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Esta es la consigna de la sociedad comunista. En nombre de la igualdad, de la libertad y del amor, hacemos un llamamiento a todas las mujeres trabajadoras, a todos los hombres trabajadores, mujeres campesinas y campesinos para que resueltamente y llenos de fe se entreguen al trabajo de reconstrucción de la sociedad humana para hacerla más perfecta, más justa y más capaz de asegurar al individuo la felicidad a la que tiene derecho.

Alexandra Kollontái, El comunismo y la familia

La lucha por la emancipación de la mujer trabajadora desde una perspectiva marxista tiene una enorme deuda de reconocimiento y gratitud hacia un grupo de arrojadas mujeres nacidas a finales del siglo XIX. Rosa Luxemburgo, Clara Zetkin, Nadezhda Krúpskaia, Inessa Armand,[1] Alexandra Kollontái y una larga lista de revolucionarias fueron capaces de superar todo tipo de obstáculos y prohibiciones para defender la causa de la mujer obrera. Desde la carencia de los derechos más elementales —al voto, al divorcio, al aborto o a la posibilidad de disponer de independencia económica—, pasando por la incomprensión inicial de amplios sectores del movimiento obrero y de muchos de sus compañeros en las organizaciones y sindicatos socialdemócratas, y de no pocas mujeres de su época educadas en la sumisión, las pioneras del feminismo socialista y revolucionario abrieron una senda que hoy todavía recorremos. En todo caso, sí encontraron un terreno en el que, al menos, existía una relativa igualdad entre hombres y mujeres: la represión. Todas ellas sufrieron cárcel, exilio y persecución.

Dentro de esta constelación de combatientes, ocupa un lugar destacado por derecho propio Alexandra Kollontái. Es cierto que fue menchevique hasta junio de 1915 y que durante el proceso de degeneración burocrática de la URSS se situó junto a Stalin en el momento en que cientos de miles de comunistas eran recluidos y exterminados en las purgas, incluida la vieja guardia bolchevique. Pero a pesar de todo, Kollontái fue una firme militante del bolchevismo durante la Revolución de Octubre y los años de la guerra civil, y sus aportaciones políticas, su determinación, su lucha inagotable por romper las cadenas que la sociedad capitalista imponía a la mujer trabajadora son una gran inspiración. No fue casualidad que Kollontái perteneciera al Comité Central del Partido Bolchevique antes de la insurrección de Octubre ni que posteriormente fuera miembro del primer gobierno de los sóviets.

Los primeros combates

Alexandra Mijáilovna Domóntovich, conocida por el apellido de su marido, Kollontái, nació el 19 de marzo de 1872 en San Petersburgo. Hija de una familia terrateniente, pasó sus primeros años entre Rusia y Finlandia. Su ciudad natal no sólo era el núcleo industrial más importante del país, sino el escenario de las primeras acciones del movimiento obrero ruso, acercando la lucha de clases a la joven Alexandra a pesar de su origen social. Ella misma describe el papel decisivo que jugó en su evolución política la visita a una fábrica textil en 1895, donde comprobó cómo las mujeres realizaban jornadas de entre 12 y 18 horas diarias, viviendo como presas, puesto que incluso dormían en su lugar de trabajo. Sus condiciones eran tan inhumanas e insalubres que muchas no superaban los 30 años de vida.

Aunque sus padres no tenían prejuicios respecto al acceso de la mujer a la cultura, intentaron mantenerla alejada de esas «peligrosas» ideas revolucionarias por todos los medios, hasta el punto de educarla en casa con maestros particulares. A pesar de ello, su inquietud política se desarrolló desde temprano y fue una de sus profesoras particulares, M. Strájova, quién la acercó a las teorías naródnikis[2]. Otro de sus maestros, P. Ostrogorski, alimentó su interés por el periodismo, animándola a familiarizarse con esta actividad que sería clave a lo largo de toda su vida.

