El fin de la era Kirchner y el comienzo de una época turbulenta

El próximo domingo 25 de octubre tendrán lugar elecciones presidenciales en Argentina, con el trasfondo de un largo periodo de estabilidad política que toca a su fin y con la economía argentina, y del conjunto de América Latina, severamente golpeada por la crisis china. Atrás quedan las dos legislaturas de Cristina Fernández de Kirchner (CFK) con su política de reformas sociales y medidas económicas que permitieron restablecer, aparentemente, el equilibrio perdido del capitalismo argentino. En esta etapa que comienza, enfrentados a las tendencias recesivas del mercado y las presiones de la burguesía y el imperialismo, el peronismo de “izquierdas” que durante años ha gozado de gran apoyo popular ha cedido el protagonismo a un candidato, Daniel Scioli, mucho más permeable y comprensivo hacia los planes de ajuste y recortes sociales que le exige la clase dominante.

Balance del Gobierno de CFK

La irrupción de este sector del peronismo tras la crisis de diciembre de 2001, más conocida como El Argentinazo, forma parte de un proceso global de fuerte giro a la izquierda del que participan otros países del continente, y que en Argentina cristalizó como consecuencia del colapso económico tras los sucesivos gobiernos peronistas de derechas (Carlos Menem) y radicales (Fernando de la Rúa). Primero con Nestor, y desde 2007 con Cristina Kirchner (CFK), los gobiernos peronistas se han sostenido con un gran respaldo en las urnas: si en 2007 obtuvo el 45,29% de los votos, en 2011 cosechó el 54,11%, el mayor respaldo a un partido desde las elecciones presidenciales de 1973 ganadas por Perón. ¿Cómo se explica este apoyo masivo entre una mayoría de la población trabajadora?

Después de años de privatizaciones masivas de empresas públicas, destrucción del tejido industrial, desempleo e inflación galopante, y arrastrando la vergüenza de leyes que dejaron en la impunidad a los responsables de las torturas y desapariciones bajo la dictadura militar, los gobiernos kirchneristas combinaron reformas sociales y medidas de reparación para las víctimas de la represión y los familiares de los asesinados. Fueron declaradas nulas tanto las leyes de Punto Final y Obediencia debida, así como los indultos que los gobiernos de Alfosin y Menem dictaron; se volvieron a reabrir los juicios contra algunos de los mandos militares más destacados, y se aprobaron compensaciones económicas a los familiares y el reconocimiento moral de una generación de militantes que fue exterminada. La memoria de miles de activistas fue rehabilitada después de una época de silencio vergonzoso. Se puede comparar la actitud del Kirchnerismo con lo ocurrido en el Estado español tras la caída de la dictadura franquista. No es difícil de entender que estas decisiones provocaran el entusiasmo entre millones de trabajadores y jóvenes. El movimiento de resistencia contra la dictadura, especialmente las Madres de Plaza de Mayo con Hebe de Bonafini al frente, se convirtió en un ariete propagandístico de CFK.

Durante sus dos mandatos, CFK también desplegó una agenda reformista importante: leyes como la asignación universal por hijo, para las familias más desfavorecidas; la recuperación por el Estado de las pensiones y su incremento constante, así como el acceso de cientos de miles de jubilados a medicamentos gratuitos, marcó una profunda diferencia con los gobiernos anteriores. Se pusieron en marcha planes de vivienda social de la que se beneficiaron los sectores más golpeados y en condiciones de marginalidad, y se aumentó la cobertura de la seguridad social hasta llegar a más de cinco millones de trabajadores. A pesar de las estridentes campañas de la derecha y sus medios de comunicación, es un hecho que entre 2007 y 2014 se ha reducido notablemente la pobreza y la indigencia (los índices en Argentina son los más bajos de América Latina). Este conjunto de factores, unido al apoyo público de CFK a la revolución bolivariana, a los gobiernos de Correa y Morales, a sus encuentros con Fidel y Raúl Castro, a sus declaraciones contra las exigencias del FMI, le granjeo el apoyo de sectores amplios de la clase obrera y la pequeña burguesía, y entre la juventud despertada a la política en esos años.

Por supuesto, la estrategia de este peronismo “progresista” ha generado contradicciones de otro tipo que es necesario reconocer y subrayar. Siguiendo la tradición, CFK se ha apoyado en la burocracia de la CGT (Confederación General del Trabajo) y la CTA (Confederación de Trabajadores de la Argentina) para mantener la paz social y combatir al sindicalismo clasista y revolucionario; lo mismo se puede decir respecto al aparato del Estado, utilizado para reprimir a los movimientos de protesta que se salían de los límites impuestos por el aparato peronista, y que ha desarrollado sus propios intereses y tendencias criminales. La implicación de policías, militares y jueces en el narcotráfico, la delincuencia a gran escala y el asesinato de activistas sociales no ha dejado de extenderse en estos años.

