I. Viraje en la política mundial

Hay indicios de que tal viraje se operó o se está operando; es decir, un viraje de la guerra imperialista hacia la paz imperialista.

Un profundo e indudable agotamiento de ambas coaliciones imperialistas; la dificultad de continuar la guerra; la dificultad que tienen los capitalistas en general y el capital financiero, en particular, de arrancar a los pueblos algo más fuera de todo lo que le han birlado en forma de escandalosas ganancias “de guerra”; la saciedad del capital financiero de los países neutrales, Estados Unidos, Holanda, Suiza y otros, que se acrecentó gigantescamente en la guerra y al cual no le es fácil proseguir en esa “ventajosa” economía por la escasez de las materias primas y de las reservas alimenticias; los intentos renovados de Alemania para separar uno u otro aliado de su principal rival imperialista, Inglaterra; las declaraciones pacifistas del Gobierno alemán y, con él, las de una serie de Gobiernos de los países neutrales; he ahí los indicios principales.

¿Existen probabilidades de una pronta terminación de la guerra o no?

Es muy difícil contestar a esa pregunta con una aserción. Dos posibilidades se perfilan a nuestro parecer con bastante nitidez:

La primera es que se concluya una paz por separado entre Alemania y Rusia, aunque no sea en la forma corriente de un tratado formal escrito. La segunda es que tal paz no se concluya. Inglaterra y sus aliados todavía tienen fuerzas para sostenerse un año, dos, etc. En el primer supuesto, la guerra cesaría ineluctablemente, de no ser ahora, en un futuro próximo, y no se pueden esperar serias variantes en su curso. En el segundo, podría continuar indefinidamente.

Detengámonos en el primer caso.

Que la paz por separado entre Alemania y Rusia se estuvo negociando recientemente; que el mismo Nicolás II o la influyente camarilla cortesana es partidaria de una paz semejante; que en la política mundial ya se delineó un viraje de alianza imperialista entre Rusia e Inglaterra contra Alemania, hacia una alianza, no menos imperialista, entre Rusia y Alemania contra Inglaterra; todo esto está fuera de duda.

La sustitución de Sturmer por Trépov, la declaración pública del zarismo de que el “derecho” de Rusia sobre Constantinopla está reconocido por todos los aliados, la creación por Alemania de un Estado polaco separado, son indicios que parecieran señalar el hecho de que las negociaciones sobre una paz por separado fracasaron. ¿Quizás el zarismo haya hecho negociaciones solamente para extorsionar a Inglaterra, para obtener de ella un reconocimiento formal e inequívoco de los “derechos” de Nicolás el Sangriento sobre Constantinopla y de tales o cuales garantías “serias” de ese derecho?

Dado que el contenido principal, fundamental, de la guerra imperialista en cuestión es el reparto del botín entre los tres principales rivales imperialistas, entre los tres bandidos, Rusia, Alemania e Inglaterra, nada tiene de improbable tal suposición.

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El zar, Nicolás II. 


Por otra parte, cuanto más se perfila para el zarismo la imposibilidad práctica y militar de recuperar Polonia, de conquistar Constantinopla, de quebrar el férreo frente alemán que Alemania ajusta, acorta y fortifica magníficamente con sus últimas victorias en Rumania, tanto más se ve obligado el zarismo a concluir una paz por separado con Alemania, esto es, a pasar de su alianza imperialista con Inglaterra contra Alemania a una alianza imperialista con Alemania contra Inglaterra. ¿Por qué no? ¿No estuvo Rusia acaso a un paso de la guerra con Inglaterra por la competencia imperialista de ambas potencias en el reparto del botín en Asia Central? ¿No se realizaron acaso negociaciones entre Inglaterra y Alemania sobre una alianza contra Rusia, en 1898, habiéndose comprometido secretamente, entonces, Inglaterra y Alemania a repartirse entre sí las colonias de Portugal en “la eventualidad” de que ésta no cumpliera sus obligaciones financieras?

La marcada tendencia de los círculos imperialistas dirigentes de Alemania hacia una alianza con Rusia contra Inglaterra, se definió ya algunos meses atrás. La base de la alianza será, evidentemente, el reparto de Galitzia (para el zarismo es de la mayor importancia ahogar el centro de agitación y de libertad ucranianas), de Armenia ¡y quizá de Rumania! ¡Se deslizó en un diario alemán la “insinuación” de que se podría dividir a Rumania entre Austria, Bulgaria y Rusia! Alemania podría acordar algunas “menudas concesiones” más al zarismo con tal de concertar una alianza con Rusia y también, quizá, con Japón contra Inglaterra.

La paz por separado pudo haber sido concluida entre Nicolás II y Guillermo II en secreto. En la historia de la diplomacia existen ejemplos de tratados secretos que nadie conocía, ni siquiera los ministros, a excepción de dos o tres personas. En la historia de la diplomacia existen ejemplos de cómo “las grandes potencias” concurrían a un congreso “paneuropeo”, habiendo negociado previamente lo principal, en secreto, entre los grandes rivales (por ejemplo el acuerdo secreto entre Rusia e Inglaterra sobre el saqueo de Turquía antes del Congreso de Berlín de 1878). ¡Nada habría de asombroso en el hecho de que el zarismo rechazara una paz formal por separado entre Gobiernos, considerando, entre otras cosas, que en la situación actual de Rusia su Gobierno podría encontrarse en manos de Miliukov y Guchkov o de Miliukov y Kérenski, y que, al mismo tiempo, concluyera un tratado secreto, no formal, pero no menos “firme”, con Alemania en el que se estableciera que ambas “altas partes contratantes” mantendrían juntas una determinada línea en el futuro congreso de la paz!

