La derecha, derrotada en la calle y en las urnas

Lo primero que hay que dejar claro es que estos resultados echan por tierra los análisis interesados de hace cuatro años, que se empeñaban en explicar la victoria del empresario derechista Piñera por un giro a la derecha en la sociedad chilena. Entonces ya señalamos lo falso de ese análisis de los medios de comunicación y de parte de la izquierda. La lucha de clases se ha encargado en este período de contestar el recurrente argumento del “giro a la derecha”.
En mayo de 2011 dio comienzo una auténtica explosión social, que empezó con una lucha educativa y se extendió hasta fundirse con el movimiento obrero en dos paros nacionales de 48 horas en agosto y octubre de ese año. Frente a eso, analistas, asesores y tertulianos de la derecha se han limitado a poner encima de la mesa los datos económicos tan “positivos” que arroja el país: un crecimiento medio anual del 5,5%, una inflación controlada o un desempleo del 5,7%.
Lo que hay detrás, tanto de la derrota de la derecha como de esas cifras, es la mentira del llamado “milagro chileno”, el modelo económico de liberalismo a ultranza (es decir, privatizaciones masivas: sanidad, educación, pensiones, empresas públicas…) que implantó la dictadura pinochetista y que veinte años de gobiernos socialdemócratas de la Concertación (coalición de Partido Socialista y Democracia Cristiana) han sido incapaces de desmantelar.
Ese supuesto milagro esconde, por ejemplo, que según la OCDE Chile tiene el mayor índice en desigualdad de ingresos y de oportunidades entre los países miembros; ocupa el tercer lugar en el ranking de pobreza, con un 18,9%, o que el 38% de la población dice que con sus ingresos no alcanza para sus necesidades básicas. El propio presidente Piñera tuvo que reconocer en septiembre de 2011, en medio de las movilizaciones masivas, la profunda desigualdad que caracteriza a Chile: “admito que la brecha de desigualdad en el país es escandalosa”. De hecho, antes de las elecciones, el gobierno había fijado el año 2018 como el objetivo para alcanzar el estatus de país desarrollado.
Por otro lado, esta situación también ha tenido como consecuencia un proceso de “desafección” de la política oficial superior incluso al de muchos países europeos. Es cierto que las elecciones municipales de 2012 introdujeron el voto voluntario (hasta entonces obligatorio), pero así es en Europa y otros países latinoamericanos y no se dan estas cifras demoledoras de abstención: casi un 60% en las municipales de 2012, un 50% en la primera vuelta y un 58% en esta segunda vuelta. Tan demoledor que se produce algo paradójico: en esta segunda vuelta Bachelet ha obtenido menos votos (3.470.055) que los que obtuvo Piñera en 2010 (3.591.182); la clave de la victoria ha estado en la pérdida de un millón y medio de votos por la derecha pinochetista.

De la Concertación
a la Nueva Mayoría

Tras la victoria de Piñera en 2010, el modelo de la Concertación daba muestras más que sobradas de agotamiento. Para estas elecciones, se ha practicado un “lavado de cara” en la propia coalición y en el programa con que se presenta. Por un lado, han abierto la puerta después de dos décadas al Partido Comunista, cambiando el nombre de la coalición a Nueva Mayoría. Desde la prensa burguesa no se andaban con rodeos a la hora de presentar este caramelo envenenado: “El PC también será un engranaje clave para intentar controlar las protestas callejeras en una eventual nueva Administración de la socialista y evitar, de esa forma, que se repitan los problemas sociales que ha debido enfrentar Piñera” (elpais.com, 26/5/2013).
En cuanto al ambicioso programa de reformas, gira en torno a tres aspectos: la educación, con el objetivo de que sea gratuita en seis años y la vista puesta en desactivar las posibles movilizaciones estudiantiles; la reforma fiscal, es decir, subir los impuestos a los ricos para pagar esa educación gratuita y otras reformas; y una nueva constitución. El camino para conseguirlo: “pretende llevar adelante su paquete de reformas profundas, pero gradualmente, cuidando la gobernabilidad y sin renunciar a acuerdos políticos con la derecha en el Congreso, que fue uno de los sellos de los Gobiernos de la Concertación (1990-2010). Quiere evitar escenarios de polarización y no está en un registro ni revolucionario ni chavista, afirman sus colaboradores cercanos. (…) Recalcan que su programa de Gobierno no contempla bajo ninguna circunstancia socavar las bases del modelo chileno, una economía de mercado heredada del régimen de Pinochet” (elpais.com, 18/11/13).
Las limitadas expectativas de estas promesas se confirman por el hecho de que Bachelet se convierte en la presidenta latinoamericana con el menor porcentaje de votos sobre el electorado: un 25%. La reforma educativa lleva prometiéndose los veinte años de gobiernos de la Concertación, e incumpliéndose esa promesa los mismos años. Las masas en Chile ya han pasado por la experiencia de Bachelet en el gobierno, un gobierno que generó muchas ilusiones en su elección en 2006 pero fueron rápidamente defraudadas, dando lugar a la victoria de Piñera.

Una oportunidad para el PC

En este contexto, el PC podría jugar un papel importante. Ha duplicado su grupo parlamentario —se celebraron elecciones legislativas coincidiendo con la primera vuelta de las presidenciales—, pasando de 3 a 6 diputados. Dos de los tres nuevos asientos han sido ganados por la secretaria general de las Juventudes Comunistas (Karol Cariola) y por la dirigente estudiantil Camila Vallejo. Ambas fueron las más votadas en sus zonas (38,5% y 43,7% respectivamente). Estos datos apuntan en la línea de que las candidaturas vinculadas a la lucha sí conectan, arrastran más participación y son capaces de ganar elecciones. El PC incluso afirmó, junto con la CUT (el principal sindicato), que no renuncia a la movilización si las promesas de cambios profundos se incumplen. Sin embargo, hasta ahora todos sus movimientos van en la línea de cerrar filas con la agenda de Bachelet, dar credibilidad a la coalición con la Democracia Cristiana —“Nueva Mayoría tiene ‘banderas de lucha’ más claras que la Concertación” — y mostrar su disposición a entrar en el gobierno, fiando cualquier reforma al juego parlamentario, cuando ni siquiera tienen la mayoría cualificada necesaria para la reforma constitucional, con lo que tendría que haber acuerdo con la derecha pinochetista.
La izquierda ha llegado al gobierno al calor de una movilización social sin precedentes desde la caída de la dictadura. Existe la fuerza para gobernar en beneficio de la juventud y la clase obrera y desmantelar la herencia de Pinochet, pero Bachelet ha dejado claro hasta dónde piensa llegar y qué líneas no tiene intención de cruzar. Si el PC entra en el gobierno hará un flaco favor al movimiento, limitándose a aparecer como la pata izquierda del gobierno. Ningún derecho se ha conseguido en ningún parlamento sin antes haberlo ganado en la calle.

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