Aunque los gobiernos de Nestor y Cristina Kirchner ni rompieron con la lógica de la economía de mercado, ni su política afectó sustancialmente al proceso de acumulación capitalista, es una evidencia que no sintonizaban con los intereses de la oligarquía tradicional, vinculada estrechamente al imperialismo estadounidense. En el ideario de este peronismo está muy arraigada la idea de la “soberanía productiva”, de ahí que las actuaciones para recuperar empresas privatizadas y animar un aparato industrial “fuerte”, fueran recibidos con hostilidad por los sectores decisivos de la burguesía financiera, industrial y agraria, acostumbradas a un modelo parasitario y especulativo que tuvo su corolario más claro en la venta a precio de saldo de los bienes públicos bajo gobiernos de Menem, en la fuga masiva de capitales de 2001 y en el estallido de la crisis del corralito.

Agrupados políticamente en la derecha más salvaje, y apoyados en una potente escudería mediática, estos sectores declararon una guerra sin cuartel a CFK promoviendo todo tipo de huelgas patronales, sabotajes políticos y movilizaciones callejeras. No ha faltado tampoco una virulenta campaña internacional que por momentos ha pintado a CFK como una amenaza más peligrosa para la democracia occidental que el propio Chávez. Para enfrentar la fuerte oposición de estos sectores, desde el gobierno se ha tenido que apelar a las masas y utilizar un discurso calculadamente progresista, recurriendo reiteradamente a la defensa de la “soberanía nacional” aunque nunca se ha planteado definir su programa como revolucionario o socialista.

Distorsiones políticas

La revolución es la partera de la historia señaló Marx, y aunque es cierto que el Argentinazo en 2001 no condujo a la toma del poder por parte de la clase obrera, dejó a la burguesía y sus representantes políticos tradicionales descompuestos y desorientados. Bajo una fuerte crisis de legitimidad, con una gran presión del movimiento de masas, se pueden producir todo tipo de distorsiones en la vida política de un país. Llegado un momento aparece un cierto empate en la lucha de clases, y la excepcionalidad de las circunstancias puede empujar a determinados elementos burgueses y pequeño burgueses a elevarse por encima de la nación, y apoyándose en las masas promover una serie de medidas progresistas que chocan con los intereses inmediatos de la clase dominante. Vista desde una perspectiva general esta política ha contribuido a la estabilización temporal de la situación. CFK y el núcleo que la acompaña en el aparato peronista ha logrado mantenerse en el poder oscilando entre las clases, y mediante una agenda reformista asegurar una restauración provisional del equilibrio social, roto dramáticamente en diciembre de 2001.

La tendencia que representa CFK, y su espejismo de capitalismo moderno, productivo, soberano y popular, se ha beneficiado circunstancialmente del auge del precio de las materias primas (en particular de la soja, el gas y el petróleo), ligado a la fuerte demanda del mercado chino. Estas condiciones económicas favorables permitieron al gobierno hacer concesiones a los trabajadores, sin tocar intereses clave de los capitalistas y darse cierto respiro durante más de una década. Pero la situación ha cambiado bruscamente.

En los últimos años la presión de los capitalistas se enfocó a garantizar que CFK no volviera a presentarse a la reelección y abrir así la vía a un gobierno más acorde a sus intereses. La ofensiva arreció en 2014 ante la posibilidad de que CFK pudiera reformar la constitución y volver a optar a un nuevo mandato, se reforzó con la campaña que levantó al grupo Clarín (el principal monopolio mediático del país) contra la aprobación de la ley de medios, y se prolongó en 2015 con el conflicto desatado por el pago de la deuda los fondos buitres y el oscuro asesinato del fiscal Nisman.

¿Cuál fue la actitud de Cristina Kirchner ante la presión de la derecha? Aunque desafiante en algunos momentos, al final decidió hacerse a un lado. Los resultados de las elecciones legislativas de 2013, en las que el Frente para la Victoria no superó los 2/3 de los congresistas que permitían la reforma constitucional, sumado al hematoma cerebral por que la fue operada y la apartó unos meses de la actividad política, terminaron por sacar a CFK de la presidencia y colocar como candidato presidencial al gobernador de Buenos Aires, Daniel Scioli, mucho más permeable a las exigencias de la patronal y el capital financiero para emprender la política de ajustes y recortes sociales.