Como hija de una familia privilegiada, Alexandra estaba destinada a casarse con quien sus progenitores consideraran mejor partido, siguiendo los pasos de su hermana mayor, que contrajo matrimonio muy joven con «un encopetado caballero de sesenta años»[3]. Esta pretensión familiar dio a la joven Kollontái la primera oportunidad de rebelarse: desafiando a sus padres, se casó muy joven y por amor con su primo Vladímir L. Kollontái, un estudiante de ingeniería de origen modesto, con quien tuvo un hijo. No fue necesario mucho tiempo para que su matrimonio la hiciera sentirse atrapada: «seguía amando aún a mi esposo, pero la dichosa existencia de ama de casa y esposa se convirtió en una especie de “jaula”»[4].

Paralelamente a su alejamiento del papel que le había asignado su medio social, se produjo su acercamiento a la actividad política consciente. Tras separarse de su marido en 1896, se unió a los grupos revolucionarios de San Petersburgo, involucrándose en las sociedades culturales[5] que, en la práctica, eran un frente más de la actividad clandestina de las organizaciones que luchaban contra el zarismo. Todo ello le dio la oportunidad de entrar en contacto con los círculos marxistas rusos, que adquirieron un importante protagonismo a pesar de su número limitado. Si bien hacía ya tiempo que se había desprendido de las ideas narodnikis, su afiliación al Partido Obrero Socialdemócrata de Rusia (POSDR)[6] no se produjo hasta 1899.

Una revolucionaria internacionalista

Voraz lectora y estudiosa, su espíritu curioso la llevó a viajar por diferentes países europeos. En 1903 se desarrolló el II Congreso del POSDR, marcado por la polémica entre Lenin y Mártov, y la diferenciación política entre bolcheviques y mencheviques. Kollontái se encontraba en ese momento en el extranjero y, aunque colaboró con ambas fracciones, permaneció en las filas del menchevismo hasta 1915.

En 1903, el POSDR introdujo en su programa la plena igualdad de derechos entre hombres y mujeres. Asumiendo el carácter pionero del marxismo[7] en esta cuestión, los socialdemócratas rusos inscribieron en su bandera la lucha contra la opresión de la mujer trabajadora y la necesidad de su liberación. Pero el salto de la teoría a la práctica fue más complicado y, en muchos casos, bastante turbulento.

Alexandra Kollontái, junto a otras camaradas como Clara Zetkin o Krúpskaia, jugó un papel decisivo para que la socialdemocracia comprendiera la necesidad de una orientación y una propaganda específica hacia la mujer trabajadora, que precisamente por su doble opresión, de género y de clase, no se adhería con facilidad ni al partido ni a los sindicatos. Kollontái no abogó por organizaciones separadas, puesto que comprendía que la emancipación de la mujer trabajadora sólo sería posible como parte integral de la lucha por el socialismo junto con el resto de la clase obrera. Pero esto no implicaba ignorar que eran necesarias medidas concretas destinadas a ganar a las mujeres de la clase trabajadora a la lucha revolucionaria.

Nadie les regaló nada, ni a ella ni a ninguna de las precursoras del feminismo de clase. En su autobiografía, incluida en este libro, Kollontái hace numerosas referencias a las dificultades que su trabajo y el de otras camaradas encontraron entre los hombres del POSDR, una incomprensión que, lejos de intimidarla, la animó a redoblar su militancia y tenacidad.

Siempre en primera línea de combate, sus llamamientos a la insurrección y su intenso trabajo entre las mujeres proletarias durante la revolución de 1905 y en el año 1906[8] le supusieron una dura condena por los tribunales zaristas, por lo que huyó de Rusia. En la I Conferencia Internacional de Mujeres Socialistas, celebrada en Stuttgart en 1907, participó como miembro de la delegación rusa. En cualquier caso, sus años de obligado exilio le dieron la oportunidad de conocer a relevantes figuras, como Kautsky[9], Rosa Luxemburgo, Clara Zetkin o Plejánov[10], y mantener, siempre que le resultaba posible, su intervención política en Rusia buscando cualquier resquicio legal. Entre octubre y diciembre de 1908, realizó más de cincuenta reuniones de mujeres en San Petersburgo bajo la cobertura de conferencias sobre higiene.

