El 7 de octubre se celebran elecciones presidenciales en Brasil, en medio de un clima de tensión e incertidumbre. El aparato del Estado encarceló de forma fraudulenta al claro favorito, Lula da Silva, del Partido de los Trabajadores (PT). Una vez apartado, las encuestas dan como ganador de la primera vuelta a Jair Bolsonaro, un exmilitar fascista.

La catastrófica recesión que asoló Brasil los últimos años dejó un país devastado. Millones de trabajadores en activo se ven obligados a vivir en las calles o en edificios abandonados. El salario medio (422 euros) mantiene en la pobreza a amplísimos sectores de la población, incapaces de acceder a productos básicos cuyos precios son muy similares a los del Estado español. La descomposición social, la delincuencia y las bandas parapoliciales de la extrema derecha provocan un auténtico genocidio; cada año 60.000 personas son asesinadas en el país. Los más afectados por esta pesadilla son los jóvenes negros pobres y las mujeres.

En 2016 la burguesía brasileña recurrió a un golpe de estado institucional, apartando a Dilma Roussef (PT) de la presidencia del gobierno. Primero la usaron para aplicar las políticas de ajuste contra el pueblo que necesitaban y luego, totalmente desgastada, la apartaron del poder. En su lugar pusieron a Michel Temer, un reaccionario corrupto que lanzó los mayores ataques contra los trabajadores en décadas. Hoy es el presidente más odiado de la historia de Brasil.

Elecciones turbulentas

Lula, el candidato favorito (40% de intención de voto) se encuentra preso. Su popularidad se debe a su pasado como sindicalista y luchador contra la dictadura y a su política al frente de la presidencia del país (2003-11). En ese período se benefició del gran boom económico que vivieron todos los países emergentes, gracias a la exportación de materias primas. Eso le permitió aplicar una política de colaboración de clases, enriqueciendo a los capitalistas pero también aplicando medidas asistencialistas para sacar de la pobreza a millones de personas. Cuando el boom acabó, su sucesora, Roussef, incapaz de gobernar para dos clases sociales a la vez lo hizo sólo para la burguesía.

Bolsonaro es un exmilitar que habla con absoluta naturalidad de la necesidad de la intervención de los militares, alaba la pasada dictadura, defiende la tortura, afirma que las mujeres deben cobrar menos que los hombres y es abiertamente racista y homófobo. Hasta las democracias burguesas –siempre tolerantes con la extrema derecha– deberían encarcelar a un individuo que habla sin ambages de la necesidad de un golpe de estado, pero es evidente que Bolsonaro, es una bala en la recámara. Hoy no es la opción deseada por los capitalistas, conscientes de que su elección como presidente provocaría un auténtico levantamiento. Si bien tiene una intención de voto del 31%, nadie suscita tanto rechazo (el 47% jamás lo votaría). Las mujeres son sus más encarnizadas enemigas. En tres semanas el Facebook “Mulheres contra Bolsonaro” alcanzó los tres millones de miembros. El 30 de septiembre más de medio millón de mujeres en 60 ciudades brasileñas, al grito de “Ele Não” (Él No) y “EleNunca” (Él Nunca), llevaron a cabo una impresionante demostración de fuerza contra el fascismo.

En estos momentos la burguesía prefiere a Geraldo Alckmin, derechista liberal del PSDB. No obstante, la burguesía nunca pone todos los huevos en la misma cesta y ante el poco entusiasmo que está despertando Alckmin, baraja otros nombres como el de Mariana Silva o Ciro Gómez. Que estos dos candidatos presidenciales, ambos exministros de Lula, sean del completo agrado de la burguesía, demuestra hasta qué punto giró el PT a la derecha.

Una alternativa de izquierdas al lulismo

Una vez que la maniobra antidemocrática de apartar a Lula cristalizó, el PT eligió como candidato a Fernando Haddad, causando malestar en la base del PT. Haddad fue alcalde de Sao Paulo y aplicó una severa subida a los precios del trasporte público provocando un movimiento de masas en 2013. Este acaudalado académico abandonó por completo a la periferia obrera y popular de esta gigantesca ciudad.

El PT hace tiempo que dejó de ser una alternativa útil para la clase trabajadora y los sectores populares. El reto de la izquierda en Brasil es levantar un gran movimiento de masas capaz de superar al lulismo. En este sentido, la aparición del Partido Socialismo y Libertad (PSOL), en 2004, fue un gran paso adelante. Parte de sus fundadores fueron diputados del PT expulsados por votar en contra de la antiobrera reforma de las pensiones aprobada por Lula en 2003. Su desarrollo ha sido modesto y aunque no se esperan grandes resultados electorales, los comicios están siendo una buena oportunidad para su crecimiento. Su principal candidato, Guilherme Boulos, es un combativo dirigente del Movimiento de Trabajadores sin Techo (MTST),  que ha participado en ocupaciones de terrenos luchando por viviendas sociales. Simultáneamente Boulos ha afirmado que desea construir un “Podemos” brasileño. Pero la claridad ideológica es fundamental y lo que es evidente es que la cada vez más moderada política del Podemos español, no es lo que necesitan ni la clase obrera española ni la brasileña.

Ninguno de los candidatos con posibilidades de hacerse con la presidencia del país van a resolver los problemas del capitalismo brasileño. Si un fascista como Bolsonaro –cuya intención de voto se ha incrementado tras el fallido atentado con cuchillo que sufrió– tiene posibilidades de ganar la primera vuelta, es debido en primer lugar a la incapacidad de la izquierda reformista del PT por resolver los graves problemas que sufren las masas brasileñas. Su ascenso es consecuencia también del clima cada vez más represivo que vive el país y de la tolerancia del gobierno de Temer con los grupos de extrema derecha. Gane quien gane finalmente las elecciones, las medidas represivas van a continuar y a acrecentarse. Es una tendencia internacional que refleja la polarización social y es una grave amenaza. Ésta sólo puede ser combatida a través de la extensión y unificación de los conflictos y luchando por levantar un movimiento de masas frente a cada caso de represión o recorte en las libertades democráticas.

Finalmente, una victoria en segunda vuelta de Haddad, el candidato del PT, que crece en las encuestas, aceleraría muchos procesos. La política de ajuste que iba a aplicar agudizaría la crisis del partido de Lula y abriría un espacio mayor a su izquierda. Un escenario así podría ser aprovechado por el PSOL para crecer y enraizarse firmemente entre la clase trabajadora, las mujeres y la juventud. Para ello, la defensa de un programa socialista, que nacionalice las principales palancas de la economía y ponga los recursos existentes bajo control de los trabajadores y el pueblo brasileño, y la intervención audaz en los acontecimientos, es clave. Ese es el papel que nuestros compañeros de LSR, sección brasileña del CIT, están desarrollando dentro del PSOL.

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