El pasado 26 de octubre se produjo la toma de la ciudad de El Fasher por las Fuerzas de Apoyo Rápido (RSF por sus siglas en inglés), que combaten al ejército sudanés en la guerra civil que cumplirá tres años en abril. Hasta este momento, la llamada comunidad internacional no había prestado la menor atención a un conflicto que se ha convertido en la mayor emergencia humanitaria del planeta.
El número de muertos oscila entre 60.000 y 150.000, según las fuentes; hay más de 13 millones de desplazados y más de la mitad de la población se encuentra en riesgo de hambruna. Se calcula que dos tercios de la población necesitan asistencia humanitaria para sobrevivir. La violencia sexual como arma de guerra está generalizada y los indicios de una limpieza étnica en Darfur se han multiplicado tras la caída de El Fasher, el último bastión que le quedaba al ejército en esa región.
Este conflicto tiene paralelismos con el genocidio sionista que se ha desarrollado a la vez en Gaza, en cuanto al silencio internacional, a sus patrocinadores y al uso de la violencia más brutal contra un pueblo que se ha levantado una y otra vez por su liberación.
La guerra civil no solo no tiene final a la vista, sino que amenaza con extenderse a otros territorios de una región ya inestable, alimentada con dinero y armas por diferentes patrocinadores imperialistas. Porque la pesadilla que se está desarrollando en Sudán tiene responsables muy concretos.

¿Quién se enfrenta en la guerra civil?
El 15 de abril de 2023 se producían los primeros choques de la tercera guerra civil sudanesa. En esta ocasión, el detonante fue el enfrentamiento entre los dos hombres fuertes del país por un poder que han compartido desde 2019: Abdelfatah al Burhan, jefe del ejército sudanés y jefe del Estado de facto, y Mohamed Hamdan Dagalo, conocido como Hemedti, líder de las RSF.
Cuando en diciembre de 2018 estalló la revolución sudanesa contra Al Bashir, que llevaba 30 años en el Gobierno, Al Burhan y Hemedti eran dos pilares del régimen. En aquel momento actuaron como suelen hacer las ratas cuando se hunde el barco: intentar salvar la situación con un lavado de cara para que los negocios se sigan haciendo. Ambos protagonizaron el golpe de Estado del 11 de abril que supuso la caída de Al Bashir.
Y ambos actuaron como un solo hombre en la represión de la revolución sudanesa, en episodios como la masacre de Jartum del 3 de junio de 2019, en la que fueron asesinados más de un centenar de manifestantes, o el golpe de Estado del 25 de octubre de 2021, respondido por millones de manifestantes en las calles.
Desde la caída de Al Bashir, los dos intentaron convertirse en el único hombre fuerte de Sudán. Cada uno cortejaba a las diferentes potencias imperialistas y cada uno era cortejado por estas.
La maldición de Sudán: un país rico situado estratégicamente
No se puede entender lo que ocurre en Sudán sin considerar su posición en África, sus riquezas y las diferentes potencias imperialistas con intereses en el país.
Sudán es el tercer país más grande de África, es un punto clave de la confluencia entre el norte del continente, el Cuerno de África y el Sahel, tiene acceso al mar Rojo y es rico en recursos naturales, tierras fértiles, oro y otros minerales.
La independencia de Sudán del Sur en 2011 privó a Jartum de su principal fuente de ingresos: el petróleo, que cubría entonces más de la mitad del presupuesto nacional. El descubrimiento de un yacimiento de oro en la región de Darfur del Norte abrió la puerta a suplir los ingresos del petróleo. Al Bashir tomó el control del oro y en 2012 se inauguró la refinadora de Jartum.