El estallido de la Primera Guerra Mundial marcó su ruptura con los mencheviques, ya que se opuso activamente a la contienda por su naturaleza imperialista al servicio de las diferentes burguesías nacionales. Como ella misma recuerda: «Entre mis propios camaradas rusos de partido [mencheviques], que también vivían en Alemania, no hallé comprensión alguna para mi postura “antipatriótica”. Tan sólo Karl Liebknecht[11] y su esposa, Sofía Liebknecht, y otros pocos camaradas alemanes mantenían mi mismo punto de vista y consideraban, como yo, que el deber de un socialista era combatir la guerra»[12].

En junio de 1915 se afilió a los bolcheviques y apoyó sus posturas en la Conferencia de Zimmerwald[13]. Llevó su postura internacionalista y de clase a la práctica, recorriendo diversos países para hacer campaña contra la guerra. Para darnos una idea de la determinación de esta mujer, baste recordar su gira por EEUU, en la que durante cinco meses visitó ochenta y una ciudades y pronunció discursos en alemán, francés y ruso.

Destruyendo la vieja sociedad y construyendo la nueva

Al desatarse la Revolución de 1917, Kollontái regresó a Rusia en el mes de marzo, siendo la primera mujer elegida para el Comité Ejecutivo del Sóviet de Petrogrado. Apoyó a Lenin en la defensa de sus famosas tesis de Abril. Pocos meses antes de octubre de 1917 había sido elegida miembro del Comité Central del Partido Bolchevique, organismo en el que votó a favor de la insurrección y de la toma del poder.

Tras el triunfo revolucionario, Kollontái fue también la primera mujer en la historia que formó parte de un gobierno, ocupando el Comisariado del Pueblo para la Salud y el Bienestar Social. Tampoco fue fácil para ella desempeñar la nueva tarea, y nuevamente tuvo que superar la resistencia de muchos hombres, miembros del partido y de los sóviets.

Desde su nueva responsabilidad, trabajó infatigablemente por los derechos de la mujer trabajadora, por su organización práctica y su implicación en la construcción de la nueva sociedad socialista. Junto a otras y otros bolcheviques, consiguió que el nuevo Estado nacido de la revolución pusiera en marcha medidas legislativas y avances sociales hasta ese momento desconocidos: despenalización del aborto, divorcio rápido y gratuito a disposición del hombre y de la mujer, prestaciones sociales en forma de salarios de maternidad, guarderías y hogares infantiles. Ella y otras muchas bolcheviques lucharon sin descanso por la liberación de la mujer proletaria y campesina de Rusia, aplastada por siglos de opresión y atraso. En 1918 se celebró el I Congreso Panruso de Mujeres Trabajadoras; ella fue una de las organizadoras.

Kollontái desarrolló una amplia actividad como publicista y teórica marxista en lo referente a la cuestión de la mujer y el socialismo. Uno de sus textos más sobresalientes, El comunismo y la familia, está incluido en este libro. Algunas de sus ideas eran también polémicas, con afirmaciones controvertidas desde un punto de vista marxista (considerar el trabajo doméstico de la mujer bajo el capitalismo como una actividad completamente improductiva) o superadas (la única fuerza laboral de los establecimientos destinados a socializar el trabajo doméstico serían sólo mujeres).

De la Oposición Obrera al estalinismo

Los inicios del joven Estado obrero estuvieron recorridos por numerosas polémicas políticas en el seno del Partido Bolchevique, siempre encaradas y resueltas de manera democrática. La guerra civil y la intervención imperialista provocaron debates en todos los terrenos: negociaciones de paz, el nuevo Ejército Rojo, política económica… Kollontái participó en muchos de ellos, especialmente durante 1920-21. Concretamente fue muy activa en las discusiones sobre el papel de los sindicatos en la fase de transición al socialismo y sobre las condiciones de la democracia obrera en el partido y en los sóviets en un contexto de devastación económica. Eran los años del comunismo de guerra[14] y el final de la guerra civil. Kollontái fue una de las dirigentes de la Oposición Obrera, junto al sindicalista metalúrgico Alexander Shliápnikov.