No se puede saber si esta conjetura es correcta o no. De todos modos está mil veces más cerca de la verdad, es una descripción mucho mejor del real estado de cosas que las piadosas frases sobre la paz que intercambian los Gobiernos actuales o los Gobiernos burgueses en general, basadas en el rechazo de las anexiones, etc. Esas frases son, o bien ingenuos anhelos, o bien hipocresía y mentira que sirven para ocultar la verdad. La verdad de la situación actual, de la guerra actual, del momento actual en que se hacen tentativas para concluir la paz consiste en el reparto del botín imperialista. Allí está lo esencial, y comprender esa verdad, expresarla, “enunciar aquello que realmente es”, tal es la tarea fundamental de la política socialista, a diferencia de la burguesa, para la cual lo principal está en ocultar, en esfumar esa verdad.

Ambas coaliciones imperialistas saquearon una determinada cantidad de botín, habiendo sido precisamente Alemania e Inglaterra los dos buitres principales y más fuertes, los que más saquearon. Inglaterra no perdió un palmo de su tierra ni de sus colonias, “adquiriendo” las colonias alemanas y parte de Turquía (Mesopotamia). Alemania perdió casi todas sus colonias, pero adquirió territorios inmensamente más valiosos en Europa, al apoderarse de Bélgica, Serbia, Rumania, parte de Francia, parte de Rusia, etc. Se trata de dividir ese botín, debiendo el “cabecilla” de cada banda de asaltantes, es decir, tanto Inglaterra como Alemania, recompensar en una u otra medida a sus aliados, los cuales, a excepción de Bulgaria y en menor escala de Italia, sufrieron pérdidas muy grandes. Los aliados más débiles son los que más perdieron: en la coalición inglesa fueron aplastados Bélgica, Serbia, Montenegro, Rumania; en la alemana, Turquía perdió a Armenia y parte de Mesopotamia.

Hasta ahora el botín de Alemania es sin duda considerablemente mayor que el de Inglaterra. Hasta ahora triunfó Alemania, quedando inmensamente más fuerte de lo que nadie hubiera podido suponer antes de la guerra. Se entiende, por lo tanto, que sería conveniente para Alemania concluir la paz cuanto antes, pues su rival aún podría, en la oportunidad más ventajosa imaginable para él (si bien poco probable), poner en juego una más numerosa reserva de reclutas, etc.

Tal es la situación objetiva. Tal es el momento actual de la lucha por el reparto del botín imperialista. Es completamente natural que este momento haya engendrado aspiraciones, declaraciones y manifestaciones pacifistas preferentemente entre la burguesía y los Gobiernos de la coalición alemana y luego de los países neutrales. Es igualmente natural que la burguesía y sus Gobiernos estén obligados a emplear todas sus fuerzas para burlar a los pueblos, encubriendo la repugnante desnudez de la paz imperialista, el reparto de lo saqueado, por medio de frases, frases enteramente falsas acerca de una paz democrática, acerca de la libertad de los pueblos pequeños, acerca de la reducción de los armamentos, etc.

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David Lloyd George, el primer ministro británico, 1917. 


Pero si es natural en la burguesía que trate de burlar a los pueblos, ¿de qué manera cumplen su deber los socialistas? De esto se tratará en el artículo (o capítulo) siguiente.

II. El pacifismo de Kautsky y de Turati

Kautsky es el teórico de mayor autoridad de la II Internacional, el jefe más destacado del llamado “centro marxista” en Alemania, el representante de la oposición que ha creado en el Reichstag una fracción aparte: el Grupo Socialdemócrata del Trabajo (Haase, Ledebour y otros). En una serie de periódicos socialdemócratas de Alemania se publican ahora artículos de Kautsky sobre las condiciones de paz, parafraseando la declaración oficial del Grupo Socialdemócrata del Trabajo que este presentó con motivo de la conocida nota del Gobierno alemán en la que se proponían negociaciones sobre la paz. Al exigir que el Gobierno proponga condiciones determinadas de paz, esa declaración contiene entre otras cosas la siguiente frase característica:

“Para que dicha nota (del Gobierno alemán) conduzca hacia la paz es necesario que en todos los países se rechace inequívocamente la idea de anexar zonas ajenas, de someter política, económica o militarmente, cualquier pueblo que sea a otro Poder estatal”.

Parafraseando y concretando esa proposición, Kautsky “demuestra” circunstanciadamente en sus artículos que Constantinopla no le debe tocar a Rusia y que Turquía no debe ser un Estado vasallo de nadie.

Examinemos más atentamente esas consignas y esos argumentos políticos de Kautsky y de sus correligionarios.

