El fallo judicial emitido el pasado mes de abril por el Tribunal Supremo de Reino Unido no puede calificarse más que de una declaración de guerra a las mujeres trans y una regresión en toda regla de los derechos de este colectivo. Una agresión tránsfoba que se hace eco y alimenta los discursos de odio expandidos por la extrema derecha en todo el mundo y también, hay que decirlo, de sectores minoritarios del “feminismo” más acomodado, burgués e institucional.

Una embestida política y judicial que ha sido respondida de inmediato por decenas de miles de personas llenando las calles de las principales ciudades británicas, demostrando que el feminismo no es ni puede ser transfobia.

Esta unánime e infame sentencia de los cinco jueces y juezas que componen dicho tribunal limita la definición legal de “mujer” al sexo biológico. Según ellos, basándose en la Ley de Igualdad de 2010 del país, los términos “mujer” y “sexo” se refieren únicamente a la mujer biológica y al sexo biológico, lo que tiene grandes repercusiones prácticas.

La más trascendental es que, de un plumazo, las mujeres trans ya no estarán protegidas jurídicamente por la ley porque no se las considera mujeres. Se establece una distinción entre “sexo biológico” e “identidad de género”, tirando por la borda el reconocimiento y los derechos conquistados por las personas trans a lo largo de estos años. A partir de ahora será legal restringir el acceso a ciertos espacios y servicios a personas que no cumplan con el sexo biológico. Lo que conllevará mayor discriminación y exclusión de las personas trans.

El lobby tránsfobo, a pleno rendimiento

Este caso no surge de la nada, se remonta a una demanda presentada por la organización tránsfoba y transexcluyente For Women Scotland, conocida por oponerse a todas las reformas que permiten a las personas cambiar su género y cuya única motivación es la de negar la existencia o validez de las identidades trans.

Y esta motivación se ve en la propia sentencia, ya que los jueces tienen que reconocer que el término “biológico” no figura en la definición de hombre o mujer de la Ley de Igualdad. Pero para justificar su fallo argumentan torticeramente que “el significado ordinario de esos términos, claros e inequívocos, se corresponde con las características biológicas que distinguen a una persona de hombre o mujer”. Una interpretación más amplia de “mujer” que incluyera a las mujeres trans generaría, para estos señores y señoras, incoherencias legales.

For Women Scotland descorcharon botellas de champán a la salida del tribunal y dijeron estar “agradecidas” por una decisión que reconoce la necesidad de la protección basada en diferencias biológicas. Esta organización está respalda mediática y financieramente, entre otras, por la escritora J.K. Rowling, quien aportó 85.000 euros a la causa para cubrir los gastos del proceso judicial y que lleva años en el centro del debate escupiendo su odio contra las mujeres trans, negando su identidad y alegando que “cambian de género de manera misógina y oportunista”.

Esta tránsfoba reconocida —que también ha salido vitoreando a Trump, a quien apoya sin fisuras, en su cruzada contra las personas trans en EEUU— ha aplaudido a rabiar la sentencia y publicado en redes sociales, con copazo y puro en mano, que “le encanta cuando los planes salen bien”. Un fallo que a sus ojos “ha protegido los derechos de las mujeres y las niñas en todo el Reino Unido”, pero que realmente ha despojado del derecho a existir en la sociedad británica a las personas trans, retrocediendo décadas en materia de derechos humanos y socavando la Ley de Reconocimiento de Género de 2004, a través de la cual las personas trans podían obtener un certificado para el reconocimiento legal de su género.[1] Tras la sentencia del Tribunal Supremo estos certificados serán solo relevantes en caso de defunción, matrimonio y pensión.

Como cabía esperar, los tories también han celebrado que las mujeres trans hayan retrocedido en derechos sociales. Kishwer Falkner, presidente de la Comisión de Igualdad y Derechos Humanos de los conservadores, dijo que “el fallo es enormemente trascendental” y que ellos siempre han apoyado “la protección de los espacios diferenciados por sexo, basados en el sexo biológico”.