En marzo de 1921 se celebró el X Congreso del Partido Bolchevique, en el que se enfrentaron las tres posturas que afloraron en el «célebre» debate sobre los sindicatos: la encabezada por Lenin, que obtuvo 336 votos; la liderada por Trotsky, que reunió 50 votos, y la de la Oposición Obrera, que sólo consiguió 18. En aquellos momentos extraordinariamente duros, la propia supervivencia del Estado soviético estaba amenazada. El malestar social de amplios sectores de la clase trabajadora y del campesinado se expresó en numerosas rebeliones campesinas y en el levantamiento de Kronstadt. Todos estos factores llevaron a Lenin, con el apoyo de Trotsky, a emprender un giro y adoptar la NEP (Nueva Política Económica). Pero no fue la única decisión. Las condiciones extremas de pobreza y dispersión de la clase obrera, y de cerco imperialista obligaron a adoptar una medida excepcional que tendría un carácter temporal: la prohibición de las tendencias estables dentro del Partido.

El X Congreso también aprobó una resolución que calificó a la Oposición Obrera como una desviación anarcosindicalista. Kollontái y otros veintiún militantes dirigieron entonces una protesta a la Internacional Comunista. La Internacional celebró una comisión especial presidida por Clara Zetkin para tratar este asunto y, reconociendo los graves peligros que afectaban a la Federación de Repúblicas Soviéticas, apoyó las decisiones adoptadas por el Partido Comunista ruso.

En el siguiente congreso (1922), la Oposición Obrera estaba prácticamente disuelta y Kollontái cortó toda relación con sus miembros. En 1923 pasó al servicio diplomático y fue nombrada embajadora de la Unión Soviética, convirtiéndose también así en la primera mujer de la historia que desempeñó tal tarea. Vivió en Noruega, México y Suecia. Desde esa fecha hasta 1930, año en que se posicionó públicamente a favor de Stalin, no participó en los numerosos debates desarrollados dentro del Partido. Pero no sólo permaneció callada ante la degeneración burocrática del Estado obrero; consintió, sin alzar su voz, las deportaciones, encarcelamientos y asesinatos ordenados por Stalin contra miles de militantes de la Oposición de Izquierda y de todos aquellos que defendieran la genuina democracia obrera dentro y fuera del Partido. En 1935, Kollontái formó parte de la delegación rusa en Estocolmo que exigió la denegación del visado a León Trotsky. En 1940, cuando Trotsky fue asesinado por un agente estalinista, sólo quedaban dos miembros vivos del Comité Central del Partido Bolchevique que lideró la Revolución de Octubre de 1917: Kollontái y Stalin.

Alexandra Kollontái murió el 9 de marzo de 1952 en Moscú. Su larga vida está llena de luz y también, especialmente durante sus últimos años, de una terrible postración ante el poder autoritario. Pero esa trayectoria contradictoria no nos impide apreciar sus aportaciones valiosas a la causa del socialismo y, muy especialmente, a la lucha por la emancipación de la mujer trabajadora.

Notas.