Cuando se trata de Rusia, o sea del rival imperialista de Alemania, entonces Kautsky ya no plantea una exigencia abstracta, “general”, sino una completamente concreta, precisa y determinada: Constantinopla no debe tocarle a Rusia. Con eso mismo él desenmascara las verdaderas intenciones imperialistas... de Rusia. Cuando se trata de Alemania, es decir, precisamente de aquel país a cuyo Gobierno y a cuya burguesía, la mayoría del partido que cuenta a Kautsky entre sus miembros (y que nombró a Kautsky redactor de su órgano principal teórico, directivo, Neue Zeit) ayuda a hacer la guerra imperialista, entonces Kautsky no desenmascara las intenciones imperialistas concretas de su propio Gobierno, sino que se limita a expresar un deseo o una proposición “general”: ¡¡Turquía no debe ser un Estado vasallo de nadie!!

¿En qué se distingue pues la política de Kautsky, por su contenido efectivo, de la política de los combativos, por así decirlo, socialchovinistas (es decir, socialistas de palabra y chovinistas de hecho), de Francia e Inglaterra, que desenmascaran los actos imperialistas concretos de Alemania, pero cuando se trata de países y de pueblos conquistados por Inglaterra o por Rusia, se escabullen expresando deseos o proposiciones “generales”? Gritan cuando se trata de la ocupación de Bélgica, de Serbia, pero callan sobre la ocupación de Galitzia, de Armenia y de las colonias en África.

De hecho, la política de Kautsky y de Sembat-Henderson ayuda indistintamente a su propio Gobierno imperialista, atrayendo principalmente la atención sobre la malignidad del rival y del enemigo y arrojando un velo de frases nebulosas, generales, y de bondadosos deseos sobre los actos igualmente imperialistas de su “propia” burguesía. Y nosotros dejaríamos de ser marxistas, dejaríamos en general de ser socialistas, si nos contentáramos con la contemplación cristiana, por así decirlo, de la bondad de las bondadosas frases generales, sin poner al descubierto su significado político real. ¿Acaso no vemos continuamente que la diplomacia de todas las potencias imperialistas hace alarde de virtuosísimas frases “generales” y de sus declaraciones “democráticas” encubriendo con ellas el saqueo, la violación y el estrangulamiento de los pueblos pequeños?

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Guillermo II de Alemania. El último emperador alemán y rey de Prusia. Reinó desde 1888 hasta que la revolución lo obligó a abdicar en 1918. 


“Turquía no debe ser un Estado vasallo de nadie”. Si digo solamente eso, puede parecer que yo soy partidario de la plena libertad de Turquía. Pero en realidad no hago más que repetir una frase pronunciada comúnmente por los diplomáticos alemanes que, a todas luces, mienten y dan pruebas de hipocresía, encubriendo con dicha frase el hecho de que Alemania haya transformado, ahora, a Turquía en su vasallo tanto en el sentido financiero como en el militar. Y si yo soy un socialista alemán, mis frases “generales” solo resultan beneficiosas para la diplomacia alemana porque su significado real reside en que sirven para adornar al imperialismo alemán.

“En todos los países debe repudiarse la idea de las anexiones, del sometimiento económico de cualquier pueblo que sea”. ¡Qué alarde de virtud! Los imperialistas, miles de veces, “repudian la idea” de las anexiones y del estrangulamiento financiero de los pueblos débiles, pero ¿no convendría confrontar eso con los hechos que demuestran que cualquier banco grande de Alemania, Inglaterra, Francia o Estados Unidos tiene “ sometidos “ a los pueblos pequeños? ¿Puede acaso, en la práctica, un Gobierno burgués actual de un país rico rechazar las anexiones y la subordinación económica de los pueblos extraños, cuando se han invertido miles y miles de millones en los ferrocarriles y en otras empresas de los pueblos débiles?

¿Quién es el que lucha realmente contra las anexiones, etc.? ¿Aquel que lanza hermosas frases cuyo valor objetivo equivale exactamente al del agua bendita cristiana con la cual se rocía a los bandidos coronados y capitalistas, o aquel que explica a los obreros que, sin derrocar la burguesía imperialista y sus Gobiernos, es imposible poner fin a las anexiones y al estrangulamiento financiero?

He aquí una ilustración italiana del pacifismo que predica Kautsky.

En el órgano central del Partido Socialista Italiano Avanti! del 25 de diciembre de 1916, el conocido reformista Filippo Turati publicó un artículo titulado ‘Abracadabra’. El 22 de noviembre de 1916 —escribe él— el grupo socialista parlamentario de Italia propuso en el parlamento una moción sobre la paz. En esa moción “comprobó la concordancia de los principios proclamados por los representantes de Inglaterra y de Alemania, principios que deben cimentar una paz posible, e invitó al Gobierno a iniciar las negociaciones de paz con la mediación de los Estados Unidos y de otros países neutrales”. Así expone el contenido de la moción socialista el mismo Turati.

El 6 de diciembre de 1916 la cámara “entierra” la moción socialista “postergando” su discusión. El 12 de diciembre el canciller alemán propone en su propio nombre, en el Reichstag, lo que querían los socialistas italianos. El 22 de diciembre interviene con su Nota Wilson, “parafraseando y repitiendo —según la expresión de F. Turati— las ideas y los argumentos de la moción socialista”. El 23 de diciembre otros Estados neutrales aparecen en escena parafraseando la Nota de Wilson.

Nos acusan de habernos vendido a Alemania, exclama Turati. ¿No se han vendido a Alemania también Wilson y los Estados neutrales?

