias. Hay que arrancar el problema de raíz, defendiendo una alternativa socialista, nacionalizando las farmacéuticas, la banca y todas aquellas industrias que se enriquezcan a costa del negocio de la droga, invirtiendo los recursos fabulosos que hoy monopoliza una minoría de parásitos en empleo digno, en vivienda pública accesible y decente, en sanidad y educación públicas universales, en equipamientos culturales y un ocio que no sea beber y drogarse. Solo así acabaremos con cualquier tipo de necesidad y crearemos las condiciones para la genuina libertad.

 

[1] Las colas del hambre recorren Nueva York

[2] El gobierno de Biden lucha contra las adicciones en Estados Unidos a medida que las muertes por sobredosis rompen récords

[3] El beneficio de las farmacéuticas crecerá un 50% este año y un 11% en 2021

[4] 'El crimen del siglo', el documental de HBO sobre las farmacéuticas que deberías ver

[5] Fentanilo, la droga 50 veces más potente que la heroína que tiene en alerta a EE.UU.

[6] Cómo una simple operación de rodilla me llevó al consumo de heroína

[7] La heroína de color negro alquitrán es una sustancia resinosa, pegajosa y oscura de origen mexicano, resultante de la acetilación incompleta de la morfina. En general, es más barata y más rápida de producir que la heroína blanca o marrón.

[8] Viaje a la capital de la crisis de opioides en EEUU: una receta por minuto en un pueblo de menos de 400 personas

[9] La agonía de San Francisco: "Las condiciones de algunos barrios son peores que en Uganda"

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