El papel de Hemedti creció al calor del conflicto en Darfur entre 2003 y 2020, en las milicias supremacistas árabes Janjaweed que actuaron como tropas de choque de Al Bashir contra poblaciones negras, y que protagonizaron el genocidio en el que murieron cerca de 400.000 personas.
Al Bashir lo premió con concesiones de minas de oro y lo ascendió a jefe de la milicia paramilitar que se convirtió en su guardia pretoriana, las RSF. Mientras medraba en el aparato del Estado se convirtió en uno de los hombres más ricos de Sudán. Y aquí entra en escena Emiratos Árabes Unidos (EAU), principal destino del oro sudanés.
Los patrocinadores extranjeros
Abu Dabi, la capital de EAU, se ha convertido en el principal suministrador de armas, apoyo logístico y dinero de las RSF, a través de sus aliados en la región: Chad, Uganda, Somalia y la Libia oriental. A pesar de que diferentes medios de comunicación lo han documentado, EAU lo niega un día tras otro.
A la vez, la oligarquía sudanesa de la capital y su hombre fuerte, Al Burhan, tenían otros acuerdos: la exportación del oro debía ser vía Egipto, el principal valedor de Al Burhan. Para El Cairo, la estabilidad y el control de Sudán es clave, sobre todo desde que se puso en marcha la Presa del Renacimiento en Etiopía.
Además de EAU y Egipto hay un amplio abanico de países implicados. Arabia Saudí tiene lazos con Al Burhan y con Hemedti, tiene vínculos económicos con Jartum y utilizó a las RSF de Hemedti en la guerra de Yemen, aunque en el último período ha oscilado hacia Al Burhan.
Turquía tiene fuertes intereses económicos en Sudán, mantiene una asociación estratégica con Jartum, le suministra armamento y quiere mantener a toda costa la concesión de un puerto en la isla sudanesa de Suakin en el mar Rojo. Su posición está totalmente ligada a Al Burhan, en el marco de la lucha por la hegemonía regional que mantiene con el eje Arabia Saudí-Egipto-EAU. En el último periodo esa lucha se ha intensificado claramente con Abu Dabi, y la guerra de Sudán es ahora mismo su máxima expresión.
Las principales potencias imperialistas también están implicadas. China mantiene importantes acuerdos comerciales con Jartum —al igual que con todos los implicados en la guerra— y también sostiene al ejército sudanés con armamento.

Rusia ha mantenido vínculos tanto con Al Burhan como con Hemedti —este último estaba en Moscú el día que comenzó la guerra de Ucrania—. Si bien no ha cortado lazos con Hemedti, en la perspectiva de influir en algún tipo de acuerdo, sí se ha decantado por Al Burhan, entre otras cosas, por el acuerdo firmado en 2020 para el establecimiento de un centro logístico en Port Sudán, que tendría una importancia similar a la base naval de Tartus en Siria.
En Sudán volvemos a ver, igual que en Gaza, qué intereses guían a Moscú y a Beijing, en qué se concretan las supuestas bondades del “multilateralismo”: en defender los negocios de los capitalistas rusos y chinos con los que ahogaron en sangre la revolución sudanesa.
Washington en este caso se ve obligado a ver desde la barrera, sin tener mucho margen para intervenir. Es significativo que sobre el terreno se estén enfrentando, por ejemplo, aviones chinos del ejército sudanés con drones chinos suministrados por EAU a las RSF. Sin embargo, si nos basamos en la estrategia que ha adoptado Trump, “lo que no controlo, lo destruyo”, todo indica que el apoyo descarado de EAU a Hemedti ha contado con el acuerdo estadounidense.
No podemos olvidar que hablamos del control del mar Rojo, el tercer cruce de barcos portacontenedores más importante del mundo. Una zona en la que China ha dado enormes pasos adelante en los últimos años y en la que Washington ha perdido influencia.
El 18 de noviembre el príncipe saudí Bin Salman visitaba a Trump en Washington. Entre los temas que discutieron estaba Sudán, y Bin Salman le pidió a Trump que presionase a EAU para que deje de apoyar a las RSF. No es el primer desencuentro entre ambos sátrapas del Golfo, pero sí es muy significativo que los saudíes pidan a Trump que pare los pies a los emiratíes.
Hay una alternativa a la barbarie
Hay una cosa en la que están todos de acuerdo, Hemedti y Al Burhan, el príncipe emiratí Bin Zayed y Erdogan de Turquía, incluso Trump y Xi Jinping: no tolerarán un movimiento de masas que ponga en riesgo su saqueo de la riqueza, en Sudán y en el resto de África.
El destino que las potencias imperialistas y la oligarquía del propio país tienen reservado para Sudán es el mismo que dictaron para Sudán del Sur. El “país más joven del planeta” obtuvo su independencia en 2011, sufrió una guerra civil desde 2013 hasta 2020 y desde 2017 encabeza el índice de Estados fallidos, por delante de Somalia. Eso sí, sus abundantes recursos (petróleo, oro, plata, diamantes, etc.) no han dejado de fluir hacia los países capitalistas avanzados.

África está recorrida de norte a sur por la revolución y la contrarrevolución. A la pesadilla de la guerra civil sudanesa se suman otras como la de la República Democrática del Congo, todas con un mismo combustible: el robo de los recursos naturales del continente por las potencias imperialistas.
Frente a esto, el mismo espíritu que impulsó la revolución sudanesa en 2019 impulsa ahora movilizaciones en Madagascar, Tanzania, Camerún, Kenia o Marruecos. Al mismo tiempo que el capitalismo ofrece miseria, expolio y guerras, los trabajadores y la juventud muestran una y otra vez que hay un camino para cambiar el estado de las cosas. La disyuntiva socialismo o barbarie es hoy más cierta que nunca, y el continente africano será decisivo en la lucha por la liberación de la humanidad.



