El 17 de diciembre Turati pronunció en el Parlamento un discurso, uno de cuyos pasajes provocó una extraordinaria y merecida sensación. He aquí ese pasaje, según la información de Avanti!:

 “Supongamos que en una discusión del tipo que nos propone Alemania sea posible resolver a grandes trazos cuestiones tales como la evacuación de Bélgica, Francia, la reconstitución de Rumania, Serbia y, si queréis, de Montenegro; os agrego la rectificación de las fronteras italianas en lo que se refiere a lo indiscutiblemente italiano y que responde a garantías de un carácter estratégico”. En ese pasaje la cámara chovinista y burguesa interrumpe a Turati; de todas partes se oyen exclamaciones: “¡Magnífico! ¡Quiere decir que usted también quiere todo eso! ¡Viva Turati! ¡Viva Turati!”.

Turati, al darse cuenta, por lo visto, de que algo anda mal en ese entusiasmo burgués, trata de “corregirse” o de “explicarse”:

 “Señores —dice él—, no estamos para bromas inoportunas. Una cosa es admitir la conveniencia y el derecho de la unidad nacional, siempre reconocida por nosotros; otra cosa es provocar o justificar la guerra por ese motivo”.

Ni esa “explicación” de Turati, ni los artículos de Avanti! publicados en su defensa, ni la carta de Turati del 21 de diciembre, ni el artículo de cierto “b b” aparecido en el Volksrecht de Zurich “arreglan” en absoluto la situación, ¡ni suprimen el hecho de que Turati se haya traicionado! . . . Más precisamente: no fue Turati el que se ha traicionado sino todo el pacifismo socialista, representado por Kautsky y, como veremos más adelante, por los “kautskianos” franceses. La prensa burguesa de Italia tuvo razón cuando recogió ese pasaje en el discurso de Turati regocijándose al respecto.

El mencionado “b b” intenta defender a Turati diciendo que aquél solo se refería al “derecho de autodeterminación de las naciones”.

¡Mala defensa! ¿Qué tiene que ver “el derecho de autodeterminación de las naciones” que, como todos saben, está en el programa de los marxistas (y ha estado siempre en el programa de la democracia internacional), con la defensa de los pueblos oprimidos? ¿Qué tiene que ver con la guerra imperialista, es decir, con la guerra por el reparto de las colonias, por la opresión de los países extraños, con la guerra entre potencias opresoras y de saqueo, por ver quién puede oprimir más pueblos extraños?

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Filippo Turati. 


Invocar la autodeterminación de las naciones para justificar una guerra imperialista, no una guerra nacional, ¿en qué se distingue eso de los discursos de Alexinski, Hervé, Hyndman, quienes invocan la república en Francia en contraposición a la monarquía en Alemania, aunque todos saben que la guerra en cuestión no se debe en absoluto al choque del sistema republicano con el principio monárquico, sino al reparto de las colonias y demás, entre dos coaliciones imperialistas?

Turati se explicaba y se defendía diciendo que de ningún modo “justificaba” la guerra.

Creamos al reformista Turati, a Turati el partidario de Kautsky, que no fue su intención justificar la guerra. ¿Pero quién ignora que en la política no se toman en cuenta las intenciones sino los actos, no los buenos deseos sino los hechos, no lo imaginado sino lo real?

Admitamos que Turati no haya querido justificar la guerra, que Kautsky no haya querido justificar el que Alemania establezca relaciones de vasallaje de Turquía respecto del imperialismo alemán. Pero en la práctica resultó que esos dos tiernos pacifistas ¡justificaron precisamente la guerra! He aquí el fondo del asunto. Si Kautsky hubiera pronunciado algo semejante a “Constantinopla no debe tocarle a Rusia, Turquía no debe ser un Estado vasallo de nadie”, no en una revista, tan aburrida que nadie lee, sino desde la tribuna del parlamento, ante un público burgués vivo, impresionable, de temperamento meridional, nada habría de asombroso en que los ingeniosos burgueses exclamaran: “¡Magnífico! ¡Muy bien! ¡Viva Kautsky!”.

Turati adoptaba de hecho —independientemente de si lo quería o no, de si tenía conciencia de ello— el punto de vista de un intermediario burgués, que proponía un arreglo amistoso entre los buitres imperialistas. “Liberar” las tierras italianas pertenecientes a Austria sería encubrir en los hechos la recompensa que se otorga a la burguesía italiana por su participación en la guerra imperialista de una coalición imperialista gigantesca, sería un suplemento sin importancia al reparto de las colonias en África, y de las esferas de influencia en Dalmacia y en Albania. Es natural, quizá, que el reformista Turati adopte un punto de vista burgués, pero Kautsky de hecho no se distingue absolutamente en nada de Turati.

Para no aderezar la guerra imperialista, para no ayudar a la burguesía a hacer pasar esa guerra por nacional, por una guerra liberadora de los pueblos, para no encontrarse en la posición de un reformismo burgués, hay que hablar, no como lo hacen Kautsky y Turati, sino como lo hacía Karl Liebknecht; hay que decirle a la propia burguesía que es hipócrita cuando habla de liberación nacional, que la paz democrática es imposible en relación con la guerra actual, a no ser que el proletariado “vuelva las armas” contra sus propios Gobiernos.

Esa debería ser, y solo esa, la posición de un verdadero marxista, de un verdadero socialista y no de un reformista burgués. No trabaja realmente en beneficio de la paz democrática el que repite los buenos y generales deseos del pacifismo, que nada dicen y a nada obligan, sino el que desenmascara el carácter imperialista tanto de la guerra actual como de la paz imperialista que ella está preparando; el que llama a los pueblos a la revolución contra los Gobiernos criminales.