[1]. Rosa Luxemburgo (1871-1919): Principal dirigente del comunismo alemán, jugó un papel de primera línea en el movimiento obrero antes de la Primera Guerra Mundial. Nacida en Polonia, a los 18 años tuvo que emigrar a Suiza a causa de sus actividades políticas. En 1893 fundó el Partido Socialdemócrata Polaco (conocido más adelante como Socialdemocracia del Reino de Polonia y Lituania, SDKPiL). En 1897 comenzó a participar activamente en el Partido Socialdemócrata de Alemania, iniciando una dura lucha a partir de 1900 contra el revisionismo, primero contra Bernstein y luego contra Kautsky. En el congreso de 1907 del POSDR, apoyó a los bolcheviques contra los mencheviques en todas las cuestiones decisivas. Desde 1910 encabezó el ala marxista de la socialdemocracia alemana. Internacionalista durante la Primera Guerra Mundial, organizó la Liga Espartaquista, que agrupó a las fuerzas del marxismo revolucionario en el seno de la socialdemocracia alemana. Encarcelada desde junio de 1916 hasta que fue liberada por la revolución alemana de noviembre de 1918. En enero de 1919 fundó el Partido Comunista de Alemania (KPD) junto con Karl Liebknecht y dirigió su órgano central, Die Rote Fahne (La Bandera Roja). Tras la derrota de la insurrección de Berlín de enero de 1919, ella y Liebknecht fueron arrestados y asesinados el día 15 por orden del gobierno socialdemócrata. La Fundación Federico Engels ha editado sus principales obras.

Clara Zetkin (1857-1933): Militante del SPD alemán desde 1878. Delegada al congreso fundacional de la Segunda Internacional (París, 1889). Internacionalista durante la Primera Guerra Mundial. Participó en la fundación de la Liga Espartaquista y del KPD, de cuya dirección formó parte. Fue quien propuso celebrar el 8 de marzo como Día Internacional de la Mujer Trabajadora.

Nadezhda K. Krúpskaia (1869-1939): En 1891 entra en un círculo marxista ilegal. Detenida y deportada en 1896. Se casó con Lenin en 1898, convirtiéndose en su principal colaboradora. Responsable de la red clandestina de Iskra y del enlace clandestino entre San Petersburgo y Finlandia en el período 1905-07. Apoyó a Zinóviev y Kámenev cuando rompieron con Stalin y se unió a la Oposición Conjunta. En 1926 rompió con ella y se plegó políticamente a Stalin, a pesar de ser consciente de que el estalinismo era una degeneración política antileninista, como demuestra su comentario en una reunión de la Oposición en ese mismo año: «Si Lenin viviera, estaría encarcelado».

Inessa Armand (1874-1920): A los 19 años, se casó con Alexander Armand y juntos abrieron una escuela para niños campesinos. Inessa organizó también un grupo de ayuda para las mujeres de sectores populares. Cuando las autoridades le prohibieron establecer una escuela dominical para trabajadoras, murió su ilusión en la posibilidad de reformas sociales y en 1903 se unió al Partido Obrero Socialdemócrata de Rusia (POSDR). Detenida, condenada y desterrada en 1907, al año siguiente huyó a Francia, donde conoció a Lenin, convirtiéndose en uno de sus más estrechos colaboradores. En 1912 volvió clandestinamente a Rusia, siendo detenida y desterrada de nuevo. Puesta en libertad bajo fianza, abandonó de nuevo el país. En 1914 inicia la publicación de Rabónitsa (La Obrera), el periódico bolchevique para la mujer trabajadora. En 1915 organizó en Suiza la III Conferencia Internacional de Mujeres Socialistas, en contra de la Primera Guerra Mundial. En abril de 1917 retornó a Rusia en el famoso tren blindado, junto con Lenin y otros veintiséis bolcheviques. Cuando en 1919 se formó el Zhenotdel, el Departamento de la Mujer del Partido Comunista, fue su primera responsable. En 1920 presidió la I Conferencia Internacional de Mujeres Comunistas e inició la publicación de Kommunistka, el órgano del Zhenotdel. Murió de cólera. Tuvo un funeral de Estado y fue la primera mujer en ser enterrada en el Kremlin.

[2]. Denominación que se daban los anarquistas rusos. Significa «populistas».

[3]. A. Kollontái: Autobiografía de una mujer emancipada.

[4]. Ibídem.

[5]. En 1896, Kollontái era profesora en una biblioteca itinerante de asistencia escolar y material didáctico.