El Frente de Izquierda y los Trabajadores (FIT)

Durante toda una época histórica, la clase obrera argentina se expresó a través del movimiento peronista (Partido Justicialista) y sufrió las consecuencias de carecer de una representación de clase independiente, marxista y revolucionaria. El desarrollo de un potente aparato sindical ligado al justicialismo, una política de reformas sociales y servicios públicos, y una demagogia nacionalista, permitió el desarrollo de un fenómeno político particular que, enfrentado en numerosas ocasiones a la oligarquía del país, al aparato del Estado y al Ejército, controló a su vez el nervio revolucionario de las masas para descarrilarlo en los momentos decisivos. Por supuesto, la actitud sectaria del estalinismo (que para combatir a Perón no dudó en aliarse a la derecha “gorila), y también de la mayoría de las organizaciones que se reclamaban de la izquierda revolucionaria, contribuyó a mantener la influencia del peronismo en el movimiento obrero argentino.

El estallido del Argentinazo y la crisis del régimen burgués, junto a los procesos que estaban teniendo lugar en el continente (la revolución bolivariana, el triunfo de Evo Morales y de Rafael Correa, de Lula…) ofreció la posibilidad de que el peronismo de izquierdas, o al menos la corriente que se reclama de esa tradición, se aupara al poder. En estos años la izquierda ligada al estalinismo, el PCA y sus satélites, se disolvieron en diferentes aventuras políticas o acabaron en las filas del kirchnerismo con una posición completamente acrítica. Otras organizaciones, provenientes de los diferentes agrupamientos en el que se dividió el trotskismo argentino, avanzaron gracias a las luchas desatadas por el Argentinazo y que tuvieron su expresión en los movimientos piqueteros o conflictos obreros muy radicalizados.

En estos momentos la situación ha empezado a ser mucho más favorable para levantar una alternativa de izquierdas, de clase y revolucionaria. Por supuesto que millones de trabajadores y jóvenes votarán al Frente para la Victoria y a su candidato Scioli, que sigue representando para una mayoría el voto útil frente a la derecha. Pero es muy sintomático del cambio que se está operando en la lucha de clases los avances del Frente de Izquierdas y de los Trabajadores (FIT), surgido en 2011 a partir del acuerdo entre el Partido Obrero (PO), el Partido de los Trabajadores Socialistas (PTS) e Izquierda Socialista (IS). En las elecciones legislativas de 2013 el FIT alcanzó un resultado histórico para la izquierda, 1.203.896 votos (5,32%) y 3 diputados nacionales. Desde entonces ha conseguido representación en ayuntamientos y parlamentos provinciales, y han encabezado importantes luchas de la vanguardia obrera. En el caso del PTS, su papel dirigente ha sido claro en toda una serie de conflictos de gran trascendencia como la fábrica FaSinPat (ex-Cerámica Zanon puesta a producir bajo control de los trabajadores), en la multinacional Kraft-Foods, en la Donnelley, o en la reciente lucha contra los 240 despidos en Lear Corporation.

En estas próximas elecciones presidenciales, que engloban también gobernadores, el FIT presenta a Nicolás del Caño como candidato a la presidencia, después de vencer en las internas del FIT como representante del PTS a la lista que encabezaba Jorge Altamira, el dirigente histórico del PO. El FIT tiene sin duda una gran oportunidad en estas elecciones para convertirse en un referente político de la clase obrera y la juventud, rompiendo con la vieja política sectaria que ha caracterizado a la izquierda trotskista en Argentina. La crisis del peronismo, los desgajamientos que se están produciendo entre su base sindical, y el giro a la izquierda entre la juventud, abren una gran posibilidad que aumentará en el futuro si se confirman los planes de recortes exigidos por la patronal. Desembarazarse del lastre ultraizquierdista, que llevó a estas organizaciones a apoyar paros contra CFK, impulsados desde la patronal o la sociedad agraria; diferenciar entre la base y la dirección del Kirchnerismo, entre los millones de trabajadores que luchan honestamente por un cambio radical de la sociedad y los dirigentes que explotan políticamente esta lealtad en beneficio de la burguesía y la colaboración de clases, es la precondición para que la izquierda clasista y revolucionaria pueda avanzar firmemente.

La economía es clave

En la ecuación electoral hay muchos factores en liza, pero sin duda, las perspectivas para la economía van a condicionar, y mucho, la política del candidato triunfador. Argentina es completamente dependiente del mercado mundial como exportador de productos agrícolas (soja y cereales, 42% de las exportaciones) y materias primas (petróleo y gas natural). Lejos de crear un modelo productivo “soberano”, los Kirchner hicieron a Argentina aun más dependiente como no puede ser de otro modo si no se rompe con el capitalismo.