Algunos tratan a veces de defender a Kautsky y a Turati diciendo que legalmente no se podía ir más allá de una “alusión” en contra del Gobierno y tal “alusión” existe en los pacifistas de esa clase. Pero a esto hay que contestar, primero, que el hecho de que sea imposible decir legalmente la verdad es un argumento que no va en favor del encubrimiento de la verdad sino a favor de la necesidad de establecer una organización y una prensa ilegal, es decir, libre de la policía y de la censura; segundo, que existen momentos históricos en que al socialista se le exige una ruptura con cualquier legalidad; tercero que, aun en la Rusia feudal, Dobrolyubov y Chernishevski sabían decir la verdad, sea pasando en silencio el manifiesto del 19 de febrero de 1861, sea burlándose de los liberales de entonces que decían discursos idénticos a los de Turati y de Kautsky, sea ridiculizándolos.

En el artículo siguiente pasaremos al pacifismo francés que encontró su expresión en las resoluciones de dos congresos de organizaciones obreras y socialistas de Francia, recientemente celebrados.

III. El pacifismo de los socialistas sindicalistas franceses

Acaban de clausurarse los congresos de la CGT francesa (Confédération Générale du Travail) y del Partido Socialista Francés. Aquí se delineó con particular nitidez el significado y el papel auténticos que desempeña en el momento actual el pacifismo socialista.

He aquí la resolución del congreso sindical, adoptada unánimemente tanto por la mayoría de los chovinistas furiosos, con el tristemente famoso Jouhaux a la cabeza, como por el anarquista Broutechoux y el zimmerwaldista Merrheim:

“La conferencia de las federaciones gremiales nacionales, de las uniones de los sindicatos, de las bolsas de trabajo, habiéndose notificado de la nota del presidente de Estados Unidos que ‘invita a todas las naciones que se encuentran actualmente en guerra a exponer públicamente sus puntos de vista sobre las condiciones en las que se le podría poner fin’, solicita del Gobierno francés que otorgue su conformidad a dicha propuesta; invita al Gobierno a asumir la iniciativa de intervenir ante sus aliados para apresurar la hora de la paz; declara que la federación de naciones, que es una de las garantías de la paz definitiva, puede ser asegurada solo a condición de que todas las naciones, tanto pequeñas como grandes, sean independientes, territorialmente inviolables y política y económicamente libres.

“Las organizaciones representadas en la conferencia asumen la obligación de apoyar y difundir esa idea entre las masas obreras para que cese la situación indefinida, ambigua, que solo beneficia a la diplomacia secreta contra la cual siempre se rebeló la clase obrera”.

He aquí un ejemplo de un pacifismo “puro” muy al estilo de Kautsky, de un pacifismo aprobado por una organización oficial de obreros que nada tiene de común con el marxismo y que está formada en su mayoría por chovinistas. Tenemos ante nosotros un documento descollante y que merece la más seria atención, el documento de la unificación política de los chovinistas y de los kautskianos, basado en una huera fraseología pacifista. Si en el artículo precedente hemos intentado mostrar en qué consiste la base teórica de la unidad de opiniones de chovinistas y de pacifistas, de burgueses y de reformistas socialistas, vemos ahora esa unidad realizada en la práctica en otro país imperialista.

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Soldados franceses en las trincheras en la I Guerra Mundial, 1916. 


En la Conferencia de Zimmerwald (del 5 al 8 de septiembre de 1915, Merrheim declaró: “Le parti, les Jouhaux, le gouvernement, ce ne sont que trois tetes sous un bonnet” (El partido, los señores Jouhaux, el Gobierno, no son sino tres cabezas bajo un mismo bonete, es decir son una misma cosa). En la Conferencia de la CGI del 26 de diciembre de 1916 Merrheim vota, junto con Jouhaux, la resolución pacifista. El 23 de diciembre de 1916 uno de los órganos más francos y extremos de los social-imperialistas alemanes, el periódico de Chemnitz Volksstimme inserta el artículo editorial: “Descomposición de los partidos burgueses y restablecimiento de la unidad socialdemócrata”. En ese artículo se alaba, naturalmente, el espíritu de paz de Sudekum, Legien, Scheidemann y Cía., de toda la mayoría del Partido Socialdemócrata Alemán, como también del Gobierno alemán, y se proclama que “el primer congreso del Partido convocado después de la guerra debe restablecer su unidad, excepción hecha de los poco numerosos fanáticos que rehúsan pagar las cuotas del Partido” (¡es decir de los adictos a Karl Liebknecht!), “restablecer la unidad del Partido sobre la base de la política de la dirección del partido, de la fracción socialdemócrata del Reichstag y de los sindicatos”.

Con una claridad meridiana se expresa aquí la idea y se proclama la política de la “unidad” entre los socialchovinistas abiertos de Alemania con Kautsky y Cía., y el “Grupo Socialdemócrata del Trabajo” —unidad basada en frases pacifistas—, ¡“unidad” como la realizada en Francia el 26 de diciembre de 1916 entre Jouhaux y Merrheim!