Pero no han sido los únicos. A este aquelarre se han sumado de cabeza y con entusiasmo el Partido Laborista y el primer ministro Keir Starmer. Este individuo agradeció la “confianza” que aporta la sentencia a la definición de mujer, y añadió: “una mujer es una hembra adulta y el tribunal lo ha dejado absolutamente claro”.

En realidad, nada por lo que sorprenderse de un laborismo que completa así en el terreno “feminista” su programa general de sostén del sistema capitalista. Que se posiciona sin pestañear con el genocidio sionista contra el pueblo palestino y con la OTAN, que defiende el militarismo más brutal y continúa la austeridad contra la clase obrera. Un laborismo que compite con la extrema derecha en racismo, impulsando redadas y deportaciones contra migrantes solicitantes de asilo… Y que con todo ello no hace más que allanar el camino a la reacción, como vemos ya con el ascenso de Neil Farage y su partido Reform UK en todas las encuestas y elecciones parciales.

Primero lanzan su odio contra las trans, después será contra todas

Lo ocurrido en Reino Unido tiene un alcance político de calado, un signo más de la ola reaccionaria que se vive en todo el mundo. Supone un retroceso más en materia de derechos y libertades, y además sienta un precedente muy peligroso que puede influir en otros países. Sin ir más lejos, en el Estado español estos sectores tránsfobos y el “feminismo” transexcluyente ya está en plena batalla. Han cogido rápidamente la bandera de la Corte Suprema británica en su campaña de odio para tratar de conseguir que aquí se derogue también la Ley Trans. “Es un hito de la razón feminista contra la pseudociencia posmoderna. Es solo cuestión de tiempo que aquí también lo logremos”, ha amenzado Silvia Carrasco Pons, profesora universitaria y reconocida tránsfoba del movimiento en Catalunya. 

Estos sectores, abanderados por supuestas feministas del PSOE como Carmen Calvo, asumen los mismos postulados que la ultraderecha, niegan derechos basándose en supuestos esencialistas y biologicistas, y hacen el caldo gordo a los Trump, Milei, Abascales de turno que imponen la “motosierra” al derecho a la identidad de género de las personas trans y no binarias.

Las mujeres trans son mujeres. Aunque toda esta turba desate ahora su odio e intente borrar a este colectivo —el más débil, el más explotado y perseguido—, si no les frenamos mañana no se conformarán. Porque ahora se trata de los derechos trans, pero irán avanzando hasta tratar de acabar con los derechos del colectivo LGTBI, y después contra las personas racializadas y migrantes, contra las mujeres trabajadoras y el conjunto de la clase trabajadora, contra las feministas combativas. Como ya han demostrado con su racismo institucional e islamofobia más rancia intentando justificarlo con una supuesta liberación de las mujeres musulmanas. 

Por eso, la organización y la respuesta en las calles es decisiva. Esta no se ha hecho espera. El 19 de abril vivimos manifestaciones masivas en las principales ciudades del Reino Unido en defensa de los derechos de las mujeres trans. En Londres, miles de personas, junto a activistas, sindicatos y organizaciones LGTBI se congregaron en los alrededores del Parlamento para llevar a cabo una marcha de emergencia. Además, se organizaron diferentes protestas con miles en las calles en ciudades como Brighton, Manchester o Edimburgo.

Ninguna definición legal ni decisión judicial puede abordar las condiciones materiales opresivas que enfrentan las personas trans. Por eso, esta lucha debe librarse con métodos y reivindicaciones de clase. La lucha contra todas las formas de opresión, incluida la que enfrentan las personas trans, debe ser una lucha para transformar la sociedad. Solo entonces podremos acabar con todos los horrores y la barbarie del capitalismo y crear un mundo libre de opresión y explotación, donde podamos ser lo que somos.

 

[1]             Se concede a quienes hayan vivido en un género adquirido durante dos años y tengan la intención de hacerlo el resto de su vida, y a quienes se les haya diagnosticado disforia de género.

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