[6]. Primer partido marxista ruso, fundado en 1898 por la confluencia de diversos círculos marxistas en diferentes ciudades. En 1900 publicó el primer número de su periódico, Iskra. Su II Congreso (1903) marcó el inicio de la diferenciación política entre el ala reformista (mencheviques) y el ala marxista revolucionaria (bolcheviques), que se prolongaría durante varios años, hasta que en 1912 se produjo la separación definitiva. Los revolucionarios siguieron presentándose con las siglas POSDR (b) (POSDR bolchevique) hasta su cambio de nombre por el de Partido Comunista de Rusia (bolchevique) en marzo de 1918.

[7]. En la obra de Engels El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado podemos leer: «En un viejo manuscrito inédito, redactado en 1846 por Marx y por mí, encuentro esta frase: “La primera división del trabajo es la que se hizo entre el hombre y la mujer para la procreación de hijos”. Y hoy puedo añadir: el primer antagonismo de clases que apareció en la historia coincide con el desarrollo del antagonismo entre el hombre y la mujer en la monogamia; y la primera opresión de clases, con la opresión del sexo femenino por el masculino» (Fundación Federico Engels, Madrid, 2006, p. 72).

[8]. Por ejemplo, su participación en la huelga de las trabajadoras textiles de San Petersburgo.

[9]. Karl Kautsky (1854-1938): La figura más respetada de la Segunda Internacional. En 1906 comenzó a girar hacia el reformismo; la Primera Guerra Mundial y la Revolución de Octubre, a la que calificó de golpe de Estado bolchevique, lo transformaron en un completo oportunista.

[10]. Gueorgui Plejánov (1856-1918): En 1883 fundó en Suiza el primer grupo marxista ruso (Emancipación del Trabajo). Más tarde degeneró y se convirtió en un reformista, chocando frontalmente con Lenin y los bolcheviques, pero también con el ala izquierda del menchevismo.

[11]. Karl Liebknecht (1871-1919): Dirigente del ala marxista del SPD alemán y fundador junto con Rosa Luxemburgo, Franz Mehring y Clara Zetkin, de la Liga Espartaquista y del KPD (Partido Comunista de Alemania). En 1914, fue el único diputado del SPD que votó en contra de los créditos de guerra. Expulsado del grupo parlamentario socialdemócrata en enero de 1916. El primero de Mayo de ese año distribuyó propaganda antibélica en Berlín, siendo arrestado y condenado a trabajos forzados. Escribió un célebre folleto marxista que era todo un llamamiento a la rebelión: El enemigo principal está en casa. Puesto en libertad durante la revolución alemana de noviembre de 1918, participó en la fundación del KPD. En enero de 1919 encabezó el levantamiento de los obreros de Berlín. Arrestado con Rosa Luxemburgo el día 15, ambos fueron asesinados inmediatamente por orden del gobierno socialdemócrata de Scheidemann y Noske.

[12]. Kollontái: Autobiografía de una mujer emancipada.

[13]. La I Conferencia Socialista Internacional se celebró en septiembre de 1915 en Zimmerwald (Suiza). En ella se enfrentaron los internacionalistas revolucionarios, encabezados por Lenin, y la tendencia centrista, impregnada por el espíritu conciliador y pacifista de Kautsky. Zimmerwald contribuyó a agrupar a los marxistas de la socialdemocracia internacional y a establecer un terreno de colaboración que cristalizaría definitivamente con la creación de la Internacional Comunista en 1919.

[14]. Nombre asignado a la política económica bolchevique durante la guerra civil. Para alimentar a las ciudades y a los combatientes del Ejército Rojo, el joven Estado soviético tuvo que recurrir a la requisa forzosa de la producción agrícola, lo que generó un gran malestar entre los campesinos. En 1921, tras el fin de la guerra, fue sustituida por la NEP, un repliegue táctico que consistió básicamente en permitir al campesinado la venta en el mercado de parte de su excedente, junto a la actividad del pequeño comercio en la ciudad. Las palancas fundamentales de la economía, desde la nacionalización de las industrias esenciales al monopolio del comercio exterior, se mantuvieron bajo el control del Estado obrero.

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