El órgano central del Partido Socialista Italiano Avanti! escribe en su nota editorial del 28 de diciembre de 1916:

“Si bien Bissolati y Sudekum, Bonomi y Scheidemann, Sembat y David, Jouhaux y Legien pasaron al campo del nacionalismo burgués y traicionaron (hanno tradito) la unidad ideológica de los internacionalistas a la cual prometieron servir en cuerpo y alma, nosotros nos quedaremos junto a nuestros camaradas alemanes tales como Liebknecht, Ledebour, Hoffman, Meyer, a nuestros camaradas franceses tales como Merrheim, Blanc, Brizon, Raffin-Dugens, quienes no cambiaron ni vacilaron”.

Ved qué confusión se produce:

Bissolati y Bonomi fueron expulsados por reformistas y chovinistas, del Partido Socialista Italiano aún antes de la guerra. Avanti! los coloca en el mismo nivel que a Sudekum y a Legien, y con toda razón por cierto; pero Sudekum, David y Legien están a la cabeza del pretendido partido socialdemócrata de Alemania, socialchovinista de hecho, y el mismo Avanti! se rebela contra su expulsión, contra la ruptura con ellos, contra la formación de la Tercera Internacional. Avanti! anuncia, y con justa razón, que Legien y Jouhaux se han pasado al campo del nacionalismo burgués, oponiéndolos a Liebknecht y a Ledebour, a Merrheim y a Brizon. Pero nosotros vemos que Merrheim vota junto con Jouhaux y que Legien manifiesta, por boca de Volksstimme de Chemnitz, su certidumbre en el restablecimiento de la unidad del Partido, con la única excepción de los correligionarios de Liebknecht, esto es, ¡¡“unidad” junto con el “Grupo Socialdemócrata del Trabajo” (Kautsky inclusive) al cual pertenece Ledebour!!

Esa confusión es originada por el hecho de que Avanti! confunde el pacifismo burgués con el internacionalismo socialdemócrata revolucionario, mientras que politiqueros tan experimentados como Legien y Jouhaux han comprendido magníficamente la identidad del pacifismo socialista y la del pacifismo burgués.

¡Cómo no han de regocijarse el señor Jouhaux y su periódico chovinista La Bataille con motivo de la “unanimidad” de Jouhaux y de Merrheim, cuando, en la resolución adoptada unánimemente y citada por nosotros íntegramente, no hay de hecho absolutamente nada, salvo frases pacifistas burguesas, no hay ni sombra de conciencia revolucionaria, ni una sola idea socialista!

¿No es ridículo acaso hablar de “libertad económica de todas las naciones, tanto pequeñas como grandes”, pasando en silencio aquello de que mientras no se derroquen los Gobiernos burgueses y no se expropie a la burguesía, esa “libertad económica” es un engaño del pueblo, del mismo modo que las frases referentes a la “libertad económica” de los ciudadanos en general, de los pequeños campesinos y de los ricos, de los obreros y de los capitalistas, en la sociedad contemporánea?

La resolución por la cual votaron unánimemente Jouhaux y Merrheim está totalmente impregnada por las ideas del “nacionalismo burgués”, que Avanti! destaca acertadamente en Jouhaux, pero que Avanti! extrañamente no ve en Menheim.

Los nacionalistas burgueses han hecho alarde, siempre y en todas partes, de frases “generales” sobre una “federación de naciones” en general, sobre la “libertad económica de todas las naciones grandes y pequeñas”. Los socialistas, a diferencia de los nacionalistas burgueses, decían y dicen: perorar acerca de la “libertad económica de las naciones grandes y pequeñas” es una hipocresía repugnante, en tanto que unas naciones (por ejemplo Inglaterra y Francia) coloquen en el extranjero, es decir, concedan préstamos con intereses usurarios a las naciones pequeñas y atrasadas, miles y miles de millones de francos de capital y las naciones pequeñas y débiles se encuentren bajo su yugo.

Los socialistas no podrían dejar, sin una protesta decidida, una sola frase de aquella resolución, por la cual votaron unánimemente Jouhaux y Merrheim. Los socialistas hubieran declarado, en contraposición abierta a dicha resolución, que el discurso de Wilson es una evidente mentira e hipocresía, pues Wilson es un representante de la burguesía que ha ganado miles de millones en la guerra, es el jefe de un Gobierno que llevó hasta la locura la acción armamentista de los Estados Unidos, con fines manifiestos de una segunda gran guerra imperialista; que el Gobierno burgués francés, atado de pies y manos por el capital financiero, del cual es esclavo, y por los tratados imperialistas secretos enteramente rapaces y reaccionarios, con Inglaterra, Rusia, etc., no está en condiciones de decir ni de hacer otra cosa que lanzar las mismas mentiras sobre la cuestión de una paz democrática y “justa”; que la lucha por una paz semejante consiste, no en la repetición de frases pacifistas generales, estériles, insustanciales, bondadosas y melifluas, que a nada obligan y que solo embellecen en la práctica la ruindad imperialista, sino en declarar a los pueblos la verdad, precisamente en declarársela a los pueblos: para obtener una paz justa y democrática es preciso derrocar a los Gobiernos burgueses de todos los países beligerantes y aprovechar para ello el hecho de que millones de obreros están armados, como también la exasperación general de las masas de la población, provocada por la carestía de la vida y por los horrores de la guerra imperialista.

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Woodrow Wilson presidente de los Estados Unidos durante la Primera Guerra Mundial. 