Según el último informe del FMI, Argentina tendrá este año un crecimiento muy débil para entrar en recesión en 2016 (-0,7%); siguiendo las previsiones del FMI, el PIB de Brasil se reducirá un 3% en 2015. Teniendo en cuenta que Brasil es el principal socio comercial de Argentina, y que junto a China cooptan el 27% de sus exportaciones, es muy fácil entender las dificultades que se dibujan en el horizonte. Los precios del petróleo han caído un 46% en el último año, mientras que el de los principales metales retrocedió un 22%, y el de los alimentos un 17%. Si a esto añadimos el endurecimiento de las condiciones financieras para los países emergentes, la inminente subida de los tipos de interés en EEUU, y la fuga de capitales hacia los refugios tradicionales (Estados Unidos, Japón o la zona euro), las presiones de la burguesía argentina sobre el nuevo gobierno se van a redoblar.

La burguesía ya está exigiendo la depreciación del peso. Durante el período 2002-2014 la Argentina acumuló un superávit comercial de 184.000 millones de dólares, pero esto no volverá a repetirse en la próxima década. Precisamente la devaluación del real brasileño, un 40% en lo que va de año, y del yuan chino, un 5%, aumenta la urgencia para devaluar el peso y mejorar la posición de las exportaciones argentinas en el mercado mundial. Pero una medida semejante se hará a costa del empobrecimiento general de la población. Las masas trabajadoras, con la memoria fresca de los últimos años, van a oponer una dura resistencia a cualquier intento de ajuste. El recrudecimiento de la lucha de clases está servido.

Perspectivas electorales

Los dos contrincantes políticos de Scioli a la presidencia, Sergio Massa cabeza de Unidos por una Nueva Alternativa y Mauricio Macri lider de Cambiemos y jefe de gobierno de la ciudad de Buenos Aires no son más que variantes de una misma opción: la derecha. Macri representa el “gorilismo” clásico, a los sectores oligarcas ávidos por entregar aún mas Argentina al capital extranjero, reprivatizar cuantos más sectores de la economía mejor, liquidar todos los derechos alcanzados por la clase obrera en los últimos años, y emprender un giro de 180 grados hacia políticas de austeridad. Massa, un personaje con un historial reaccionario, neoliberal y conectado con las cloacas del Estado, fue compañero de viaje en las filas del kirchnerismo hasta que la burguesía decidió que rompiera con él. Evidentemente, el triunfo de Macri o Massa significaría un duro golpe a la clase trabajadora.

Las perspectivas son inciertas, y el discurso del candidato del Frente para la Victoria no permite frenar a la derecha. En las elecciones primarias que anteceden a las presidenciales, llamadas PASO, Scioli obtuvo el 40% de los votos, muy por detrás de los resultados alcanzados por CFK. El temor de Scioli es no ganar en la primera vuelta y verse obligado a confrontarse con los votos unificados de los dos candidatos de la derecha en una segunda, que podrían derrotarlo.

El discurso de Scioli, pese al apoyo de Cristina Fernández, está lleno de continuos guiños a los empresarios, a los que asegura medidas para amortiguar los efectos de la crisis que pasarían obviamente por arrebatar derechos a los trabajadores, recortar salarios y aumentar más todavía la precarizaciòn del empleo; de llamadas a endurecer la represión policial, cuando es más que evidente que las medidas de ampliación de los efectivos policiales no ha servido para reducir la delincuencia sino para aumentar los ataques contra los activistas de la izquierda y las luchas obreras; de culpabilización de los docentes por el deterioro de la enseñanza pública, cuando la responsabilidad es la falta de recursos, o la ambigüedad respecto a los derechos de los mujeres y la epidemia de muertes por violencia de genero…Scioli entró de la mano de Menen al parlamento nacional (Scioli fue campeón mundial de motonáutica antes de dedicarse a la política), y tras caer aquél gravitó en el equipo de Duhalde para volver a saltar junto a Kirchner como vicepresidente y más tarde el puesto de Gobernador de Buenos Aires. Scioli es ante todo un político cuyo afán ha sido pegarse al poder ocurriera lo que ocurriera y lo ocupara quién lo ocupara. Preguntado recientemente si era de centro o derecha por un periodista respondió que “¿Pero qué de centro, qué de derecha?, yo voy a hacer lo correcto”.

Pese a todos estos factores en contra, la perspectiva de un gobierno abiertamente derechista y neoliberal puede empujar a las masas a votar al mal menor y que se produzca un cierre de filas en torno a Scioli y Carlos Zannini —el candidato a vicepresidente y hombre de confianza de Cristina Kirchner—. Muchos trabajadores pensaran de manera muy práctica con el fin de evitar que se repita la pesadilla de un gobierno como los de Menen, aunque Sciolli no se lo ponga nada fácil. Pero pase lo que pase el 25 de octubre la conclusión es muy clara: un periodo de relativo equilibrio entre las clases, crecimiento y reformas sociales se difumina para dejar paso a una etapa mucho más turbulenta.

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