Eso es lo que deberían haber dicho los socialistas en lugar de la resolución de Jouhaux y de Merrheim.

¡¡El Partido Socialista Francés, en su congreso que se realizó en París simultáneamente con el de la CGT, no solo no dijo eso, sino que adoptó una resolución aún peor, por 2.838 votos contra 109 y 20 abstenciones, es decir, con el bloque de los socialchovinistas (Renaudel y Cía., los así llamados majoritaires, los partidarios de la mayoría) y de los longuetistas (partidarios de Longuet, kautskianos franceses)!! ¡¡Al mismo tiempo votaron por esa resolución el zimmerwaldista Bourderon y el kienthalista Raffin-Dugens!!

No citaremos el texto de esa resolución pues es excesivamente larga y carece en absoluto de interés: en ella figuran a la par las frases bondadosas y melifluas acerca de la paz y la declaración de estar dispuestos a seguir apoyando la así llamada “defensa de la patria” en Francia, es decir, de seguir apoyando la guerra imperialista en la que Francia está aliada con bandidos aún más fuertes y más grandes, tales como Inglaterra y Rusia.

La unificación de los socialchovinistas con los pacifistas (o kautskianos) en Francia, y con parte de los zimmerwaldistas, se convirtió, por consiguiente, en un hecho, no solo en la CGT sino también en el Partido Socialista.

IV. Zimmerwald en la encrucijada

El 28 de diciembre llegaron a Berna los periódicos franceses con el informe referente al Congreso de la CGT y el 30 de diciembre apareció, en los periódicos socialistas de Berna y de Zurich, un nuevo llamamiento de la ISK de Berna (Internationale Sozialistische Kommission), Comisión Socialista Internacional, órgano ejecutivo de la unión zimmerwaldiana. En ese llamamiento, fechado a fines de diciembre de 1916, se habla de la propuesta de paz por parte de Alemania como también de Wilson y de otros países neutrales. A estas manifestaciones gubernamentales las llaman, y con justa razón, “comedia de la paz”, “juego para burlar a los propios pueblos”, “gesticulaciones pacifistas e hipócritas de los diplomáticos”.

A esta comedia y a esta mentira se les contrapone, como “única fuerza” capaz de lograr la paz, etc., la “firme voluntad” del proletariado internacional de “dirigir las armas no contra sus hermanos, sino contra el enemigo que está en su propio país”.

Las citas mencionadas nos muestran manifiestamente dos políticas diferentes en su raíz que, hasta el presente, parecían llevarse de acuerdo dentro de la unión zimmerwaldiana y que ahora se han separado definitivamente.

Por una parte, Turati dice definidamente, y con toda justicia, que la propuesta de Alemania, de Wilson, etc., solo es la “paráfrasis “del pacifismo “socialista” italiano. La declaración de los socialchovinistas alemanes y la votación de los franceses demuestran que tanto unos como otros han apreciado perfectamente la utilidad del encubrimiento pacifista de su política.

Por otra parte, el llamamiento de la Comisión Socialista Internacional da el nombre de comedia y de hipocresía al pacifismo de todos los Gobiernos neutrales y beligerantes.

Por una parte, Jouhaux se une con Merrheim; Bourderon, Longuet y Raffin-Dugens, con Renaudel, Sembat y Thomas; y los socialchovinistas alemanes Sudekum, David, Scheidemann, proclaman el próximo “restablecimiento de la unidad socialdemócrata” con Kautsky y con el Grupo Socialdemócrata del Trabajo.

Por otra parte, el llamamiento de la Comisión Socialista Internacional invita a las “minorías socialistas” a luchar enérgicamente contra “sus Gobiernos” “y contra sus socialpatriotas mercenarios” (Söldlinge).

O esto o aquello.

¿Desenmascarar todo lo insustancial, lo absurdo, lo hipócrita del pacifismo burgués o bien “parafrasear” su pacifismo “socialista”? ¿Luchar contra los Jouhaux y los Renaudel, contra los Legien y los David como “mercenarios” de los Gobiernos, o bien unirse con ellos sobre la base de las declamaciones pacifistas y vacías de molde francés o alemán?

Esta es la línea divisoria según la cual se produce la separación entre la derecha de Zimmerwald, que se rebeló siempre y con todas sus fuerzas contra una escisión con los socialchovinistas, y su izquierda, que ya en Zimmerwald mismo no en vano tuvo buen cuidado de marcar abiertamente un límite con la derecha, de intervenir, en la conferencia y después de ella, en la prensa, con una plataforma distinta. La proximidad de la paz, o aunque sea la discusión intensiva del problema de la paz por algunos elementos burgueses, originó, no por mera casualidad sino inevitablemente, una separación particularmente manifiesta entre una política y la otra. Porque a los pacifistas burgueses y a sus imitadores o remedadores “socialistas” la paz se les figuraba y figura como algo en principio distinto en el sentido de que la idea: “la guerra es la continuación de la política de paz, la paz es la continuación de la política de guerra”, nunca fue comprendida por los pacifistas de ambos matices. Que la guerra imperialista de los años 1914-1917 es la continuación de la política imperialista de los años 1898-1914, si no lo es también de un periodo anterior, no quisieron ni quieren verlo los burgueses ni los socialchovinistas. Que la paz puede ser ahora, a no ser que se derroquen revolucionariamente los Gobiernos burgueses, solo una paz imperialista que prolongue la guerra imperialista, eso no lo ven los pacifistas, sean éstos burgueses o socialistas.

Así como para emitir una apreciación de la guerra actual se han empleado frases estrechas, vulgares y sin sentido sobre la agresión o la defensa en general, así también respecto de la paz se emplean lugares comunes de filisteos, olvidando la situación histórica concreta, la realidad concreta de la lucha entre las potencias imperialistas. Y era natural que los socialchovinistas, esos agentes de los Gobiernos y de la burguesía dentro de los partidos obreros, aprovecharan la proximidad de la paz, incluso las conversaciones sobre la paz, para esfumar la profundidad de su reformismo y de su oportunismo, puesta de manifiesto por la guerra, para restablecer su quebrantada influencia sobre las masas. De ahí que los socialchovinistas, como ya lo hemos visto, tanto en Alemania como en Francia, traten con renovados esfuerzos de “unirse” con la parte pacifista, vacilante y sin principios de la “oposición”.

También dentro de la unión zimmerwaldiana se harán, probablemente, tentativas para esfumar la división de dos líneas políticas irreconciliables. Se pueden prever dos tipos de tentativas La conciliación “práctica” consistirá simplemente en mezclar mecánicamente las sonoras frases revolucionarias (tales como por ejemplo las contenidas en el llamamiento de la Comisión Socialista Internacional) con las prácticas pacifista y oportunista. Así sucedió en la II Internacional. Las frases archirrevolucionarias contenidas en los llamamientos de Huysmans y Vandervelde y en algunas resoluciones de los congresos solo encubrían la práctica archioportunista de la mayoría de los partidos europeos, sin transformarla, sin socavarla, sin luchar contra ella. Es dudoso que, dentro de la unión zimmerwaldiana, esa táctica pueda lograr un nuevo éxito.

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Algunos de los asistentes a la Conferencia de Zimmerwald, 1915. 


Los “conciliadores de principios” intentarán ofrecer una falsificación del marxismo bajo la forma de una reflexión tal como, por ejemplo: que las reformas no excluyen la revolución; que la paz imperialista, con determinadas “mejoras” de las fronteras entre las nacionalidades, o del derecho internacional, o del presupuesto para los armamentos, etc., es posible, a la par de un movimiento revolucionario, como “uno de los aspectos del desarrollo” de este movimiento; y así sucesivamente, y etc.

Eso sería falsificación del marxismo. Por cierto, las reformas no excluyen la revolución. Sin embargo no se trata ahora de eso, sino de que los revolucionarios no se excluyan a sí mismos frente a los reformistas, es decir, de que los socialistas no sustituyan su labor revolucionaria por la reformista. Europa pasa por una situación revolucionaria. La guerra y la carestía la aguzan. La transición de la guerra a la paz no la suprime necesariamente, porque de ningún lado deriva que los millones de obreros, que tienen en su poder un armamento excelente, permitan indispensable e incondicionalmente que la burguesía los “desarme en forma pacífica” en lugar de seguir el consejo de Liebknecht, esto es, en lugar de dirigir las armas contra su propia burguesía.

La cuestión no es como la plantean los pacifistas, los kautskianos: o bien la campaña política reformista o bien el rechazo de las reformas. Eso es una manera burguesa de plantear el asunto. De hecho el problema está planteado así: o bien la lucha revolucionaria cuyo producto colateral, en caso de un éxito incompleto, suelen ser las reformas (eso lo demostró la historia de las revoluciones en todo el mundo), o bien nada más que conversaciones acerca de las reformas y de las promesas de reformas.

El reformismo de Kautsky, de Turati, de Bourderon, que se presenta ahora en forma de pacifismo, no solo deja de lado la cuestión de la revolución (esto ya es traicionar al socialismo), no solo renuncia en la práctica a toda labor revolucionaria sistemática y sostenida, sino que llega a declarar que las manifestaciones callejeras son una aventura (Kautsky en Neue Zeit el 26 de noviembre de 1915), llega hasta el punto de defender y realizar la unidad con los adversarios francos y decididos de la lucha revolucionaria, los Sudekum, los Legien, los Renaudel, los Thomas, etc. y etc.

Ese reformismo es absolutamente incompatible con el marxismo revolucionario, que está obligado a aprovechar, en todos sus aspectos, la presente situación revolucionaria en Europa para hacer una prédica directa de la revolución, del derrocamiento de los Gobiernos burgueses, de la conquista del Poder por el proletariado armado, sin renunciar ni negarse a utilizar las reformas, para el desarrollo de la lucha por la revolución y en el curso de la misma.

Veremos en un futuro próximo cómo se desenvolverá en general el proceso de los acontecimientos en Europa, la lucha del reformismo-pacifismo con el marxismo revolucionario en particular, y dentro de ésta, la lucha entre los dos sectores de la unión zimmerwaldiana.

[Escrito en 1917. Lenin proyectaba publicar este artículo en el periódico Novi Mir (Mundo Nuevo), que era editado en Nueva York por los socialistas rusos emigrados. Pero el artículo no apareció allí. Los dos primeros capítulos del mismo aparecieron, luego de su reelaboración, en el último número (58) de Sotsial-Demokrat con el título Un viraje en la política mundial.]

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Este artículo ha sido publicado en la revista Marxismo Hoy número 14. Puedes acceder aquí a todo el contenido de esta revista. 

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